Julián era un joven singular de la especie de los soñadores taciturnos. Ya desde pequeño, su espíritu alado remontaba hacia mundos extraños que sólo en su cabeza tenían existencia y se le escuchaba decir que era monarca o guerrero o hechicero en tierras lejanas. Luego, al pasar de los años, su imaginación caprichosa se volcó hacia la realidad para transfigurarla y el juego connatural lo llevó a elegir una profesión de la cual pensó sacar provecho: la escritura.
La carrera de Julián despegó como un cohete y su vuelo alcanzó la cima de la fama mundial, y durante dos años un éxito siguió a otro. No cabía de dicha y de gozo, hasta que inexplicablemente cayó enfermo: padecía fiebre alta, casi no hablaba y apenas comía. Era como si se hubiese marchado porque no obstante estar su cuerpo presente, su alma o lo que fuera había apagado su luz.
¿Cuál era su enfermedad? Los doctores visitaron su habitación acompañados de teorías fútiles y los filósofos que lo admiraban se reunieron para emitir su diagnóstico: “tedium vitae”.
Sin embargo, lo que Julián necesitaba era inconcebible para ellos: algo de cordura y algo de fortuna. El meollo de su desgracia, la causa de su aflicción y de lo que siguió después fue un amor platónico, pero era éste uno de esos que son tan imposibles como perjudiciales. Julián se recluyó en su recámara varios meses y el asunto terminó felizmente cuando decidió viajar a París.
¿Por qué si todos hemos tenido amores platónicos Julián había sido afectado profundamente? Por el ardor de su temperamento y la viveza de su fantasía. Aparte, los hábitos que regían sus jornadas tampoco le favorecieron.
Julián residía solo en un departamento y de alguna forma tenía que maquillar el vacío para hacerlo soportable. Por eso, al filo de las cinco se acomodaba para tomar sus alimentos frente a una mesa que había en su balcón y desde allí se ponía a mirar detenidamente a los transeúntes. Los observaba con paciencia y aguardaba el instante en que se dibujara una trama en su fantasía, entonces al ocurrírsele una buena historia la trasladaba de su imaginación palpitante y fresca a una hoja en blanco. Esta rutina agotadora, aunada al insomnio que propiciaba, debilitó sus nervios y mermó su salud.
Por si fuera poco, un día su editor lo llamó por teléfono y le dijo a través de la bocina:
-Julián, nuestras ventas han decrecido. No es grave la cosa pero tú entiendes que hemos de resurgir –hizo una pausa-. Escribe una novela de amor, es lo que le gusta a la gente.
-Sí señor, trabajaré en ello.
Julián se sintió apremiado. No bien colgó el editor, bebió de prisa un vaso de agua e intentó esbozar un esquema. “¿Qué pasa?”, se preguntó con descontento al repasar la cuartilla tachonada, era claro que no obtuvo los resultados que esperaba. Se dirigió a su mesa de trabajo y al aire libre tomó asiento y recuperó la serenidad. “¿De dónde sacaré una historia de amor?”, se repetía pensativo mientras sostenía el lápiz entre sus dedos inquietos.
Pasó un día, y otro, y otro más. Vio mujeres hermosas ir y venir por la calle, mas no le inspiraron un romance como el que tenía deseos de reflejar en su novela. Pensaba de este modo: “Una vez que tenga a mi protagonista, la novela se escribirá sola”. De pronto, a la semana, divisó en el balcón de un edificio contiguo a una mujer de cabello castaño y grandes ojos negros regando unas flores. “¡Es ella!”, exclamó Julián emocionado, y agregó: “¿En dónde te habías metido? Te llamarás Abril”.
Al amanecer, “Abril” corría su ventana de cristal para contemplar al sol desperezarse y expandir sus redes de fuego sobre la ciudad. Después se metía a la cocina, preparaba café y volvía a salir. Julián la dotó de todo cuanto había soñado de una mujer. Le concedió sensibilidad privilegiada, inteligencia sobresaliente, un alma fina y preciosa cual una perla.
Los capítulos eran ligeros, entretenidos, saturados de poesía. La novela avanzó sin mayor dificultad, y en un abrir y cerrar de ojos estuvo lista. La remitió al editor, quien le auguró un éxito rotundo.
Una noche, “Abril”, que se hallaba fumando un cigarrillo en su balcón, se percató de la presencia de Julián y le sonrió. Y Julián, que sin saberlo se había enamorado de ella, le agradeció el gesto y quiso llevarle un ejemplar. Tomó uno de los libros y anotó estas palabras: “para la mujer más hermosa, la que dio vida a esta novela y también a este humilde escritor”.
Cerró su puerta, cruzó la acera y preguntó a una señora por la joven. Ésta le miró con desdén y lo ignoró. Julián insistió y por fin le señaló de mala gana a un muchacho que estaba sentado en las escaleras. Julián se acercó, preguntó nuevamente y consiguió el número del departamento. Subió y presionó el botón del timbre. Un hombre moreno y voluminoso que entreabrió la puerta inquirió: “¿Hizo cita con alguna de las chicas?”. Julián, desconcertado, replicó que no. “Para pasar la noche con una de ellas tiene que hacer una cita”. “Disculpe, se trata de un error, me equivoqué de número”, fue la excusa de Julián.
Un balde de agua fría cayó sobre sus hombros. Camino de regreso, iba refunfuñando incrédulo: “¡Mi musa! ¡Una vil prostituta!” Naturalmente, la sorpresa lo conmovió y lo sumió en la tristeza. Se prometió no escribir nunca más, y en secreto denostó a la fantasía y acusó a la raza de los soñadores. Empero, la novela Abril fue acogida entusiásticamente por el público y lo invitaron a Francia para impartir una conferencia. Julián reflexionó largamente y aceptó la invitación. “Después de todo –se dijo en voz baja-, tú, Abril, mi Abril, estás aquí, conmigo, respirando dentro de estas páginas inmarcesibles que jamás podrán ser arrancadas de mi corazón”.
Carlos Iberri
La carrera de Julián despegó como un cohete y su vuelo alcanzó la cima de la fama mundial, y durante dos años un éxito siguió a otro. No cabía de dicha y de gozo, hasta que inexplicablemente cayó enfermo: padecía fiebre alta, casi no hablaba y apenas comía. Era como si se hubiese marchado porque no obstante estar su cuerpo presente, su alma o lo que fuera había apagado su luz.
¿Cuál era su enfermedad? Los doctores visitaron su habitación acompañados de teorías fútiles y los filósofos que lo admiraban se reunieron para emitir su diagnóstico: “tedium vitae”.
Sin embargo, lo que Julián necesitaba era inconcebible para ellos: algo de cordura y algo de fortuna. El meollo de su desgracia, la causa de su aflicción y de lo que siguió después fue un amor platónico, pero era éste uno de esos que son tan imposibles como perjudiciales. Julián se recluyó en su recámara varios meses y el asunto terminó felizmente cuando decidió viajar a París.
¿Por qué si todos hemos tenido amores platónicos Julián había sido afectado profundamente? Por el ardor de su temperamento y la viveza de su fantasía. Aparte, los hábitos que regían sus jornadas tampoco le favorecieron.
Julián residía solo en un departamento y de alguna forma tenía que maquillar el vacío para hacerlo soportable. Por eso, al filo de las cinco se acomodaba para tomar sus alimentos frente a una mesa que había en su balcón y desde allí se ponía a mirar detenidamente a los transeúntes. Los observaba con paciencia y aguardaba el instante en que se dibujara una trama en su fantasía, entonces al ocurrírsele una buena historia la trasladaba de su imaginación palpitante y fresca a una hoja en blanco. Esta rutina agotadora, aunada al insomnio que propiciaba, debilitó sus nervios y mermó su salud.
Por si fuera poco, un día su editor lo llamó por teléfono y le dijo a través de la bocina:
-Julián, nuestras ventas han decrecido. No es grave la cosa pero tú entiendes que hemos de resurgir –hizo una pausa-. Escribe una novela de amor, es lo que le gusta a la gente.
-Sí señor, trabajaré en ello.
Julián se sintió apremiado. No bien colgó el editor, bebió de prisa un vaso de agua e intentó esbozar un esquema. “¿Qué pasa?”, se preguntó con descontento al repasar la cuartilla tachonada, era claro que no obtuvo los resultados que esperaba. Se dirigió a su mesa de trabajo y al aire libre tomó asiento y recuperó la serenidad. “¿De dónde sacaré una historia de amor?”, se repetía pensativo mientras sostenía el lápiz entre sus dedos inquietos.
Pasó un día, y otro, y otro más. Vio mujeres hermosas ir y venir por la calle, mas no le inspiraron un romance como el que tenía deseos de reflejar en su novela. Pensaba de este modo: “Una vez que tenga a mi protagonista, la novela se escribirá sola”. De pronto, a la semana, divisó en el balcón de un edificio contiguo a una mujer de cabello castaño y grandes ojos negros regando unas flores. “¡Es ella!”, exclamó Julián emocionado, y agregó: “¿En dónde te habías metido? Te llamarás Abril”.
Al amanecer, “Abril” corría su ventana de cristal para contemplar al sol desperezarse y expandir sus redes de fuego sobre la ciudad. Después se metía a la cocina, preparaba café y volvía a salir. Julián la dotó de todo cuanto había soñado de una mujer. Le concedió sensibilidad privilegiada, inteligencia sobresaliente, un alma fina y preciosa cual una perla.
Los capítulos eran ligeros, entretenidos, saturados de poesía. La novela avanzó sin mayor dificultad, y en un abrir y cerrar de ojos estuvo lista. La remitió al editor, quien le auguró un éxito rotundo.
Una noche, “Abril”, que se hallaba fumando un cigarrillo en su balcón, se percató de la presencia de Julián y le sonrió. Y Julián, que sin saberlo se había enamorado de ella, le agradeció el gesto y quiso llevarle un ejemplar. Tomó uno de los libros y anotó estas palabras: “para la mujer más hermosa, la que dio vida a esta novela y también a este humilde escritor”.
Cerró su puerta, cruzó la acera y preguntó a una señora por la joven. Ésta le miró con desdén y lo ignoró. Julián insistió y por fin le señaló de mala gana a un muchacho que estaba sentado en las escaleras. Julián se acercó, preguntó nuevamente y consiguió el número del departamento. Subió y presionó el botón del timbre. Un hombre moreno y voluminoso que entreabrió la puerta inquirió: “¿Hizo cita con alguna de las chicas?”. Julián, desconcertado, replicó que no. “Para pasar la noche con una de ellas tiene que hacer una cita”. “Disculpe, se trata de un error, me equivoqué de número”, fue la excusa de Julián.
Un balde de agua fría cayó sobre sus hombros. Camino de regreso, iba refunfuñando incrédulo: “¡Mi musa! ¡Una vil prostituta!” Naturalmente, la sorpresa lo conmovió y lo sumió en la tristeza. Se prometió no escribir nunca más, y en secreto denostó a la fantasía y acusó a la raza de los soñadores. Empero, la novela Abril fue acogida entusiásticamente por el público y lo invitaron a Francia para impartir una conferencia. Julián reflexionó largamente y aceptó la invitación. “Después de todo –se dijo en voz baja-, tú, Abril, mi Abril, estás aquí, conmigo, respirando dentro de estas páginas inmarcesibles que jamás podrán ser arrancadas de mi corazón”.
Carlos Iberri
14 comentarios:
Querido Carlos, ni Julián ni nadie elegimos de quién nos enamoramos; por otro lado, ¿qué más da? Te enamoras y lo demás no importa.
Bss
Un buen relato ,todo escritor ha de tener una musa ,lo que pasa es que a veces esa perfeccion de la que dotamos a las musas cae al quitarse las gafas de la fantasía y ver directamente la realidad..
Lo bueno es que le hizo escribir un buen libro sin ella saberlo..Da igual a lo que se dedicara era su musa, nadie má consiguió inspirarle..
Un saludo
Hola Carlos, vaya final más inesperado, me ha gustado mucho tu historia. Abril fue la salvadora de la depresión de Julián por aquel anterior amor platónico. La imaginación y el amor no tienen fronteras, así como la condición de una persona no tiene por que defraudar una inspiración amén si nos ha salvado de ese “tedium vitae”.
Bonito relato. Un abrazo
Buen efecto de sorpresa, al construir detalladamente a un personaje y su manera de ver el mundo, y luego confrontarlo con la realidad. Otra original manera de plantear este tema.
Pero cómo me ha gustado el relato...de verdad que es encantador ver cómo se construye un amor platónico que tiene la posibilidad de ser real y se queda en lo primero para siempre.Amor encerrado en un libro, amor que puede ser real cada vez que se adentra en sus páginas...
Precioso.
Un beso.
Julián disfrutó de su amor (solo suyo, a su medida) que de eso tratan los amores platónicos.
Aparecen otra vez, esas pompas de jabón hermosas, que solo pueden verse. Si se tocan, explotan sin remedio.
Nunca tendrás una, salvo en tu imaginación y, tal vez, solo tal vez te rozará apenas, antes de desaparecer. Eso es el amor platónico. Una hermosa pompa de jabón.
Muy bonito el escrito y creo que uno de los que más se aproximan a la esencia misma del amor platónico.
No dejáis de sorprenderme.
Enhorabuena, Carlos.
Un beso.
Natacha.
Carlos, tu relato me pareció precioso, bien logrado, diferente, sensible.
Y coincido con Natacha en cuanto a esas delicadas pompas, que son hermosas mientras están enteras... frágiles pompas que a la vez son capaces de sostener un amor tan profundo.
Un abrazo
Buena historia, que nos brinda una curiosa aproximacion al amor ideal y una alocada carrera huyendo del puro amor carnal...
Un abrazo
Un relato que logra retratar el ideal, parte fundamental en el amor platónico y ese vivirlo de manera tan propia... él lo construyó: sublime para su realidad. Aunque me gusta la parte decida de realizar el encuentro, al menos no se quedó con el "si hubiera..." :)
Muy bello tu relato.
Haydeé
Saludos a todos! Y, también, gracias por tomarse la molestia de comentar. Es verdad, nunca elegimos de quien nos enamoramos; si fuera así, el amor no tendría nada de ingenua espontaneidad, de locura ni de encanto. No lo he negado.
Por otra parte, creo que todo escritor tiene una musa, una especie de vírgen (porque es hija de la espiritualidad más refinada)que los eleva hacia regiones etéreas del sentimiento; musas que, a pesar de ello, no podrían soportar la más mínima prueba de realidad: pompas de jabón!!! Yo pretendí, con esta historia de Julián, reivindicar a la fantasía frente a la realidad, ¿qué importa si Abril fue una construcción de la primera?, ¿no vivió acaso dentro de él y le hizo experimentar sensaciones bien reales? La imposibilidad de estrechar a Abril con sus brazos, tieniéndose que conformar con revivirla exprimiendo el trapo de su imaginación, me hizo pensar que esta historia trataba también del amor platónico, en la medida en que aquel no es asequible ni realizable por completo: la presencia del ser amado esta allí, pero igual que una sombra, se desvanece cuando se quiere tocarla. Los más grandes romances literarios son imposibles (trágicos), y nos conmueven gracias esta condición. ¿Por qué?, opino que el pensar en el "¿qué habría sucedido?" nos proporciona una fuente inagotable de placer, pues de ese modo podemos soñar a nuestro gusto, sin restricciones. Somos creadores del amor, al mismo tiempo que víctimas de sus flechas. Y el amor que no dice nada, ya porque no debe, ya porque no es capaz de hacerlo, es uno de los más grandes y nobles: no espera nada a cambio, se basta a sí mismo. E inmortal, en tanto que el IDEAL sobrevive en el interior.
Saludos!
Que notable calidad literaria...
Me he deleitado leyendote una y luego otra vez para determe en los detalles.
Buen trabajo Carlos.
Magistral en algunos aspectos que siento cercanos... A veces he pensando que vivir tanta sensibilidad es como dejar a la "simple" personalidad con los fuegos del alma y, sin ella, no pueden ser soportados con el equilibrio que da el tiempo cuando el "alcohol de la vida" es más fuerte que cualquier orujo...
Me hace sonreír tu creatividad y elementos del relato. Es distraído porque aparenta normalidad y discreción. Pero es pureza de movimiento interior, como el espadachín que vive luchas en medio de la luz y la sombra y aparece victorioso cuando su pluma vuelve a sonar...
A mí no me hubiera importado lo más mínimo conocer la ocupación de Abril, pues lo que vive dentro de cada cual no lleva ninguna etiqueta...
Un cordial saludo y mi felicitación.
Emig
Hola Carlos, un buen relato,la historia atrae desde el principio, sabes dar pinceladas de amor y eso me ha gustado.
Saluditos.
LEZ
Genial escritura, Carlos ¡tú vales para esto!.
Comentaría muchas cosas pero ya se han dicho, así que derivaré hacia otros enfoques. Todo amor real (físico y tangible) puede haber sido antes platónico. Lo es al menos durante el período que transcurre desde que nos fijamos en una persona hasta que establecemos el primer contacto. Durante ese período sólo tenemos nuestra imaginación para describir nuestra relación con el ser amado y, por tanto, lo idealizamos.
¿Quién no se ha llevado despues decepciones, por haber idealizado demasiado?
Desde ese punto de vista, el amor platónico es más perfecto que el realmente gozado.
(Aunque hay excepciones, claro)
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