ESTAMOS PUBLICANDO AHORA LOS RELATOS DE: GÉNERO: "LIBRE"; TEMA: "EMPECEMOS JUNTOS".

ÓRDEN DE PUBLICACIÓN EN EL LATERAL DEL BLOG. DISFRUTAD DE LA LECTURA, AMIGOS.


domingo, 29 de noviembre de 2009

INCERTIDUMBRE EN LA BRISA

Tumbada sobre el césped, sola en plena naturaleza mirando al cielo, contemplándolo como un cuadro en movimiento. La brisa me rozaba cada poro de mi piel, pero la brisa no traía sólo silencio..

Unas le ves pisadas se oían a lo lejos, cómo se acercaban poco a poco. Mis sentidos se agudizaban, levantaba la cabeza y no veía nada.. Los arbustos se movían al compás de la brisa, pero algunos a lo lejos parecían no seguir el vaivén del resto.

Empecé a preocuparme, no estaba sola , ¿pero quién o qué sería? Había subido allí a lo alto para estar más cerca del cielo y contemplar el valle y el lago desde arriba.

Las pisadas subían de tono, amenazantes y cuando empecé a andar se pararon, como si estuviera ocultándose. Empezó a invadirme un sudor frío producto de la tensión que estaba viviendo. Sólo se oía mi corazón cómo latía desbocado y esas pisadas de nuevo al pararme.

Unos hierbajos se movían lentamente delante de mi y retrocedí de miedo sin acordarme por un momento de lo que había detrás de mi, la nada, ese paisaje donde se recortaba el suelo que pisaba para dar lugar a una bonita vista, una vista que frenaba mi huída.

Ahora lo veía más claro, era un lobo lo que se acercaba a mi y no con muy buenas intenciones. En sus ojos podía leer su hambre contenida y que quería saciarla conmigo siendo su próximo banquete.

Su boca no paraba de salivar al verme y me miraba a los ojos, parecía que quisiera leer en ellos mis reacciones para pillarme desprevenida. Yo hice lo mismo con él intentando no demostrarle el miedo que me invadía por dentro.

Me llevo la mano a la cintura y si estaba lo que presuponía. Tenía las manos sudorosas y un río de gotas de sudor invadía mi cara. Tenía dos opciones, enfrentarme a la bestia o saltar al vacío. Me giro por un segundo y me invade el vértigo, pero cuando me giro miro al lobo y descubro su intención de precipitarse sobre mi. Instintivamente retrocedo y ¡¡¡ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!

No hay nada bajo mis pies, veo al lobo saltar por los aires por encima de mi. Noto la gravedad, su poder sobre mi haciéndome caer cada vez más rápido. El corazón a mil y sin sentir nada más que el vacío a mi alrededor.. Pero por suerte.. ¡tenía el arnés puesto, enganchado a la cintura!.

Eso es lo que buscaba momentos antes, el miedo no me dejaba recordar si lo había quitado o no tras el ascenso. Por suerte el cansancio me salvó la vida, pues nada más subir me desplomé sin más. Estaba viva es lo que importaba , ahora tocaba volver a subir, la bestia ya no estaría esperándome arriba.

Esther , lugar de encuentro

viernes, 27 de noviembre de 2009

PRESENCIAS


Sé que circulan varias historias de encuentros espeluznantes. Todas empiezan y terminan en este lugar. Unos las cuentan como mitos y leyendas del pueblo, otros realmente las creen.

Algunos científicos han investigado con sus aparatos, pero lo inexplicable, lo que pertenece al más allá, se resiste a esos métodos. ¿Cómo medir lo que ni siquiera sabemos definir o explicar? ¿Cómo encontrar algo cuando ni siquiera estamos seguros de lo que debemos buscar? Para los que creen, no hacen falta más evidencias; para los escépticos, ninguna huella es suficiente, todo se puede refutar.

Lo que no se puede negar es que cuando cae la noche, ni unos ni otros vienen por aquí. Esta es, después de todo, la necrópolis. No les pertenece a los vivos, ellos apenas al administran. Me contrataron a mí para cuidarla y así lo hice durante años. Cuidé, en la medida de lo posible, que todo esté limpio, intacto, en orden; que por las noches nadie entre…ni salga. No pienses que es broma, he visto muchas cosas en estos años, como resultado de tener asignada esta pequeña vivienda dentro de la propia necrópolis. Es un raro privilegio que casi nadie reclamaba, no sé por qué tu lo aceptaste. Cuando pases largas noches en silencio, este lugar te hará pensar sobre la fragilidad de la vida humana, la vulnerabilidad, lo poco que sabemos y entendemos. Cuando no sea el silencio lo que te acompañe, sabrás mejor que nunca lo que es el miedo, eso que pensabas que ya conocías.

¿Tienes miedo de quedarte sin trabajo, de que tu pareja te deje, de que roben tu dinero? Espera el momento en que escuches ruidos en la noche, que te parezca oír voces o pasos. Aguarda la noche en que pienses que es una fría mano la que se posa por detrás sobre tu hombro, y finjas indiferencia para no mirar.

En este sitio estarás más solo que cuando naciste desnudo e indefenso, pues en esa ocasión había alguien contigo. Estarás solo con lo que haya en tu mente. Enfrentarás entonces los mayores miedos frente a las peores presencias, reales o no. Tú verás entonces cómo te las arreglas.
Aquí tienes las llaves, bienvenido a esta pequeña pero distinguida ciudad. Cuídala bien, pues un día te convertirás en un residente permanente de la misma.

Jorge Fénix

miércoles, 25 de noviembre de 2009

LA SOMBRA



Era una noche extremadamente fría, como hacia años no se sentía en éste pueblito apartado en el centro sur de América del Norte, por consiguiente, había prendido la modesta chimenea, dándole a aquel saloncito un ambiente caliente muy acogedor. Me dispuse a ponerme cómoda en el gran butacón que tenia precisamente para relajarme en una noche como aquella, me serví una copa de coñac, tomé el libro que tenia entre manos en esos días, y me recosté. No pude leer por mucho tiempo, sentí un ruido afuera, proveniente de la terraza principal de la casa, me sobresalté, pues aunque tenia siempre la alarma puesta, no dejaba de sentir miedo por encontrarme sola.

Sigilosamente me asomé por una hendija del ventanal que daba hacia esa terraza, quedé casi paralizada al ver una sombra, me quedé quieta, no vi nada mas, todo estaba en absoluto silencio, decidí asomarme por el lado contrario, ya mas cerca en donde supuse se encontraba aquella sombra y cual fue mi espanto cuando a través de las cortinas vi el movimiento de algo, casi me atrevería a decir que estaba siguiendo mis pasos. Me detuve, dejé pasar unos segundos sin quitar la vista del ventanal, para poder percatarme de cualquier movimiento adicional, mas todo estaba quieto, yo diría, demasiado quieto.

Me mantuve en esta alerta por casi dos horas, hasta que el cansancio me dominó y me dormí en el mismo butacón en donde había dispuesto a “relajarme”.

La claridad del amanecer me despertó, me desperté sobresaltada, fui directamente hacia la ventana, me asomé, aparentemente todo estaba normal, por el momento no quité la alarma, desayuné, me tomé una ducha tibia sintiéndome una mujer nueva, renovada. Me dispuse a salir, a investigar, a buscar rastros de la sombra, de la visita nocturna de la noche anterior. No encontré nada, todo estaba igual, todo en su lugar, solamente vi tirado en el piso mi pañuelito, el que siempre mantenía en mi cartera, me lo había bordado mi madre, seguramente al sacar las llaves se salió y cayó.

Prendí mi auto y me fui camino al pueblo, iría al banco y luego a comprar alguna cosa de comida para la semana, además de lo que se me fuera ocurriendo que me haría falta.

-buenos días Sra. Eugenia, tenia días de no verla- me saludo con mucho cariño el señor que vende empanaditas en la esquina donde suelo parquear mi carro e irme a pie para hacer mis diligencias.
-buenos días don Carlos, ¿como amanece? Me da por favor una empanadita y un café bien calientito, a ver si se me pasa este frío que ando desde hace unos días.

Después de intercambiarnos unas cuantas palabras, seguí mi camino hacia el banco, donde cada semana iba para retirar dinero sobre mi cheque de pensión. Había poca gente, saludé a todos, y me dirigí a la única ventanilla dispuesta al público.

- buenos días Marlenita, ¿como está la familia?

- ¡Sra. Eugenia! ¡Tenia días de no pasar por acá! ¿Desea retirar una semana de dinero o las dos que tiene pendiente? Me preguntó amablemente.

Y aunque no comprendí mucho la pregunta, contesté inmediatamente: - dame una semana, gracias.

Tomé el dinero y me fui casi corriendo, sentí que algo estaba pasando. Crucé la calle y ya pensativa y silenciosa, fui al supermercado e hice mis compras.

Regresé al auto, acomodé como pude las compras y me fui rápidamente. Estuve manejando cerca de 45 minutos, sin rumbo fijo, como atolondrada, y casi sin darme cuenta, di una vuelta y me encontré regresando al pueblo, tenia que averiguar por que tenia aquel dinero acumulado si todas las semanas religiosamente yo retiraba mi pensión. Algo no concordaba, pues yo me encontraba sola en este lugar, y no concebía en mi mente la posibilidad de que algún familiar me fuera a depositar dinero en mi cuenta.

Con algo de intranquilidad, entré nuevamente al banco, esta vez ya se encontraba el director
-mucho mejor-pensé.

- ¿como esta Sr. Suarez?, cuando gusto encontrarlo hoy- me decidí hablar.

- el gusto es mío Sra. Eugenia, ya tenia cerca de un mes de no venir a nuestro banco, ¿estuvo de vacaciones donde algún familiar, salió del pueblo? Casualmente hace dos días pregunté por usted al muchacho de la gasolinera y me dijo que no la había visto desde hacia algún tiempo. Aunque no lo crea, llegué a preocuparme por usted, así que me alegra muchísimo verla de nuevo.

- Gracias por su preocupación, Sr. Suarez. Le voy a pedir un favor, un inmenso favor, dejé mi teléfono en la casa, ¿usted pudiera hacer un pedido de un arreglo de flores y que me la envíen a mi casa? Se lo agradeceré eternamente.

Dichas estas palabras salí como pude, creí que iba a desmayarme, me sentí muy mal, pero mis pasos no me fallaron, caminé, caminé, y en menos de dos minutos, estaba tras el volante de nuevo, esta vez me dirigí directamente a mi casa, manejé sin saber por donde iba, manejé como hipnotizada, creo que no estaba pensando, cuando me di cuenta, ya estaba frente a mi casa, me bajé casi corriendo, subí los cuatro escalones que me llevarían al portal de mi hogar, me sentí confortable, como aliviada, tranquila, miré al piso y vi de nuevo el pañuelito de mi madre, lo recogí, me asomé por la ventana antes de abrir la puerta (lo cual no tuve necesidad de hacer). Allí estaba yo, sentada en aquel butacón, con un libro sobre mis piernas, con la cabeza hacia atrás, como durmiendo, una copa de coñac rota en el piso. Estaba muerta. Y yo, yo era la “Sombra”.

Mery Larrinua

lunes, 23 de noviembre de 2009

MIEDO

Mamá, tengo miedo…

Esas palabras siempre le paralizaban cuando su hija las gritaba desde el cuarto…

¿Miedo?

Recordaba bien el miedo…

…/…



Siempre esperaba un buen rato… cuando ya el sueño comenzaba a rondarle, haciendo pesados sus párpados, entonces sucedía…

La puerta, suave se abría, sin un quejido.
Como un cómplice inerte.

Fríos e impasibles, los muñecos de la pared, los libros de cuentos, las barras de plastilina y el estuche del colegio observaban desde su sitio, en silencio…
Hasta las flores de su diadema alcanzaban a ver lo mismo cada noche y reprimían las lágrimas junto a esa niña de piel suave y mirada adulta.
Mirada guardiana de mil dolores, de mil llantos amargos.
Dulce y lejana se perdía atravesando las paredes…

Él venía con un vaso de agua, como la excusa perfecta.

¿Cómo está hoy mi niña…?

Cada día igual. Aquel lobo nunca saciaba su hambre.

Ni una noche sin agua, ni una noche sin visita…

Y su niña, se quedaba inmóvil, aterrada.

Su piel ya se preparaba para su sucio aliento, tan caliente... Y sus ojitos automáticamente se cerraban...

“Si no lo veo, no existe. Si no lo veo, no está” se decía…

Suerte ser una niña lista. Con su imaginación se marchaba de su camita de flores y ositos amables, siempre al mismo lugar:
Un hermoso prado lleno de amapolas rojas que salpicaban como cerezas un suelo verde, alfombrado.
Allí corría y, tumbada en el suelo, podía ver hermosas formas en las nubes que el viento mecía y modelaba caprichosas…

Un columpio verde colgaba de un anciano y amable árbol y, a veces, se subía, se columpiaba, sintiendo un suave y perfumado viento en su rostro…
Arriba, arriba… más arriba, por favor.

De vez en cuando, papá le hacía volver
¡Date la vuelta!
Y sabía que ahora dolería… siempre dolía… y corría de nuevo al prado, deprisa, deprisa…

Tengo sueño papá…

Los sollozos no dejaban de acudir a su garganta.
Dolía tanto que, a veces, creía que no podría respirar… y a veces deseó no hacerlo nunca más…
Tenía que aprender a controlar esos sollozos, a papá no le gustaban…
Y cuando se enfadaba, siempre encendía un cigarrillo y hacía dibujos en sus pies, para calmarse…

No solloces, por favor, no lo hagas…

Claro, verás qué bien lo vamos a pasar, luego podrás dormir… Mi niña tiene que ser buena o sino… papi se enfadará con ella.
Y tú no quieres eso ¿Verdad?


No, papi no quiero, por favor. Seré buena.

Y volvía al prado, a esperar con las hermosas nubes… a que el lobo se vaciara de ese veneno que cada noche le volvía loco…

¿Miedo?
Si,
tuve tanto miedo...
no de morir, sino de seguir viviendo…

Natacha

sábado, 21 de noviembre de 2009

INSEGURIDAD

-¡Quieta! Ni se te ocurra moverte… -le susurró él al oído.

Los dedos helados del escalofrío le recorrieron la columna vertebral, y un vértigo extremo se apoderó de la mente de Graciela.

Él encendió un cigarrillo lentamente, mientras disfrutaba del miedo que exudaba su presa. Gotas perladas de sudor empezaban a formarse en sus sienes, y los vellos suaves de su nuca comenzaban a erizarse.

-Ahora vas a abrir la caja con total normalidad, y me vas a dar el dinero. Un solo movimiento extraño… y no contás el cuento…

Graciela no comprendía cómo el ladrón había entrado, ni por qué estaba detrás de ella, ni qué le pasaría… el temor que sentía era tan grande que quería que cediese ya. Por ventura, estaba sola en su local comercial. Sus hijos ya habían salido para la escuela, había pocos clientes rondando en la calle…

Su boca se había secado, no podía pronunciar un solo balbuceo, pero allí estaba tratando de no parecer torpe para no delatar su terror. Abrió la caja registradora y sacó los billetes rápidamente, mientras él continuaba pegado a su oreja susurrándole.

-Buena chica.

El ladrón parecía no tener apuro alguno. Continuaba exhalando el humo con total lentitud, demostrando un dominio excesivamente fuerte. A ella le transpiraban las manos de un modo atroz, tanto que las gotas regaban el piso de madera formando charcos oscuros que paulatinamente iban desapareciendo, absorbidos…

-No hay más dinero- se atrevió a decir ella.

-Shhhhhh! silencio, linda chica. Tengo mucho tiempo…

-Váyase, por favor, en cualquier momento puede entrar alguien. Ya tiene lo que quería…

-¿De verdad, muñeca? Me estás subestimando…

Graciela comprendió que la situación era más grave de lo que aparentaba. Y que aquél no era un loco cualquiera, que estaba en pleno imperio de sus facultades y que además no era un vulgar ladrón. “¡Dios, ayudame!”, rogó en su mente, pero su cabeza ya giraba en un torbellino descontrolado…

Parecía que la cordura se había ausentado, porque sus ideas se agolpaban sin concierto, abrumándola y paralizándola. La habitación giraba alrededor de ella, y en un momento más un telón blanco cayó sobre toda la escena, nublándolo todo, alejándola de aquella realidad.

Cuando recuperó la conciencia, se encontraba en un lugar desconocido. Penumbras, una cortina apenas corrida, silencio, quietud. Una cama antigua con barrotes de hierro, sobre la que se incorporó, acompañada por los crujidos de resortes herrumbrados.

Con un impulso repentino, se levantó de la cama, mirando por la ventana hacia afuera. El día estaba cubierto por nubes grises, cuyas pinceladas asimétricas le conferían una triste belleza. “¿Dónde estoy?” pensó con aflicción, y el temor la invadió nuevamente... Entonces comenzó a recordar al ladrón, a quien nunca le había visto el rostro, pero sí había sentido su voz grabada en susurros a su oído. “¿Qué me pasó, Dios? Estoy viva… ¿y mis hijos? ¿dónde estoy?”. Sin darse cuenta, había hablado en voz alta.

-Tranquila, Graciela. Todo está bien. Estás en mi casa…- Era su vecino Joaquín quien le hablaba. Se acercó a ella y trató de transmitirle calma, de serenarla. –Te cuento…-acercó un sillón y la invitó a sentarse. Notó que ella todavía temblaba.


-Parece que te desmayaste…, caíste sobre una mesita que tenía una lámpara… esa lámpara era sumamente pesada, y se rompió en mil pedazos… Yo lo escuché, fue casi como una explosión… y corrí a ver qué había pasado. Por suerte en ese momento no había tanta gente rondando, no había tanto bullicio en la calle, por eso lo oí... Entré enseguida y te encontré desmayada sobre el piso, rodeada de los pedazos de tu lámpara, pero sin cortaduras.

-¿Lo atraparon?

-¿A quién…? Estabas sola cuando llegué… pensé que te había dado un ataque…

-¡Y no pude verle la cara…! –la voz de Graciela expresaba preocupación. -¿Y si vuelve? Me dijo que no había terminado conmigo, me dijo que tenía mucho tiempo, me dijo… -hablaba atropelladamente.

-Tranquila, tranquila, muñeca…, tranquila, preciosa… -le decía Joaquín con un tono que pretendía ser sedante. ¡ESA VOZ…!, “¡NOOOOO…!!!”, gritó la mente aterrada de Graciela, abriendo sus ojos desmesuradamente, incrédulamente… “¡NO puede ser…!!! ¡¿Me estaré volviendo loca…?!?!”



Patricia.

jueves, 19 de noviembre de 2009

CALLADA

Así permanecía durante largas horas, contemplando el paisaje más allá de los cristales sucios de su habitación. Una oleada de sentimientos se le anudaban en la garganta, hasta el punto de hacerla sentir náuseas.
Marchaba entonces lentamente hasta el aseo, y dejaba caer el agua en la bañera. Era el momento de sucumbir en el abrazo acuoso durante un tiempo limitado, en el que la frialdad del agua, la hacía retroceder a esas cuatro paredes asfixiantes en las que se podría decir que vivía…y soportarlas…
No recordaba bien, el momento exacto en el que hizo de aquel habitáculo, su mundo. Sólo recordaba vagamente, la imperiosa necesidad de encerrarse, de alejarse de algo que la aterraba…
Pero…¿de qué se trataba?. Eso era mucho pensar.
Ráfagas de odio, cruzaban bamboleantes por los intrincados caminos de su cerebro. Y luego venía esa sensación opresora y terrible, que identificó como miedo.
Era un miedo visceral, horrible, tortuoso.
Pero…¿a qué?
No lo recordaba. O no quería hacerlo.
Decían que su amnesia, era selectiva y voluntaria, y que con la medicación y el cuidado que allí le proporcionaban, acabaría por recordar y tomar de nuevo las riendas de su vida.
¿En verdad deseaba hacerlo?
Se lo preguntaron en más de una ocasión, y ella tras meditarlo a la ligera, asentía calladamente. Más luego, a solas en su universo individual, acompañada de aquella cama de blancas sábanas, de aquellos dos cuadros de lánguidos paisajes, y de aquella mesita iluminada por la tenue luz de una triste bombilla…
Las visitas…las justas. Y dolorosas. Aquel que decía ser su esposo, aquellos que decían ser sus padres, aquellas miradas compasivas y las sonrisas forzadas…
Todo le indicaba, que el exterior, no le sería muy agradable…
El artefacto apareció de forma misteriosa en su cuarto. Lo vio al despertarse, tras pasar de nuevo una noche agitada, donde ruidos ensordecedores y llantos, la hacían temblar descontroladamente. Alguien lo había colocado justo a los pies de su cama. Situado en una mesita con ruedas, tenía a su lado un mando con el que darle vida.
Se sabía vigilada. Cualquier reacción, sería anotada por manos eficientes. Trató de ser valiente y demostrar, que ese miedo irracional, se iba alejando de ella al fin.
Tomó el mando con manos temblorosas… Un botón. Un solo botón la separaban del mundo real, del imaginario y sosegado que habitaba…
Un chasquido. Imágenes desoladoras aparecieron ante sus asombrados ojos.
-Y con estas escabrosas imágenes, nos despedimos de ustedes hasta mañana, decía el presentador del telediario.
Un grito de horror se pudo escuchar por todos los rincones. Un chillido desgarrado proveniente de su garganta, que fue capaz de nublarle los sentidos hasta hacerla caer en el pozo de la inconsciencia.
En aquel abismo de oscuridad en el que se había sumergido tras el impacto visual, su cerebro abigarrado, no hacía sino mostrarle cuerpos mutilados, sangre llenándolo todo, gentes gritando mientras sorbían lágrimas a raudales. Niños desamparados, cuyas caras mojadas y sucias mostraban bien a las claras, el terror que sentían…
La guerra. Eso es lo que trataba de olvidar, de dejar relegado al olvido.
Ya había acabado, le decían. ¿Y qué? se decía ella misma. ¿Y si estalla otra? ¿y las muchas que perviven aún?
El mundo estaba loco. No ella.
Ella…
Sólo sentía miedo…

Marinel.

martes, 17 de noviembre de 2009

A MI MUERTA LE GUSTA VIAJAR

Lucía se bajó del tren y se quedo quieta esperando hasta que el tren desapareció de su vista, miró el reloj ,las 3.30 de la madrugada , la estación estaba desierta , hacia frío y se subió el cuello de la chamarra pensando en que solo le quedaban cuatro horas para irse a su casa a dormir.

La noche de vigilante en una estación es larga, sobre todo en Enero, cuando los trenes viajan sin gente y el único aliciente es acabar el turno cuanto antes. Al lado de la estación hay un pequeño parque donde en verano se reúnen los chavales por la noche, pero en invierno los viejos árboles cuando sopla el viento hacen un ruido que te encoje el alma.

Lucía pensó que tenía demasiada imaginación, que la estación era segura y que lo mejor era dar una vuelta por los andenes para asegurarse de que todo estaba bien . Un nuevo tren paró en el andén y Lucía miró hacia él y saludó al conductor, era la señal de que la noche pasaba sin novedades .
Por unos segundos le pareció ver unas sombras que subían las escaleras de salida hacia la calle. Cogió el ascensor para llegar antes que ellos , pero en el vestíbulo no había nadie – Me habrá engañado la luz, pensó – en ese mismo momento sintió unas frías manos en los tobillos que le hicieron caer al suelo de un tirón, se revolvió como pudo y consiguió darle unos cuantos golpes a ese animal al que no podía ver la cara por lo rápido del suceso, cayeron rodando los dos por las escaleras , hasta las vías del tren, en ese momento se unió a la pelea otro tipo, que sacando una navaja del bolsillo, se la incrusto en el estómago a Lucía ...ella sintió un calor casi agradable que la paralizaba , un pequeño río de sangre manaba sin parar mientras el tiempo dejaba de existir; Lucía se resistió a los golpes y pudo quitarles la navaja a los intrusos, a uno le pilló de perfil cortándole la mejilla, y al otro le pudo clavar la navaja en la rodilla antes de morir.

Minutos más tarde el tren de vuelta vio el cadáver de Lucía tirado entre los raíles y desde el puesto de mando encendieron las luces de toda la estación. La policía buscó por los alrededores alguna pista de los asesinos, algún indició que pudiese aclarar lo que pasó aquella noche, pero fue en vano, durante muchas noches la policía vigiló todas las estaciones pero no pasó nada.

Y llegó el siguiente invierno ….y una noche de Enero dos hombres viajaban en el tren sin darse cuenta que alguien viajaba a su lado, rozando casi sus nucas, con el estómago por fuera del cuerpo manando un hilo de sangre, y sonriendo, sabiendo que aquel sería el último viaje de sus asesinos ….el frío se apoderó de los huesos de los viajeros, y el terror de su alma cuando reconocieron la sombra de Lucía .
Un dolor espantoso se apoderó de sus gargantas cuando quisieron gritar , y no consiguieron articular ni una sola palabra, sus gargantas fueron seccionadas de un solo tajo, y sus cuerpos tirados en el andén de la estación, ya sin vida.
Cuando llego la policía la pregunta era un clamor ¿Qué habrán visto estos pobres hombres antes de morir, para tener esa cara de espanto?

Lucía , comprendió que había terminado su turno, y ya era hora de ir a dormir.

Los periódicos sensacionalistas dieron repercusión a la noticia, y encontraron coincidencias entre los dos casos; La seguridad del tren se apresuró a desmentir cualquier coincidencia , pero corrió como la pólvora la idea de que Lucia, la vigilante del tren, dejó su alma para siempre en los vagones, incluso hay quien dice que en las noches de invierno se puede ver su rostro sonriendo
reflejado en el vapor de los cristales ¿Será posible dejar el alma aquí antes de morir ? ... ¡Quién sabe!



21 gramos de alma

domingo, 15 de noviembre de 2009

EL ÁRBOL DE LOS COLGADOS


Agotados de tanto jugar y correr en el patio de una casa de campo, dos niños buscan reposo a la sombra de un árbol que los resguardará del insoportable calor de mediodía. Salpicada de verdores que se esparcen aquí y allá, la tierra se alarga interminablemente bajo un despejado cielo azul. A la distancia se vislumbra una modesta carretera, que es la única vía de acceso a este pueblo mexicano. Cada cinco minutos, de acuerdo a las ociosas estimaciones de Gabriel, los tráilers atraviesan el horizonte y levantan una cortina de oro que forma volutas caprichosas.

Sobre las piernas de Andrés, un perro de nombre Goliat recarga su cabeza y descansa indolente mientras su amo acaricia su pelo lacio con la mano derecha. El perro es un distinguido camarada, el fiel compañero que no lo ha delatado ni abandonado nunca; su lealtad incluso lo salvó de la muerte. Yendo de paseo por La Vereda Prohibida, entre los matorrales una serpiente les salió al paso, preparada para el ataque se irguió amenazadora e hizo sonar un cascabel, mostró unos colmillos agudos y mortales pero “Goliat se arrojó sobre ella, la víbora tuvo miedo y a toda prisa se escondió en un arbusto”.

El lomo del Goliat se contrae y expande al compás de su respiración.

Gabriel se quedó pensativo, un recuerdo frío y oscuro acaparó su memoria y finalmente se resolvió a decir:

-Pues a mí me atemorizan los fantasmas... ¿Has visto fantasmas? –hizo esta pregunta cual si esperase recibir una respuesta satisfactoria que lo librara de parecer un lunático, mas sin esperar a que Andrés replicase cosa alguna, repitió cuanto escuchara en una charla de sobremesa-:

-En la época de la revolución tres bandidos aterrorizaban al pueblo. Dicen los viejos que robaban mujeres y asesinaban niños, todos huían sólo verlos. La última noche quemaron una hacienda

–Gabriel apuntó con su dedo a un muro derruido-, creo que la quemaron porque no les gustaba la gente rica. Un contingente de soldados que seguía sus huellas acudió al lugar cuando ascendió la humareda y dieron alcance a los forajidos. Para que no volvieran a cometer sus fechorías los colgaron de aquella rama.

De repente Goliat bostezó e incorporándose caminó hacia Andrés, quien giró los ojos hacia la sólida rama que sobresalía del árbol -¡Qué tontería! ¿tú cómo sabes todo eso? –deseaba conocer simultáneamente qué relación existía entre aquella historia y los fantasmas. Gabriel no le oyó.
-Fue hace mucho tiempo, mi abuela se lo contó a mi madre y de algún modo debió ser así porque -hizo una larga pausa y continuó-: cuando hay luna llena veo a los colgados, bajo el rumor de las hojas danzan con el viento.

Esto lo sabe Marta, la abuela de Gabriel. Una tarde la anciana tomaba el fresco sentada sobre una silla de mimbre. Entregándose a reflexiones que le producían aflicción, repasaba en su mente el triste funeral de cierta sobrina que falleció en la flor de la vida. A los pies del árbol cavaron una fosa y el ataúd se hundió lenta, muy lentamente: el corazón de Marta se comprimió al caer las paladas de tierra sobre aquel destino truncado que desapareció emitiendo un ruido sordo.

Una semana más tarde, Marta pensaba de nuevo en lo sucedido, y mientras tanto hacía fue sacada de sus cavilaciones al mirar a su sobrina colgando del árbol; unos ojos vidriosos se sumían en el rostro pálido y una melena de cabellos negros relucía bajo el sol, ¡igual que el día en que la encontraron muerta! Marta se puso fría, su sangre latió muy fuerte y harto agitada se paró con trabajos de su silla. La sobrina difunta, si es que era, en efecto, su sobrina, se quitó la soga del cuello, bajó de un salto del árbol y llevando sobre sus labios resecos una mueca de dolor caminó hacia Marta. ¡Ay, la pobre de Marta no podía mover sus piernas bastante rápido! Por un segundo la difunta se detuvo e hizo un gesto para que la siguiera, pero un segundo después reemprendió la marcha. Marta corrió tan rápido como pudo hasta llegar a la casa de su vecina, ¡al fin!, se dijo. Golpeó desesperadamente la puerta, jadeaba, gritaba y suplicaba, ¡ojalá que alguien esté allí! Para cerciorarse de que no era un sueño giró la cabeza detrás de sus hombros: a dos pasos de distancia la difunta extendía sus gélidos brazos para estrecharla, en ese preciso momento Marta oyó una voz conocida que la llamaba por su nombre y la horrible figura desapareció cual una sombra en el viento.

Andrés imaginó tres figuras recortadas en el horizonte a la luz de la luna, después evocó el silbido de la serpiente y al sentir las escamas del reptil subir por su espalda se alejó un poco del árbol.
Una bandada de pájaros barrió el cielo cual una nube de flechas.

-Ellos no pueden hacernos daño–dijo Andrés -. Están muertos.

-Tienes razón –digo Gabriel, destapando una gaseosa-.

Cuando el calor disminuyó, olvidándose de historias extrañas, los dos amigos y Goliat fueron a comprar golosinas.

Carlos (Hiletrados Creativos)

viernes, 13 de noviembre de 2009

LA SOMBRA

Un explorador decidió un día ir a la selva para, como dice su oficio, explorar.

Éste se llamaba Philip. Era famoso por sus reportajes, sobre todo tipo de lugares, hasta en Egipto era famoso.
Cuando estuvo éste en la selva junto con su grupo se separó de ellos y llegó a una extensa llanura. Ese lugar era extraño pues estaba repleto de gigantescos huesos de todo tipo de animales. Parecían incluso huesos de dinosaurios. Entonces recordó una historia selvática sobre un lugar sagrado en una llanura llena de arena en la que había millones de huesos gigantescos y en la que no se debía entrar bajo ningún concepto por que caería sobre esa persona una maldición que lo mataría finalmente.

Pero Philip hizo caso omiso de aquella historia pues se dijo:

- Las historias son historias. Nunca existieron y solo son invenciones para asustar a los niños.
Se adentró en la llanura y, de pronto, apareció un rinoceronte que intento envestir contra él, pero Philip usó su cuchillo y se lo clavó en el cuello; el animal murió tras unos segundos después de clavárselo.

Una mujer muy bella cuyo vestido era del color de las plumas de un pavo real apareció y se acercó a él:

- Has cometido un grave error tras haber entrado en este territorio sagrado de los animales y haber matado a uno de ellos.

La mujer se acercó al rinoceronte, lo tocó y... sorpresa, el rinoceronte volvió a la vida. Luego se acercó a Philip y metió la mano en el interior de su cuerpo. Sacó una extraña sombra pero con vida cuya textura se parecía a la del petróleo.

- Humano, te condeno a una vida de inquietud por esta sombra. Será mejor que corras aunque nunca estarás a salvo de ella.

Una inquietud se apoderó de Philip así que corrió y corrió pero la sombra le seguía hasta que consiguió despistarla.

Se fue directo al río pero la sombra estaba delante de él y le impedía el paso. Salió corriendo dejando tras él a su grupo. Su grupo no supo que le sucedía pero lo comprendieron al ver esa extraña sombra que le seguía. Fueron tras él para ayudarle pero el corría y corría y nunca lo alcanzaban.

Philip llegó a pueblo y subió al lugar más alto del pueblo, la torre del campanario. Cerró todas las puertas que había tras él con llave.

Pero no hubo de hacer eso pues la sombra podía ir por cualquier lugar, incluyendo una pared.

Philip, ya casi loco, intentó abrir las puertas con la llave pero la sombra era más rápida que él. La sombra entró en su interior y Philip sintió unos grandes dolores en su estómago. La sombra le devoraba el estómago poco a poco y luego el corazón hasta que desapareció por completo.

NO IGNORÉIS NUNCA LAS HISTORIAS POR SI ACASO RESULTAN CIERTAS

Rocío.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

LA CAVERNA MALDITA


La oscuridad pesaba como un manto de rocas malolientes.

Las pupilas negras del cazador ocupaban la totalidad de sus lagrimosos ojos. No era la primera vez que se enfrentaba a la criatura, pero el miedo aún le seguía paralizando el aliento.
El silencio era atronador.

Su corazón parecía galopar desbocado por un inmenso vacío negro profundo. Sabía que la criatura se ocultaba cerca; podía oler su hedor nauseabundo; presentía su mirada pétrea clavada en su nuca... siempre en su nuca.

Aún le ardía la pantorrilla derecha, como vestigio intimidador de su anterior enfrentamiento, aquella otra noche pasada de valor encendido, que acabó con sus huesos tendidos en la húmeda arena de la caverna maldita.

Pero en esta otra ocasión no podía permitir que volviera a sorprenderlo, no debía hacerlo. El futuro de la humanidad estaba en juego, además de su orgullo; quizá éste más importante aún. Y el cazador lo sabía.

Por eso se mantenía agazapado, acechante, mirando a cada lado, sin ver absolutamente nada. De su mente no podía apartar la imagen de unos dientes sanguinolentos, afilados, bajo una mirada de fuego que le atravesaba el corazón y le hacía temblar hasta el último de sus pelos. La imagen del ser más despreciable y salvaje que pudiera concebirse desde el inframundo, el único lugar capaz de engendrar una criatura de semejante maldad.

El hedor iba en aumento. Al igual que el terror que le envolvía.

El inquietante momento del choque final se acercaba; lo intuía... lo temía.

De repente, un roce inesperado en el costado le obligó a girarse, dando un respingo sobresaltado y torpe, blandiendo su arma acerada a diestro y siniestro, sin el menor atisbo de éxito en la embestida.

Algo le atenazaba el brazo ejecutor.

El cazador intentó zafarse de su opresor, pero, en su apresurada huída, tan sólo consiguió trastabillar con la masa informe que le rodeaba y oprimía, cayendo irremediablemente al frío suelo.

En ese mismo instante, presa del horror de verse vencido y al borde de la más temida de las muertes, en espera de la dentellada final, una luz poderosa y cegadora emergió de la nada, enfundándolo en un estado de confusión y perplejidad absoluta.

Al mismo tiempo, surgiendo de la profundidad cavernosa, envolviendo la luz, el miedo e incluso a la misma criatura que aún lo aferraba con furia, un grito espeluznante acabó con las escasas esperanzas que le quedaban de salvar su integridad:

“¡¡¡Pedrito, te tengo dicho que no juegues a oscuras en el dormitorio!!! ¿Otra vez quieres hacerte daño en la pierna con la cómoda? Y se puede saber qué demonios haces en el suelo enredado en la cortina. A tu padre vas ahora mismo.

Venga, que ya está la cena puesta.”

“Sí, mamá” —dijo el cazador, derrotado y cabizbajo, al tiempo que se levantaba y se dirigía hacia la puerta.

Pero justo antes de salir, tras darle al interruptor que apagaba la luz, no pudo reprimir una mirada huidiza hacia el insondable abismo que dejaba atrás, y que era cruzado a la velocidad del rayo por una sonrisa hueca y malvada, y un par de puntos de fuego luminosos al fondo del todo le recordaban que tenían una cuenta pendiente.

Esa noche volverían las pesadillas.

Pedro Estudillo

lunes, 9 de noviembre de 2009

ATRAPADA

Con un leve esfuerzo una bocanada de aire entra por mi garganta, lo noto caliente al pasar por mi garganta, y como si me quemara y explotara en los pulmones, noto el palpitar de mi corazón el la sien, en mi reseca garganta, en el pecho, gotas de sudor resbalan por mi frente, es que como si me olvidara de respirar, otra bocanada fuerte entra por mi boca, mis manos tiemblan, mis oídos se taponan, intento mantener la calma, apoyo mi cuerpo contra la puerta cerrada, intento pausar mi respiración, frenar el frenesí violento de mi corazón.

-PAM- un golpe seco suena tras la puerta en la que estoy.

Me estremezco de terror.

Intenta abrir la puerta, la empuja y yo hago presión para que no lo consiga, empujo con todas mis fuerzas, pongo las manos sobre la pared para hacer más presión, pero poco a poco mis pies resbalan por el suelo y la puerta cede.

De repente para, no me lo pienso dos veces, abro la puerta y echo a correr, corro con todas mis fuerzas, oigo como me persigue, le oigo que esta detrás de mi.

Todo el mundo me lo había avisado, todo el mundo me había dicho que tuviera cuidado, yo nunca les creí.

Note algo frío, como si estuviera húmedo, me rozo el hombro, intente correr aún mas deprisa, algo me aferro por los hombros, forcejee con el, chillaba, daba patadas, puñetazos, luchaba por intentar soltarme, sus brazos me rodearon con una fuerza infrahumana, me empujaban hacia el suelo.

Caigo de rodillas, dejo de luchar, agacho la cabeza, respiro entrecortadamente, los brazos que me rodean aflojan la presión.

-no podrás conmigo- digo entre dientes.

- ja, ja, ja, ja.- ríe.

Me suelta pero yo ya no tengo fuerzas para seguir luchando, se pone delante de mi, me agarra con el pulgar la barbilla y me gira la cabeza hacia arriba, cuando le veo el rostro, una lágrima resbala por mi mejilla.

-No, por favor, no, suplico.

Tarde. ¿No crees?

Cierro los ojos. Asumo el final.


ESTOY CONTAGIADA DE GRIPE A.

Camino.

sábado, 7 de noviembre de 2009

A UNA MUJER MUERTA


“Al excelente espíritu de Ankhiry:

Quiero que sepas, Ankhiry, tú que fuiste mi esposa, que yo, Ahmosis, capitán de los arqueros del faraón, nunca cometí ningún crimen contra ti… Todas las noches, sin embargo, estoy sumergido en el miedo que me produce contemplar, horrorizado, como tu espíritu se manifiesta ante mi corazón. Los estremecimientos que me produces, desde hace muchos meses, impiden que Ahmosis pueda dormir. No se porqué has decidido que el miedo sea el señor de mi cuerpo… ¿Qué falta cometí para que cada noche me acose tu espíritu?, ¿qué es lo que hice para quedar esclavo de ese temor que tú, la mujer a la que tanto amé, me produces cada noche?

Quiero que sepas que yo, Ahmosis, siempre te traté del modo en que un oficial del faraón debe tratar a su esposa… Solo una vez me aleje de ti. Fue cuando nuestro rey me ordenó viajar a la Tierra del Horizonte. Su Majestad deseaba que Ahmosis trajera de aquel país lejano una Mujer Belluda y un Hombre Niño… Cuando regresé supe que Ankhiry ya no vivía en la Tierra Negra… Tu espíritu se había ido al Reino de los Muertos. Sabes que lloré por ti y que hice todo lo que un oficial del rey debe hacer por su esposa muerta.

Sabes también que antes de ese viaje a la Tierra del Horizonte, del que regresé con riquezas y esclavos, siempre te traté como una mujer debe ser tratada. Nunca permití que tu corazón sufriera. Siempre quise que estuvieras a mi lado. Nada te oculté en los días de tu vida. No consentí que sufrieras dolor alguno. Nunca me acusaste de que te sintieras desatendida. Nunca te traté como si yo fuera un campesino que entra en una casa extraña y desconoce como debe comportarse. Sabes que repartí entre tu cuerpo y el de nuestra amada esclava Gilukhipa mis deseos sexuales, tal y como debe actuar un oficial del faraón. Ahmosis siempre quiso complacer tanto a su esposa como a la Mujer de Ojos Ardientes a la que hizo esclava tras derrotar a los Hombres de las Arenas. Bien sabes que nunca entré en la noche en los cuartos de tus hermanas. Sabes también, Ankhiry, que nunca dejé que te faltaran tus ungüentos, tus provisiones y tus ropas. Nunca me desentendí de ti. Siempre dije a los hombres: “Ella está aquí y Ahmosis cuida de ella”.

Pero, mira, Ankhiry, no sabes apreciar el bien que hice contigo. Desde que supe de tu muerte ordené que todas las cosas buenas estuvieran en tu Casa de Eternidad. Nunca han faltado en tu tumba las ofrendas de carne, cebada y espelta. Todo lo que un oficial del rey debe hacer por su esposa muerta lo ha hecho Ahmosis por Ankhiry. Sabes también que hice que Gilukhipa, la “Mujer de las Arenas”, llorase también tu ausencia.

¿Porqué, entonces, no eres capaz de distinguir el bien del mal?, ¿porqué tu espíritu se manifiesta todas las noches y me produce miedos intensos?, ¿porqué no dejas que mi cuerpo descanse por las noches?. Mira, Ankhiry, he escrito esta carta, que voy a depositar en tu Casa de Eternidad, para que sepas que he decidido emplazarte ante el Tribunal de la Enéada de dioses. Ra y los grandes dioses sabrán que Ahmosis, capitán de los arqueros del faraón, está siendo atormentado por tu excelente espíritu. Ellos serán, cuando sepan que el miedo invade mi corazón, los que decidirán que es lo que se tiene que hacer.”

Nota del traductor

Esta documentado que los antiguos egipcios, en ciertas ocasiones, no dudaban en escribir cartas a los muertos. La carta que nos ocupa habría sido depositada junto con algunas ofrendas en la tumba de su esposa por un viudo atormentado por el excelente espíritu de ella. En el texto el hombre hace saber a la difunta que va a denunciarla ante el Tribunal de los dioses.

Deseando profundizar en esta inquietante cuestión, Antiqva no dudó en consultar los archivos de la Casa de la Vida del templo de Amón en Tebas. Al poco, tuvo la suerte inmensa de encontrar en un antiguo papiro el reflejo de las actas de ese juicio celestial. Un escriba Ágil de dedos se había encargado, hace miles de años, de reproducir lo que Ankhiry había argumentado en el proceso y lo que, finalmente, los dioses habían establecido conforme a Maat. Supo así Antiqva que lo que la difunta reprochaba a su esposo era que cuando ella murió su cuerpo había sido momificado y se le había practicado la magia de la Apertura de la Boca. Luego se había depositado su momia en la Casa de Eternidad, pero nadie se había ocupado de realizar el ritual de las Cuatro Antorchas de Glorificación, a través del cual la Luz divina de Ra tendría que haber iluminado al espíritu de Ankhiry cuando este, en la noche, estaba atravesando el Inframundo de Osiris en busca del Reino Celeste de Ra.

Sin la luz de Horus que emiten las antorchas y sin las palabras mágicas de los rituales, Ankhiry había quedado atrapada en el Reino de la Noche y por eso, una y otra vez, su espíritu, lleno de terror y angustia, se manifestaba ante su viudo, solicitando su auxilio. Lo que ocurre, seguro que todos lo sabéis, es que los muertos no son capaces de traducir a los vivos, en palabras, lo que desean. Ese fue el motivo de que Ahmosis, tras las continuas apariciones del espíritu de la difunta, hubiera estado a punto de enloquecer de miedo.


Nota final

Debe Antiqva dejar constancia de que todo lo que el lector ha leído es una mera fabulación. Sin embargo, en el Papiro Leyden 371 se ha conservado el texto de una carta real que un viudo dirigía a su esposa muerta, llamada precisamente Ankhiry, nombre que hemos querido mantener en nuestro cuento. Parece que el papiro se encontró enrollado en torno a una figurita femenina en la tumba de la mujer.

Digamos, finalmente, que Antiqva ha sabido que una vez que se realizaron los rituales de las Cuatro Antorchas de Glorificación, tal y como están establecidos en el capítulo 137 del “Libro de los Muertos”, Ankhiry cesó de manifestarse a su atormentado esposo. Desde entonces, en el Cielo, luce una estrella más.


ANTIQVA

jueves, 5 de noviembre de 2009

MI QUIMERA

Ganas fuerza, coraje y confianza por cada experiencia en la que realmente dejas de mirar al miedo a la cara. Te puedes decir a ti mismo: 'He sobrevivido a este horror y podré enfrentarme a cualquier cosa que venga'. (Eleanor Roosevelt).


Cuando me vi frente al dragón, me temblaban hasta las entendederas, mas cuando lo tuve frente a frente, a través de su mirada maligna pude observar una pequeña luz, quizás reflejo del fuego que nos separaba, y que él había prendido para mostrarme su poder.


Entonces le hablé, si bien no sabría decir cuál de sus cabezas era la que me escuchaba. Siete pude contar, aunque no dejaban de moverse y mi concentración estaba más en mi espada, levantada en mi defensa, por si acaso me atacaba.



- "Atrás... yo no te he hecho nada¡¡¡."



De pronto sentí que el dragón y yo eramos uno, quizás por la magia del fuego que entre nosotros ardía, por la transmutación que en sí las llamas representaran.


Su voz sin palabras resonaba en mis oídos, como eco de una poesía que yo antaño escribiera:



“Has de saber una cosa, cuando creces te transformas

pero la guerrera esencia , esa no se disocia.


Sácale brillo a tu espada, y toma este escudo dorado.

Cuando con ello te ornes sabrás admitir estos cambios.



Sal al camino sinuoso, atenta mirada en la espera

que por ahí llega la sombra luchando por ser la Quimera.


Mírala fija a los ojos y aguarda el embate que busca

y cuando la tizona alces, que tu fuerza se traduzca¡¡¡




Entonces te reconocí, Quimera, con tus ojos destilando el miedo que a mi espada le tenías... luego el miedo era mutuo, igual que el respeto.


Y mi fuerza se tradujo... bajé la espada y extendí mi mano para que acercaras tu/s cabeza/s y poder así acariciarte.


Y se obró un extraño milagro. Todas tus cabezas reposaron en el suelo a modo de reverencia. Del mismo modo me incliné ante ti...




- "Hemos sobrevivido al horror. Podremos enfrentarnos a cualquier cosa que venga...".




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Cuando me desperté me quedaba la sensación de tener que poner nombre a cada una de tus cabezas, más solo pude bautizar (por el momento) a la primera que descendió a tierra: Miedo al fracaso...


Con los días iré encontrando el apelativo acertado para todas las demás...



Con el tiempo y con Confianza.


Y así es...


Soy la que soy.

martes, 3 de noviembre de 2009

EL AROMA DEL MIEDO

Se apagan las luces, empieza la función. El conocido sonido del motor del proyector llega a mis oídos, me encanta.

Cómo ha cambiado tanto desde aquellos armatostes, aún recuerdo aquel FH99-35/70 del Cine Cervantes de Sevilla, cuántas buenas horas pasé allí. O el estreno de “El Ladrón de bicicletas” de Vittorio de Sica, qué tiempos, memorables e inmortales en mi memoria.

Pero, ahora todo ha degenerado en demasía, productos comerciales a mansalva. La gran maquinaria de Hollywood que nos inunda con sus temibles estrenos multimillonarios, multitud de efectos especiales, películas repletas de grandes estrellas y poca o nula imaginación.

Añoro la época de los Films clásicos. Quién no vio “Casablanca”, o se dejó llevar por la amarga historia del “Doctor Zhivago”. Quién no rió con Charles Chaplin ironizando al malévolo Hitler en “El Gran Dictador”. O se dejó enamorar por la inocente Audrey en “Desayuno con Diamantes”.

Qué tiempos.

“La Fiera de mi niña”, con mi amada Katharine Hepburn y el apuesto Cary Grant o por supuesto, la inigualable, “La Gran Evasión”.

Atrás quedaron, perdidas en la memoria, no en la mía ya que al menos puedo enorgullecerme de mi gran pasión.

Pero sobre todas ellas, mi pequeño vicio, las películas de Terror. Qué se le va a hacer, cada uno tiene sus secretos.

Aún recuerdo el olor del miedo viendo “Nosferatu”, o “El Vampiro de Düsseldorf” de Fritz Lang y tantas, tantas otras donde el terror flotaba en el aire, acompasado por la música y el latido de los corazones. Disfruto como un niño al ver cómo recrean esos mundos ilusorios, los ataúdes, los crucifijos, las eternas mentiras.

Hoy me he sentado en la última fila, solo, justo debajo del haz del proyector. He doblado cuidadosamente mi larga gabardina y la he depositado en el asiento de mi izquierda. La sala está a rebosar, familias, parejas y grupos de revoltosos adolescentes con sus refrescos burbujeantes y sus cargamentos de palomitas, ríen y hacen estridentes ruidos. Qué desagradable.

Al menos espero que se comporten cuando comience la sesión.

Los peores son estos dos que tengo delante, no tendrán más de 17 años, maleducados, estúpidos, incultos, creo que lo tienen todo. Se creen los amos del mundo, incluso uno se estira como si estuviera en el sofá de su casa y pasa sus apestosas zapatillas deportivas por encima del asiento delantero. Sus carcajadas dañan los oídos a la vez que escupen obscenidades; ¡paletos!

Da comienzo la película y, a pesar de lo que puede esperarse dada la masiva afluencia de público, hoy estrenan una película de seudo terror.

Pero eso es lo de menos, lo importante es la temática. Imberbes adolescentes jugando con la muerte y la sangre. En definitiva, la adaptación de un best seller escrito para enfebrecidos adolescentes, ” Crepúsculo”

El libro se podía aguantar, si quitas esas niñerías y acaramelamientos exagerados, da una imagen completamente distinta de ese mundo de ¿tinieblas? Es divertido, ñoño, fugazmente tenebroso. Un buen enjambre de letras que llevarte a un parque y, mientras eres acariciado por el viento de otoño, dejar pasar las horas.

La acción transcurre en la pantalla grande, los imbéciles de la fila delantera siguen con sus bromas ruidos y demás tonterías, son insoportables. Alguien se levanta y les llama la atención, ellos se ríen como cerdos en el matadero. Me están sacando de mis casillas.

Abro y cierro las manos mientras respiro profundamente, mi rodilla derecha tiembla en un baile convulso. El potente sistema de sonido nos inunda de estridentes efectos especiales, la rapidez de las imágenes no tiene tregua.

Silencio.

Continúa la película, dos largas horas de amortajado romanticismo mezclado con el estímulo de los corazones heridos.

El público aplaude y comienza a levantarse antes de que los títulos de crédito nos transporten a ese mundo, al otro lado de las cámaras. Lo odio, no pueden esperarse al menos a que se encienda la luz. Tropezones, disculpas, cabezas que cortan el haz del proyector.

Soy casi el último en salir, he recogido mi gabardina negra pulcramente doblada, mi silueta se recorta en la penumbra. Bajo los escalones y salgo despacio inhalando el aroma que ha quedado impregnado en la sala.

Las limpiadoras entran en ese momento, las oigo hablar de temas intrascendentales, reír y quejarse del sueldo. De repente un grito ahogado.

Sonrío, ya los deben de haber encontrado, apoyados el uno sobre el pecho del otro, con un hilo de sangre cayendo de sus cuellos.

Cierro los ojos, me relamo los colmillos un instante, una minúscula gota se ha quedado huérfana en la comisura de mis labios.

¿A qué sala entro ahora…?

Javier Marzo