ESTAMOS PUBLICANDO AHORA LOS RELATOS DE: GÉNERO: "LIBRE"; TEMA: "EMPECEMOS JUNTOS".

ÓRDEN DE PUBLICACIÓN EN EL LATERAL DEL BLOG. DISFRUTAD DE LA LECTURA, AMIGOS.


lunes, 29 de diciembre de 2008

Amanece un nuevo año...


Amanece en Comansi.... el castillo se dibuja sobre un cielo anaranjado y le da un aspecto aún más mágico, más adorable...
Sus cuatro torres, se yerguen magníficas a la espera del momento final, cuando el año nos abandone...

Todo el servicio del castillo aún duerme...

Amanece en Comansi y la princesa está en la ventana... contempla ese cielo y piensa en lo afortunada que es...
Al otro lado del castillo, el príncipe también se ha despertado y sin saber porqué, recibe ese amanecer también en el pequeño balcón de sus aposentos... Ambos pensamientos se juntan como uno solo y el sentimiento de alegría es conjunto.
Sienten que sus amigos están ahí, que los Autores Reunidos siempre les acompañan, en cada fiesta, en cada relato, en cada amanecer...

Y ambos deciden que es el momento de dejar descansar esas valiosas almas, que con generosidad, han entregado sus escritos. Han dejado sus relatos a la puerta del Castillo. Casi sin hacer ruido...
Cada día había regalos, que Ataulfo recogía para nosotros y que pudimos compartir en el cenador del jardín...

Por eso, Comansi no cierra sus puertas, pero sí da un respiro en esta actividad frenética a la que os tiene sometidos... Un descanso hasta después de la fiestas... para poner en orden y calma vuestros y nuestros asuntos...
Arreglaremos el jardín con nuevos macizos de flores, repararemos esa tabla del puente que siempre cruje al pisarla y pondremos velas nuevas en la sala de los espejos. La chimenea del Gran salón se encenderá para mantenerlo caliente y...
El día 7 de enero se hará una gran fiesta con la entrega de las menciones especiales para los tres relatos de "Fantasía" más votados.
Comenzaremos, inmediatamente después con la publicación de los textos de "Sueños" y propondremos el nuevo tema de escritura, que seguro os entusiasmará.

Los príncipes de Comansi no se marchan del castillo. Estarán ahí para recibir todos vuestros correos, votos, sugerencias y cariños, cada día.

Os deseamos un Feliz año 2009, que la inspiración nos acompañe a todos, que la paz anide en cada uno de nuestros corazones, y que juntos podamos seguir compartiendo esto tan hermoso que entre todos hemos creado... Palabras de amor, sueños perdidos y fantasías increíbles han sido nuestros compañeros, tan diversos y tan brillantes que nosotros, al menos, hemos disfrutado como verdaderos príncipes, tratados con la exquisitez que os caracteriza.


Sed felices, por favor y nos vemos en el momento que queráis. Hasta el día 7 que volvemos con un montón de novedades.


FELIZ AÑO NUEVO,
Feliz caminar con la vista al frente,
y que el color de tu mirada sea siempre limpia.

Hay magia en vuestras palabras...


Emig y Natacha.

sábado, 27 de diciembre de 2008

EL OTRO


Miró por la ventana, la luz había desaparecido bajo el suave velo de la noche. Más de cuatro horas escribiendo sin quitar los ojos de la pantalla le habían robado otra tarde de otoño. Sintió frio, se levantó y cerró el cristal de la ventana para que la humedad no se le colara en los huesos. Las puntas de los dedos se le estaban retorciendo por culpa de la artrosis. Volvió a sentarse, ahora en el sillón, y se dispuso a releer lo escrito. Lo hacía cada día al finalizar el tiempo que dedicaba a su novela.

Sin mover los labios, comenzó a recitar interiormente la sucesión de palabras que llenaban los folios y, mientras entonaba la lectura, se percató de un cierto distanciamiento. Las palabras, aunque resonaban en su interior, iban marchándose como si no le pertenecieran. Él permanecía allí asistiendo a todo y las palabras, ya desvinculadas de él, seguían hablando y contándole historias ajenas. No reconocía lo escrito, los vocablos le resultaban nuevos, desconocía haber usado alguno de ellos. Poco a poco se dio cuenta de que la voz, que se iba tornando grave y ronca, procedía del exterior y no del interior de su cuerpo.

Le invadió el estupor. ¿Qué está pasando? Se preguntó mientras oía como la voz firme y grave concedía a las palabras su sitio exacto, las movía amablemente para hacerlas caer precisas en ese hueco de inteligencia reservado a su comprensión. ¡Qué bello sonaba todo! Y qué precisión destilaba el escrito.

A pesar de la ventana cerrada, el aire circulaba por la habitación en forma de brisa cálida y perfumada mientras él, desde la distancia, comprendía lo incomprensible, veía lo invisible y sentía lo que nunca sintió.

Una vez leídos los folios, la voz no cesó como era de suponer, sino que siguió sonando en el exterior y vibrando en su interior. No había nadie con él, sin embargo esa voz le llamaba, le contaba cosas. Le hablaba de él mismo, de cosas que nadie más hubiera nunca sabido y, sin embargo, no era él, alguien había tomado el control de su vida.

¿Quién eres? preguntó y en su interior sintió, sin palabras, la respuesta a su pregunta. Su comprensión era tal que hubiera sido absurdo malgastar letras en describir lo obvio. Sentía que su cuerpo, anclado al suelo, no era más que un estorbo para poder comprender lo real. Alguien, más allá de ese cuerpo, se abría paso a través de él y ponía en su mano las palabras y las ideas que luego se reflejaban en el papel.

Se había sentido tentado a pensar que aquel escritor famoso al que todos aclamaban y cuyos libros se editaban decenas de veces era él. El dinero le había hecho sentirse vencedor, había conseguido brillar y los demás le habían convertido en el objeto de su respeto y de sus envidias.

En el camino habían quedado cadáveres, todos aquellos que no resultaban convenientes para su nueva situación sobre el podio de vencedores. Su mujer, aquella novia de la adolescencia, se había marchado con sus dos hijos tras un divorcio millonario. Él lo había soportado todo en nombre de la fama. Había codiciado la adulación de todos y se había atribuido el mérito de haber logrado todo aquello por sí mismo. Pero se equivocaba, él, un ser tan limitado por su propia piel no podría, aunque quisiera, expresar aquellas ideas con semejante precisión, acariciar esas palabras con tal suavidad que el lector se sintiera hechizado al leer lo que en realidad era parte de su vida sin saberlo. Supo que no debía intervenir, que tenía que dejar su sitio vacío para que el otro viniera a hablarle desde allá lejos, el único lugar donde puede surgir la verdad. No, no era él, era el otro.


Sinkuenta


jueves, 25 de diciembre de 2008

CUATRO VIENTOS

Entonces llegó a mi tierra… y sentí la calidez de su abrazo… pensé que era curioso que llegara, pero todo aquí tiene una razón de ser: viajar y ser vista viajando es una manera de buscar.

Con toda su auténtica personalidad impactó mis sentidos, sobre todo el del tacto del corazón… y es que Austro es así, llega con fuerza y el viento que provoca con sus grandes alas rojizas y doradas, es cálido y me envuelve fácilmente al tiempo que me da sonrisas. Un abrazo de Austro es siempre reconfortante… y no es que el de otros no lo sea, es que Austro tiene la facilidad de aparecer preciso y decir las cosas sin detenimiento alguno… pedir las palabras cuando las nota ausentes, porque el es así, brinda sus palabras para iniciar conversaciones llenas de alegría. Tan acorazado parece su ser pero en realidad es alguien sensible, que busca ser ternurado. Un guiño de Austro siempre es un beso escondido en mi corazón, siempre es una sonrisa contagiada a mi espíritu. Es el viento que impetuoso llega y se detiene calmo a abrigarme, es el que lleva en sí mismo, según el tiempo, la intrepidez y la tranquilidad. Es el que me llama por mi nombre, porque sabe su historia, es mi cómplice en ese secreto.

Te cuento como es Austro, porque cuando llegó comprendí que mi cotidianidad tenía algo especial: en ella se introducían una serie de eventos originados por la historia aquella de los cuatro vientos.

Antes que llegara el viento austral, ya había reencontrado a Euro, el viento que da ternuras en el tiempo, ese que vuela en el azul del cielo y atraviesa el azul de la profundidad marina emergiendo con destellos que salpican mi espíritu. A Euro ya lo conocía, siempre había estado ahí, prodigando amor en palabras… notaba sus alas pero aún no sabía que era él. Euro camina entre silencios, prolongados y llenos de brillitos azulados, a cada paso siembra semillitas de ternura… en cada vuelo, extendiendo sus azuladas alas, sus ojos transparentan el mundo infinito que mira. Él me da miradas en silencio y así me obsequia formas nuevas de pensar y construir de cada conversación que inicia, a él le gusta conversar y contarme lo que vive… en palabras llenas de colores.

Cuando hallé a Zéfiro, no sabía como nombrarle, pero fueron los tesoros que su corazón me regalaba los que iluminaron mi ser para poder llamarlo. Zéfiro es el viento apacible, ese que me llena de paz, el que arremolina miles de pensamientos dentro de sí y los transforma para dar claridad a su alma y serenidad a la mía. Las alas de Zéfiro son tornasoladas y toman un particular color a manera de lo que siente… observa calladamente y su mirada está llena de anhelos. Es el que se pregunta por los sentimientos que ha de vivir y los que habrá que desechar; el que se ocupa de vaciar diariamente la pluma fuente con la escribe y de usar un nuevo trozo de papel que no tenga grafías ya marcadas porque para él cada día es un comienzo… en todos los sentidos. Una palabra de Zéfiro alimenta mi corazón y revive mi habilidad para sorprenderme, porque aún a la distancia su invisibilidad lo hace cercano.

Miro a esos vientos, los que protagonizan la leyenda que dice que desde los cuatro puntos cardinales llegan con sus peculiaridades y sapiensa a nutrir el espíritu de quien los ha llamado. Cuatro vientos… todos alados y provistos de dones especiales, fuertes y tiernos, protectores y anhelantes de ternura.

Si, te preguntarás ahora que pasa pues solamente he mencionado a tres…

Bóreas, el frío viento del norte… ese que escarcha a su paso lo que toca, el que al vuelo esparce los cristales traslúcidos de los que está hecho su corazón… el que mira y destella el transparente del hielo, de ese cristal que es fuerte y al mismo tiempo frágil… El hielo que permite traslucir un espíritu que algunas veces se confunde entre los juegos de luz a través de él… hielo que a la perseverancia de una gota de agua, puede deslavar en agua misma y ser parte de ella… Ese que congela al tacto y dentro guarda energía cálida para vivir y ofrecer a quien quiera guarecerse dentro… sólo quien así lo quiera. Y yo, quiero un refugio así, escarchado…

Me falta Bóreas y sé que está por algún lugar, observando y esperando el momento preciso para llegar… lo sé porque reencontré a Euro, llamé a Zéfiro y me encontró Austro… lo sé porque falta el punto norte que alimente mi corazón y, dice la leyenda que el viento que con su presencia complete el círculo cardinal es el que abrazará con amor a quien lo llama. Ahora me dirijo al norte… no buscando, sino llamando a Bóreas, transparentando el corazón, para que él pueda verlo…

Ese es mi secreto, cuatro vientos que desde los puntos cardinales envuelven mi espíritu: tengo el silencioso andar de Euro, sus ojos traslúcidos y las grafías de las que artífice hace florecer los más bellos perfumes; siento las palabras emergidas desde el corazón de Zéfiro que entre cortos silencios me dan cercanía y con ellas ternura mi ser; atesoro la fuerza, la calidez y las alegrías del cruce de palabras con Austro y llamo a Bóreas para que me cubra de cristales de hielo.

Los miro. Los tres presentes están frente a mí, en el balcón… estoy por ir a su encuentro… el espectáculo es hermoso… tres vientos que extienden sus alas y que las acomodan a cada paso… tres vientos por ahora, a los que voy a pedir me cubran con sus alas para por un ratito sentirme protegida, de vez en cuando lo necesito… de vez en cuando expreso mi necesidad de ternuras y ellos, llegan cada uno con su peculiaridad… creando viento… siempre están ahí para mí y saben que yo para ellos.

Me voy ahora junto a ellos… los tres me miran y me sonríen… los abrazo y, sin hablar les digo que los quiero y que siempre les prodigaré de mi tiempo para escucharlos. Siento entonces sus alas abrazándome. No digo más, iré a volar con ellos, aprehendiéndolos y amándolos, porque son parte de mi camino construido.

Sonrío, espero que este secreto se cumpla no solo en mí, porque en esta tierra que está llena de posibilidades infinitas, cada ser cuenta con un corazón que se alimenta desde los cuatro puntos cardinales de la existencia. Seguramente un Austro, Zéfiro, Euro o Bóreas, te están buscando… o ya tienes cerca a alguno y aún no lo has nombrado.

AHEO

martes, 23 de diciembre de 2008

EL VATICINIO

La isla era un segmento de tierra de apenas cincuenta kilómetros de largo por treinta de ancho, donde un verdor de voluptuosa limpieza solventaba con suavidad regios contornos, cuyas siluetas y cortaduras delineaban una superficie de trazos abruptos.

Mo, joven de piel blanca, cabellos negros, radiantes ojos de malaquita con iris alumbrados en pirita y una piel tersa y lustrosa era la imagen plausible y cesionaria de una dinastía de monarcas en declive. Mientras contemplaba con atención como la superficie del mar más allá de los arrecifes adquiría un matiz azul oscuro, para finalmente, en la línea del horizonte, regenerarse en índigo y difuminarse en gamas que iban del delicado jade a la turmalina y esmeralda, tomaba en consideración las palabras que su padre pronunció en la última gran asamblea. Había dicho:

“Llegará el día en que la estirpe de los guanohais cederán su dominio a seres de cabellos de sol llegados del mar en canoas de ébano con alas de plata.”

Y mantenía el convencimiento de que el final de ese tiempo, estaba allí, en su interior.

Recordó la primera vez, cuando las naves de los extraños surgieron de las tinieblas blanquecinas del horizonte. En principio le parecieron sublimes y silenciosas. Pero a continuación distinguió auspicios inquietantes. El ímpetu de los vientos no suspiraban canción alguna a su paso, tampoco el arroyo declaraba con agrado su deleitable y singular murmullo de paz, ni siquiera la esperanza que trae consigo un fresco y nuevo amanecer irradiaba su fuerza proverbial, sino al contrario. Los tensos y agotados organismos que tripulaban las embarcaciones eran osamentas oscuras que invocaban chillidos radicales, similares a los de seres que habitan las simas de la muerte.

Desembarcaron sin dejar de enarbolar el estigma de su Dios, un ser iracundo, que proclamaba con ostentación su indiscutible poder superior. En cuanto a lo demás ¿dónde quedaba? No había cabida para nadie en su mundo. Mo, joven de piel clara, en cierto modo como la de aquéllos, dudó, pero los aceptó porque concluyó que quienes se proclamaban portadores de la fe de un Dios poseedor de la suprema sabiduría con tal certidumbre, debían de estar en el camino ecuánime.

Cuando raptaron a su padre y conminaron a él y a parte de la población, antes de ser ajusticiados, a postrarse ante aquel Dios de agonía y guerra, Mo y seis mil guerreros decidieron ampararse en las montañas y luchar.

Durante años se revolvieron con la furia intratable del huracán y las cumbres fueron suyas. Pero los valles, los remansos de los ríos, las praderas florecientes, las playas de fino y suave grano, y en definitiva, los mejores espacios, permanecieron en manos de los hombres de cabellos amarillos. Sin esos terrenos una reina guanohai estaba abocada al desastre.

Los seres de cabellos rubios se hallaban exaltados con quienes se atrevían a desafiarlos, y semana tras semana, mes tras mes, los perseguían con todo su ardor, hostigando y poniendo a prueba la habilidad de supervivencia de la hueste de aguerridos guerreros. Se produjo una fulgurante y atroz batalla, en la que de nuevo sorprendieron al enemigo.

Al atardecer, cuando el cielo se tiñó de escarlata como la sangre de los cadáveres, malherido, transportaron al jefe de cabellos rubios hasta su reducto. En tanto, rencoroso, aquel Dios perverso no cesó de aullar clamando venganza y destrucción.

Acompañada de su guardia personal y su pequeña cohorte de servidores Mo se presentó y presenció con fascinación la belleza salvaje del hijo del Dios maldito. Delirante, lo tomó entre sus manos, y lo retiró a sus aposentos donde lo atendió personalmente, hasta recuperarlo.

El hijo del Dios y Mo comenzaron a vigilarse de forma insidiosa e incluso angustiosa. Hasta que los amaneceres empezó a vérseles vagar sobre las crestas de farallones y barrancos que ahora constituían el reino inaccesible de Mo. Y todos lo supieron, el milagro se obró. El amor penetró en sus corazones. Según las leyes guanohai, a partir de ese instante sus vidas y esperanzas estaban unidas para siempre, y el pueblo indígena no podía continuar su lucha contra una raza que había dejado de ser su enemigo.

Un amanecer, suspirando, el jefe de cabellos amarillos tomó con suavidad las manos a Mo y le hizo una firme promesa. No habría represalias, aseguró, sino perdón y la restitución de los derechos incautados.

Descendieron a la semana siguiente. Y hubo perdón, aunque inmisericorde. Tras besar a la fuerza el santo crucifijo, la mitad resultó ajusticiada; los restantes esclavizados. En lo que respecta al jefe de cabellos amarillos, cabe resaltar, cumplió su palabra. Murió condenado como “hereje y traidor” en la hoguera.

Mo, joven de piel blanca, cabellos negros, radiantes ojos de malaquita con iris alumbrados en pirita y una piel tersa y lustrosa, imagen plausible y cesionaria de una dinastía de monarcas en declive, derramó unas lágrimas cristalinas y cesó de escudriñar desde las celosías de la torre donde permanecía confinada de por vida. Y apremiada por el dolor acuciante de su vientre estirado tras nueve meses de embarazo, comenzó a estancarse en un viejo cofre de recuerdos hirientes. Pero, pese a las circunstancias, no se limitó a sentirse desgraciada, sino al contrario. Ya que mientras alumbraba, con ayuda de la partera, pensó. “Es cierto, los seres de cabellos rubios y su Dios han logrado imponerse, pero en el fondo son estúpidos.”

Lo cierto era que en su comunidad, en primer lugar se habrían asegurado de ejecutarla para eliminar su descendencia. En cambio, para su asombro, aquel Dios único y guerrero de infinita sabiduría, había decretado que una vez gestada la vida, no podía detenerse. Por lo tanto Mo era feliz, pues alumbraría a su sucesor.

Entre sudores, espasmos y gritos de dolor sintió con gratitud y alegría como su hijo Moa entraba en el nuevo mundo. Y recordó el mensaje de su padre: “Llegará el día en que la estirpe de los guanohais cederán su dominio a seres de cabellos de sol llegados del mar en canoas de ébano con alas de plata.”

Y ante el pasmo de las beatas y la partera por primera vez olvidó la prohibición de pronunciar en el idioma del Diablo. Entonando con ademán sonriente palabras suaves como susurros, sus labios dulces se abrieron y evocaron con mimo aquella cadencia desconocida para subrayar:

“Y llegará de nuevo el día en que la estirpe de los guanohais recuperarán su libertad arrebatada, entonces los seres de cabellos de sol llegados del mar en canoas de ébano y alas de plata, se unirán a nosotros, o bien se verán relegados a partir sin volverse a mirar jamás el lugar por el cual se revelaron...”

Josef. 2008.

domingo, 21 de diciembre de 2008

CAUSALIDADES


¿Casualidad o causalidad? ¿Accidente o destino? El Maestro, en su obra “La lotería en Babilonia”, propone una interesante hipótesis acerca de este tema. Es curioso cómo las personas usan determinadas palabras para esconder o negar lo que no entienden. Muchos coincidimos en la vieja creencia de que “todo sucede por alguna razón”. Entonces… ¿Cuál es esa razón? ¿Quién la ha pensado y la ha decidido por nosotros? ¿Qué grado de libertad y responsabilidad tenemos por nuestras vidas y nuestras decisiones?

En mis años de estudio y reflexión he aprendido a leer varios lenguajes reveladores: las matemáticas, la física, el ADN, la naturaleza. Quien sabe leer una señal, como un semáforo; un gráfico, como una radiografía; un código, como un idioma, o una señal del destino, tiene gran ventaja sobre quien no sabe. Tiene también sus sentimientos, los cuales oscilan entre la indiferencia, la responsabilidad, la culpa, el agradecimiento, la sensación de que estamos bendecidos, o tal vez sentirlo como una maldición y una carga. ¿Qué hacer si uno percibe las señales de una próxima tragedia? ¿Qué hacer si uno percibe que de ese mal saldrá un bien mayor, pues muchas cosas cambiarán y muchos aprenderán cosas importantes?

Me inquieta notablemente la sensación de estar a punto de interferir con los planes de fuerzas o entidades que no comprendo; sobre todo, porque esta vez yo me percibo incluido en la siguiente catástrofe. He visto y comprendido las diversas señales: el tránsito extrañamente favorable que nos permitió llegar a tiempo, pero que va a retrasar a otros y hacerles perder este vuelo. Escuché en la radio las noticias sobre un accidente aéreo en otro país. Sentí en mi alma el temperamento inestable y violento del viento en este día, susurrando malos augurios entre sus silbidos. Esa criatura salvaje está hoy al servicio de designios superiores, pero nadie más lo nota.

Leo los patrones en las caras y los gestos de los demás pasajeros: es un conjunto de buenas personas que merecen el cielo, junto con algunos en cuyos ojos leo otro pasado y otro destino.

Falta poco para abordar. Sé que no podré explicar estas cosas a los demás. Me tomarían por loco o me interrogarían como un presunto terrorista. ¿Qué hay de mí, que lo veo claramente? ¿Debo tomar mi último vuelo, hacia mi destino final? ¿Debería hacerme el distraído y perder el vuelo? ¿Qué harían esas fuerzas ocultas? ¿Cómo afectaría sus planes un pasajero más o uno menos? ¿Por qué me permiten saber estas cosas?

Ya casi es tiempo de abordar. La decisión más importante de mi vida está a punto de ser tomada.

Jorge Fénix

viernes, 19 de diciembre de 2008

CUANDO EL CUERPO DICE BASTA

Era un día de esos que es preferible no haber amanecido, todo salía torcido desde que se derramo el café, se quemo la tostada, el colectivo que no llegaba, se hacia tarde, la mirada del jefe por no llegar a horario, etc. etc.

Todo el día siguió igual. Cada tropezón era una caída.

Por fin llegó la hora de salida, fiché como de costumbre y tomé el colectivo que me deja en el club donde voy a pileta, era un día muy frió, por suerte cambió mi racha y había muy poca gente en el agua, que es mi único bálsamo de paz cuando estoy en ella.

Me sumergí en el agua templada con un placer inmenso, para olvidar el día y los días contrariados que me perseguían últimamente.

Nadé varias piletas y me cansé un poco. En general suelo hacer varias piletas en diferentes estilos y no me fatigo para nada, no se que pasa hoy, debe ser el estrés del día, insisto y vuelvo nadando espalda, que es más relajado en la respiración.

Como el cansancio no pasa, decido quedarme en el andarivel haciendo la plancha.

Me relajo.

Siento mi cuerpo liviano, es una sensación diferente, una paz enorme me invade, cierro los ojos y veo hacia adentro, me elevo de mi cuerpo, estoy mirándome desde arriba, ya no estoy haciendo la plancha, me veo boca abajo.

Miro como corren y me sacan de la pileta, hacen maniobras con mi cuerpo y yo aquí tan tranquilo, escucho que dicen: ,”Volvé por favor volvé”, me golpean el pecho.

Los miro, una luz intensa y blanca aparece a mis espaldas, me doy vuelta y desaparezco por ella.

Me voy.

María Rosa

miércoles, 17 de diciembre de 2008

UNA SEÑAL EN EL CIELO

Un destello rosado iluminó parte del cielo.

Europa dormía y nadie se molestó en mirar…

Durante días, aquella extraña presencia mandó señales y destellos de luz cada noche y cada día… Mientras, el viejo continente caminaba nervioso, a trabajar, subir, bajar…preocupados por rendir, por ganar un nuevo peldaño…

¿Ni siquiera esos humanos pequeñitos miraban hacia el cielo nunca? Se preguntaba, allí, tras las nubes, aquella hermosa masa gaseosa y brillante que se escondía y husmeaba nuestro bello planeta.

Había llegado sin querer… paseaba por la inmensidad del Universo y de repente lo vio… una hermosa bolita azul… y se acercó a mirar, con cautela, sabía que otros mundos y el suyo, no podían mezclarse, pero nadie le dijo que no mirase…

Y vio valles hermosos, ríos caudalosos, que dibujaban como nervios la superficie de ese planeta azul… selvas, montañas grandiosas. Y todos sus habitantes… ¿Cuántas especies podría haber? Cientos… miles… millones de ellas…

Los erguidos a dos patas, sin duda son los humanos, de los que algo había leído en su memoria… También eran diversos, algunos bellos y generosos, otros malvados y horrendos… Una peculiar especie.

Vivían en familias, con sus crías durante casi toda su vida… Habían creado una curiosa sociedad, casi tocando la felicidad… pero según había leído, se les escapó de las manos… Sus ríos comenzaron a secarse, misteriosamente se dañaban a sí mismos, la ambición les traicionó y su ecosistema se desestabilizó…

De todas formas, a la presencia, le seguía pareciendo un hermoso lugar… y por eso se acercó y decidió regalarles algo a esos humanos que estaban perdiendo el norte. Ella tenía la solución a sus problemas…

¡Pero necesitaba que algún humano le escuchase! ¡Una sola mirada para conectar con su señal!

Había elegido aquel lugar llamado Europa por ser el lugar más habitado, por el ser más inteligente y próspero… Por las noches, millones de pequeñas estrellas iluminaban sus ciudades, que jamás dormían…

Tras varios días y varias noches intentando que algún humano alzase la vista al cielo… cayó en la cuenta de que se había equivocado y decidió que debía buscar otro lugar, donde el hombre si mirase al cielo, donde el hombre tuviese un momento, siquiera para recibir su regalo… Y eligió, esta vez, un pedazo de tierra más marrón, con pocas luces en la noche y habitado de forma menos numerosa que la zona anterior… Aquel lugar se llamaba África.

Observó antes de mandar sus bellos destellos. Esta vez no quería fallar.

Vio como sus habitantes carecían de todo lo que en Europa tenían, pero les vio sonreír. Vio como las madres no se separaban en todo el día de sus retoños. Éstos jugaban en grandes extensiones al aire libre y compartían comida y techo.

No encontró grandes construcciones, sino humildes cabañas o chamizos que apenas si les protegían del frío de la noche y del abrasador calor del día…

Parecían felices, pero sus cuerpos lucían casi desnudos… sus pies descalzos… Les vio recorrer kilómetros para buscar algo de agua y la comida era conseguida con grandes esfuerzos…

Sí, pensó. Este es el lugar…

Esa noche, lanzó un solo destello… En África central todo el mundo alzó su mirada al cielo. No había más luz que esa bella ráfaga rosada.

Como una lluvia, algo comenzó a caer del cielo. Una especie de gelatina que se pegaba a las caras de los niños y a las piernas, los brazos… y el bienestar comenzó a invadirles… comenzaron a recibir capacidades increíbles, datos de su subsuelo y los secretos de todas las artes conocidas en la tierra, los secretos de su propia esencia… Una sonrisa se dibujaba en sus caras…

Los hombres, paralizados frente a aquella sensación, comprendieron que tenían trabajo por hacer y comprendieron también que su tierra era rica, rica en grandes recursos…

Aquella lluvia se convirtió en barro en las personas que dirigían con maldad aquellos pueblos y les despojó de todos sus valores. Les borró la memoria y la ambición, haciendo de ellos personas amables y generosas, que pronto se pusieron al servicio de la comunidad…

Aquella lluvia borró los odios de los pueblos, acabando así con todas las guerras en marcha.

Acabó con el hambre, nutriendo, al instante, a cada ser que tocaba…

Ella disfrutó con esa visión, mientras se marchaba… a seguir con su paseo…

Al tiempo volvió y la pequeña bola azul era, si cabe, aún más hermosa que antes… África había recuperado su lugar en el planeta, su trozo de tierra era ahora fértil y bello… Europa tenía menos luces, pero sus habitantes, de vez en cuando, miraban al cielo.

Surgían, salpicando el paisaje acá y allá, pequeñas huertas, pequeños terrenos donde jugar, casas más pequeñas… Las grandes ciudades iban siendo abandonadas para recuperar la vida con la naturaleza… reconciliarse con el agua, la tierra, el viento…

Y ella estuvo satisfecha de haber regalado a estos seres tan primitivos algo que ella tenía en cantidades…

Unas gotas de Sentido Común…

Natacha.

lunes, 15 de diciembre de 2008

ALMA




El día amaneció soleado, prometía ser una mañana cálida de otoño, suave y dulce, ocre y roja, reflejando sus colores en el rocío persistente de la madrugada.

Salió sonriente y serena, resuelta y animosa, dispuesta a disfrutar de un delicioso paseo por sus jardines favoritos, su parque de capricho, el lugar donde deja volar sus sueños y su ternura escondida.

Pocos visitantes tenía su jardín, pues la mañana fue tornándose gris y otoñal, algo fría; ella, sin embargo, no camina por los lugares más frecuentados. Conoce muy bien sus pequeños senderos, escondidos entre los árboles centenarios. Algunas hojas, húmedas aún, le rozaban la cara, haciéndole cosquillas en la nariz..., sonríe de nuevo, sola, buscando sus elfos, duendes y hadas; ella sabe que la esperan ocultos entre las ramas o al borde de la senda tortuosa, por donde no pasa nadie, sólo ella, ella sola, como siempre. Espera un rato hasta que aparece Ariene, su hada de aire y agua, de estaño y cobre, vuela sobre ella:

_ Princesa, acompáñame a la ermita -susurra en su oído, prácticamente invisible, desprendiendo su luz amarilla - he de enseñarte algo...

Camina a su lado, etérea, casi volando como Ariene, hasta el lugar indicado... Allí se sientan juntas; Alma presiente algo inexplicable, un peso se instala en su corazón cuando mira los ojos profundos de Ariene:

_ Toma esta caja, princesa; guárdala y cuídala, pero no se te ocurra abrirla. Te protegerá y acompañará en los días solitarios que te esperan. No vayas al Casino del baile la noche de plenilunio. Tu príncipe no vendrá ya; no habrá danza, ni piano, no habrá música ese día, tu sueño fue efímero, sólo fue eso, un sueño...

Voló, dejando a Alma con su cajita en la mano, una expresión de profunda melancolía y una lágrima deslizándose por su mejilla.

Ana.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Una inauguración... muy especial.

Queridos Autores Reunidos...

Me vais a permitir, que utilice este espacio que es de todos, para informaros de algo que tal vez os guste... que tal vez os interese y que os recomiendo, al menos la visita obligada...

Se trata de unas obras que habréis observado en la parte derecha del Jardín de Comansi... se trata de una parte del jardín que no nos pertenece, pero que podremos visitar siempre que queramos porque hemos sido gentilmente invitados a participar...
Se trata de un nuevo espacio literario, con la misma mecánica que ésta vuestra casa... Un blog de relatos algo distinto... Un blog que requiere del carné de adulto para su visita... Un espacio ardiente que unos amigos han tenido a bien inaugurar ayer día 12 de diciembre...
Su nombre... "Letras Sensuales" y como podréis imaginar son relatos eróticos y sensuales, pero siempre manteniendo la belleza de las letras, con normas muy claras que allí mismo encontraréis...

Esto simplemente es una invitación. Todos necesitamos un pequeño empujón al empezar un nuevo proyecto, y a Emig y a mí, nos parece que nos hubiese gustado algo así para cuando comenzamos la andadura de Comansi, que afortunadamente es cada día más grande y más hermoso...

Acercaos con el carné en la boca... aquí y disfrutad, animaos a participar. Es, desde luego, cuanto menos... un reto diferente.

Gracias por vuestro tiempo y por vuestra atención. Esta es la casa de todos y para todos, está siempre abierta... Nuestra puerta no tiene nunca la llave echada... y el puente.... Ya sabéis, solo hay que cerrar los ojos para atravesarlo y plantarse en el jardín...
Feliz fin de semana y el lunes continuamos con nuestros relatos... que ya quedan poquitos de Fantasía...
Un beso a tod@s.
Autores Reunidos.

jueves, 11 de diciembre de 2008

LAS LÁGRIMAS DE LOS DRAGONES





—¡Ilena! Ilena -Llamaba su padre subiendo las escaleras- tienes que levantarte, llegaremos tarde a la reunión del consejo.

Ilena se levantó con el pelo revuelto en forma de melena alrededor de la cabeza. Se frotó los ojos, y se desperezó dirigiéndose a su padre:

—Ya voy, Padre. Enseguida bajo.

Antes de darse cuenta, había engullido el desayuno, besado a su madre, y caminaba al lado de su progenitor, camino del gran ayuntamiento del pueblo. No corrían buenos tiempos en Dragonlake, y el juez Sunpike les había convocado en una reunión urgente. En unos minutos, alcanzaron el lugar de la reunión, y tras unos breves instantes de presentaciones, el juez se aclaró la garganta de forma más ruidosa de lo necesario. En la sesión se trató de decidir si se lucharía contra las sombras que asolaban el pueblo o bien se intentaría ir a buscar al Lago Dragón las Lágrimas de los Dragones, pues se decía que tienen poderes clarividentes. Hubo división de opiniones, y al final el voto decisivo dependía de la casa Redjhem.

—Decide tú hija mía -se dirigió Froland a Ilena- Tienes que aprender a llevar el peso de las decisiones de la familia, pues el titulo Redjhem un día será tuyo.

Ilena no sabía cual era la elección correcta, pues ella sabía luchar con la espada, pero por otra parte, su devoción hacia Avandra era muy grande. Finalmente, prevaleció el espíritu pacifista y votó a favor de traer las gemas. Antes de finalizar el día, Ilena se encontró con que iba a ser ella la encargada de traer las gemas al templo, situado más allá de las montañas. Sin embargo, para llegar a la isla en forma de lágrima en el lago del Dragón, no iba a estar sola, pues el enano se había ofrecido voluntario para protegerla. Amaeris Luzsombría los esperaría en el templo preparada para llevar a cabo los rituales que les darían una solución.

A los pocos días de salir, Ilena y Tordek alcanzaron el lago Dragón, donde los esperaba un pequeño bote, gracias al cual lograron alcanzar la isla con forma de lágrima. Excavado en una pared de roca se encontraba el templo donde reposan las Lágrimas de los Dragones.

—Este lugar me da escalofríos -Tordek acarició el trabuco de su abuelo- Démonos prisa.

Ilena avanzó la primera, encendiendo una antorcha mientras se adentraba en la cueva trabajada antaño por enanos. Unas escaleras descendían, para morir en la sala donde se habían guardado durante siglos estas gemas. No obstante, no eran solo gemas lo que esperaban a Ilena. En el altar donde reposaban las Lágrimas, había una figura. Se trataba de una drow, una elfa oscura, recogiendo cuidadosamente estas gemas milenarias. Al escuchar los resoplidos del enano semiorco, alzó la cabeza y clavó los ojos en Ilena, que estaba desenvainando las espadas.

—Aparta de mi camino niña –siseó la drow peligrosamente.

—No puedo hacer eso. –Ilena balanceó sus espadas, amenazadora.

—Sea.

Las espadas brillaron en medio de la oscuridad del templo. Una detonación resonó por toda la sala. Tordek, en sus prisas por ayudar a su amiga, disparó al techo, derrumbando un trozo del mismo sobre su propia cabeza, quedando fuera de combate. Mientras, Ilena estaba en apuros, la drow parecía jugar con ella, pues apenas tenía la respiración agitada. En uno de los movimientos, Ilena consiguió alcanzar la bolsa de la elfa oscura, con lo que las lágrimas se desparramaron por el suelo. Enfurecida, la drow derribó a Ilena. Cuando estaba apunto de dar el golpe de gracia, las gemas brillaron con luz propia, y una de ellas se movió con vida propia hasta posarse en la frente de Ilena. El brillo fue tal que la drow quedó cegada y no logró asestar un golpe mortal, y solo hirió a la joven. La visión de Ilena quedó ennegrecida…

Todo era oscuridad alrededor de Ilena. Su cuerpo flotaba, libre como una nube en un cielo sin fin ni estrellas. Finalmente sus ojos se posaron en un punto de luz. Con un pensamiento se dirigió hacia allí. Tras horas de viaje (o quizá solo unos segundos) alcanzó un roble a cuyos pies había una mujer extraordinaria pues se parecía a todas las mujeres y a la vez a ninguna.

—Hola hija mía -la mujer habló- Soy Avandra, tu diosa, la diosa del cambio. Ilena abrió los ojos.

—Estás en el plano etéreo. No he tenido más remedio que traeros a tu alma y al alma de la gema aquí para poder evitar que cayérais en las manos de aquella drow.

Avandra parecía envejecer a ojos vista- Mi tiempo se acaba… Tengo algo que pedirte. Necesito que te conviertas en mi campeón en Mendeliah… Busca… busca las Lágrimas… No dejes… que los drow las reúnan todas… o será el fin de tu mundo… Los drow han perdido las 6 que tenían… una guerra… Ahora vuelve…

Ilena abrió los ojos para encontrar a Tordek inclinado sobre ella.

—Espero que te haya sentado bien la siesta de 10 años… -dijo con preocupación el enano.

—Algo así me imaginaba –Ilena recordó a Avandra le insinuó cómo transcurre el tiempo en el plano etéreo- tenemos una misión, busquemos esas gemas. Cogió sus espadas y la gema de su frente brilló con luz propia…

Elessar

martes, 9 de diciembre de 2008

DOS PEQUEÑOS RELATOS

EN EL EQUINOCCIO

La Primavera es para muchos una simple estación del año. Para Saraí es el florecer de sus pequeños placeres. Este día está sentada en el borde de una pileta viendo cómo su cara de muñeca se desvanece en el agua mientras conversa con la luz del sol aprisionada en las suaves ondas que crea con su mano.

El planeta en su recorrido habitual ignora lo que está a punto de dejar entrar por la puerta cósmica que abrirá cuando se encuentre en la posición astronómica precisa. Pero Saraí no. Y espera secretamente la llegada de un nuevo perfume en el viento. Cierra los ojos y trata de escuchar el susurro de las hojas de los árboles o alguna de las sutiles señales con que todos los septiembres empieza su celebración. Sin embargo, parece que en este casi mediodía del hemisferio sur no se avecina ninguna señal. Saraí ha permanecido sentada en la pileta casi una hora y nada...

Está a punto de irse cuando siente en su espalda un ligero escalofrío que alguna de las leyes naturales convierte en un agujero negro que empieza a girar en el centro de su pecho. La espectacular fuerza de gravedad que este ha generado paraliza todo potencial movimiento de su cuerpo. Pero la atracción ejercida por el abrazo que ha colisionado contra su cintura obliga a su mirada a navegar por el embrujo del agua y fijarse en el papel que flota en su superficie:

¡Feliz Primavera! -dice, debajo de una sencilla flor dibujada con dos colores y sobre cuatro signos que solo ella podría entender...


ISHTAR

Existe una diosa que descendió a los infiernos para rescatar a su amante.

Poseía todo el conocimiento sobre la vida y la muerte y siete llaves para poder usarlo y abrir las siete puertas que debía cruzar hasta llegar a él. Pero al cruzar una puerta, el poderoso dios del inframundo iba quitándole una llave y con ella un talismán o prenda que la simbolizaba o la ocultaba.

Así que su poder iba disminuyendo conforme pasaba las siete puertas, hasta que llegó débil y desnuda hasta el lugar donde estaba su amante, por quien renunció al conocimiento sobre la vida y la muerte.

Cuando por fin pudo verlo se lanzó a sus brazos y una luz los envolvió hasta que desaparecieron en un intenso resplandor. El dios del inframundo hizo uso de todo el poder del que había despojado a la diosa y envió un poderoso rayo hacia los dos amantes, enviándolos al mundo exterior, totalmente alejados, condenándolos a nacer de nuevo como mortales, sin memoria.

Todas las noches, la mujer tiene el mismo sueño: camina por la oscuridad vestida con siete velos, tratando de llegar al lugar donde alguien la espera. El hombre también sueña lo mismo todas las noches: va al encuentro de algo que lo está llamando pero no sabe qué es.

Desde la profundidad del inframundo, todas las noches el poderoso dios es testigo de sus sueños. Cada noche, con cada paso con que se acercan, aumenta en el un extraño temor... ¿Y si llegaran a encontrarse? -piensa- ¿Sabrían cuál de los dos mundos es el que están soñando?

Isis de la noche.

domingo, 7 de diciembre de 2008

CONMIGO MISMA


Estaba arrinconada en mi habitación llorando,pues me sentía impotente ya que mi padre me había reñido por algo que no había hecho.

No sé como pero mi hermana se las apañaba para que todas las culpas cayeran sobre mi y yo me llevaba todos los castigos injustamente. Era la segunda de tres hermanos y me sentía fuera de lugar, como la menos querida. No tenía consuelo y nadie venía siquiera a ver que pasaba, estaba sola en este mundo.

De repente oigo:

—¡Ay para!

Me sobresalté, se supone que estaba sola y oía una voz, una voz que no sabia de donde venía. El corazón me iba a mil por hora, estaba asustada, mis ojos barrían la habitación sin encontrar a nadie. Pero esa voz volvía a aparecer:

—Soy yo tu sombra, el reflejo de tu alma y con tus lágrimas me estabas mojando, niña por favor deja de llorar.

Me encogí, no podía ser, ¡mi sombra hablaba! Por una parte me asustaba, pero por otra el tono de la voz me tranquilizaba y me resultaba familiar. Era una sensación extraña como si le conociera de algo y me diera confianza para contarle lo que me pasaba.

Abrí mi corazón como nunca y le conté lo sola que me sentía en este mundo,nadie me quería y eso era triste. Le noté un tono en su respuesta afligido, pero a la vez firme, diciendo:

—Niña hay alguien que te quiere como nadie te querrá, tú misma, tu propia alma. Ella siempre te acompañará para que no estés sola y saques fuerzas de flaqueza en la adversidad. Lo más importante es quererse a uno mismo, cuando tú te quieras y los demás te vean segura de ti misma, aprenderán a quererte.

Sabía que tenía razón, yo no me valoraba y a lo mejor esa imagen se reflejaba al resto negativamente y eso provocaba que no me quisieran.

—Sombra tienes razón, a partir de ahora me querré más a mi misma y sentiré la compañía de mi alma para aplacar la soledad, la tenía olvidada.

A partir de ese día todos la valoraban, la respetaban. Salió de su habitación con un paso firme, su mirada era diferente y ni se atrevieron a decirle que seguía castigada. De vez en cuando buscaba su sombra, su alma, su mejor amiga.

Esther

viernes, 5 de diciembre de 2008

LA LEYENDA DEL TESORO PERDIDO

“Cuenta la leyenda, que allá en la infancia de los tiempos, cuando aún el hombre vivía junto a los dioses y éstos lo trataban como a un semejante, existió un poderoso rey, el más grande entre todos los soberanos de la Tierra conocida, llamado Quian Chu. Se creía por entonces, que este importante monarca, amado y respetado por todos sus súbditos, era hijo y hermano de las más bondadosas deidades que en aquellos remotos tiempos concedían sus favores a los mortales. Su paciencia con sus iguales y su compasión con los inferiores, le elevaron hasta ese privilegiado lugar entre los imperecederos todopoderosos al que sólo unos pocos podían acceder.

Quian Chu no fue el único rey sabio entre los inmortales, pero sí que fue el último. Porque fue también bajo su reinado cuando el impredecible destino quiso que ocurriese lo inevitable. No se sabe cuándo ni cómo fue sembrada la semilla del rencor y la ira que por entonces brotó, lo único cierto es que este piadoso monarca tuvo que sufrir la humillación de huir de su país y abandonar a sus súbditos a causa de la envidia que suscitó en otro soberano vecino, de nombre Chan Tyen. Este otro rey, perverso y tiránico, no pudiendo soportar por más tiempo el desprecio que hacia él tenían todos sus ciudadanos, y movido por la envidia y la codicia, decidió conquistar por la fuerza el reino de su pacífico vecino, pensando que así podría obtener todos los beneficios que su enemigo ostentaba. Por supuesto, lo único que consiguió fue iniciar una época de dolor, odios y resentimientos, la cual provocó además la deserción de todos los dioses piadosos, quedando la raza humana desvalida y a merced del sufrimiento. Esa situación ha derivado hasta nuestros días, sin que se haya podido volver a encontrar la armonía perdida en aquellos tiempos.

Cuenta además la leyenda, que el desterrado Quian Chu huyó hacia las montañas nevadas buscando el refugio y la compañía de sus más cercanas deidades. Pero no se fue solo, con él marcharon sus más leales súbditos portando todo su tesoro más preciado y valioso, con la idea de evitar que el invasor se apoderase de él. Por aquellas escarpadas cumbres vagaron durante décadas morando en las más oscuras y sombrías cavernas, y se dice que fueron depositando parte de este tesoro en cada rincón que le ofrecía cobijo, dejando a su vez enigmáticas señales que mostrasen su exacto paradero, con la idea de que esta importante herencia de incalculable valor no se perdiese para siempre en el olvido.

Los más sabios aseguran que sólo una persona de corazón puro y nobleza sublime podrá descifrar y comprender estos arcanos símbolos que muestran el lugar exacto donde se encuentra oculto el tesoro extraviado. Y una vez que consiga hallarlo y devolverlo a su lugar de origen, será repuesto al fin en el lugar que le pertenece el inestimable y legítimo legado de Quian Chu, devolviendo a esta tierra el perdido favor de los dioses y acabando de una vez por todas con la ira, el odio y el rencor acumulados desde entonces.”

Fue así como me contó mi anciano abuelo aquella antigua historia, al igual que él la oyó de boca de su padre, y al igual que tantos otros la contaron desde tiempos inmemoriales, haciéndola sobrevivir hasta nuestros días. Confieso que, a mi corta edad, quedé extraordinariamente impresionado, como sólo un niño puede estarlo. También recuerdo haberle agobiado con cientos de preguntas sobre aquel maravilloso tesoro perdido y sobre la plausible posibilidad de ser yo el héroe que lo encontrase y lo devolviese a su reino. Aquella remota leyenda desbordó mi imaginación de efebo inquieto; quería saber dónde se encontraban esas montañas tan enigmáticas, qué peligros me acecharían, cómo podría afrontarlos, qué tipo de armas necesitaría llevar y un montón de cuestiones técnicas más por las que tan sólo un chico curioso es capaz de preocuparse. Sus respuesta fueron también las que cualquier adulto ofrece a un menor ilusionado, totalmente intranscendentes y olvidadizas; excepto una de ellas, que quedó relegada en aquel lugar de la memoria reservado tan sólo para las grandes verdades y que a menudo suele confundirse con el olvido. Cuando le interrogué por las armas que debería de llevar para afrontar los peligros, él me respondió: “el hierro acerado no podrá acabar jamás con los temibles monstruos que campan por aquellos siniestros parajes, mi querido nieto. Solamente la perseverancia, la paciencia y una fe ilimitada podrán ayudarte a conseguir el éxito en tamaña proeza.”

Por entonces no comprendí muy bien a lo que se refería mi abuelo, yo prefería pensar en relucientes armaduras, grandes espadas doradas y poderosos escudos indestructibles, lo único que mi desbordante imaginación me decía que serviría para aniquilar a los crueles dragones alados o a los voraces gigantes de doble cabeza que sin duda custodiarían semejantes reliquias tan deseadas. Sólo el tiempo fue capaz de mostrarme cuanta razón tuvo mi abuelo.

Muchos años hubieron de transcurrir hasta que me decidiese a emprender el viaje de mi vida, aquel que me condujese por aquellos parajes inhóspitos de las cumbres nevadas que delimitan los confines de nuestra civilización. Una vez dejada atrás la exuberante vegetación y el delicioso trinar de los pájaros multicolores, y habiendo alcanzado para mi pesar la aridez de la roca desnuda y afilada, hube por fin de hallar aquellas místicas cavernas de las que tanto había oído hablar desde pequeño. Pero cual no fue mi sorpresa al comprobar que no me encontraba solo; ¡allí habitaban personas! Seres extraños y taciturnos que apenas tenían relación los unos con los otros, y que además vivían en la más absoluta precariedad... aunque a pesar de ello, todos se mostraban felices y eran generosamente acogedores. Por supuesto que a estas alturas de mi vida no esperaba ya encontrarme con los monstruos imaginados en mi niñez, pero aquello me resultó altamente desconcertante. Pensé que si por allí había habido alguna vez algún tesoro, ya debería haber sido encontrado por estas personas, a juzgar por el tiempo que todos llevarían vagando por aquellos rincones, cosa que deduje por la extremada vejez de algunos de ellos, cuya edad resultaba del todo incalculable.

Y efectivamente así resultó ser. Todos ellos habían hallado ya el tesoro oculto de Quian Chu, y lo portaban consigo, en su interior. Tampoco tuvieron inconveniente alguno en compartirlo conmigo; esa era su misión. Durante largos años conviví con estos monjes ascetas portadores del mensaje de paz y humildad que había conseguido sobrevivir hasta nuestros días en aquellas montañas lejanas. Fue entonces cuando cobraron sentido las inescrutables palabras de mi abuelo, ya que sólo con una inquebrantable perseverancia, paciencia y una fe ilimitada pude reducir a los monstruos que habitaban en mi mente, y sólo entonces pude descubrir el importante legado de conocimientos y sabiduría que el gran monarca de la antigüedad dejó en este mundo. Legado que ahora me toca a mí transmitir a todo aquel que lo quiera escuchar.... Pero esto pertenece ya a otra historia.

Pedro Estudillo

miércoles, 3 de diciembre de 2008

LA ZONA OSCURA DEL BOSQUE

La brisa era de una suavidad tal que asemejaba una caricia aterciopelada del viento. Volaba con las alas extendidas entre el ramaje de la espesura del bosque en el que nació, creció y ahora también se había enamorado.

Supo todo en un instante, tras muchas señales dictadas por su pequeño corazón de hada, al fin, lo había reconocido. Era amor…

Desde el momento justo en el que supo ver tras la maraña de sucesos, desde que la venda de sus ojos cayó, dejó de ser la misma.

Sonreía embobada recordando las fuertes palpitaciones, el ligero sudor bañando su cuerpo, el calor profundo en su mejillas al verlo o sentir sus alas rozándola.

Se perdía entre las hojas pensando en las palabras venidas de su boca, en sus manos posándose en las suyas mientras sus ojos se cruzaban en miradas chispeantes.

Se deslizó grácil hacia la tierra verdosa, posándose delicadamente en una hermosa flor que se esponjó para ella.

Cerró los ojos al entorno y los abrió a su interior, a esos pensamientos en los que daba forma a su vida al lado del ser que había conquistado su existencia.

Sí, su vida, su razón de existir, ahora eran de él.

Todo era de dimensiones distintas. El anochecer, era un introducirse en los mundos del no ser, sólo una espera obligada. Las horas que transcurrían en ese trance, el camino para llegar hasta él. El despertar, era la ilusión convertida en realidad, hecha ser luminoso, radiante, hermoso como ningún otro.

Quedaban en ese paraje rodeado de flores, bordeado por árboles de altura celestial, de arbustos algodonados donde se amaban sin recato, con absoluta devoción el uno por el otro.

La separación era dolorosa a pesar de ser efímera, pues permanecían unidos largo tiempo entre caricias y risas, charlas y paseos. Sin embargo, día tras día, el atardecer llegaba calladamente para separarlos de nuevo.

Jamás podrían abrazarse en la negrura de la noche. Nunca podrían compartir el sueño con las alas pegadas y sus piernas enredadas. No podrían sentir la necesidad de acariciarse bajo las estrellas y la luna sonriente a lomos de un nenúfar navegante.

Él, triste, se alejaba de su amada ascendiendo a las alturas con pesadez absoluta, con la desgana propia del amante enamorado que no dejaría nunca a su amor acompañada de la soledad abrumadora. Ella, lo miraba alejarse con el corazón encogido y lágrimas en su rostro de hada.

Volvería la mañana y con ella el sol. Lo sabía y sin embargo, cada paso que los separaba era un puñal clavado, un dolor insoportable e incurable. Más, con la certidumbre de que sería así eternamente o al menos hasta que su ciclo vital se la llevase a ella hacia el mundo donde las hadas dormían sin despertar.

El sol, capacitado para transformarse, lo hizo por diversión. No podía imaginar enamorarse de una de esas haditas que retozaban entre la espesura y que observaba divertido entre sus rayos calurosos.

Fue pensado y hecho.

Ahora sentía como si sus propios rayos se hubieran invertido en contra de él, cada vez que había de separarse de esa piel sedosa, de esos cabellos de espuma, de esas alas de encaje que lo envolvían por entero. No se hubiese arrepentido de no saber que el final estaba pronto, que su adorada tenía los días contados y su amor tocaba a su fin.

Estaba rendida por el cansancio y el deseo satisfecho. Sus miradas preñadas de amor eran torrentes lacrimógenos. Ella y él, él y ella abrazados sabiéndose ya alejados para siempre.

Eligió unas hojas tiernas para el sueño definitivo y durmió…

Ese amor sublime se hizo leyenda, se hizo cuento para las pequeñas hadas nacidas cuando la protagonista ya marchó a tierras de ensueño.

Contaban, que una lluvia dorada inundó el bosque iluminándolo todo de forma espectacular. A partir de ese momento y tras el llanto dorado, el sol nunca más volvió a brillar en ese rincón, convirtiéndose en una zona oscura y húmeda.

Los que se atrevieron a penetrarla contaban entre suspiros que habían visto un pequeño lugar resplandeciente, una especie de burbuja, en la que podía verse al hada hermosa dormida … y constantemente iluminada…

Marinel

lunes, 1 de diciembre de 2008

EL MISTERIO DEL RELOJ

Sabrina encontró la caja ese día, casualmente, mientras revolvía trastos viejos en el desván, en busca de un disfraz para el acto escolar de su hija.

En un comienzo pensó hacerla a un lado, puesto que tenía muchos quehaceres pendientes, y más aún porque se sentía fastidiada en medio de esa molesta pátina de polvo que cubría la habitación en desuso. Pero creyó oír un extraño sonido en el interior de la caja, que llamó su atención.

Entre la maraña de objetos viejos, se destacaba un estuche azul. Sus dedos curiosos fueron directo a él, y allí descubrió un reloj de plata que jamás había visto antes, muy fino, con sus propias iniciales grabadas. Intrigada, lo acercó a su oído, pero no funcionaba, obviamente. Quién sabe cuánto tiempo haría que estaba abandonado allí… debería preguntarle a su esposo si era suyo, aunque esas iniciales…

Una tarjeta se desprendió de la base del estuche, con algunas líneas impresas:

Las agujas plateadas del reloj
se habían oxidado.
Las horas, los minutos se alargaban
como por encanto.
La ilusión del tiempo se quebró
en un infantil llanto
y la esfera celeste daba vueltas,
con lentos pasos.

No solía leer poesías, no las comprendía. Sin interés, guardó rápidamente el reloj. Ya se le estaba haciendo tarde para preparar la cena… Pero otra tarjeta apareció ante su vista:

La tierra sedienta y agrietada
entró en un letargo
y a gritos pedía su bebida,
trago a trago.
Las tiernas raíces y las flores
en su manto de hojas secas y terrones grises
pedían amparo.

¿De quién sería ese reloj? ¿Qué significarían esos versos?

Un viento fuerte que se había desatado en ese preciso instante entró por la ventana e hizo volar las tarjetas de su mano. Miró hacia fuera… negros nubarrones amenazadores cubrían el cielo, que había amanecido despejado horas atrás. En su jardín, donde solía trabajar afanosamente para mantener resplandecientes sus rosas y jazmines, ahora percibía signos de debilidad, donde la tierra reseca se abría como si no hubiera sido regada por largo tiempo.

Buscó las tarjetas esparcidas y releyó cuidadosamente cada palabra, esforzándose por comprender las metáforas encerradas en ellas, y presintiendo que tenían relación con ese misterioso reloj y con ella misma.

Tomó nuevamente el estuche. Una sonora carcajada la sorprendió, haciéndole perder el equilibrio y erizándole la piel. El temor recorrió su columna vertebral, a la vez que un relámpago se dibujaba tímido en el cielo.

Temerosa, volteó las tarjetas y en su dorso continuó leyendo:

Pero el obstinado reloj,
absurdo, abstracto,
prorrumpía en burlonas carcajadas,
soez, empecinado.
Los truenos se ahogaban en su propia garganta,
en sobresalto,
y el cielo sin estrellas suspiraba,
aguardando un milagro.

Intimidada, Sabrina creyó que había desatado involuntariamente algún antiguo maleficio, y a pesar de las burlas y risas que profería el objeto, lo puso en hora y le dio cuerda, en un desesperado intento de retornar a la realidad.

Un penetrante silencio ocupó el espacio durante pocos segundos, que permitió dejar oír un leve tictac desde el corazón de aquel reloj… El viento enfurecido comenzó a calmarse y dar paso a los truenos, que se hicieron escuchar con plenitud y fuerza… y la enorme bolsa de agua estalló. La lluvia, alegre y vivificante, comenzó a palpitar, inundando las bocas sedientas de la vida y devolviendo el mágico encanto a su jardín.

Sabrina guardó su reloj y se ocupó de que siempre estuviera en funcionamiento y sincronía. Jamás se había atrevido a contar lo sucedido en aquella ocasión, pero con el transcurso del tiempo comprendió que no eran casuales sus iniciales inscriptas allí.

Un torbellino de ideas la invadía… reposo, movimiento… acción, reacción… causa, consecuencia… Sus acciones y sus pensamientos repercutían sobre su entorno, era parte de él y era responsable por él, pero debía comenzar partiendo de su propio ser. Su vida sin emociones –cómoda, por cierto- le daba seguridad pero nada más. Su resistencia al cambio hubiera permanecido invariable por mucho tiempo, si aquel día no hubiera descubierto que ella también podía dar cuerda a su propio corazón, el que una vez activado, no tendría marcha atrás, como aquel reloj de plata… como la vida misma…

@Patrulich