“Cuenta la leyenda, que allá en la infancia de los tiempos, cuando aún el hombre vivía junto a los dioses y éstos lo trataban como a un semejante, existió un poderoso rey, el más grande entre todos los soberanos de la Tierra conocida, llamado Quian Chu. Se creía por entonces, que este importante monarca, amado y respetado por todos sus súbditos, era hijo y hermano de las más bondadosas deidades que en aquellos remotos tiempos concedían sus favores a los mortales. Su paciencia con sus iguales y su compasión con los inferiores, le elevaron hasta ese privilegiado lugar entre los imperecederos todopoderosos al que sólo unos pocos podían acceder.
Quian Chu no fue el único rey sabio entre los inmortales, pero sí que fue el último. Porque fue también bajo su reinado cuando el impredecible destino quiso que ocurriese lo inevitable. No se sabe cuándo ni cómo fue sembrada la semilla del rencor y la ira que por entonces brotó, lo único cierto es que este piadoso monarca tuvo que sufrir la humillación de huir de su país y abandonar a sus súbditos a causa de la envidia que suscitó en otro soberano vecino, de nombre Chan Tyen. Este otro rey, perverso y tiránico, no pudiendo soportar por más tiempo el desprecio que hacia él tenían todos sus ciudadanos, y movido por la envidia y la codicia, decidió conquistar por la fuerza el reino de su pacífico vecino, pensando que así podría obtener todos los beneficios que su enemigo ostentaba. Por supuesto, lo único que consiguió fue iniciar una época de dolor, odios y resentimientos, la cual provocó además la deserción de todos los dioses piadosos, quedando la raza humana desvalida y a merced del sufrimiento. Esa situación ha derivado hasta nuestros días, sin que se haya podido volver a encontrar la armonía perdida en aquellos tiempos.
Cuenta además la leyenda, que el desterrado Quian Chu huyó hacia las montañas nevadas buscando el refugio y la compañía de sus más cercanas deidades. Pero no se fue solo, con él marcharon sus más leales súbditos portando todo su tesoro más preciado y valioso, con la idea de evitar que el invasor se apoderase de él. Por aquellas escarpadas cumbres vagaron durante décadas morando en las más oscuras y sombrías cavernas, y se dice que fueron depositando parte de este tesoro en cada rincón que le ofrecía cobijo, dejando a su vez enigmáticas señales que mostrasen su exacto paradero, con la idea de que esta importante herencia de incalculable valor no se perdiese para siempre en el olvido.
Los más sabios aseguran que sólo una persona de corazón puro y nobleza sublime podrá descifrar y comprender estos arcanos símbolos que muestran el lugar exacto donde se encuentra oculto el tesoro extraviado. Y una vez que consiga hallarlo y devolverlo a su lugar de origen, será repuesto al fin en el lugar que le pertenece el inestimable y legítimo legado de Quian Chu, devolviendo a esta tierra el perdido favor de los dioses y acabando de una vez por todas con la ira, el odio y el rencor acumulados desde entonces.”
Fue así como me contó mi anciano abuelo aquella antigua historia, al igual que él la oyó de boca de su padre, y al igual que tantos otros la contaron desde tiempos inmemoriales, haciéndola sobrevivir hasta nuestros días. Confieso que, a mi corta edad, quedé extraordinariamente impresionado, como sólo un niño puede estarlo. También recuerdo haberle agobiado con cientos de preguntas sobre aquel maravilloso tesoro perdido y sobre la plausible posibilidad de ser yo el héroe que lo encontrase y lo devolviese a su reino. Aquella remota leyenda desbordó mi imaginación de efebo inquieto; quería saber dónde se encontraban esas montañas tan enigmáticas, qué peligros me acecharían, cómo podría afrontarlos, qué tipo de armas necesitaría llevar y un montón de cuestiones técnicas más por las que tan sólo un chico curioso es capaz de preocuparse. Sus respuesta fueron también las que cualquier adulto ofrece a un menor ilusionado, totalmente intranscendentes y olvidadizas; excepto una de ellas, que quedó relegada en aquel lugar de la memoria reservado tan sólo para las grandes verdades y que a menudo suele confundirse con el olvido. Cuando le interrogué por las armas que debería de llevar para afrontar los peligros, él me respondió: “el hierro acerado no podrá acabar jamás con los temibles monstruos que campan por aquellos siniestros parajes, mi querido nieto. Solamente la perseverancia, la paciencia y una fe ilimitada podrán ayudarte a conseguir el éxito en tamaña proeza.”
Por entonces no comprendí muy bien a lo que se refería mi abuelo, yo prefería pensar en relucientes armaduras, grandes espadas doradas y poderosos escudos indestructibles, lo único que mi desbordante imaginación me decía que serviría para aniquilar a los crueles dragones alados o a los voraces gigantes de doble cabeza que sin duda custodiarían semejantes reliquias tan deseadas. Sólo el tiempo fue capaz de mostrarme cuanta razón tuvo mi abuelo.
Muchos años hubieron de transcurrir hasta que me decidiese a emprender el viaje de mi vida, aquel que me condujese por aquellos parajes inhóspitos de las cumbres nevadas que delimitan los confines de nuestra civilización. Una vez dejada atrás la exuberante vegetación y el delicioso trinar de los pájaros multicolores, y habiendo alcanzado para mi pesar la aridez de la roca desnuda y afilada, hube por fin de hallar aquellas místicas cavernas de las que tanto había oído hablar desde pequeño. Pero cual no fue mi sorpresa al comprobar que no me encontraba solo; ¡allí habitaban personas! Seres extraños y taciturnos que apenas tenían relación los unos con los otros, y que además vivían en la más absoluta precariedad... aunque a pesar de ello, todos se mostraban felices y eran generosamente acogedores. Por supuesto que a estas alturas de mi vida no esperaba ya encontrarme con los monstruos imaginados en mi niñez, pero aquello me resultó altamente desconcertante. Pensé que si por allí había habido alguna vez algún tesoro, ya debería haber sido encontrado por estas personas, a juzgar por el tiempo que todos llevarían vagando por aquellos rincones, cosa que deduje por la extremada vejez de algunos de ellos, cuya edad resultaba del todo incalculable.
Y efectivamente así resultó ser. Todos ellos habían hallado ya el tesoro oculto de Quian Chu, y lo portaban consigo, en su interior. Tampoco tuvieron inconveniente alguno en compartirlo conmigo; esa era su misión. Durante largos años conviví con estos monjes ascetas portadores del mensaje de paz y humildad que había conseguido sobrevivir hasta nuestros días en aquellas montañas lejanas. Fue entonces cuando cobraron sentido las inescrutables palabras de mi abuelo, ya que sólo con una inquebrantable perseverancia, paciencia y una fe ilimitada pude reducir a los monstruos que habitaban en mi mente, y sólo entonces pude descubrir el importante legado de conocimientos y sabiduría que el gran monarca de la antigüedad dejó en este mundo. Legado que ahora me toca a mí transmitir a todo aquel que lo quiera escuchar.... Pero esto pertenece ya a otra historia.
Pedro Estudillo
Quian Chu no fue el único rey sabio entre los inmortales, pero sí que fue el último. Porque fue también bajo su reinado cuando el impredecible destino quiso que ocurriese lo inevitable. No se sabe cuándo ni cómo fue sembrada la semilla del rencor y la ira que por entonces brotó, lo único cierto es que este piadoso monarca tuvo que sufrir la humillación de huir de su país y abandonar a sus súbditos a causa de la envidia que suscitó en otro soberano vecino, de nombre Chan Tyen. Este otro rey, perverso y tiránico, no pudiendo soportar por más tiempo el desprecio que hacia él tenían todos sus ciudadanos, y movido por la envidia y la codicia, decidió conquistar por la fuerza el reino de su pacífico vecino, pensando que así podría obtener todos los beneficios que su enemigo ostentaba. Por supuesto, lo único que consiguió fue iniciar una época de dolor, odios y resentimientos, la cual provocó además la deserción de todos los dioses piadosos, quedando la raza humana desvalida y a merced del sufrimiento. Esa situación ha derivado hasta nuestros días, sin que se haya podido volver a encontrar la armonía perdida en aquellos tiempos.
Cuenta además la leyenda, que el desterrado Quian Chu huyó hacia las montañas nevadas buscando el refugio y la compañía de sus más cercanas deidades. Pero no se fue solo, con él marcharon sus más leales súbditos portando todo su tesoro más preciado y valioso, con la idea de evitar que el invasor se apoderase de él. Por aquellas escarpadas cumbres vagaron durante décadas morando en las más oscuras y sombrías cavernas, y se dice que fueron depositando parte de este tesoro en cada rincón que le ofrecía cobijo, dejando a su vez enigmáticas señales que mostrasen su exacto paradero, con la idea de que esta importante herencia de incalculable valor no se perdiese para siempre en el olvido.
Los más sabios aseguran que sólo una persona de corazón puro y nobleza sublime podrá descifrar y comprender estos arcanos símbolos que muestran el lugar exacto donde se encuentra oculto el tesoro extraviado. Y una vez que consiga hallarlo y devolverlo a su lugar de origen, será repuesto al fin en el lugar que le pertenece el inestimable y legítimo legado de Quian Chu, devolviendo a esta tierra el perdido favor de los dioses y acabando de una vez por todas con la ira, el odio y el rencor acumulados desde entonces.”
Fue así como me contó mi anciano abuelo aquella antigua historia, al igual que él la oyó de boca de su padre, y al igual que tantos otros la contaron desde tiempos inmemoriales, haciéndola sobrevivir hasta nuestros días. Confieso que, a mi corta edad, quedé extraordinariamente impresionado, como sólo un niño puede estarlo. También recuerdo haberle agobiado con cientos de preguntas sobre aquel maravilloso tesoro perdido y sobre la plausible posibilidad de ser yo el héroe que lo encontrase y lo devolviese a su reino. Aquella remota leyenda desbordó mi imaginación de efebo inquieto; quería saber dónde se encontraban esas montañas tan enigmáticas, qué peligros me acecharían, cómo podría afrontarlos, qué tipo de armas necesitaría llevar y un montón de cuestiones técnicas más por las que tan sólo un chico curioso es capaz de preocuparse. Sus respuesta fueron también las que cualquier adulto ofrece a un menor ilusionado, totalmente intranscendentes y olvidadizas; excepto una de ellas, que quedó relegada en aquel lugar de la memoria reservado tan sólo para las grandes verdades y que a menudo suele confundirse con el olvido. Cuando le interrogué por las armas que debería de llevar para afrontar los peligros, él me respondió: “el hierro acerado no podrá acabar jamás con los temibles monstruos que campan por aquellos siniestros parajes, mi querido nieto. Solamente la perseverancia, la paciencia y una fe ilimitada podrán ayudarte a conseguir el éxito en tamaña proeza.”
Por entonces no comprendí muy bien a lo que se refería mi abuelo, yo prefería pensar en relucientes armaduras, grandes espadas doradas y poderosos escudos indestructibles, lo único que mi desbordante imaginación me decía que serviría para aniquilar a los crueles dragones alados o a los voraces gigantes de doble cabeza que sin duda custodiarían semejantes reliquias tan deseadas. Sólo el tiempo fue capaz de mostrarme cuanta razón tuvo mi abuelo.
Muchos años hubieron de transcurrir hasta que me decidiese a emprender el viaje de mi vida, aquel que me condujese por aquellos parajes inhóspitos de las cumbres nevadas que delimitan los confines de nuestra civilización. Una vez dejada atrás la exuberante vegetación y el delicioso trinar de los pájaros multicolores, y habiendo alcanzado para mi pesar la aridez de la roca desnuda y afilada, hube por fin de hallar aquellas místicas cavernas de las que tanto había oído hablar desde pequeño. Pero cual no fue mi sorpresa al comprobar que no me encontraba solo; ¡allí habitaban personas! Seres extraños y taciturnos que apenas tenían relación los unos con los otros, y que además vivían en la más absoluta precariedad... aunque a pesar de ello, todos se mostraban felices y eran generosamente acogedores. Por supuesto que a estas alturas de mi vida no esperaba ya encontrarme con los monstruos imaginados en mi niñez, pero aquello me resultó altamente desconcertante. Pensé que si por allí había habido alguna vez algún tesoro, ya debería haber sido encontrado por estas personas, a juzgar por el tiempo que todos llevarían vagando por aquellos rincones, cosa que deduje por la extremada vejez de algunos de ellos, cuya edad resultaba del todo incalculable.
Y efectivamente así resultó ser. Todos ellos habían hallado ya el tesoro oculto de Quian Chu, y lo portaban consigo, en su interior. Tampoco tuvieron inconveniente alguno en compartirlo conmigo; esa era su misión. Durante largos años conviví con estos monjes ascetas portadores del mensaje de paz y humildad que había conseguido sobrevivir hasta nuestros días en aquellas montañas lejanas. Fue entonces cuando cobraron sentido las inescrutables palabras de mi abuelo, ya que sólo con una inquebrantable perseverancia, paciencia y una fe ilimitada pude reducir a los monstruos que habitaban en mi mente, y sólo entonces pude descubrir el importante legado de conocimientos y sabiduría que el gran monarca de la antigüedad dejó en este mundo. Legado que ahora me toca a mí transmitir a todo aquel que lo quiera escuchar.... Pero esto pertenece ya a otra historia.
Pedro Estudillo
11 comentarios:
una historia con mucho encanto y muy bien narrada, me ha encantado. besos
Pedro en pensado el leerlo en los monjes del Tibet, en su filosofía mística, en su afán por hallar la paz, en su ancestral sabiduría y ese habitar en las altas montañas...en esos paisajes de piedra afilada...
Me ha encantado.
Además está escrito como sueles hacerlo tú:maravillosamente.
Mi más sincera enhorabuena.
Besos del interior.
Pedro, tu cuento es un tesoro en sí mismo, maravilloso desde todo punto de vista y con una narrativa amena y precisa.
Confieso que no había leído nada tuyo hasta el momento, y me has tocado el corazón.
En otras palabras, me encantó!
Mi más sincera felicitación y un abrazo!
Pedro, una delicia leerte, como siempre...
Sigue habiendo historias así, incluso hoy día.
Personas, seres que nos trasmiten esos conocimientos, esos tesoros que no se pueden tocar pero que regalan la paz y la felicidad, Ningún tesoro más valioso.
Gracias amigo, por este fantástico viaje..
Natacha.
Muy bien narrada. Veo con alegría que el blog sigue tan activo. En la próxima me apunto.
Besos,
Shanty
¡Fabuloso relato! Me ha dejado con una gran sonrisa...de verdad es maravilloso.Hallar esas señales en el camino de la vida habla de una conversación permanente con el propio espíritu y llegar así a descubrir el significado de metáforas que en la cotidianidad se nos presentan y a veces no distinguimos. De verdad ha sido un gustazo leerte.
Felicidades
Haydeé :)
Qué fascinante viaje por los horizontes de la conciencia...
Hermoso relato... Me ha dejado volando... Volando entre las imágenes de lo imposible, que es tan solo lo que desconocemos..
Me ha encantado... Realmente inspirador y profundo.
un beso..
Interesante y enigmática historia. Entretenida de principio a fin. Esperaremos esa otra de la que hablas al final. Saludos
Pedro una verdadera maravilla, todos los tesoros mas valiosos estan dentro de cada uno de nosotros ;)
Felicidadessss
Besitosssssss
Me ha encantado tu historia Perdo, aunque sin dudarlo me quedo con el sabio consejo del abuelo: “el hierro acerado no podrá acabar jamás con los temibles monstruos que campan por aquellos siniestros parajes, mi querido nieto. Solamente la perseverancia, la paciencia y una fe ilimitada podrán ayudarte a conseguir el éxito en tamaña proeza.”
¡Cuánta razón encierras esas palabras!
Un beso
Maravilloso... espléndido tu relato, amigo Pedro!
Lleno de mensajes y ocultos hermetismos, los cuales no lo están cuando se mira hacia el lugar adecuado... ¿cuál sería este? Para mí donde el inicio verdadero marca las pautas, y por ende, el camino o sendero. Para ello, ir sin divagar y encontrar la génesis de todo sería un buen primer paso. Tu relato contempla esto, y lo descubre cada palabra llevando al lector a un único lugar, que no es una conclusión ni acertijo, sino una realidad que está más allá de lo que aprecian los cinco sentidos...
Un fuerte abrazo y mi felicitación.
Emig
Publicar un comentario