ESTAMOS PUBLICANDO AHORA LOS RELATOS DE: GÉNERO: "LIBRE"; TEMA: "EMPECEMOS JUNTOS".

ÓRDEN DE PUBLICACIÓN EN EL LATERAL DEL BLOG. DISFRUTAD DE LA LECTURA, AMIGOS.


jueves, 30 de abril de 2009

LUCÍA


Llueve en una ventana que no existe

y recuerda otra ventana inundada de sol

mientras se desvanecen sus pasiones

en la efímera hoguera de otro sueño:

algunos trapos viejos, lentejuelas

una peluca rubia y cremas para el viaje...

el maquillaje, mezclado con las lágrimas

tiene el sabor del mar y sus despojos.


Lucia, detrás de esa lluvia vuelve...

el rostro hacia nadie; la copa, la música...

está sola, desciende a los tugurios del espejo

como quien va de paso al antro que conoce

como quien cruza las calles sin sosiego

para embriagarse solo con su sombra

los labios rosas que posa en el espejo

la devuelven una mueca...

como si fuera hermosa

solo entonces recuerda

una ventana al sol y algún abrazo

y besos... como golpes de mar

pero Lucia... no conoce el mar.


21 gramos de Alma

martes, 28 de abril de 2009

UN MOMENTO PERFECTO

Era la hora del paseo de la noche. Hacía frío, pero no le gustaba llevar mucha ropa encima, más tarde le incomodaría. Cogió una chaqueta fina, su gorra blanca de los Detroit Red Wings, sin dejar de admirar por enésima vez el bonito logo de la rueda y las alas, y su inseparable libro, y salió.

Iba distraído, mirando a todos los lados, y a ninguno… Las mismas tiendas, ya cerradas desde el anochecer; las mismas pandillas de adolescentes dando rienda suelta a sus hormonas, con gritos y fanfarronadas, para llamar la atención de unas precoces aprendices de mujer, que, pintadas hasta el absurdo, reían y comentaban, escondiendo su rubor dentro del grupo; las mismas parejas de ancianos que salían del baile; la misma playa, alisada por el viento que la había azotado durante toda la tarde, convertido ahora en una suave brisa; el mismo mar en calma, con el leve sonido de pequeñas olas rompiendo en la arena; los mismos bares, con la misma gente, viendo el mismo deporte, el fútbol…

—Por que serás tan diferente...—Pensaba...— Toda esta gente… Y tú, paseándote con un libro, y con un frío que pela.

Se quitó la gorra. Comenzaba a sudar. Su cabeza, afeitada, desprendía un leve vaho. Se sentó en el mismo banco que le había servido para ajustarse los cordones de su calzado. Dejó el libro a su derecha, y miró hacia el mar…

Era… un momento perfecto.

La luna brillaba, baja, muy baja, casi en la línea del horizonte. Su luz, y su reflejo en el mar, sobre unas aguas calmadas, impedían ver las estrellas en aquella dirección. El suave rumor de las olas, era lo único que percibían sus oídos. La playa, sin pisadas que rompieran su monótona superficie, parecía un gigantesco bloque de helado de turrón.

—Hola Luís

Allí estaba…Con su pelo suelto cayéndole graciosamente hacia uno de sus hombros, con sus ojos verde esmeralda mirándole fijamente, encogida de frío, con las manos dentro de los bolsillos de una cazadora negra, con un pantalón vaquero ajustado, y unos zapatos con un poco de tacón, que parecían incomodarle.

Apartó el libro, y extendió su mano.

—Estás helada. Siéntate.

Ella se sentó, y se dejó abrazar. Apoyó la cabeza en su hombro. Su aroma, el olor de su pelo recién lavado, y todavía algo húmedo, sacudió hasta la última célula de su cuerpo. Acarició su mejilla, sin dejar de mirarla. Ella le correspondió con una sonrisa, interrumpida, únicamente, por la tiritona que no había cesado desde que llegara.

Volvió a mirar al horizonte, a la luna, cuyo brillo casi molestaba, al mar resplandeciente. Volvió a escuchar la música de las olas, y sonrió al imaginarse travieso, junto a ella, rompiendo la playa con cientos de juguetonas pisadas.

Cerró los ojos unos instantes. Giró la cabeza, buscándola… A su lado únicamente había un libro. El libro que nunca había dejado de estar allí. Sólo había sido un momento perfecto. Otro maldito momento perfecto.

Calvarian

domingo, 26 de abril de 2009

LÁGRIMAS DE MEDIA NOCHE


María miraba triste a su abuelo, llovía y no podía salir a jugar al jardín, hacia días que no dejaban de llorar los Ángeles, aquel salón se le antojaba pequeño. Había terminado de pintar todos sus libros de dibujos, en la televisión repetían una y otra vez los mismos dibujos, y no le gustaba leer, a pesar de que en aquella casa había una de las bibliotecas mas grandes que había visto nunca. Simplemente no le atraían aquellos tomos con gruesas letras y con escasas ilustraciones. En tardes tan aciagas su abuelo solía acariciar los lomos de piel vetusta y elegía uno para contárselo, con ella sentada en su regazo, pero hoy no le apetecía escuchar ningún cuento, simplemente dejaba correr las horas, para ver si su mama llegaba pronto a recogerla, en casa tenía muchas muñecas y juegos electrónicos que el abuelo le había prohibido usar en su salón.

Con aire distraído el anciano le propuso a la niña contarle una historia preciosa que ocurrió hacia muchos, muchos años, tantos que nadie era capaz de recordar cuantos, la voz profunda y cálida del abuelo capto la atención de la bulliciosa niña que sonrió y se sentó sonriente a sus pies, y así comenzó a narrar cada vez más lejos de aquel salón y de butacón de orejeras en el que estaba sentado. Hace muchos años, mas de los que soy capaz de recordar. no había un lucero que rigiera el dia, y otro que gobernara la noche. La linea que separaba la claridad tibia del día y la oscuridad gélida de la noche no eran tan palpables como las conoces tú. El cosmos era una gran pelota en la que estaban todos los cuerpos celestes, entre ellos no había ningún espacio vacío, y ejercían una compresión de tal forma que se mantenían siempre formando un todo. En esa gran pelota convivían Lorenzo un muchachote ardiente y de bucles dorados, y Catalina una dama primorosa y gélida, de una belleza singular, los planetas que te enseñan en el colegio, y millares de luceritos unos mas grandes y otros mas chicos. Desde que nacían se les enseñaba la norma básica, nadie se puede mover de su sitio hasta que otro ocupe su lugar, era un movimiento lento, pero todos podían desplazarse, para jugar, charlar, o chismorrear.

La vida en el cosmos era divertida, los luceritos jugaban, sus madres vigilantes charlaban entre ellas como cualquier madre en la puerta del colegio, un día coincidieron codo con codo Lorenzo y Catalina, se miraron a los ojos y ella quedó deslumbrada ante aquel ardoroso muchacho que desplegaba una gran sonrisa, ambos eran amigos de la Tierra que divertida miraba las mejillas coloradas de Catalina ante el arrobamiento de aquel zagal. pasaron horas y horas charlando y los planetas eran los que se desplazaban para obtener la calidez que desprendía Lorenzo o embelesarse con el misticismo de Catalina, su felicidad era plena. La luna que era una mujer friolera había conseguido quien caldease su existencia y el sol que por momentos se abrasaba conseguía refrescarse al lado de tan bella dama. Las discusiones se zanjaban entre los integrantes de la gran mole poniendo distancia entre medio y difícilmente si no se quería se coincidía en aquella gran mole de cuerpos celestes.

Un día Lorenzo y Catalina cogieron una rabieta tan fuerte que decidieron separarse, el sol con ese vozarrón que le caracterizaba grito por favor que alguien ocupe mi lugar a ver si la Luna abre los ojos y ve la locura que esta cometiendo, y allí acudió Marte para que el sol pusiera distancia con su adorada amada. Los días iban pasando y Catalina tiritaba de frío, pero su orgullo le impedía pedir perdón a Lorenzo quien iba languideciendo al otro lado de la bola por la obstinación y el orgullo que la gobernaban, sus bucles se fueron apagando y el frío se apodero de todos los integrantes del cosmo. La Tierra un día preocupada le dijo a la Luna, Catalina mujer no ves que el orgullo no lleva a ninguna parte y se esta apagando la energía del sol sumido en el dolor que le causa tu lejanía. Pero ella muerta de frío no quería avanzar ni un solo paso para visitar al Sol. Habiendo fracasado con ella, la Tierra se acerco a Lorenzo y le rogó que diera el primer paso para reconquistar el amor de Catalina, pero el tampoco estaba dispuesto a seguir cediendo.

Ante la negativa de ambos de aproximar posturas la Tierra convoco al esto de cuerpos celestes por turnos para que ninguno de los dos se enterasen que estaban conspirando contra ellos, pero con tanto ir y venir las madres dejaron de vigilar a los luceritos y estos comenzaron a jugar al escondite sin darse cuenta de que estaban dejando espacios vacíos, que iba llenando el aire haciendo cuña entre los cuerpos celestes, hasta que se oyo una fuerte explosión y cada planeta fue disparado a un sitio, Lorenzo y Catalina se distanciaron mas que nunca, las estrellas se quedaron cerca de la luna para consolarla de la perdida que acaba de sufrir, el sol miraba a lo lejos a su amada sabiendo que ya nunca volverían a cruzarse sus caminos, y el resto de planetas desperdigados fueron cogiendo posiciones, el sol se quedo dando vueltas alrededor de su amiga la Tierra que le daba mensajes de Catalina. Unos días la Tierra le daba buenas noticias de la Luna y el brillaba con toda su fuerza, irradiando sus bucles hacia la Tierra que se calentaba a placer, otros días la tristeza que embargaba a Catalina le era transmitida y Lorenzo languidecía de dolor, sus rayos eran tan tenues que no lograba calentar a su amiga quien tiritaba de frío.

Poco a poco todos fueron comprendiendo que el orgullo les había llevado a esa situación y no había forma de cambiarla por mas que lo intentaran, no tenían suficiente magnetismo para volver a crear esa gigantesca bola que fueron en el pasado, los días iban pasando entre la alegría y el desespero, y todos los habitantes de la tierra eran capaces de notar los cambios de humor de Sol o de la Luna, pero no eran capaces de comprender que los provocaba. Un día Catalina acompañada de un séquito de luceros brillaba ufana en el firmamento cuando de repente las lagrimas le arrasaron sus preciosos ojos color perla, allí en un cala había un mujer morena de piel canela, que escucho el llanto de la dama blanca y sus palabras de amargura, gracias a ella conocemos tan bella historia.

Ahora Catalina y Lorenzo se conforman con un triste saludo cuando coinciden en el firmamento, el se va a dormir y ella comienza su reinado paseandose por la alfombra negra del firmamento, y solo una vez cada muchos muchos años, podian abrazarse durante escasas horas cuando se uno de los dos eclipsaba al otro, eran momentos emotivos que su amiga la tierra vivia con mucha emocion y un tiritera se apoderaba de ella no se sabia muy bien si por el frio o por los sentimientos que desprendian sus amigos. La niña que había conseguido estar callada todo ese tiempo bullía de ganas de acribillar a su abuelo con preguntas, pero una vez terminado el relato, parecia que seguía tan lejos como cuando lo habia comenzado. Abuelo, abueloooooooo, por eso llora algunas noches la luna y parece que se bañe en el mar?, si Maria por eso algunas noches Catalina llora y otras luce esplendida en el cielo.

Abuelo miraaaaaaa, acaba de salir la Luna y parece que me sonríe, María eso es porque sabe que ahora formas parte de un circulo muy reducido que conoce su secreto contesto el abuelo taciturno, un día tu también contaras a tus nietos esta historia, a mi me la contó mi abuelo una tarde de mucho viento, cuando era un mocoso como tú.

Carmina

viernes, 24 de abril de 2009

COMO HUMO...

Estaba oscuro. El y ella hablan en voz baja… se susurran en secreto…

—¡Hola rubia! ¿Todavía estás aquí?

—Sí, pero será por poco tiempo. No tendré tanta suerte como tú…

—Venga, no te desanimes. Ella es lista. Es posible que lo deje antes de que te toque a ti.

—No creas, estoy en el primer paquete. Y tú… ¿Cuánto hace que él lo dejó?

—Pues… casi un mes ya. Oye, ¿Sabes que estás preciosa hoy?

—¿Qué harás cuando yo me vaya? Ligarás con cualquiera que venga… aunque no es fácil encontrar una americana auténtica como yo… no te creas…

—Lo sé, eres especial para mí también. Sentí algo cuando llegaste… Eres… tan bonita…

—¿Has visto la casa?

—Apenas, cuando vine era casi de noche. Y como tienen esa manía de meterte en un cajón sólo llegar… Pero el día que me trajeron había un niño pequeñito. Que parece que le gusta abrir los cajones.

—¿Un niño? ¿Y… qué es? Sólo he visto hombres. Allí en la fábrica… Pero seguro que tú nunca has visto un negro.

—¿Negro? ¿Cómo negro?

—Sí, un hombre negro. Con la piel completamente negra. Le vi de refilón, antes de que pusieran el sello a mi paquete. ¡Chico! Era completamente negro…

—¡Qué raro! Nunca lo había oído antes… Pero claro, dicen que en América se ven cosas muy raras...

—Pero, Venga, cuéntame lo del niñito.

—Ah, pues es como… un hombre, pero bajito, joven, como un cachorro y ¿Sabes una cosa?

—¿Qué?

—A los niños les está prohibido fumar.

—Y ¿Por qué? No lo entiendo. Entonces… si los hombres no crecieran… No nos quemarían. Creo que me gustan los niños.

—Si, éste era muy hermoso. Era rubio, como tu. Su pelo me recordaba al trigo dorado en verano. ¿Sabes a qué me refiero? Ese color suave…

—Claro que lo sé. A veces recuerdo cómo el viento me acariciaba, cuando solo era una gran hoja libre…

—Creo que me estoy enamorando de ti.

—No digas, eso… no lo hagas. Me iré pronto. Muy pronto.

—Me gustaría acariciar tu cuerpo, como hacen ellos… Pero no tengo manos.

—Dicen que si nos fumaran a la vez… Conocí a una, que me contó, que dos que se enamoraron, se amaron el aire, cuando eran humo… así es posible.

—Sí, que hermoso…. Pero mira, ahora él ha dejado de fumar...

—¡Silencio! Alguien viene.

Una mujer se acerca al cajón que hay bajo la tele, allí guarda su tabaco y un paquete del marido, que dejó de fumar hace un mes…

- Espera, voy a coger un paquete de tabaco. Se me ha terminado el que tenía en el bolso.

—Si, hija… Oye, ¿no tendrás por ahí un cigarrito de los que me gustan?

—Pues mira, papá, no deberías fumar, pero voy a darte una alegría. Juan dejó por ahí un paquete y quedan algunos cigarrillos. ¿Quieres uno de éstos?

—Si, anda trae, antes de que venga tu madre y me pille.

—Ay, papá pareces un niño chico… Anda vamos a sentarnos en el sofá y te acompaño con una copita de vino.

Ambos se sientan a charlar.

Encienden cada cual su cigarrillo y entonces…

—¡Qué extraño! ¡Mira qué cosas tan raras hace el humo de tu cigarro y el mío!

—Es cierto, Parece que se entrelazan…

—Son como dos amantes… bailando…

Natacha.

miércoles, 22 de abril de 2009

CLARO... OSCURO

Observo el campo de batalla… a lo lejos, el castillo anhelado de un reino inmaterial carcome mi deseo… se acrecienta en mi, una angustia eterna que se repite, se repite, se repite, una y otra vez desde la eternidad trágica de mi esencia…me pregunto, situada en la atemporalidad de nuestras vidas, ¿te veré en el último ocaso o en el último amanecer, cuando el destino marcado decida apagar tu luz o mi vida?… da igual, conozco de antemano el fin…muerte…una muerte que se altera en cada nueva vida por la voluntad de dioses implacables que desconocen el amor que se ha dado en cada nuevo despertar… nuestro destino está sellado, soy la reina de un reino de hastío y soledad, tu el soberano de mi alma, mi mente y mi cuerpo… aunque te desee, está entre los dos una marcada brecha que solo nos permite contemplarnos silenciosamente, siempre a la misma distancia…

Mi visión se nubla, el mismo decorado y la misma absurda ilusión, pretender un empate o la caiga de mi reino por un amor…la batalla inicia… mis tropas pausadamente se lanzan frente al enemigo… aquellos que nacieron para sacrificar sus vidas, encabezan la batalla…avanzan tímidamente con el miedo en los ojos esperando el encuentro aniquilador… en el centro del campo, los primeros combates… de bando y bando los cuerpos destrozados caen inertes… el paisaje en blanco y negro se torna ahora rojizo por la acción inevitable de la batalla… sólo me queda soportar y rogar al cielo que tu vida o mi vida caiga en manos de aquel a quien amamos…en mi ruego, pido morir por tu espada, que nuestras miradas se entrelacen en el instante eterno de un nuevo adiós… o… ser la causante de tu caída, que sea a mí a quien entregues tu vida… sé que entre los dos, se ha creado por derecho el morir por amor…

Ahora, te veo a lo lejos, parado inmóvil, inquieto, aturdido, esperando que la causalidad te obligue a pelear… si bien, tu piel es oscura, te enrojeces de rabia, de impotencia, porque aunque no puedas decírmelo, sé que me amas… sólo espero mi momento… una tristeza incómoda se va apoderando de mi…acallo mi llanto… el destino me arroja velozmente hacia el enemigo… pienso sólo en ti, en este amor prohibido que nació desde la antípoda esencia que nos recubre, desde la perfección de los opuesto que se encuentran para formar un solo ser…

Sigo avanzando en busca de mi amor… a mi paso son abatidos por mi espada aquellos que también te aman, te veneran, te protegen… ven en ti su fin, su estar y perecer… yo por el contrario veo en ti mi todo, aquel a quien anhelo… aquel que me alienta en este espacio sin tiempo… aquel que con su amor, me ha permitido soportar por siglos reencarnar mi papel en este teatro…

Batallo aguerridamente, guiada por las manos de un dios que desconozco… inspiro sin voluntad a mis tropas hacia su victoria… me dejo llevar hacia mi deceso…sigo avanzando…cada vez estas más cerca… dos jinetes me acompañan, abren el paso, me protegen, saltan de un lado a otro intentando acorralarte, tus caballeros en vano te resguardan... pero el destino esta trazado…el último de tus protectores a caído…te refugias en una esquina… y yo en un segundo estoy ante ti… te miro fijamente…sonríes… y como un momento ritualizado esperamos las palabras que den un nuevo fin a nuestro atormentado amor…

…jaque mate…


FAUSTO

lunes, 20 de abril de 2009

¡QUÉ INJUSTA ES LA VIDA!

Desde la butaca en la tercera fila no se perdía detalle alguno. Lo que para algunos era demasiado cerca para Pedro era una distancia perfecta en aquel maravilloso espectáculo operístico. La música aparecía como bocanadas de aire fresco surgiendo desde el suelo hacia los palcos, y era atravesada por las voces de los cantantes como saetas lanzadas a sus oídos.

En un principio no hacía demasiado caso a la interpretación teatral; escuchaba la música y leía la traducción en la pantalla considerando que eso era lo importante, hasta que la principal voz femenina surgió ante él. Fue entonces cuando reparó en la juventud de la cantante; no era de edad madura ni su cuerpo presentaba excesos de los que pensaba eran necesarios para producir esa voz, y dejó de leer la traducción.

Su cuerpo era esbelto y fantásticamente proporcionado, sus manos delgadas movían alguna vez los delgados dedos con una dulzura y ritmo que le llamaron la atención. Se le quedaron clavadas en las retinas escenas en que la artista se llevaba una mano al pecho mientras con la otra hacía un giro como señalando al público de la tercera fila precisamente, siguiendo el movimiento con la cabeza y los ojos dulcemente cerrados, hasta que los abrió mientras cerraba la mano alzando el puño. Y a Pedro se le antojó que le miró a él fijamente.

Fueron segundos sin respirar, mirándola fascinado a los ojos que sentía clavados en sus pupilas, hasta que arrancó de nuevo la música y la bella artista se desplazó hacia el otro lado del escenario. Ya no había puesta en escena; le daba igual el movimiento de los objetos y del resto de personas que variaban la escena, ya que solo tenía ojos para ella.

Aparte de su voz, la música sonaba siguiendo sus movimientos, y no al revés; en una escena en que se descalzaba y se lavaba los pies y las piernas en un virtual riachuelo escuchó el chapoteo del agua y se imaginó esas piernas aireadas y esos pies descalzos acariciando la hierba. Fue el climax de sensación interior; las mejillas de Pedro se ruborizaron, comenzó a sudar y a lagrimear lentamente, el corazón saltaba llevándole casi a la asfixia y aún tardó en reponerse unos minutos; los que faltaban para llegar al final de la representación cuando se dio cuenta que todo el teatro aplaudía entusiasmado menos él.

Se aplaudía mientras los artistas saludaban mirando hacia los palcos y lanzando besos al público en general, pero Pedro no podía; solo podía mirarla, por primera vez sonriente, feliz; recibió un ramo de flores y siguió lanzando besos, posando los labios sobre sus dedos y volviendo a sonreír…

Hasta que cayó definitivamente el telón y tuvo que levantarse. Lentamente, siguiendo la fila de espectadores, llegó a la calle como en una nube, rememorando escenas y voces muy particulares, y de repente se vio parado ante la taquilla del teatro sin saber cómo había llegado hasta allí. Y por fin se le iluminó la cara; se acercó y preguntó si había aún entradas para el día siguiente, ultima representación. Compró la mejor de las que quedaban, un poco ladeada y en la séptima fila, pero la alegría no le cabía en el cuerpo.

Al día siguiente fue uno de los primeros en entrar. Esta vez acudió mucho mas acicalado que el día anterior, notando incluso como se le miraba desde algún palco. Tuvo tiempo para leerse el folleto y entender el tema que se desarrollaba en la obra y los últimos minutos antes de comenzar se le notaba nervioso y respirando profundamente para calmarse, algo que parecía imposible.

Por fin comenzó el espectáculo y para Pedro fue como si fuera la primera vez, con un exceso de entusiasmo asistió a las mismas escenas y de nuevo se le saltaban las lágrimas; incluso se sorprendió de no haber reparado en la espalda descubierta cuando la artista se viste de novia; una espalda perfecta, sin huesos exageradamente picudos, todo eran suaves redondeces y una piel lisa, sin imperfección alguna… Estuvo a punto de reír de placer; su entusiasmo casi le traiciona, así que al terminar fue el primero en levantarse del asiento y aplaudir, lo que hizo que la artista le mirase y sonriera notoriamente llevándose las manos a la boca y lanzándole el primer beso, esta vez con las dos manos; algo muy especial.

Esta vez Pedro estaba decidido; salió del teatro y se dirigió a la parte trasera a la espera de la soprano. Decidido pero nervioso esperó durante más de una hora hasta que la vio aparecer. Se quedó quieto, inmóvil y con las manos en los bolsillos que no se atrevió a sacar por no saber qué hacer con ellas. La observó desde apenas veinte metros, vestida de calle con una elegancia que pocas mujeres saben llevar, sus elegantes zapatos no dejaban ver sus hermosos pies, pero la falda dejaba ver la perfección de curvas de sus piernas. Ella saludó a algunas personas y en un giro de cabeza reparó en la presencia de Pedro; lo sonrió y se dirigió hacia él.

—He visto que te ha gustado. –dijo con acento extranjero.
—Sí, bastante. –contestó Pedro disimulando apenas su turbación.
—¿Sabes si está lejos el Hotel Carrión?
—Está muy cerca de aquí, puedo acompañarla si lo desea…
—¡De acuerdo! –y le cogió del brazo, siempre sonriente.

La turbación hizo que no salieran mas palabras de su boca, dieron unos pasos y Pedro pensó que tenía que decir algo, y mientras trataba de elegir frase llegaron a la esquina y apareció un hombre, moreno, alto, elegante que la miró y abrió los brazos. Ella se abalanzo sobre él y se fundieron en un fuerte abrazo. Tras unas palabras en un idioma ilegible ella se acercó a Pedro:

—Gracias, ya no hace falta que me acompañes. –y le dio un beso en la mejilla.

Pedro volvió a meterse las manos en los bolsillos del pantalón y observó a la pareja alejarse abrazados y felices. “¡Que injusta es la vida…”, pensó,”…para un hombre de catorce años!”


Tito Carlos

sábado, 18 de abril de 2009

LOCURA DE AMOR

La vida nos depara sorpresas a cada vuelta de esquina, en cada recodo del camino nos puede salir al paso una situación controvertida e inesperada. Ella podía dar fe de ello. No dudaba ni por un segundo que cualquiera que escuchara su historia, la tomaría por una mujer descentrada, inequívocamente perturbada.

Sonrió para sí. No le importaba en absoluto lo que el resto del mundo pudiese pensar sobre esa vivencia particular y exclusiva, que a otros ojos pudiera ser síntoma de locura. Sólo se sabía perdidamente enamorada y eso era más que suficiente para ella.

Viajaba por el ancho mar. Su mirada perdida en el horizonte azul y hermoso, donde la línea divisoria entre el cielo y el mar se difuminaba hasta desaparecer. Un sol intenso dejaba reposar sus rayos en la inmensidad marina. Un brillo reluciente salpicaba la superficie cuajándola de estrellas diurnas y acuosas. Se marchaba con sus maletas cargadas de sueños, sus pertenencias mundanas, y su amor en un rincón de una de ellas.

Lo llevaba con la intención de mostrarlo al mundo. Allá donde ya habían solicitado su presencia y donde no.

Lo adorarían, estaba segura de ello.

Jamás; sentirían la idolatría que ella hacia ese ser perfecto que la hacía sentir como nunca, como nadie la hizo sentir…

Recordó entre suspiros los días de cansancio infinito cuando sumergirse en el calor de un baño perfumado era su prioridad…

…La puerta se abrió dejando paso a una visión embriagadora. La bañera exhalaba vapores aromáticos. En su superficie, reposaban pétalos de flores encarnadas. Se podía observar pequeñas manchas aceitosas, que no eran sino una promesa acariciante para su piel. El entorno al lugar donde sumergiría su cuerpo, estaba iluminado por velas blancas, única luz de la estancia. Una ligera brisa penetraba por la abierta ventana. Una voz varonil, tras ver su mirada prendida en el ambiente, rompió el silencio:

-Lo necesitabas, ¿verdad?

El relajante baño dio paso a un encuentro pausado en principio, y pasional después, de dos seres amándose hasta absorberse.

Los días pasaban, y la mujer ansiaba el regreso a casa. Amaba profundamente a ese hombre que la hacía sentir mujer de los pies a la cabeza. Ya no había escondites en su cuerpo sin ser descubiertos. Palabras amorosas que sus oídos no hubiesen escuchado, sentimientos y sensaciones que no hubiesen experimentado.
Mantenían largas conversaciones, unas trascendentales, otras risueñas, otras en silencio…

Sintió que el día se acababa y un sentimiento perezoso se le instaló. Miró por el gran ventanal el paisaje agreste del descuidado jardín, al que había relegado al olvido. Una niebla mortecina se había aposentado en el ambiente, haciéndola sentir desasosiego. La perspectiva de que aquel amor pudiera romperse, la atemorizaba en extremo.

Sin embargo, era consciente de que tenía fecha de caducidad próxima. O quizá no…

Sentó su envarado cuerpo en la silla, mientras aferraba con ambas manos la pantalla del ordenador. Sus dedos eran reacios a ponerse a trabajar.

Quedó embelesada mirando las letras que emergían de la pantalla, su tez marfileña, era ahora de una palidez extrema.

Posó sus manos temblorosas en el teclado y comenzó su tarea.

Le parecía sentir su aliento en la nuca, sus dedos bajando por su espalda desnuda, sus labios en su oído…y todo fueron sensaciones que comenzaban a evaporarse conforme sus dedos tecleaban…

Jamás vio su rostro, mas, lo tenía grabado a fuego en su interior. Nunca escuchó su voz, pero sabía de cada una de sus entonaciones. Su piel le era extraña, pero conocía a la perfección cada pliegue de ella, cada imperfección.

El final había llegado inevitablemente. Una ignota sensación de abandono la pobló al acabar aquel libro que había escrito durante meses, y en el que había dado vida a un hombre sin parangón, un ser hecho a la medida de su romanticismo, de su deseo desbordado a que la amasen de la misma manera que ella deseaba hacerlo…

Fue como un chispazo de pólvora a punto de hacer estallar todo lo que hubiese a su paso.

Nunca lo dejaría escapar. Publicaría ese libro y acompañaría a su amado allende los mares. Lo mantendría resguardado para sí misma, a pesar de saber que con el tiempo habría otras mujeres que sentirían en sus carnes, en sus mentes, en sus corazones, todo lo que él podía ofrecerles… Sin embargo… ninguna de ellas sería tan suya como ella. Ninguna…

Marinel.

jueves, 16 de abril de 2009

EL AMOR NUNCA ES IMPOSIBLE

Cada mañana al despertar corría impaciente hacía el ordenador en busca de algún comentario, un mensaje... lo que fuese, le daba igual. Era lo primero que hacía cada día, antes de vestirse, de desayunar, a veces incluso antes de orinar; la obsesión le vencía irremediablemente. Su blog era comentado por decenas de personas de las más diversas procedencias y edades, pero a él sólo una de ellas le importaba realmente.

Desde aquel día que la vio por primera vez en su espacio virtual, esa imagen que acompañaba al comentario le cautivó por completo. Su pelo largo y rubio ondeando sobre el hombro desnudo, esa mirada retadora con ojos de hielo chispeantes y unos labios color de miel que parecían ocultar el más arcano de todos los misterios de la creación. Y sus palabras, siempre dulces, siempre insinuantes, como intentando conquistarle, o al menos así le parecían a él... o así quería verlo. Era el ser más perfecto que pudiese ser concebido por este Universo.
Su admiración, su amor, fue en aumento después de escudriñar con una paciencia de relojero cada entrada publicada en el blog de su amada. Era una poeta incansable, apasionada, capaz de extraer versos insuperables de cualquier situación vivida o soñada; su tema preferido: el amor.

Y él no tardó mucho en autoproclamarse protagonista de los delirios de su amante desconocida. Cada poema escrito por aquellas manos que imaginaba deliciosas, se pensaba que iba dirigido hacia él, a tal extremo llegó a seducirle cada palabra que le regalaba en su blog.

Con el tiempo fueron afianzando su confianza; él le devolvía cada visita en el mismo tono excitante, llegando a veces a rozar los límites de lo cuestionable, y ella le correspondía con palabras aterciopeladas y repletas de caricias que le hacían enloquecer más y más. Besos y abrazos dejaron de ser sencillas despedidas inexpresivas para pasar a tomar todo su significado más ardiente y apasionado. Se intercambiaron e-mails, números de teléfono, sus contactos se multiplicaron, transcendiendo de la impersonal pantalla de ordenador hacia la más cercana y peligrosa realidad cotidiana. Les separaba una distancia considerable, pero las promesas de acercamiento se repetían una y otra vez aumentando su desesperación hasta límites inhumanos. Él sabía que estaban condenados a conocerse y amarse de por vida... pero no veía el momento.

Cierto que había algunos inconvenientes, como su matrimonio, sus dos hijos, los trabajos de ambos... en fin, toda una vida por detrás... pero ¡qué caray! El amor podía derribar cualquier obstáculo, ¿acaso no era eso sobre lo que escribían una y otra vez? También había oído hablar infinidad de veces sobre los peligros que podían conllevar las relaciones a través de la Red; el crearse una ilusión inexistente, construir castillos en el aire, etc., pero él sabía que el suyo no era el caso. Era una persona adulta, inteligente, y además, aquella mujer, aquel ser delicioso, llevaba más de un año escribiendo en su bitácora particular unos poemas que hablaban sobre su vida, sobre ella misma, así que debía ser real; ERA REAL.

Pero cada cita que intentaba concertar con su amante escurridiza era a su vez pospuesta por ella; una reunión de trabajo, alguna enfermedad inoportuna, una visita de última hora,... cualquier excusa era válida para retrasar tan esperado momento. Así que llegó la hora en la que el corazón, apunto de estallarle en el pecho, le pidió a gritos que dejase a un lado las palabras y pasase a la acción.

Las broncas en casa, con la familia, habían llegado a tal extremo de crudeza y era tal el infierno que vivía cada minuto sin ella, que poco importaba ya el riesgo que asumía al hacer una maleta y tomar el primer vuelo hacia la ciudad donde vivía el gran amor de su vida.

Se presentó una mañana lluviosa de invierno en el portal de las oficinas donde trabajaba, con el ánimo encendido y el rostro resplandeciente del adolescente que intenta sorprender a su amor de juventud. Fue entonces cuando cayó en la cuenta de que ella no conocía su aspecto; su avatar cibernético correspondía a una imagen abstracta que siempre le había llamado la atención, nada que ver con su rostro. Esta circunstancia aún hizo aumentar más su excitación de amante primerizo, pero no le coartó en absoluto su resolución de lanzarse a sus brazos en cuanto la tuviese delante. Presentía que el momento se acercaba.

Tenía memorizado cada vello de su tez azulada, así que intuía que no le resultaría difícil hallarla. Entró resuelto, aunque nervioso, y comenzó su ansiada búsqueda entre el escaso personal que allí se encontraba. Pero antes de toparse con ese rostro refulgente de sus sueños, fue a encontrar su nombre completo grabado en una pequeña placa de metal junto a una puerta acristalada, tras la cual se percibía el movimiento de una figura femenina. Sin más dilación, la abrió con el corazón desbocado de impaciencia.

Aquella mujer que le miraba absorta ni por asomo se parecía a la esperada; era bastante mayor, algo rechoncha y de piel morena y grasienta. Cuando él preguntó por el nombre que figuraba en la puerta, sus peores sospechas cobraron vida: era ella.

Incapaz de pronunciar una sola palabra, se dio media vuelta, y fue derecho al aeropuerto. Tras arduas disculpas y complicadas maniobras de persuasión, logró el perdón de su esposa... y su vida continuó en el mismo lugar donde la dejó.

Cada mañana seguía despertando deseoso de comprobar los insinuantes mensajes que recibía de su amada. Y cada mañana, continuaba contestándole con palabras llenas de cariño y promesas de amor eterno.

Esa imagen de pelo rubio y ojos cristalinos jamás pudo borrarla de su pensamiento... la imagen de su amada, de su amor imposible... pero real.

Pedro Estudillo

martes, 14 de abril de 2009

EL MOMENTO

ELLA: No me gusta esta tipo de música… Bueno, solo me gusta una canción...
ÉL: ¿Cuál?
—Una canción que una vez me dedicaron…
—¿Todavía te acuerdas?
—Sí… Me acuerdo de eso y de muchas otras cosas.
—No importa… De todas formas bailemos… Me encanta cómo bailamos los dos…
—¿Por qué?
—No sé… Los movimientos fluyen, nos sincronizamos perfectamente…
—Son nuestros cuerpos… Se han acostumbrado tanto… De eso debías darte cuenta antes de pasar toda la noche bailando con todas menos conmigo ja ja…
—¿Estás celosa acaso?
—Ya sabes que yo nunca siento celos...
—¿Porque no puedes? ¿Porque yo solo fui una aventura y nada más? Ja ja…
—¿De dónde sacas eso?
—Es lo que escribes… sobre nosotros…
—Nunca he dicho eso… Tal vez entendiste mal.
—¿Ah sí? Pues no lo creo.
—Vaya… ¿Por eso has estado tan extraño últimamente? ¿Por eso te has portado tan mal conmigo? ¿Y es así cómo me lo dices, aquí y ahora entre toda esta gente, después de tanto tiempo de hacerme sufrir con tu indiferencia y frialdad?
—¿Sufrir? Solo se sufre por alguien que se quiere…
—Tú sabes que te quiero…
—No lo creo… Tus palabras lo dicen todo perfectamente: El amor de tu vida es otro… Aquel a quien nunca dejarías por “una aventura”… Aquel de quien nunca hablamos… “El innombrable”. Ja… Esas fueron tus condiciones ¿no? Nunca hablar de “ellos” y no involucrar sentimientos… Y, según veo, para ti ha sido muy fácil.
—No. No ha sido fácil. Al comienzo quizá… Pero tú sabes que no he podido evitar amarte.
—Pero escribes todo lo contrario. Y me ha dolido tanto leer lo que sientes con respecto a los dos, que no he podido reaccionar de otra forma más que cambiar mi actitud hacia ti y no darte ninguna explicación. Porque no ha sido nada fácil saber que no me quisiste, que no dejarías nada por mí, que todo lo que vivimos no ha significado nada…
—Estás tan equivocado… ¿Por qué nunca lo hablaste conmigo? Te hubiera explicado que mis sentimientos no corresponden a tu interpretación de mis palabras… Aunque pienso que no es necesario porque a pesar de nuestro “acuerdo”, te he demostrado de sobra que te quiero… Y aunque nunca me lo has dicho, ahora veo que tú también…
—En primer lugar, yo nunca te quise.
—Eso es mentira…
—Es cierto… Yo nunca te quise…
—¿Y entonces por qué estás tan dolido? No te creo. Eso es mentira…
—Es verdad: yo nunca te quise… YO TE AMÉ…
—¿Y por qué nunca me lo dijiste?
—¿Para qué? Tú has dejado las cosas muy claras entre los dos, en innumerables ocasiones…
—¿Y todas las cartas que te escribí? La forma en que me entregaba a ti cuando hacíamos el amor, ¿eso no te decía nada? ¿Y cuando te decía que te quería, mirándote a los ojos, aún sabiendo que nunca me dirías lo mismo? Sin esperar que me dijeras lo mismo…
—Cada vez que hacíamos el amor yo sentía que eras mía por completo… En cuerpo y alma… Pero después nos despedíamos y nada cambiaba… Cada uno seguía con su vida.
—Los dos sabíamos las reglas del juego… Y los dos nos arriesgábamos a enamorarnos…
—¿Te das cuenta? Lo sigues diciendo: para ti todo fue un juego.
—Si tanto me amabas, ¿por qué te comprometiste con ella? Te vas a casar ¿no?
—Porque no me dejaste otra opción…
—Tu reclamo no es justo. Yo nunca supe lo que estabas sintiendo…
—¿Ah no?... Y las tantas veces que hicimos el amor, ¿acaso no lo notaste? Te amaba con todo lo que soy… El problema es que contigo todo ha sido tan mágico… Tan diferente… Siempre tuve miedo de perderlo y cuando sentí ese miedo supe que te amaba… Que no había podido seguir tus reglas… “Lo siento”…
—No seas irónico… Tú sabes que yo también te amo… Y no seas injusto… Para mí ha sido más difícil que para ti, pues al menos tú no vives con ella...
—¿Más difícil? ¿Y crees que para mí ha sido fácil ocultarle todo el tiempo lo que siento, tratar de no pensar en ti, de estar presente y no con mi mente recordándote?
—¿Te das cuenta? Si tan solo me lo hubieras dicho, yo…
—¿Tú qué? ¿Lo hubieras dejado todo por mí? Respóndeme solo eso…
—Yo… No lo sé… ¿Cómo esperas que te responda eso ahora? Yo no tenía idea de lo que sentías mi amor… Yo… Si tan solo me lo hubieras dicho…
—¡Pero si hasta te dije que quería un hijo contigo! ¿Eso no te sugirió algo?
—No sé qué decirte…
—No importa… De todas maneras esa será una de las cosas que no pudieron ser… De las cosas de este amor que nunca debió pasar… Como tantas veces lo escribiste…
—No puedo creer que hayas sido tan ciego… Que no hayas podido ver lo evidente… Yo te amé y te lo dije de muchas formas. Te lo dije conforme este amor iba creciendo… Te lo decía siempre, a pesar de que tú nunca me demostrabas que sentías lo mismo por mí… Porque nunca necesité una razón para amarte ni pretendí ponerle condiciones a este amor… Te amé de todas las formas que puede amar una mujer… Sin esperar nunca nada… Y todo lo que me lo dices ahora es… Me lo dices ahora cuando ya es demasiado tarde…
—¿Por qué? ¿Por qué es tarde? Ya no importa la conversación de esta noche… No importa las cosas que no dije o que no entendí… Te espero en unas horas, en el lugar de siempre, tú con tus cosas y yo con las mías… Y que pase lo que tenga que pasar…
—¡¿Qué?!
—Sí… Si estás ahí, comenzaremos una nueva historia… Diferente a la que cada uno había escrito de lo que sería su vida… Si no estás, lo entenderé… Y nada cambiará entre nosotros. Solo que así sabré que lo que puedo tener de ti es lo que he tenido hasta hoy… Y no me parecerá poco… Es lo que me puedes ofrecer... Y ahora sé que eso es amor… Aunque no estemos juntos.
—Pero… ¿te das cuenta de lo que me estás pidiendo? Pertenecemos a mundos tan diferentes… ¿Tú crees que tú y yo…
—No sé. Realmente no lo sé… Solo hay dos opciones: o estás ahí en unas horas y lo averiguamos… O no. Y si no estás, nos veremos después y no hablaremos sobre esa posibilidad…
—No puedo creer que me estés diciendo esto…
—¿Por qué mi amor? Entonces dime… solo dime si no es el momento para los dos…
—No mi amor… No lo es… A pesar de que nunca seré tan tuya como lo soy ahora…

…Hay amores que tienen que acabarse para ser eternos…

Isis de la Noche

domingo, 12 de abril de 2009

EL EXPRESO DEL NORTE


El soldado, somnoliento, no había reparado en las palabras de la joven.

-Eh, soldado, ¿me escuchas?, ¿me puedo sentar? –repitió ella alzando la voz.

El joven uniformado, al oír estas palabras, abandonó su letargo y balbuceó algunas palabras ininteligibles. Quien le hablaba era una muchacha de piel broncínea que le estaba brindando una encantadora sonrisa. Sus ojos verdes le atraparon de inmediato.

-Si, si… claro que si… Ahora mismo retiro este bulto.


Antes, cuando se había sentado en su asiento, el soldado había colocado en la plaza de enfrente –la que ella solicitaba ocupar- su destartalado macuto militar. Todas las semanas, cuando repetía este viaje que le conducía a León, venía haciendo lo mismo, buscando con ello que nadie se sentara en el asiento de enfrente, para viajar así con mayor comodidad. Una vez acomodado, el joven solía escuchar la música que captaba un pequeño transistor hasta que quedaba levemente adormecido.


-¿Escuchando música, eh? –exclamó la muchacha-, así no me oías…


-Si –respondió el soldado sonriendo- suelo sintonizar alguna cadena de música cuando viajo. Resulta más entretenido. Ahora mismo estaba sonando algo de la “Credence”.


-Ah, que gente tan magnífica –afirmó ella-, me encanta su música, siempre tan vibrante.


Mientras contemplaba su continua sonrisa y sus ojos verdes, el soldado fue sintiendo que algo que surgía de esos ojos atravesaba su guerrera y se incrustaba dulcemente pero sin miramientos en su corazón.


Desde hacía varios meses, el soldado realizaba ese mismo viaje todas las semanas en el Expreso del Norte. Llevaba en su macuto pequeñas piezas de repuesto para los fusiles de asalto. Las recogía todos los lunes en el Parque de Artillería de su ciudad y se ocupaba luego de entregarlas en la armería del acuartelamiento de El Ferral del Bernesga, situado en las inmediaciones de León.


La muchacha, de aspecto campesino, tan sugestivamente bella como dotada de simpatía, le dijo que cursaba estudios en León y que ahora, que estaba de vacaciones, había pasado un par de días con una compañera que vivía en un pequeño pueblo de la provincia de Palencia, en donde había subido al tren. Se dirigía a otra pequeña localidad de las montañas de León, donde vivía su familia.

No fue mucho el tiempo que ambos tuvieron para conversar, aproximadamente unos 40 minutos, pero el soldado –en tan corto espacio- tuvo la reiterada certeza de que aquella joven de ojos verdes, bronceada por el sol de los Picos de Europa, estaba conquistando, sin piedad alguna, su corazón.


Fue de súbito cuando la magia del momento quedó interrumpida.

-Oye, soldado –exclamó ella-, pero no te tenías que bajar en León… Hazlo deprisa, que creo que el tren va a ponerse en marcha…

Y es que el joven del uniforme, inmerso en las sonrisas de aquella desconocida ni siquiera había reparado en que el tren llevaba ya un tiempo parado en la estación de León y estaba a punto de proseguir el viaje en dirección al norte.


De manera apresurada, balbuceando un atragantado “adiós”, el soldado corrió buscando la salida del departamento. Cuando la alcanzó tuvo que saltar, ya que el expreso –lentamente- estaba iniciando su marcha. Pegando trompicones se dirigió a la ventana donde la muchacha le estaba despidiendo.


Fue ella la que reparo: “Eh, soldado, que te has dejado este bulto...” Y con indudable esfuerzo le arrojó el macuto por la ventana.

Las personas que transitaban por la estación y que contemplaron la escena no pudieron sino sonreír cuando vieron que el contenido del macuto, al caer este sobre el hormigón del anden, se desparramaba por el suelo y tres bayonetas de mosquetón y más de cien percutores de acero para los fusiles CETME saltaban por los aires brincando en todas las direcciones.

Dominado por el nerviosismo el soldado no pudo siquiera despedirse de la joven.

-¡Adios, Antiqva, a ver si nos vemos otra vez –dijo ella mientras el tren se alejaba. Ya sabes que me encanta la “Credence”.


La joven campesina se llamaba Camino. Estudiaba el primer curso de Veterinaria en la Universidad de León y su familia, según dijo, vivía en un pueblecito leonés de los Picos de Europa. El sol y el aire de la montaña habían dado un bello color a su piel.

El soldado, que tenía entonces dieciocho años, nunca volvió a verla. Todavía no ha olvidado el color verde de sus ojos.

ANTIQVA

viernes, 10 de abril de 2009

REFLEJOS INMERSOS


Paseando por la rivera del río tantas veces transitada, en la calma de un reloj sin agujas, se acercó hasta la orilla en espera de algo nuevo.

Las siempre cambiantes aguas del río suponían para ella una especie de hipnosis, de traslado hacia algún lugar fuera de su anodina circunstancia.

La gitana le había dicho que su amor vendría del agua, y aunque esta parte de la profecía no se entendía, hacía semanas que se asomaba a ver sus reflejo en una parte del río similar a un pequeño y manso lago, rodeado de sauces llorones que acariciaban su cabello de una forma maternal.

“No, no estás sola”.

Le pareció ver un rostro que le hablaba a la derecha de su reflejo cristalino, unos hermosos ojos azules que se confundían con el mismo agua.

Se arrodilló mojando sus ropajes, y al sumergir las manos fue atraída sin remedio al interior de las aguas.

Qué extraña la magia que hizo que sus pulmones se acomodaran al líquido elemento, y como pez en el agua poder mantenerse inmersa, nadando como nunca hubiese creído que podría,… o que sabría.

Los delfines comenzaron a juguetear a su alrededor, empujándola hacia una oquedad oculta debajo de la montaña. Hacia ella se dirigió nadando a grandes brazadas, puesto que una atracción irrefrenable por atravesarla se adueñaba de sus actos.

Y emergió … en ¿otro mundo?, ¿otra realidad?

Allí estaba él, flotando en la superficie, esperándola con una amable sonrisa y una mirada que ella reconoció como el reflejo que le devolvió el propio lago, antes de sumergirse.

Ella le devolvió la mejor de sus expresiones, quedando ésta congelada cuando observó las aletas que junto a él se desplegaban.

Mitad pez, mitad humano, ese secreto guardaba.

Lo que la gitana le ocultara queda solapado por siempre bajo el manto del amor imposible, bajo un mundo inverso e inmerso perdido en los ojos y oídos del tiempo.

Y así fue.

Tea.

miércoles, 8 de abril de 2009

LA NIÑA Y EL DIBUJO

Después de la escuela, Rebeca corría hacia su casa sin mirar atrás. Tropiezos, golpes y costras bajo su falda de colegial. Cincuenta centímetros de altura, rostro pecoso y sonrojado; ojos de aceituna, cabellera naranja y retorcida entre un par de largas trenzas, orgullo de mamá.

—Hola, mamá –dice Rebeca, mientras deshace sus libros sobre el desván.

—No, de nuevo Rebeca! Tus labores debes iniciar –grita angustiosamente su madre, después de que Rebeca no aguarda, para la tele mirar.

Todas las tardes; Lacón, el caballero de Rebeca, comenzaba su gran show. Ah! El gran Lacón; mirada penetrante, hombre sin miedo y capaz de rescatar a cualquier doncella de las garras del malvado Dragón. Lacón, hermoso dios de cabellos de oro, piel blanca y cuerpo de faraón; con un –estás a salvo, mi adorado amor– despedía su función en el pequeño televisor. Sentado en su unicornio de plata, Rebeca lo recordaba, cuando luchaba contra la perdición, en aquellas noches en las que Rebeca se anunciaba cuando debajo mojaba, sus rosadas sábanas de algodón.
Un día, dos días, sesenta días; y la hora del reporte escolar. Las calificaciones deficientes por la maestra, a manos de su madre, fueron a dar. –Rebeca, un mes sin televisión; debes estudiar -furiosamente, le dijo mamá.

Entre lágrimas y lamentos, Rebeca extrañaba a su inanimado Lacón; mientras encerrada, se encontraba en su habitación. –¡Soy una hermosa doncella, y mi madre es un malvado Dragón! ¡Ahora; vendrá mi amado Lacón! -¡va a rescatarme por aquel cercano balcón! –soñaba Rebeca, mientras solamente en su cuaderno dibujaba lo que le dictaba su infantil imaginación.

Diez de la noche; papá, su automóvil parqueó. Hombre honesto y trabajador. Cuidadosamente abrió el gran portón. Oscuridad; silencio absoluto detrás del tic - tac del reloj. Primero un paso, luego dos. Su dedo índice al botón que iluminaba la habitación.

—Mamá, ¿dónde estás? –con un dulce susurro pregunta papá.

Pie derecho en el primer escalón, pie izquierdo en el segundón escalón… así, hasta llegar al duodécimo escalón. Su corazón, no le pidió perdón, cuando con el cuerpo inerte de mamá tropezó. Siendo atravesado por la espada improvisada de una pequeña, que se encontraba en la siguiente habitación...

…Un cuaderno de colección donde el gran Lacón, daba su mejor presentación. Volaba el gran Lacón, sobre su unicornio de plata hacia el gran mirador donde en una morada se encontraba un malvado dragón. Lacón lo sabía, en aquel caserón, una doncella…aguardaba por su amor.

En silencio, Lacón; un paso, luego dos… reposa su arma en la espalda distraída del dragón. –Oh! Malvado dragón; nunca más me separarás de Rebeca, mi adoración —Vanidoso, exclama el gran Lacón.

Entre gemidos y bramidos, papá; a una hermosa doncella encuentra, colgando de fibras de plata desde un gran balcón. Junto a ella, el dibujo del gran Lacón, donde triunfante… cierra su mejor show.


Yinna Rincón

lunes, 6 de abril de 2009

AMOR VIRTUAL


Andrés lleva una vida anodina; de lunes a viernes se refugia en su trabajo, en el estrés de los embotellamientos de la gran ciudad y las reuniones hasta las tantas en las que no se resuelve nada, pero pasa el tiempo. Ya nadie le espera en casa.

Tras lanzarse de cabeza al matrimonio, como la mayoría de los jóvenes, y tener dos hijas, termina divorciándose diez años después; cada dos viernes va a buscar a las niñas al colegio. Echa tanto de menos sus risas, sus llantos, sus peleas de hermanas… Esos fines de semana todo cambia y la vida parece sonreírle un rato. Comida basura, “High School Musical”, salir a patinar, montar en bici. Al menos sus hijas le hacen feliz.

Cuando está con ellas olvida la soledad, el silencio de ese apartamento impersonal, esa nevera medio vacía, esa cama sin hacer –salvo los miércoles-, cuando viene la señora de la limpieza quien además, le hace la compra y le prepara algo de comida decente.

Se olvida del último polvo mal echado con la primera que “pilla” en uno de esos garitos de moda donde van a ligar los divorciados y divorciadas, donde la vulgaridad y la decadencia se apoderan de su vida. A tiempo, tomó la sabia decisión de no volver; no iba a encontrar allí la mujer bella, culta e inteligente que perdió.

Poco a poco, sin reparar en ello, va inventando una vida paralela, el sueño que le gustaría vivir, el pasado que no fue, el presente que no existe, el futuro deseado.

Navegando entre sus mentiras, inmerso en su irrealidad, deja las riendas de su soledad en manos de una mujer ficticia, totalmente idealizada tras la pantalla de su ordenador. Fascinado por ella, por su forma de escribir, por su sensibilidad, por la fuerza que transmite a borbotones, le va contando esa vida idílica que supuestamente vive.

Al principio, Claudia juega seducida por sus palabras, sus dulces mentiras; imagina las caricias anunciadas, la miel de sus labios, el sabor de su piel.

Sin embargo, intuye que algo va mal: hay piezas que no encajan, el “sí, pero no”, las excusas constantes, las mentiras… No, no quiere reparar en ello, alentando ese arriesgado juego de promesas incumplidas.

Su deseo va en aumento Como una adolescente insensata sólo piensa en el correo, el “chat”, le salta el corazón al leer su nombre; luego, el teléfono. Se deja enamorar, se deja llevar tratando de acallar su intuición, la inexistencia de ese amor virtual. Comprende que jamás va a conocer al verdadero Andrés porque es una quimera y comienzan las lágrimas, los malos ratos, las esperas, las decepciones. Sufre como nunca, llora sin consuelo. Callada.

Llueven los perdones, suenan las sonrisas y el final atronador, el esperado adiós para siempre. Un desenlace tan real, como ilusorio el amor.

Entre los jirones de su alma empapados de mar, las estrellas fugaces que pasan de largo y las espinas de rosas marchitas clavadas en el corazón, Claudia apaga el ordenador.

Ana.

sábado, 4 de abril de 2009

MI CIRCULO PERFECTO

Hay dos razones para que algo sea imposible, la primera, es que te rindas, la segunda…
La segunda te cambia la vida para siempre.

Como aquel verano me la cambio a mi.
Era una mañana suave, de principios de verano, el aire estaba repleto de azules, que se mezclaban y se confundían.

Las campanas replicaban a fiesta, Y de pronto la banda; verla fue como contemplar el mar y el cielo a la vez, me invadió una sensación extraña, como si nada estuviera ocupando su lugar.

Hay caras que nunca cambian de expresión. pero, la suya no, la suya cada segundo expresa una cosa distinta, sus ojos brillan con cada ilusión, su cara se ilumina con cada palabra, su risa es como el tintineo de los cascabeles en Navidad.
Le miré y sentí cómo él me miraba, ese instante eterno, ese nudo en la garganta, el intenso latir de mi corazón. Tardé en comprender que aquella mezcla de raras sensaciones significaba enamorarse. Era un juego estúpido, demasiado ingenuo para la edad que teníamos, pero resultaba divertido, entretenido e inocente; simplemente manteníamos la mirada, el uno del otro, era lo único que hacíamos aparte de sonreír como dos estúpidos. Pero valía la pena ya que era la única forma de que mi mundo y el suyo coexistieran en el mismo lugar.

Ni siquiera sé cuánto tiempo llevábamos haciendo el mismo juego, pero supongo que para los dos era ya algo tan rutinario como el levantarse por la mañana todos los días. Supongo que ya era hora, ¿no?, de dar el siguiente paso, un paso muy ridículo pero que a ninguno de los dos le haría ningún mal.

Ese día, el destino quiso darnos una oportunidad. Al caer la noche, y tras jugar una partida a “pares o nones” con mi hermano y perderla, me toco bajar la bolsa de la basura, así que allí iba yo, con mi toque informal de zapatillas de andar por casa, y pelo estilo grunge tras una batalla de cojines premio por bajar la basura. Al salir del portal rezongando me choque contra alguien, no sé qué pasaría por su mente, pero un escalofrió recorrió mi cuerpo cuando al levantar la vista me vi reflejada en su mirada de incredulidad.

-hola, soy Ramón.-, y de repente un largo silencio, no necesitamos nada más, los dos sabíamos quién era el otro, el silencio fueron nuestras palabras de presentación, y después de eso todo retumba en mi mente como un eco profundo. ¡Ramón! ¡Ramón! ¡Ramón!
La verdad es que tardé bastante el lograr balbucear mi nombre, pero al final logre decir- yo soy Ariadna.

Pasaron los días y Ramón y yo nos fuimos conociendo por mensajes, llamadas, Messenger, en fin, horas y horas pensando el uno en el otro. Era como si nos conociéramos de toda la vida, y eso nos hacía sentirnos mágicos.

Al día siguiente quedamos para salir. Parecíamos dos estatuas, el uno parado frente al otro durante largo tiempo, no había nada que decir; ya todo lo decían nuestras miradas; de repente Ramón decidió dar un paseo, fuimos andando lentamente el uno al lado del otro en riguroso silencio, Ramón iba dando patadas a una piedrecilla, después de una rato andando me cogió la mano, su mano era cálida, agarraba con firmeza, con pulso firme, decidido, nunca una mano me había aportado tanta fuerza, vigor, respeto, intensidad, sinceridad…

Fue el mejor verano de mi vida.
Era mi cuento hecho realidad.

Pero como todos los cuentos, tiene un final, y ese final era mi partida, la vuelta a la rutina, a la lejanía de sus abrazos, besos, miradas…

Llego el día de la despedida, habíamos prometido que nada de lágrimas, nada de tristeza.

-Te escribiré, te lo prometo, te escribiré la carta de la despedida, y nuestro amor perdurara en el tiempo- y mientras decía esto sonreía, yo pensé que bromeaba, le di el ultimo beso, y monte en el autobús, sin dejar de mirarle fijamente, como tantas veces antes habíamos hecho, el levanto su mano en señal de despedida cuando el autobús arranco. Una lágrima resbalaba por su mejilla.

Ramón ya sabía su final antes de conocerme, aunque no sabía el tiempo a ciencia cierta, tenía una enfermedad difícil de curar, una enfermedad que poco a poco me lo iba arrebatando, , no entiendo por qué un día la vida me lo da todo, y al siguiente me lo arrebata como si fuera una pequeña pluma de las manos.

Ramón decidió luchar a su manera, no someterse a tratamientos inútiles que le hicieran agonizar durante demasiados días, firmó todo tipo de papeles para que no lo tuvieran conectado a ninguna máquina y, luego, ese mismo día, se atrevió hablarme por primera vez, ya no tenía nada que perder, en ese momento todo estaba perdido, sólo podría ganar, pudimos ganar los dos, la vida nos dio la opción del amor, un amor como no había en la faz de la tierra. Una vida que va evolucionando día tras día como las tristes palabras que definen nuestra vida.

No volví a saber nada de Ramón hasta el siguiente verano, ni llamadas, ni mensajes, nada. El primer día que volví al pueblo alguien estaba esperándome en la estación, no era Ramón, pero era alguien que lo conocía, Manuel, me traía un sobre cerrado con una carta de Ramón, dos lágrimas rodaron por sus mejillas.

Hola, mi niña:
¿Qué estás haciendo? Yo seguro que estoy bien, si tú tienes esta nota en la mano es que todo se acabó.
¡Lo siento! Siento no haberte dicho nada, y de apurar los días al máximo sin que tú lo supieras, sólo Manuel sabía lo que pasaba en realidad, con él hablaba horas y horas y se enfadaba conmigo cada vez que no quería decirte lo que me ocurría. ¡Oh, Dios mío! qué idiota fui, si te lo hubiera dicho… acabas de irte y casi no tengo fuerza para agarrar el bolígrafo. Conserva nuestros recuerdos por mi ¿vale?, esos días en los que paseábamos cogidos de la mano
Pero sabes, mi niña, te voy a pedir un pequeño favor: no tengas miedo a crear nuevos recuerdos, y gracias, gracias por hacerme pasar los mejores momentos.
Te querré siempre.
Ramón.

Junto con la carta una piedrecilla, era la piedrecilla del día que nos conocimos, aquella a la que Ramón estuvo dando patadas largo rato hasta que se decidió a cogerme la mano.

Camino.

jueves, 2 de abril de 2009

QUIZÁS TENGAMOS OTRA OPORTUNIDAD

No sé porqué, (quizás esté en mi código genético), soy de los que piensa que hay un gran amor para cada persona, en cada camino de la vida. Algunos pensaréis que soy bastante romántico, y otros en cambio que lo que soy es bastante pesimista. Pero lo cierto es que si os detenéis un instante a pensarlo, me daréis la razón. En ningún momento he dicho que solo vayáis a estar enamorados una vez, pues es ese estado se encuentra en todas partes, si no le tenéis miedo, y además estaría mintiendo.

El amor me agarró cuando menos lo esperaba, cuando estaba distraído, y casualmente cuando más lo necesitaba. Lo sentí al instante, sabía que era él por como empezó a transcurrir todo.

Lo recuerdo todo como si se tratara de una película, fotograma a fotograma que ahora visualizo una y otra vez y me hacen viajar justo hasta el instante que todo comenzó.

El día estaba triste, las negras nubes que avisaban de un tremendo chaparrón, ocultaban el cielo, y estas habían descendido tanto que casi las podía tocar con las puntas de mis dedos. Paso a paso, temiendo que me alcanzara la lluvia me introduje en una librería para comprar algún libro cuya historia me absorbiera a otra realidad y dejara en un segundo plano a esta, donde era la soledad la que predominaba. Lo que nunca llegué a imaginar fue que precisamente en aquel lugar comenzaría a escribir mi propia historia.

Tan solo entrar me dirigí hacía los estantes, y comencé a esperar a que algún libro se decidiese a elegirme, y se prestase a cargar un trocito de mi alma entre sus páginas. Cuando me decidí (o se decidió él) por uno fui a cogerlo, pero entonces reparé en su presencia, estaba a escasos metros de distancia, alcé la vista… y el tiempo se paró, mucho más que un segundo, mucho más que un instante, solo estábamos ella y yo, y alrededor…nada. Pude observarla bien, sus ojos tímidos y juguetones me mostraban el mar y además su alma, la dulzura de su rostro, sus labios esponjosos y húmedos que efectuaban una media sonrisa, pero aquel instante se desvaneció en el mismo incontable e imperceptible espacio de tiempo en el que apareció, y el tiempo volvió a ser tiempo cuando su larga cabellera dorada danzó acompañando a una ligera brisa fresca que se había introducido en el local quien sabe por donde. Os juro que lo viví, y al descubrir que mi corazón latía a un ritmo intrépido, y que el estómago me cosquilleaba, supe que había sucedido de verdad, que allí estaba, que era ella.

Un impulso irreflexivo, como un latido, hizo que me acercara a ella y le pronunciara unas palabras antes de que estas circulasen por mi cabeza.

-¿Te gustaría salir conmigo?- pronuncié sin saber como lo había echo, sin sudar, sin tartamudear, sin enrojecerme, todo eso comenzó varios segundos después.

-Me encantaría-

A medida que pasaba el tiempo nos conocíamos más y más, y crecía en nuestro interior una intensidad de sentimientos que traspasaba la barrera de lo insospechado.

Conseguimos fusionarnos en uno y ser capaces de utilizar el tiempo a nuestro antojo y ningunear a la distancia. Nos teníamos el uno al otro, y eso nos bastaba, nos confiamos, lo creímos, y no nos dimos cuenta de lo mucho que estábamos equivocados hasta que fue demasiado tarde.

Ahora, al igual que pienso que hay un gran amor en la vida, ese con el que la pasarás, (por eso solo debe haber uno) si sabes verlo y aprovechar la ocasión, si sabes mantenerlo, si no dejas que te atrape el miedo, y te dejas llevar, sin que te de vértigo, por eso sentimientos, también pienso que ese amor no puede ser mostrado, debe ser un secreto oculto entre los dos amantes, porque si se muestra, crea una energía positiva a su alrededor, pero en su entorno crece cada vez más un circulo oscuro y viciado de energía negativa creando a nuestro paso demasiadas barreras. Quizás todo eso fueran excusas o tabiques imaginarios capaces de soportar un poco de todo el vacío y el dolor que sentía por la marcha de un amor. Claro que tengo esperanzas por recuperarlo, es más, nunca dejaré de tenerlas, a pesar de que la distancia se vengue de nosotros haciéndose cada vez más larga, y el tiempo corra más deprisa. Supongo que será cuestión de equilibrio. Es esta vida, la misma que me la dio y me la arrebató, la que decidió haciéndolo que me quedara anclado en el pasado, a un tiempo en el que el gran amor de mi vida me enseñó a amar con toda la intensidad. Quizás la vida, el tiempo, y la distancia, se unieron con todas sus fuerzas para destruir lo que sentíamos, y demostrarnos que este no era nuestro tiempo. No, no lo era, si no, ellos no podrían haberlo echo. Tal vez sea un preludio, tal vez nos den otra oportunidad, en otro tiempo, en otra vida, y podamos traspasar todos esos muros, incluso el enorme muro que separa la vida de la muerte, como siempre hemos hecho, amándonos.

Leinad23