Nací en un lugar de la Mancha que muchos prefieren olvidar, rodeada de viajeros que se apeaban en el mesón de mis padres para descansar de sus fatigas, algunas veces, las más, los viajeros pernoctaban. Una fría noche cuando era una bella jovencita llegó hasta nuestra puerta un Hidalgo caballero, que empezaba a caer en desgracia por sus múltiples extravagancias. Acompañado de su fiel escudero un hombre regordete y bajito y montando un esmirriado corcel llamó a la puerta con elegancia, para derrumbarse cual castillo de naipes golpeado por el viento, en cuanto mi padre abrió la pesada puerta.
A pesar de lo inusual de la hora mi padre lo cobijó en nuestra casa, llamó a un médico en cuanto comprobó que deliraba aquejado de unas altas fiebres y me nombró a mi su enfermera personal hasta que recuperase las fuerzas. Al día siguiente conocí a Alonso Quijano y no me separaría de su cama hasta dos semanas después. Mi nombre Dulcinea, la mujer que acompaño en sus delirios al desdichado caballero hasta el final de su vida y que muchos piensan que fue un sueño más, fruto de sus delirios.
Los días al lado del que muchos conocéis como D. Quijote de la Mancha, fueron en un principio aburridos, por cuanto el caballero pasaba la mayor parte del día durmiendo, sin apenas fuerzas para hablar, deliraba, pero pocas cosas podía comprender de su quebrada voz, se removía como si luchara contra una fuerza interna que estuviera intentando acabar con su vida. Durante esas largas horas pude contemplar bien su rostro, ya caneba, no era un hombre joven, pero a pesar de su extrema delgadez conservaba un porte digno, era un galán… uno de esos hombres que despiertan admiración.
El tercer día Alonso despertó y mirándome a los ojos me dijo que era la muchacha más linda que jamás había visto, me sonrojé y me dejé alabar por aquel hidalgo que me iba interesando cada día mas. Estaba más fuerte y me podía apartar del lado de su cama pero solo lo hice para ir a recoger su comida, o vaciar su bacinilla. Incluso dormía en una silla en aquella vetusta habitación, velando las semi vigilias del caballero. Me estaba enamorando sin remisión de un hombre que posiblemente nunca sería para mí…
Una noche me preguntó mi nombre, y tímidamente le conteste que Dulcinea; aquel nombre le quedó grabado a fuego en su mente y muchas noches en sueños lo gritaba, yo sonreía a su lado, posiblemente el sintiera lo mismo que yo. No me atreví a confesarle a mi madre la llama que me quemaba, por miedo a que me apartara de su lado, sin darme cuenta trataba de seducirlo, vestía con más desparpajo y el no parecía darse cuenta. Los días iban pasando y Alonso iba recuperando fuerzas.
Un día partió montado en su rocín, no sin antes prometerme que volvería para pedir mi mano. Mi padre se horrorizó ante tal posibilidad porque veía en aquel hidalgo un hombre poco cuerdo, no quería para su hija semejante cruz. Lo días se convirtieron en años y yo seguía esperando que el volviera, mi padre insistía en que tenía edad casadera. Un buen día llego hasta el mesón la noticia de que Alonso volvía a casa aquejado de una extraña enfermedad.
Vi ahí mi oportunidad de cumplir mi sueño, mientras mis padres dormían salí de casa, ensillé el caballo en el establo y me dirigí hacia su casa, no estaba lejos de la mía a dos o tres días a caballo. Llegué ante la desmejorada hacienda que había languidecido con tantas ausencias de su dueño y me abrió la puerta Sancho. Antes de subir a la alcoba puse a hervir unas verduras y un pedazo de carne con que hacer una sopa.
Realmente estaba enfermo, envejecido, como si esa lucha interna que presencié en mi casa se hubiera recrudecido. Pasé muchas noches sin dormir a su vera, la quinta noche me venció el sueño con la cabeza apoyada en su mano. Alonso sin temor a despertarme acaricio mi cabeza. Nuestros ojos se cruzaron unos instantes, sentimos una quemazón en el corazón, con suavidad poso sus labios en los míos. El resto podéis imaginarlo, fue una noche de locura y pasión, tan pronto se recupero le presento sus respetos a mis padres, y nos convertimos en marido y mujer.
Alonso jamás volvió a leer libros de caballerías, no tenia doncella a la que salvar, ni bandidos a los que presentar batalla. Yo, Dulcinea, llenaba toda su vida y pronto la casa se lleno con un par de chiquillos bulliciosos que hicieron las delicias del hidalgo manchego.
Carmina.
A pesar de lo inusual de la hora mi padre lo cobijó en nuestra casa, llamó a un médico en cuanto comprobó que deliraba aquejado de unas altas fiebres y me nombró a mi su enfermera personal hasta que recuperase las fuerzas. Al día siguiente conocí a Alonso Quijano y no me separaría de su cama hasta dos semanas después. Mi nombre Dulcinea, la mujer que acompaño en sus delirios al desdichado caballero hasta el final de su vida y que muchos piensan que fue un sueño más, fruto de sus delirios.
Los días al lado del que muchos conocéis como D. Quijote de la Mancha, fueron en un principio aburridos, por cuanto el caballero pasaba la mayor parte del día durmiendo, sin apenas fuerzas para hablar, deliraba, pero pocas cosas podía comprender de su quebrada voz, se removía como si luchara contra una fuerza interna que estuviera intentando acabar con su vida. Durante esas largas horas pude contemplar bien su rostro, ya caneba, no era un hombre joven, pero a pesar de su extrema delgadez conservaba un porte digno, era un galán… uno de esos hombres que despiertan admiración.
El tercer día Alonso despertó y mirándome a los ojos me dijo que era la muchacha más linda que jamás había visto, me sonrojé y me dejé alabar por aquel hidalgo que me iba interesando cada día mas. Estaba más fuerte y me podía apartar del lado de su cama pero solo lo hice para ir a recoger su comida, o vaciar su bacinilla. Incluso dormía en una silla en aquella vetusta habitación, velando las semi vigilias del caballero. Me estaba enamorando sin remisión de un hombre que posiblemente nunca sería para mí…
Una noche me preguntó mi nombre, y tímidamente le conteste que Dulcinea; aquel nombre le quedó grabado a fuego en su mente y muchas noches en sueños lo gritaba, yo sonreía a su lado, posiblemente el sintiera lo mismo que yo. No me atreví a confesarle a mi madre la llama que me quemaba, por miedo a que me apartara de su lado, sin darme cuenta trataba de seducirlo, vestía con más desparpajo y el no parecía darse cuenta. Los días iban pasando y Alonso iba recuperando fuerzas.
Un día partió montado en su rocín, no sin antes prometerme que volvería para pedir mi mano. Mi padre se horrorizó ante tal posibilidad porque veía en aquel hidalgo un hombre poco cuerdo, no quería para su hija semejante cruz. Lo días se convirtieron en años y yo seguía esperando que el volviera, mi padre insistía en que tenía edad casadera. Un buen día llego hasta el mesón la noticia de que Alonso volvía a casa aquejado de una extraña enfermedad.
Vi ahí mi oportunidad de cumplir mi sueño, mientras mis padres dormían salí de casa, ensillé el caballo en el establo y me dirigí hacia su casa, no estaba lejos de la mía a dos o tres días a caballo. Llegué ante la desmejorada hacienda que había languidecido con tantas ausencias de su dueño y me abrió la puerta Sancho. Antes de subir a la alcoba puse a hervir unas verduras y un pedazo de carne con que hacer una sopa.
Realmente estaba enfermo, envejecido, como si esa lucha interna que presencié en mi casa se hubiera recrudecido. Pasé muchas noches sin dormir a su vera, la quinta noche me venció el sueño con la cabeza apoyada en su mano. Alonso sin temor a despertarme acaricio mi cabeza. Nuestros ojos se cruzaron unos instantes, sentimos una quemazón en el corazón, con suavidad poso sus labios en los míos. El resto podéis imaginarlo, fue una noche de locura y pasión, tan pronto se recupero le presento sus respetos a mis padres, y nos convertimos en marido y mujer.
Alonso jamás volvió a leer libros de caballerías, no tenia doncella a la que salvar, ni bandidos a los que presentar batalla. Yo, Dulcinea, llenaba toda su vida y pronto la casa se lleno con un par de chiquillos bulliciosos que hicieron las delicias del hidalgo manchego.
Carmina.
7 comentarios:
Magnifico prodigio de fantasia, amiga, y de amor, y de ternura...
Me encanto la historia.
un abrazo.amiga
una version muy detallada del romance entre dulcinea y don quijote.
muy bueno
Jaja, Cervantes te hubiera plagiado este final seguro. Muy original tu versión en cuento de tan universal obra española.
Saludos.
Bueno que hermoso final para el honorable QUIJOTE DE LA MANCHA, una familia!!!!
Bello escrito
María Rosa
PD el anterior lo eliminé por un error de tipeado
Precioso relato,lleno de magia fantástica.
Me ha encantado.
Te felicito.
Un beso.
Impresionante... increíble recreación. Te felicito sinceramente. El detalle de los chiquillos del final, genial. Me he reído que conste...Yo no suelo hacerlo jeje
Besix guapix
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