ESTAMOS PUBLICANDO AHORA LOS RELATOS DE: GÉNERO: "LIBRE"; TEMA: "EMPECEMOS JUNTOS".

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lunes, 1 de febrero de 2010

UN CONDENADO A MUERTE


As Samawah, Irak.- En este diminuto pueblo al sur de Bagdad, Abdel Bari, profesor del la única escuela de jóvenes en la región, fue acusado de propagar ideas que atentan contra la fe mahometana, por lo que luego de un juicio breve en el que dicho implicado rehusó emitir comentario alguno, las autoridades religiosas, encontrándolo culpable, lo sentenciaron a la pena capital. Escoltado por cuatro lugareños, Abdel fue llevado a una humilde casa de barro donde pasará siete días y siete noches. Jalil, uno de los líderes musulmanes que desempeñó un papel importante en el juicio, se refirió al enclaustramiento como un castigo que le permitirá estimar la magnitud de sus ofensas.


Un familiar de Abdel Bari, quien me pidió mantener su identidad en el anonimato por razones de seguridad antes de acceder a la entrevista, explicó que en el trasfondo de aquella parafernalia se ocultaba una personal animadversión de Jalil contra Abdel Bari que inició el día en que éste impidió a una turba furiosa lapidar a una muchacha.


–Era una mujer que despreció al pillo de Jalil –dijo en voz baja, como si temiese que las paredes de su cuarto pudieran oírle-. Un día, el padre encomendó a la mujer traer agua de una fuente cercana, y obedientemente, ella caminó hacia el lugar preciso y se inclinó para recogerla, pero entonces Jalil, que la había estado acechando desde hacía tiempo atrás, intentó sujetarla para dar gusto a sus demonios. Sin embargo, la presa inocente era más fuerte de lo que pensó, ya que con un ágil movimiento se libró de sus manos y le hirió en el abdomen con un puñal que ocultaba debajo de su vestido –mi interlocutor se echó para atrás y frunciendo el ceño me miró con una severa expresión que infundía miedo-: Jalil es un farsante que deshonra el nombre de Allah.

Por otra parte, Jalil se auto proclama un “simple servidor de Dios”, y con respecto al señor Abdel Bari, dice sentirse satisfecho porque no se pervertirá más el alma de la juventud.

También recabé información acerca de Jalil gracias a uno de sus allegados que se mostró particularmente dispuesto a conversar con un extranjero que sabía tan poco de los musulmanes. Jalil nació en una desaparecida provincia que colindaba con As Samawah. Su padre era un teólogo brillante, un eminente maestro que enseñó a su primogénito a respetar y amar sus tradiciones religiosas. -Cuando tenía siete años de edad –dijo levantando el dedo índice- arrojó sin titubear la primera piedra a una tía suya que deshonró a su marido, dando así, para orgullo de su familia, un prueba tangible de que amaba a Dios sobre todas las cosas-. Continuó refiriendo otros capítulos de su adolescencia que daban ya muestras claras del carácter resuelto que configuró la personalidad de Jalil, y era por cierto muy interesante y a la vez harto confuso para mí, en este lugar de costumbres bárbaras y cruentas, que se hablase de la espiritualidad con tal sumisión y reverencia.

Entretanto, Abdel Bari, sentado en un rincón de la casa, tiene los ojos apretados como un puño, concentrado en pensamientos ignotos, a lo que se ve no le intranquilizan las consignas que se elevan como la arena entre las dunas desérticas.

Jalil, envuelto por los rayos del sol, contempla el maravilloso cielo azul por un momento y dice que la muerte purifica al hombre; acto seguido, se aparta del umbral de la puerta para que otro que se halla junto a él dirija la misma arenga hacia el pueblo congregado: los ojos de las mujeres miran con recato a través de la estrecha rendija del burka, y los rostros y las manos entrecruzadas de los hombres denotan recogimiento. Detrás del grupo solemne de vestiduras blancas y negras que flotan como banderas sobre mástiles, hay un temible tanque color arena y unos soldados americanos que hacen el rol de testigos desinteresados –es como si observasen otra vieja e ininteligible historia árabe-. Uno de ellos me mira con detenimiento. De la bolsa de su chaqueta saca un cigarrillo y sonriendo me pregunta si soy inglés.

Carlos (Hiletrados Creativos).

4 comentarios:

Marinel dijo...

Es sobrecogedor el relato.Sobrecogedora la indiferencia de ese soldado del cigarrillo. Y es abrumadora la crueldad que se vierte en nombre de la religión más fanática...
Espléndido,Carlos.Como no podía ser menos de ti.
Enhorabuena.
Besos.

Jorge dijo...

Buen relato, entre lo cotidiano y real, la ficción en parte y el género periodistico en su forma.Gran comienzo para este nuevo capítulo en el blog.

Anónimo dijo...

Saludos:

Marinel: Ese soldado del cigarrillo también representa a los lectores cotidianos de los periódicos que, habituados a las desgracias y tragedias ajenas, están inmunizados contra el horror y la conmiseración. ¿Cuántas personas no has visto detenerse ante las planas de nota roja durante un segundo, el cual basta para informarse gráficamente de las más bajas infamias? Luego de que el morbo ha sido satisfecho, pasan de largo sin haber empatizado nunca o muy rara vez con las personas implicadas: deshumanización.

Jorge: Sí, y lo cierto es que siempre se mezcla la realidad con la ficción. Lo más inverosímil es verdad, y lo verosímil es muchas veces falso.

Saludos.

Pedro Estudillo dijo...

Lo más terrible es que este relato solo cuenta un episodio más de la vida cotidiana en muchas partes del planeta.
Independientemente del nudo en la garganta, muy bien relatado. Felicidades.

Saludos.