Ya no puedo llorar más. Las lágrimas no consiguen purgar mi dolor. Debo decirte adiós para seguir adelante. Por eso he decidido escribirte esta carta, resguardada por la soledad de la noche y la oscuridad de mi habitación:
Amado hijo:
Hace tres noches que no logro dormir. Cada vez que cierro los ojos, veo tu cara reflejada en mis pupilas y escucho los pitidos de esas malditas máquinas, que te mantenían conmigo. Sólo dos días, 48 malditas horas. Sólo pedía eso y el Dios que dicen nos guía no nos las concedió. Quería sacarte de ese hospital. Quería que notases el sol en tu piel y el aire en tu rostro. Quería volver a casa. Pero la enfermedad era más fuerte que tus minadas fuerzas. No eras tú el que sobrevivía en esa cama. Hace meses que te habías ido y raras veces volvías a este mundo, al notar el roce de mis manos o los besos que dibujaba en tu frente. Abrías muy despacio tus ojitos y dejabas escapar una sonrisa, que me daba fuerzas para continuar al pie de tu cama. Siempre fuiste más fuerte que tu padre y que yo.
Si pudiese dar marcha atrás y parar el reloj. Si pudiese tener ese escaso margen de tiempo, esas 48 horas, mi niño estarías en tu cuarto, con tus juguetes. Con papá y mamá.
Había preparado tus cosas, tus cochecitos, tu cama, que sé que echabas de menos. Pero el tiempo se nos fue. Después de tanto pelear, se fue. No te imaginas lo que me duele decirte adiós. Me cambiaría por ti, sin pensarlo, con los ojos cerrados. Pero ahora sé que estés donde estés mi niño por fin descansas.
Esta noche volví a soñar contigo. Te vi corriendo, saltando y riendo feliz en el jardín de casa, jugando con Rufo. Siendo un niño, que era lo que debías de haber sido. Si ese ente que vive en el cielo existiese nos habría dado el tiempo suficiente para dejar el hospital y viajar a casa. Pero amor eres tan maravilloso que no podía esperar más tiempo para tenerte a su lado. Aunque la envidia es un pecado, sentía envidia de ti y de mí. Él nunca quiso dejarte, pero te le escapaste de entre sus ángeles, para venir a tocar mi corazón.
Perdona que la tinta de mis palabras esté corrida, pero mamá necesita llorarte para poder permitir que te vayas.
Te querré siempre. Espérame un ratito, que pronto subiré a arroparte.
Mamá
Ocupaciones de jubilada
Hace 2 meses
8 comentarios:
el dolor de la separación de un hijo , es tan inmenso que es dificil volver a ser la misma mujer despues , entonces si que se para el tiempo porque vivimos con la mirada puesta en ese pasado creyendo que asi esta mas cerca de nosotras ....tu relato es la realidad de muchas madres que quisieran detener el tiempo para volver a abrazar a su hij@ . gracias a dios nadie nos puede quitar los sueños .21 besos desde mi pequeña alma . Seo , muy bello tu relato .
He deseado con toda el alma esas 48 horas. Supongo que después de un trago así, esperará toda la eternidad.
Me ha conmovido de verdad.
Un abrazo.
gracias :)
Terriblemente doloroso, el tiempo debiera detenerse para siempre cuando un hijo se va.
No tengo pabras para expresar lo que siento
Un abrazo enorme
María Rosa
Una historia triste y terriblemente conmovedora. No quiero imaginar el tremendo dolor que debe suponer la perdida de un hijo.
Precioso relato, Seo... aunque muy triste. Gracias por compartirlo.
Un beso.
Pilar
Dios,qué dolor me ha subido a la grganta y se me ha quedado en el corazón.
No me avergüenza decir,que se me han saltado las lágrimas,Seo.
Y es que no se me ocurre imaginar,el dolor terrible que una madre debe sentir al perder un hijo.
Mejor...prefiero no imaginarlo.
Un relato inmensamente tierno,doloroso,pero cargado de alma,sin duda.
Besos.
Creo que no ha sido bueno juntar todos los relatos y leerlos, ya estoy llorando demasiado por hoy.
Qué extraño dolor me acongoja el corazón.
Esas 48 horas que tal vez no sean nada pero lo son todo.
Besos.
Uff, Seo,esta princesa ha llorado con tu hermoso texto... y es que... qué duro es decir adiós a un hijo...
Gracias,
Natacha
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