Timoteo de las Casas, funcionario de Correos, cuando falleció dejó una herencia tan modesta como su propia vida. Su viuda, doña Paula, tras los funerales, convocó a sus dos hijos en la cocina familiar. Allí, sobre la mesa, había colocado tres cajas de hojalata en cuyo interior se conservaban a salvo de las humedades las pertenencias del difunto.
En la primera de las cajas, envuelto en plástico, estaba guardado un pequeño fajo de billetes. Doña Paula, ante sus hijos, lo contó: “Aquí hay 20.800 pesetas”, concluyó la mujer. “Con este dinero y con la pensión de la Mutualidad podremos irnos defendiendo”, sentenció.
En la segunda de las cajas, envuelta en un trapo anaranjado, había guardado el difunto una máquina fotográfica Leika que en los últimos años le había proporcionado momentos felices. Amante de la fotografía nuestro hombre, privándose de otros caprichos, había adquirido esa máquina con la que en ocasiones especiales retrataba a su familia.
En la tercera caja, finalmente, estaban amontonados varios cientos de imágenes que Timoteo había tomado en esos años de afición. A su lado, envueltas en plástico, estaban también depositadas ocho monedas, algunas de plata y otras de cobre, emitidas en los tiempos en que en España reinaba Alfonso XII. Nadie supo nunca donde guardaba Timoteo los negativos de las fotografías. Jamás aparecieron.
Requeridos por doña Paula para que se repartieran esos “recuerdos” de su padre, Esperanza, la hija, más sentimental, se decidió por la colección de imágenes y por las monedas alfonsinas que, ¿quién sabe porqué?, uno de los abuelos del difunto había decidido hacía muchos años conservar.
Salvador, el hijo, tras escuchar las palabras de su hermana, decidió quedarse la maquina Leika. Aunque no sentía interés alguno por la fotografía se prometió a si mismo que aprendería a usarla, quizás como un acto entrañable de homenaje a su padre.
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Era sábado y aquella tarde Salvador se acercó a los jardines del Alcázar de la ciudad con la idea de tomar algunas fotografías. En su mano, enfundada, portaba la cámara que había heredado de su padre. De manera paulatina, ¿quien sabe como?, se había ido aficionando a su uso, de modo que al fin compartía la pasión que había poseído a don Timoteo durante los últimos años de su vida.
En la escalinata de la torre de los Leones, se topó Salvador con una niña que vestida “de Primera Comunión” jugueteaba con sus primos. “Niños –exclamó- posad un momento y os haré una foto”, pero no tuvo tiempo de hacerlo… En el momento en que los niños, formalitos, posaban, llegó allí un grupo alborotado de jóvenes. Salvador no lo dudó y los invitó a unirse al grupo. Ninguno de ellos conocía a los niños, pero aceptaron entre risas.
Fue entonces, en el instante en que pulsaba en el disparador, cuando el fotógrafo reparó en el modo tan bello en que estaba posando una de las jóvenes, rubia, que parecía mirar al cielo mientras sonreía de una manera angelical… Entonces, al momento, cuando apretó el pulsador, fue cuando sucedió algo insólito…
“Que ocurre –le dijo la muchacha rubia de la sonrisa- que todos se han quedado inmóviles… Nadie se mueve… ¿Qué pasa…?” En los ojos de ella se percibía el modo en que la sorpresa y el miedo, en similares proporciones, se habían mezclado…
“No te preocupes –respondió él- me ha pasado alguna otra vez… Son cosas de la cámara, creo que tiene demasiados años… A veces, cuando tomo imágenes, al pulsar, pasa algo y durante un tiempo el mundo queda en suspenso… Pero no es nada grave… Solamente algunas personas especiales, como es tu caso, escapan de esa influencia. A mi, por lo que ves, tampoco me afecta. No te preocupes, amiga, pronto todo volverá a ser normal…”
“Ven -prosiguió Salvador- vayamos a aquella fuente y bebe un sorbo de agua, te encontrarás mejor… No tengas miedo… Nada va a suceder… Ven… Toma mi mano…”
La muchacha, confusa, como caminando entre las nubes, aceptó la mano de Salvador y los dos se encaminaron al cercano surtidor… No entendía nada de lo que estaba pasando, pero se sentía atraída por aquel joven que no parecía apreciar nada extraño en la tan insólita situación que estaba viviendo.
Para entonces, él solamente pedía al cielo que “aquello” duraba todo el tiempo posible… Aquella joven, tan encantadora, le resultaba bellísima y deseaba tener tiempo para conocerla. Así fue como caminando de la mano, entre las sonrisas de él y el indudable sentimiento de temor de ella, llegaron a la fuente. La joven sentía el frescor del agua en sus labios cuando algo, de súbito, rompió el hechizo. Se escuchó una voz… Alguien gritaba:
“María, por Dios, ven aquí, que todos se han ido –exclamaba un joven delgado cuya silueta, al lado de ella, se recortaba en la fotografía-. “¡Vamos…, que nos quedamos rezagados…!”
¡Adios, adios…! –exclamó la muchacha-, “Me está llamando Antiqva…! ¡Adios, amigo…! Espero que algún día nos des una copia de esa fotografía” –terminó diciendo mientras se alejaba-.
En aquel momento, ella no podía sospechar que muchos años después, cuando contemplaba una colección de fotografías anónimas alojadas en Internet, Antiqva habría de reconocer la imagen.
ANTIQVA
8 comentarios:
Muy original la idea. En efecto las fotografías poseen el encanto de poder parar el tiempo en un instante.
Mis felicitaciones por la narración.
Saludos.
Andamos muy 'disociados' últimamente jeje..
¿Y cómo sino íbamos a darnos cuenta de estos 'stops' del tiempo o de esas bellas muchachas que se las arreglan para filtrarse por los segundos detenidos en el tiempo??
Yo siempre me he asombrado del prodigio que obra la fotografìa, querido amigo... No me interesa mucho el mecanismo mediante el cual se lo logra -y tal vez porque no lo pudiera entender del todo jeje-, pero el hecho de congelar un momento, una imagen.. es atrapar el tiempo. Esa idea me resulta fascinante.. Y, si conservamos el tiempo detenido en una imagen, sin duda en algún instante se transforará en una puerte o un puente que nos revele la ilusión que es la 'linealidad' del tiempo :)
Es un placer recoger la magia de tus palabras e imágenes, siempre magistralmente combinadas mediante tu pluma...
Un abrazo inmenso
Me ha encantadao esa mezcla de originalidad y suspense.
Precioso relato.
Besos
Precioso... bueno pero es que lo ha escrito Antiqva! ;)
Un abrazo.
Haydeé :)
Genial,amigo mío.
Preciosa historia en la que una máquina fotográfica capaz de congelar el tiempo,te sirve para mostrarnos tu faceta intimista y el amor que recala en María preciosa.
Me ha encantado,Antiqva.
Besos y mis felcitaciones por tan espléndido relato.
La fotografia tiene el poder de detener un instante en forma de imagen digitalizada, pero tu has paralizado a todas las personas que no te interesaba, anda que no eres pillin. Muy buen relato
Qué bueno... Parar el tiempo con las fotos.
Y bien que se para, a veces, amigo para siempre...
Veremos curiosos relatos con este tema. Estoy disfrutando..
Un beso y gracias por tus letras.
Natacha.
Un relato genial :)
Me gusta este blog!
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