El sonido de la primera campanada estremeció la vieja catedral, los oídos de la niña quedaron retumbando. Miró hacia abajo, a través de la escalera de caracol, vieja y cubierta de telarañas, tropezó una mariposa muerta y la miró caer hasta que desapareció en la oscuridad. Levantó la cabeza y el miedo intentó hacerla regresar, pero ella quería ver el reloj.
—
Ese reloj hace sonar las campanas y marca el paso del tiempo—siempre le contestaba la abuela, a su insistente pregunta, recordó la niña.
Tenía siete años y la falda roja le quedaba larga, se enredó con un clavo doblado de la escalera y resbaló hacia atrás, por fortuna pudo aferrarse a uno de los maderos. Se quitó los zapatos para no hacer ruido en el piso de tablones y siguió adelante, lo más rápido que pudo, su pequeño corazón repicaba como otra campana. Abajo, fuera de su vista, entre la multitud de cabezas agachadas, estaba la abuela, rezando al igual que las demás personas; la anciana no se percató de la ausencia de la nieta. Mientras tanto, las campanadas siguieron una tras otra.
Veloz subió por la compuerta y su pequeña cabeza de pelo negro y ondulado emergió. Miró a los lados, la luz del día entraba por los cuatro ventanales a su alrededor. Entonces lo vio.
—
Tiene ruedas con dientes, como dijo el abuelo—pensó la niña.
Miró a lo alto y vio las campanas, enormes, macizas, moviéndose como enormes montañas de metal. Algo le llamó la atención, un interruptor eléctrico, parecido al que su abuelo tiene en el patio para encender el compresor de aire, cuando va a pintar el vehículo de algún cliente.
—
¿Si lo muevo se detendrá el tiempo? claro que sí, porque las campanas no podrán sonar—se preguntó y se dio respuesta, usando la misma lógica de siempre, tan veloz y asombrosa para sus abuelos, y que los hacía reír la mayor parte de las veces.
Corrió, se afianzó con sus dos pequeñas manos a la palanca y con el peso de su cuerpo la barra de plástico negro cayó. La séptima campanada no llegó a ocurrir. Los badajos quedaron suspendidos en el aire, como en una fotografía.
La niña se asomó por cada una de las cuatro enormes aberturas. Los vehículos y la gente se mantenían detenidos, las nubes, y hasta las aves, se veían suspendidas en el aire. Bajó corriendo la escalera de caracol y llegó hasta su abuela, ella estaba intentando detener la caída de su rosario, la reliquia se encontraba a pocos centímetros del suelo y la cara de la mujer estaba congelada en un “¡Oh!” de sorpresa. Las llamas de las velas no se movían y el único sonido era el de los suaves pasos de la pequeña. En su traviesa cara surgió una sonrisa de satisfacción.
—
Yo tenía razón—pensó, y comenzó a correr y saltar descalza por la iglesia, como siempre quiso hacerlo. Gritó a voz en cuello todas las canciones de su infantil repertorio, se acercó a esos señores que antes le inspiraban temor, y gritó los alaridos más molestos que se le ocurrieron.
Después pidió disculpas y repitió el recorrido por las naves de la vieja catedral.
—Ya es suficiente diversión por hoy—sonó una voz.
La niña volteó y allí estaba una anciana, su sonrisa era tranquila y sus vestidos parecían pasados de moda, o tal vez de una moda muy nueva, no estaba segura.
—Yo también, de niña, hacía eso—dijo la mujer—, lo detenía moviendo una palanca; la quitaron cuando lo convirtieron a reloj eléctrico.
La niña se recuperó del susto y preguntó:
— ¿Cómo te llamas?
—Margarita, igual que tú. Ahora sube y levanta el interruptor, después baja con cuidado y regresa al lado de tu abuela. La próxima vez, cuando vuelvas, seguiremos hablando, ¿Te parece bien?
—Sí claro señora Margarita.
—Hasta la próxima vez, niña Margarita.
Joseín Moros
10 comentarios:
Joseín Moros, un relato muy creativo, me gusta.
Un abrazo
Original y bien contado. Realmente me ha gustado. Enhorabuena.
Uf, amigo.... personajes que se encuentran en "el otro lado".
Precioso. Lo infantil siempre es auténtico...(¿sería ella misma...?)
Gracias por tus letras, cielo.
Un beso
Natacha.
Es una lástima la limitación de espacio, porque este relato da para mucho más. Una idea muy original y bien narrada; espero que lo continúes por tu cuenta, si no lo has hecho ya.
Un abrazo.
Qué original! precioso!! Me encantó !
Besito
Un relato encantador y encantado.
Una forma muy mágica de detener el tiempo y no sé si incluso adentrarse en el futuro un tanto...
Me ha gustado muchísimo.
Y la imagen es preciosa también.
Enhorabuena.
Besos.
Es muy hermosa esta historia.
Un abrazo,
Coincido con varias de las opiniones... El tema daría para mucho más y también yo pienso que parando el reloj Margarita se adentró en el futuro, donde se vió a si misma ya de anciana.
Muy bonito.
Un beso Joseín.
Pilar
Idea infantil de quedarse sola en el mundo por unos instantes Ufffff!!! Lo había olvidado...
Muy buena historia...
Saludos
Gracias a todos por sus palabras y buenos deseos.
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