Un destello rosado iluminó parte del cielo.
Europa dormía y nadie se molestó en mirar…
Durante días, aquella extraña presencia mandó señales y destellos de luz cada noche y cada día… Mientras, el viejo continente caminaba nervioso, a trabajar, subir, bajar…preocupados por rendir, por ganar un nuevo peldaño…
¿Ni siquiera esos humanos pequeñitos miraban hacia el cielo nunca? Se preguntaba, allí, tras las nubes, aquella hermosa masa gaseosa y brillante que se escondía y husmeaba nuestro bello planeta.
Había llegado sin querer… paseaba por la inmensidad del Universo y de repente lo vio… una hermosa bolita azul… y se acercó a mirar, con cautela, sabía que otros mundos y el suyo, no podían mezclarse, pero nadie le dijo que no mirase…
Y vio valles hermosos, ríos caudalosos, que dibujaban como nervios la superficie de ese planeta azul… selvas, montañas grandiosas. Y todos sus habitantes… ¿Cuántas especies podría haber? Cientos… miles… millones de ellas…
Los erguidos a dos patas, sin duda son los humanos, de los que algo había leído en su memoria… También eran diversos, algunos bellos y generosos, otros malvados y horrendos… Una peculiar especie.
Vivían en familias, con sus crías durante casi toda su vida… Habían creado una curiosa sociedad, casi tocando la felicidad… pero según había leído, se les escapó de las manos… Sus ríos comenzaron a secarse, misteriosamente se dañaban a sí mismos, la ambición les traicionó y su ecosistema se desestabilizó…
De todas formas, a la presencia, le seguía pareciendo un hermoso lugar… y por eso se acercó y decidió regalarles algo a esos humanos que estaban perdiendo el norte. Ella tenía la solución a sus problemas…
¡Pero necesitaba que algún humano le escuchase! ¡Una sola mirada para conectar con su señal!
Había elegido aquel lugar llamado Europa por ser el lugar más habitado, por el ser más inteligente y próspero… Por las noches, millones de pequeñas estrellas iluminaban sus ciudades, que jamás dormían…
Tras varios días y varias noches intentando que algún humano alzase la vista al cielo… cayó en la cuenta de que se había equivocado y decidió que debía buscar otro lugar, donde el hombre si mirase al cielo, donde el hombre tuviese un momento, siquiera para recibir su regalo… Y eligió, esta vez, un pedazo de tierra más marrón, con pocas luces en la noche y habitado de forma menos numerosa que la zona anterior… Aquel lugar se llamaba África.
Observó antes de mandar sus bellos destellos. Esta vez no quería fallar.
Vio como sus habitantes carecían de todo lo que en Europa tenían, pero les vio sonreír. Vio como las madres no se separaban en todo el día de sus retoños. Éstos jugaban en grandes extensiones al aire libre y compartían comida y techo.
No encontró grandes construcciones, sino humildes cabañas o chamizos que apenas si les protegían del frío de la noche y del abrasador calor del día…
Parecían felices, pero sus cuerpos lucían casi desnudos… sus pies descalzos… Les vio recorrer kilómetros para buscar algo de agua y la comida era conseguida con grandes esfuerzos…
Sí, pensó. Este es el lugar…
Esa noche, lanzó un solo destello… En África central todo el mundo alzó su mirada al cielo. No había más luz que esa bella ráfaga rosada.
Como una lluvia, algo comenzó a caer del cielo. Una especie de gelatina que se pegaba a las caras de los niños y a las piernas, los brazos… y el bienestar comenzó a invadirles… comenzaron a recibir capacidades increíbles, datos de su subsuelo y los secretos de todas las artes conocidas en la tierra, los secretos de su propia esencia… Una sonrisa se dibujaba en sus caras…
Los hombres, paralizados frente a aquella sensación, comprendieron que tenían trabajo por hacer y comprendieron también que su tierra era rica, rica en grandes recursos…
Aquella lluvia se convirtió en barro en las personas que dirigían con maldad aquellos pueblos y les despojó de todos sus valores. Les borró la memoria y la ambición, haciendo de ellos personas amables y generosas, que pronto se pusieron al servicio de la comunidad…
Aquella lluvia borró los odios de los pueblos, acabando así con todas las guerras en marcha.
Acabó con el hambre, nutriendo, al instante, a cada ser que tocaba…
Ella disfrutó con esa visión, mientras se marchaba… a seguir con su paseo…
Al tiempo volvió y la pequeña bola azul era, si cabe, aún más hermosa que antes… África había recuperado su lugar en el planeta, su trozo de tierra era ahora fértil y bello… Europa tenía menos luces, pero sus habitantes, de vez en cuando, miraban al cielo.
Surgían, salpicando el paisaje acá y allá, pequeñas huertas, pequeños terrenos donde jugar, casas más pequeñas… Las grandes ciudades iban siendo abandonadas para recuperar la vida con la naturaleza… reconciliarse con el agua, la tierra, el viento…
Y ella estuvo satisfecha de haber regalado a estos seres tan primitivos algo que ella tenía en cantidades…
Unas gotas de Sentido Común…
Natacha.