
“Stigma Diaboli” de una bruja fosilizado en piedra.
Cuando corría el año 1695, Ricardo Monzón, agricultor de Montilla, presentó una denuncia ante el Santo Oficio. Acusaba a su vecina Margarita Cuevas de que esta, con magias de brujería, malograba todos los huevos que ponían sus gallinas. Todos ellos, inexplicablemente, cuando se abrían, estaban impregnados de sal. “Excelencia –había dicho Ricardo Monzón al Inquisidor-, por culpa de los hechizos de esa mujer hay en los huevos más sal que en las propias aguas del mar.” Además, habría argumentado nuestro hombre, Margarita mostraba en su pecho uno de esos estigmas con los que el Maligno marca a sus fieles más distinguidos. En efecto, aclaró Ricardo, su vecina tenía tres pezones en el pecho, en lugar de los dos que resultan habituales en las mujeres.
Se dice que los inquisidores admitieron la denuncia, de modo que pronto dieron comienzo los interrogatorios y las torturas que se prolongaron durante casi dos años. Margarita, al cabo, reconocería que todo aquello de lo que era acusada era cierto. Se declaró culpable, por tanto, de que los huevos de las gallinas de su vecino resultaran insoportablemente salados, así como de tener en su pecho, además de los dos habituales pezones, una tercera “tetilla” con la que, sin duda, la había marcado Satanás en el mismo momento de su nacimiento. En aquellos tiempos, el conocimiento científico estaba algo atrasado de modo que a los inquisidores ni siquiera se les pasó por la mente comprobar si los huevos que ponían las embrujadas gallinas estaban realmente salados o no. La bruja, apaleada, había confesado su crimen y eso les bastaba.
Mucho antes de que se hiciera desfilar a Margarita por las calles de Córdoba, camino de la plaza de la Corredera, en el Auto de Fe que se celebró en esta ciudad el 7 de agosto de 1699, las gentes de Montilla supieron que la misma noche en que Ricardo Monzón interpuso la denuncia, su esposa había abandonado el hogar familiar. Parece que su marido nunca supo aclarar porqué sabía que la vecina tenía tres pezones…
Señales malignas
Pronto, en el pueblo, corrió la voz de que el Inquisidor de Córdoba, don Iñigo de Meléndez, tras la confesión de Margarita Cuevas y el mágico suceso de los huevos embrujados, se había desplazado a Montilla guiado por el ánimo de investigar la posible presencia allí de otras brujas. Las gentes lo habían visto acompañado de cierta muchacha de Écija de la que decían que sabía reconocer en el cuerpo de las hechiceras el “Stigma Diaboli”, esa señal que el demonio marca en las gentes descarriadas cuando sus almas entran a su servicio… Pronto un miedo intenso sacudió a las mujeres montillanas.
ANTIQVA