ESTAMOS PUBLICANDO AHORA LOS RELATOS DE: GÉNERO: "LIBRE"; TEMA: "EMPECEMOS JUNTOS".

ÓRDEN DE PUBLICACIÓN EN EL LATERAL DEL BLOG. DISFRUTAD DE LA LECTURA, AMIGOS.


miércoles, 24 de marzo de 2010

UN RAYO DE LUZ


Al abrir los ojos, podía ver perfectamente las algodonosas nubes que se movían perezosas… Podía notar como el sol calentaba mi rostro. ¿Dónde estaba?

Un silencio atronador me rodeaba… y entonces, me dí cuenta de que no podía recordar… En mi mano apretaba con fuerza, casi con desesperación, un botón amarillo, que desde luego, no pertenecía a nada que llevase puesto.

¿Un nuevo estado de consciencia? ¿Una nueva sensación? Una miriada de pequeñas nuevas sensaciones se agolpaban en mi interior y era imposible medirlas, traducirlas. No sé si me sentía feliz en ese taciturno instante… Quizás la mejor palabra que me describía era nuevo. Eso es, me sentía nuevo; pero algo había pasado, algo había vivido que mi mente no llegaba a vislumbrar desde el recuerdo.

Sentí que respiraba más tranquilo; decidí levantarme y cambiar mi rostro de extrañeza por uno más inquisitivo; decidí caminar hasta encontrar algo que me sonara conocido, o bien encontrar una cara amiga; un buen café en algún lugar abierto y lleno de gente. Pero sabía que mi mano derecha llevaba la respuesta firmemente apretada…

Tras cruzar la avenida, adornada con luminosos ya apagados que anunciaban la Navidad, me topé con el “Nuevo México”. Alguna fuerza desconocida me animó a entrar. Saludé, pero nadie me devolvió el saludo, ni siquiera el camarero, a pesar de que, su mirada se había cruzado con la mía durante unos segundos. Mientras esperaba que me sirviera el café que había pedido, decidí ojear el periódico. Entonces, de súbito, supe que había estado antes en aquel lugar. Sabía que el camarero de hosco aspecto se llamaba Carlos. En ese momento, alguien, en el televisor, estaba informando de que tres españoles habrían sido secuestrados en Mauritania. Al parecer, formaban parte de una caravana que llevaba alimentos al Senegal. Carlos, tras la barra, a gritos, vociferaba en contra de los negros, y de los moros, y de Zapatero, y de los curas… ¿Quién será ese Zapatero?, pensé.

Fue entonces cuando el hombre entró en el bar. Portaba varias bolsas de plástico en las que acumulaba sus miserables pertenencias. Las depositó junto a la barra, a mi lado, y se encaminó a los servicios sin saludar a nadie. Algo en mi interior me avisaba de que yo conocía a ese hombre y que debía guardar las distancias con él. Intuitivamente supe que era un tipo peligroso.

-Vaya por Dios –escuché gritar a Carlos-, ya está otra vez aquí el Legionario… Veréis como me deja los servicios…

Para entonces yo estaba recuperando progresivamente la memoria. Era consciente de que el Legionario, ese mendigo de aspecto patibulario, era un desheredado de la fortuna. Todos le conocían en la ciudad. Su casa era la calle y muchas mañanas acudía al “Nuevo México”, para desesperación de Carlos. Allí tomaba un café, hacía sus necesidades y se aseaba un poco. Recordé que la gente contaba que en algún tiempo lejano, huyendo de las consecuencias de crímenes olvidados, había estado enrolado en la Legión. El barco que lo traía de regreso de África, cuando lo licenciaron, amarró en Algeciras. Allí tomó un expreso nocturno guiado por el ánimo de llegar a Madrid. Algo antes, sin embargo, de que el tren avistara Córdoba el revisor lo descubrió sin billete. Avisó a los dos números de la Guardia Civil que vigilaban el convoy y estos le obligaron a bajarse en la que en otros tiempos había sido mítica ciudad de los califas. Fue así como, obligado por las leyes insondables del azar, el Legionario se había asentado en los jardines y calles de Córdoba.

Estaba él todavía en los servicios cuando empecé a escuchar gritos en la calle. Afuera, al otro lado de la plaza, se había formado un tumulto de gente. -¿Qué pasará? –pensé. Carlos, para entonces, todavía no me había servido el café. Iba a reclamarlo cuando pude contemplar, dominado por el estupor, que varios agentes de la policía entraban en el “Nuevo México”. Repararon en las bolsas de plástico que el mendigo había dejado en el suelo y cruzaron con Carlos algunas palabras que no pude escuchar. Al momento, pistola en mano, se encaminaron a los servicios. De allí, sacaron al Legionario. Se lo llevaron esposado y encañonado. Cuando pasaba a mi lado, dirigiendo él su mirada al vacío, me di cuenta de que debajo de su raído abrigo vestía algo que parecía una vieja casaca militar, posiblemente un vestigio de su naufragio en las aguas de la Legión. La casaca estaba abotonada con botones de cobre amarillento.

Atraído por el creciente bullicio me olvidé del café que Carlos no había llegado a servirme y salí a la calle. Un grupo de unas diez o quince personas, al otro lado de la avenida, junto a los jardines, se arremolinaba. Una ambulancia y varias unidades policiales estaban estacionadas con las luces intermitentes encendidas. Crucé la calle y me acerqué al grupo. Un hombre, empapado en su propia sangre, estaba tirado en suelo…

-Ha sido el mendigo –decía alguien-. Sin cruzar palabra le ha clavado un inmenso cuchillo… Después, ha tirado el arma en aquel soto y se ha alejado… Hemos visto que entraba en el “Nuevo México”. Allí acaban de detenerlo.

Me acerque. Horrorizado pude contemplar de cerca al hombre que yacía en el suelo. Su pecho estaba atravesado por lo que parecía ser la bayoneta de un CETME (1). El médico que lo atendía, volvió su cabeza:

-Acaba de morir –exclamó, mientras cerraba con su mano los ojos del hombre-. Tiene en sus manos un botón amarillo –avisó a los policías-. Posiblemente se lo arrancó a su asesino…
Fue en ese momento cuando sentí que una luz inmensa salía del cadáver y me envolvía girando de manera vertiginosa…

-¡Señor –pensé- ese hombre muerto soy yo…!

Dominado por una sensación jamás conocida de angustia, sentí que la luz se hacía dueña de mí y me desplazaba con ella… En pocos instantes me sentí lejos, muy lejos… ¿Quién sabe a donde me conduciría?

1)- CETME: fusil de asalto ametrallador. Arma usada en el ejército español en los tiempos del franquismo. Todo sugiere que el Legionario, cuando se licenció, no llegó a devolver su bayoneta de reglamento.

ANTIQVA

5 comentarios:

Oscar García dijo...

Interesante e intrigante de principio a fin. Me ha encantado :)
Un saludo!

isis de la noche dijo...

WOW!!!!

Un cuento digno de mi querido Antiqva...

Lo has descrito tal cual -dicen- suele pasar cuando la muerte nos da el encuentro de manera sorpresiva. Al parecer, tardamos unos momentos en darnos cuenta de lo que ha sucedido, antes de cruzar el umbral que conduce a destino incierto..

Qué alegría que todavía estemos coincidiendo en este mundo ;)

besos miles!!! y felicidades por el bien logrado cuento... Magnìfico!!

Marinel dijo...

Antiqva...no esperaba menos de ti,de verdad.
Genial!!!
Me ha entusiasmado la intriga y ese magnífico final que te deja muda...
Ya digo que no podía ser de otra forma.
Felicidades.
Besos.

Autores Reunidos dijo...

Vaya... una experiencia extracorpórea. Fantástico relato, querido Antiqva, enhorabuena.
He disfrutado de lo lindo.
Un beso y gracias de nuevo.
Natacha

Calvarian dijo...

Buen relato. Cuantos historias sobre desheredados merecerían no sólo un relato, un libro.
Felicidades
Saludos