La oscuridad pesaba como un manto de rocas malolientes.
Las pupilas negras del cazador ocupaban la totalidad de sus lagrimosos ojos. No era la primera vez que se enfrentaba a la criatura, pero el miedo aún le seguía paralizando el aliento.
El silencio era atronador.
Su corazón parecía galopar desbocado por un inmenso vacío negro profundo. Sabía que la criatura se ocultaba cerca; podía oler su hedor nauseabundo; presentía su mirada pétrea clavada en su nuca... siempre en su nuca.
Aún le ardía la pantorrilla derecha, como vestigio intimidador de su anterior enfrentamiento, aquella otra noche pasada de valor encendido, que acabó con sus huesos tendidos en la húmeda arena de la caverna maldita.
Pero en esta otra ocasión no podía permitir que volviera a sorprenderlo, no debía hacerlo. El futuro de la humanidad estaba en juego, además de su orgullo; quizá éste más importante aún. Y el cazador lo sabía.
Por eso se mantenía agazapado, acechante, mirando a cada lado, sin ver absolutamente nada. De su mente no podía apartar la imagen de unos dientes sanguinolentos, afilados, bajo una mirada de fuego que le atravesaba el corazón y le hacía temblar hasta el último de sus pelos. La imagen del ser más despreciable y salvaje que pudiera concebirse desde el inframundo, el único lugar capaz de engendrar una criatura de semejante maldad.
El hedor iba en aumento. Al igual que el terror que le envolvía.
El inquietante momento del choque final se acercaba; lo intuía... lo temía.
De repente, un roce inesperado en el costado le obligó a girarse, dando un respingo sobresaltado y torpe, blandiendo su arma acerada a diestro y siniestro, sin el menor atisbo de éxito en la embestida.
Algo le atenazaba el brazo ejecutor.
El cazador intentó zafarse de su opresor, pero, en su apresurada huída, tan sólo consiguió trastabillar con la masa informe que le rodeaba y oprimía, cayendo irremediablemente al frío suelo.
En ese mismo instante, presa del horror de verse vencido y al borde de la más temida de las muertes, en espera de la dentellada final, una luz poderosa y cegadora emergió de la nada, enfundándolo en un estado de confusión y perplejidad absoluta.
Al mismo tiempo, surgiendo de la profundidad cavernosa, envolviendo la luz, el miedo e incluso a la misma criatura que aún lo aferraba con furia, un grito espeluznante acabó con las escasas esperanzas que le quedaban de salvar su integridad:
“¡¡¡Pedrito, te tengo dicho que no juegues a oscuras en el dormitorio!!! ¿Otra vez quieres hacerte daño en la pierna con la cómoda? Y se puede saber qué demonios haces en el suelo enredado en la cortina. A tu padre vas ahora mismo.
Venga, que ya está la cena puesta.”
“Sí, mamá” —dijo el cazador, derrotado y cabizbajo, al tiempo que se levantaba y se dirigía hacia la puerta.
Pero justo antes de salir, tras darle al interruptor que apagaba la luz, no pudo reprimir una mirada huidiza hacia el insondable abismo que dejaba atrás, y que era cruzado a la velocidad del rayo por una sonrisa hueca y malvada, y un par de puntos de fuego luminosos al fondo del todo le recordaban que tenían una cuenta pendiente.
Esa noche volverían las pesadillas.
Pedro Estudillo
7 comentarios:
Las pesadillas pueden ser tan terroríficas,que incluso despiertos,nos persiguen...
Este cazador...sabía que al volver a su habitación,ésta se transformaría de nuevo en ese espacio donde luchar por la supervivencia.
Y es que la mente de un niño,es capaz de dar forma real, a los sueños más terroríficos.
El poder del miedo,dicen...
Pedrito perdería pronto el miedo?
Espero que sí,guapetón.
Bueno,Pedro.Para no querer dormir.
Besos.
Me trajo recuerdos de mi infancia, y como dice Marinel, la mente del niño es capaz de dar forma real a lo que no tiene existencia, me gustó el relato. Así hace su mundo más rico y vasto, saludos
Es valiente Pedrito enfrentandose a sus miedos... no es fácil hacerlo, algunos miedos nos aterran tanto que nos acompañan toda la vida.
¿Eres el Pedrito del relato? ...si es así, nos podrías contar si al fin el cazador venció a ese terrible ser.
Me a gustado mucho, amigo Pedro.
Besos.
Pilar
Querida Pilar, nuestro entrañable Pedrito lleva ganadas ya muchas batallas y perdidas unas cuantas, y aún continúa luchando porque la guerra nunca cesa. La lucha contra nuestros miedos y contra el lado oscuro de nuestras mentes siempre nos perseguirá hasta el fin de nuestros días.
Lo importante es que cada batalla nos hace más fuertes y decididos, ganemos o perdamos. Y nunca hay que bajar la guardia.
Muchas gracias a ti y a todos por vuestros comentarios tan generosos.
Abrazos y feliz combate.
Amigo, me encantó el relato y esa acertada alusion a los terrores infantiles...
Ay, Señor, que habra realmente dentro de los armarios de los dormitorios infantiles, por las noches...
Nuestras hijas, por si acaso, siempre se cercioraban de que la llave del armario estaba bien echada...
Je,je,je
Felicidades por el relato,amigo
Uf, Pedro, las pesadillas infantiles traspasando al mundo de los despiertos...
Me tenías despistada, jaja.
Fantástico, como siempre.
Un beso,
Natacha.
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