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viernes, 7 de agosto de 2009

LA NINFA Y EL GUERRERO


Había una vez una ninfa que vivía en un valle frondoso lleno de alegre vegetación y adornado por un río que daba vida a aquella bonita estampa en la que siempre era primavera.

La Ninfa vivía sola en su valle, y apenas era visitada por algunos caminantes, ya que antes de llegar al valle había que atravesar el abismo de los dragones, y sólo unos cuantos osados conseguían llegar hasta allí; eran aquellos que al pasar y ver la hermosura de aquel rincón les entraban unas ganas irrefrenables de instalarse junto con la ninfa, pero desgraciadamente siempre acababan marchándose después de saciar su hambre y su sed, porque aquel lugar acababa antojándose aburrido a fin de cuentas.

Sucedió una mañana que la ninfa estaba lavándose los pies en aquel río, cuya agua cristalina devolvía el paisaje verde de la vegetación, que de repente, sin haber escuchado tan siquiera unos pasos al acercarse, vio reflejada una imagen junto a la de ella en el agua. Entonces la ninfa, lejos de asustarse, posó su profunda mirada sobre el reflejo de aquellos ojos oscuros que la miraban desde el agua; durante un instante en el que los relojes dejaron de marcar todas sus horas y se inmortalizó el tiempo, la ninfa vio pasar ante sí las muchas cicatrices de todas las batallas libradas por aquel guerrero. Pero ella mejor que nadie sabía, que el mejor bálsamo para curar todo tipo de heridas, era el amor, el cariño y la ternura; y de eso ella tenía mucho que ofrecer a aquel guerrero que seguía hipnotizándola desde el agua.

El guerrero acogió con agrado las muchas atenciones de aquella bella ninfa y empezó a sentirse mucho mejor al recobrar todas aquellas cualidades de antaño. Y en sus ojos volvió a brillar aquello que llaman “esperanza”, algo que había perdido batalla tras batalla por mucho que algunas hubiesen terminado en grandiosas victorias.

Los días pasaban y el guerrero se sentía feliz, optimista, confiado, alegre y lleno de vida; y la ninfa descubrió que a medida que iba suavizando las heridas de su amado guerrero, iban cicatrizando las suyas propias; heridas que ella misma tenía escondidas en el fondo de su alma, heridas que nadie había osado descubrir jamás, pero que aquel intrépido guerrero llegó a vislumbrar y a recubrir con el mismo bálsamo, que de la ninfa, había aprendido ha elaborar.

Y así sucedió que aquella ninfa, que era algo marisabidilla, consiguió comprender que aquel guerrero no estaba allí para sanar sus propias heridas, sino para curarla a ella y con ello rescatarla de aquel destierro sin fin, al que voluntariamente se había entregado.

Firma del Autor: Ruth Carlino

6 comentarios:

Marinel dijo...

Bonito cuento de esos que me gustan a mí,con ninfas y todo.
Menos mal que llegó el guerrero en su ayuda.
Muy bonito de verdad.
Besos.

Autores Reunidos dijo...

Cuantas ninfas y cuantos guerreros caminan por nuestra vida real, que si llegaran a encontarse, a tener la oportunidad de darse amor... curarían todas sus heridas.
Un bello cuento, amiga. No sé si tan de niños...
Gracias por tus letras
Un beso,
Natacha.

Emilio Muñoz dijo...

¡Qué gran enseñanza se esconde en tu cuento...! ¡Qué maravillosa idea -de esas que iluminan deslumbrantes lo mejor del alma humana- has dejado en esta preciosa joya, Ruth...!

Me recuerda una frase del Dalai Lama que no he llegado a incluir en ninguno de mis posts porque lleva la palabra felicidad (que tanto miedo me da...):

"Si deseas la felicidad de los demás, sé compasivo. Si deseas tu propia felicidad, sé compasivo." (Dalai Lama)

Felicidades por tu obra de arte y un gran abrazo.

MOMENTOS DE LA VIDA dijo...

Bellísima historia!! me gustó mucho!
besos!

aldhanax dijo...

Qué bonito cuento. Me encantó el final..
Es precioso!!
Besos

Calvarian dijo...

Bonita historia con final feliz.
Bésix