ESTAMOS PUBLICANDO AHORA LOS RELATOS DE: GÉNERO: "LIBRE"; TEMA: "EMPECEMOS JUNTOS".

ÓRDEN DE PUBLICACIÓN EN EL LATERAL DEL BLOG. DISFRUTAD DE LA LECTURA, AMIGOS.


domingo, 9 de agosto de 2009

EL NIÑO CON DUENDE

Era un pueblecito pequeño, situado en la cúspide de una montaña que miraba al mar y a cuyas faldas mojaban las olas en forma de playa. Si subías por la ladera, atisbabas las casitas blancas tachonadas de azul. Parecían un conjunto de perlas decoradas, depositadas en aquella cima, para deleite visual.

Había una plaza circular vestida de piedra. Se rodeaba de árboles en pleno proceso de crecimiento. Unos bancos forjados de hierro y asientos de madera pintada, circundaban la fuente de la señora del miriñaque; como la llamaban los lugareños.

En uno de esos bancos dio comienzo la vida de Jacobo, el niño con duende.

Petra quedó viuda al mes de estar en cinta, y su soledad se vio mermada con la compañía del deseo. Deseaba ver la carita de ese bebé que le daría la felicidad perdida.

Las labores del huerto, la casa, el embarazo. Petra apenas podía ya consigo misma, así que los vecinos ayudaban en todo lo que podían a esa buena chica, que fue abnegada esposa y pronto sería madre.

Tuvo que sentarse a descansar en aquel banco, pues los dolores avisaron a Petra de la proximidad del alumbramiento. Volvía del puerto de comprar pescado fresco para la cena de aquel día.

Cuentan los habitantes del lugar que acudieron a sus gritos de auxilio, que al llegar, la cabeza del niño asomaba ya. Narraban que tenía los ojos completamente abiertos y parecía sonreír.

Su madre, asustada ante la ausencia de llanto; le propinó un cachete, que le hizo hacer pucheros.
Jacobo nació queriendo saber, o quizá sabiendo…

Al año, hablaba por los codos. A los tres, leía de carrerilla e inventaba historias. Su tamaño era excesivo para su edad, pero todos apreciaban su simpatía y extroversión. Nunca le vieron llorar.

Jacobo tenía duende, comentaban los ancianos del lugar.

Recordaban cuando tocando el abultado vientre de Tulia, habló de dos bebitos en lugar de uno. Asombrados vieron que acertó. O cuando Marcos, el carpintero se quejaba de su mano, sin que nadie diese con su mal. Jacobo tocó, miró y adivinó la pequeña astillita estancada, que producía el daño. Saber y curar fue todo uno.

Y la bella historia de amor, entre Juana la pastelera y Pablo el carnicero, que aún antes de saberla, ya la adivinaron en las miradas cómplices de Jacobo. Fue el encargado de llevar los anillos el día de la boda.

Jacobo además se amigó con las plantas, tanto que salía en busca de las mágicas, como él decía. Y es que con ellas curaba todo tipo de males.

Cuentan que alguna vez le sorprendieron hablándoles y ellas, las plantas, parecían relucir.
De todas partes llegaban las gentes en busca del gigantón, pues a la edad de diecisiete años, medía una enormidad. Sin embargo, ver su níveo rostro cuajado de pecas, su sonrisa perenne y su cabeza coronada de fuego, era ver un angelote tierno y bonachón.

Creció sin darse cuenta.

Un día en el puerto la vio, y no le hizo falta nada más. Se casó con Magdalena, la chica que había estado esperando, y ella tan dulce como su propio nombre, amó a Jacobo desde el momento que lo vio aparecer.

Ese gigante sería su vida, desde aquel preciso instante en que sus miradas se cruzaron. Cuando el vientre de Magdalena germinó, Jacobo ya supo de un niño de pelo negro como la noche. Y en el momento en el que Magdalena fue a advertirle de su nueva paternidad, Jacobo, le habló de una niña de pelo color de fuego como el suyo.

Todos adoraban a ese grandullón, cuya mayor ilusión parecía ser la ayuda a los demás. Nadie lo vio enfadado jamás, ni triste o cabizbajo.

Jacobo había nacido para ser feliz y hacer a los demás.

Aquella tarde de primavera, la lluvia caía finamente mojándolo todo, pero Jacobo se paseó hasta el banco que lo vio nacer.

Allí se sentó cansado, viejo y feliz.

Dicen; que en ese momento en el que Jacobo marchó para siempre con su duende hacia lugares mágicos, el árbol se hizo llorón y triste, el banco hinchó su madera hasta resquebrajarse, la fuente se secó dejando a la señora desvalida…

La plaza nunca volvió a ser la misma.

Todos supieron por qué. Quizá porque ellos mismos, los habitantes de aquel pueblecito que habían tenido la suerte de conocer a Jacobo, se sentían de la misma manera que la plaza…







Marinel

9 comentarios:

Ruth Carlino dijo...

Precioso Marinel, realmente bello. ¿Cuántos Jacobos nos harían falta en este mundo?

Gracias por regalarnos tan maravillosas letras.

Un beso.

luisa maria cordoba dijo...

Un relato muy bonito,¡quien tubiera un Jacobo cerca!
Un saludo.

aldhanax dijo...

Qué lindo Marinel!!! Me encantó, sinceramente precioso!!!
Me conmovió hasta las lágrimas!
Qué cosas más bonitas escribís.
Besotes.

Autores Reunidos dijo...

Qué hermoso personaje, Marinel...
Personas como Jacobo llenan las ciudades y los pueblos...
Es necesario dejar que los "jacobos" hagan su magia con los que tienen cerca.
Un bello cuento, querida amiga.
Un beso,
Natacha.

AHEO dijo...

:) MA-RA-VI-LLO-SO

Un abrazo querida Marinel, como siempre he disfrutado tu relato.

Besos

Haydeé :)

isis de la noche dijo...

Qué bella historia amiga!!

Yo he conocido gente así ;) Y sé que su paso por el mundo deja una estrella más en el cielo..

Me ha encantado ;)

un abrazo inmenso con mi cariño de siempre ;)

I. Robledo dijo...

Que bella historia, amiga, alquien que habia nacido para ser feliz...

Y para hacer felices a los demas.

Bellisimo.

Un abrazo, Marinel

Calvarian dijo...

Hermoso cuento Marinel. Quizá incluso lleva algunas cosas reales dentro...quien sabe

Bésix

Marinel dijo...

Gracias por comentar,amig@s.
Espero no haberos aburrido demasiado con mi cuento.
Besos para tod@s.