ESTAMOS PUBLICANDO AHORA LOS RELATOS DE: GÉNERO: "LIBRE"; TEMA: "EMPECEMOS JUNTOS".

ÓRDEN DE PUBLICACIÓN EN EL LATERAL DEL BLOG. DISFRUTAD DE LA LECTURA, AMIGOS.


jueves, 30 de octubre de 2008

UN VIAJE PELIGROSO

Daba un tranquilo paseo.

Es un barrio que Mario no frecuenta habitualmente, pero, debido a un trabajo temporal de apenas tres semanas, tendría la oportunidad de pasear por sus calles mientras hacía tiempo tras la comida.
Era un agradable día de otoño, los árboles acariciados suavemente por un leve viento, dejaban caer constantemente sus hojas adornando las aceras y la calzada con esos tonos que van desde el marrón al rojo intenso, los colores propios de esta estación.
Todo el mundo anda deprisa. A él le gusta observar a todos. Decide sentarse en una rancia y adorable cafetería de la Plaza de Sevilla, muy cerca del Teatro Español, en pleno centro de la capital...

Disfrutará de un café bien cargado, sin azúcar, como le gusta. Sobre la mesa un periódico abandonado, quizá, por el cliente que acaba de marcharse. La silla aún está caliente... El camarero sale y entra incesantemente con su mandil blanco y su bandeja sobre la mano.
Con actitud ciertamente servil atiende las escasas cinco mesitas que ocupan parte de la acera, invadiéndola y haciendo, a veces, tropezar a los transeúntes...

Un hombre con una terrible deformidad en la espalda se planta frente a él y extiende su mano mientras murmura algo ininteligible para Mario. Parte de sus babas se derraman sobre los zapatos y Mario le niega con la cabeza... El hombre insiste y Mario rebusca en el fondo de su bolsillo unos céntimos... Duda si dárselos, tal vez sea aún peor, el hombre parece deseoso de atención más que de dinero... qué penosa vida, piensa. Pone el dinero sobre la mesa, cerca del mendigo. No puede evitar pensar en cómo tendrá las manos ese pobre hombre...

Madrid tiene estas cosas... somos demasiados...

¡Por favor! dice levantando la mano cuando el camarero pasa a su lado.

Un muchacho con aspecto indio, grandes ojos negros enmarcados en profundas ojeras oscuras, piel morena y mirada penetrante.
El acento le delata ¿Qui le ponongo senior?
Mario pide su café cargado y suplica con la mirada que le libre del mendigo.
El camarero le espanta casi como a un perro... Parece que no tener que haberlo hecho él mismo quita dureza a la escena y despeja su conciencia... El deforme se marcha como un perrillo asustado con su eterno murmullo. Cruza la calle Príncipe casi sin mirar y casi sin ser consciente del frenazo que un taxista ha tenido que pegar para no llevárselo por delante... Mario se pregunta si no es eso lo que buscaba, marchar rápido y ligero de ese asfalto hostil, de esa vida de dolor y sufrimiento.
Mario es bueno y le mira piadoso mientras desaparece ya por la esquina, lo cual le permite olvidarlo para siempre.

"Siu cáfe" dijo el joven indio, poniendo suavemente el plato con la taza, la cucharilla y el azúcar sobre la mesita blanca. "Gracias".

Ojea el periódico y decide cogerlo y leer un rato, Mira el móvil y aún tiene tres cuartos de hora hasta su cita laboral... hoy comió muy deprisa. Mañana lo hará más lento, así no le sobrará tanto rato... Hoy hace sol, pero si amanece el día frío y lluvioso será muy incómodo esperar.

El transito humano distrae constantemente su atención sobre las noticias de todos los días.
De pronto, cruzando la plaza, le parece ver a Sandra, la esposa de un buen amigo. ¿Qué hará por aquí...? Pero...
Mario se dispone a levantarse para llamar su atención, cuando observa a un hombre, que no es César, que le coge cariñosamente por la cintura... La atrae hacia sí y le besa... ¡en los labios! oh, oh...
Mario se sienta al instante y ahora lo que desea es desaparecer tras el periódico. Lo sube cubriendo su cara, puesto que la mujer de su amigo, colmada de carantoñas se acerca a la cafetería.
Ambos se besan de nuevo en los labios, con ternura, no, ¡con pasión! Sus lenguas se entrelazan sin el menor decoro, mientras esperan el semáforo para poder cruzar.

Al pasar por delante de la mesa donde un hombre se esconde tras un periódico, ella ríe divertida y él, le roza levemente el culo con la mano.

Mario ha encogido en la silla, quiere desaparecer y reza para que no le vean... El camarero indio mira divertido la escena, que desde fuera, es tan evidente que solo falta un cartel de Estreno en la barriada...

Esa noche, mientras cena en casa con su mujer, ésta le dice que ha llamado Sandra... César vuelve mañana de su viaje a Londres y les invitan a cenar. Parece que el negocio le ha salido bien. Sandra estaba feliz con la vuelta de su esposo tras una semana fuera.




Ahora Mario es consciente de que los viajes, a veces, los hacen los que se quedan... Los que llenan las maletas y suben a un avión... sólo dejan el camino libre.


Natacha.

martes, 28 de octubre de 2008

EL VIAJE DE ERIA

En las montañas verdes corrían obedientes las ovejas y cabras junto a su pastor, la brisa suave movía los abetos y ellos hablaban de historias de niños jugando a las escondidas entre los arbustos de las hermosas colinas... Eria corría alegre retozando entre las flores y el pasto fresco, mientras que algún ave trinaba contenta por el espacioso sendero de hierba húmeda recién de mañana...

Toc, toc... alguien llama a la puerta, Eria responde a regañadientes... es su madre, le dice que la cena esta lista... la niña se dispone a bajar, no sin antes dedicar una melancólica mirada a las fotos de aquel libro de geografía mundial... los álpes, colinas y montañas que nunca podría ver en persona... volteó a la ventana y observó el paisaje que se le ofrecía desde allí: sólo un muro gris y maltrecho de frente. Desde su segundo piso, podía verse abajo la calle llena de coches y gentes... más allá casi al final de la vía, se miraba el recodo de una de las pequeñas plantas ecológicas que intentaba tristemente adornar-oxigenar la ciudad.

Eria no conoce el verde de los valles, no sabe a que huele la brisa fresca del rocío mañanero, el pasto recién podado, las flores sin cortar, no tiene idea de como se siente la lluvia cuando cae sutil o torrencialmente, ni conoce la magia con que envuelve la tarde los rayos solares rosa-naranja del ocaso... no ha escuchado jamás el trinar de algún ave, no la ha escuchado excepto en los documentales de TV, aquellos en donde dicen que alguna vez hubo sitios como esos, pero que estos ya no existían.

En la noche luego de la cena, la jovencita desde su estrecha ventana pudo observar minimamente tras la capa protectora que cubría la metrópoli, algunos puntos blanquiazules titilar débilmente en el espacio estelar... se dijo: —deseo conocer esos verdes lugares, quiero viajar mucho más allá, a algún lugar donde aún existan esos mágicos paisajes contrastes de sombra y luz... y con ese intenso pensamiento se quedo dormida recostada del regazo de la ventanilla...

—¡Hey despierta!, he venido a buscarte, debemos irnos ya— le habló un chico como de su misma edad, pero algo extraño... su piel era de color rosa-beige... a diferencia de la suya que gozaba de un saludable color verdiazul... extrañada y restregándose sus hermosos ojos color plata le dijo:

—¿Quien eres?

El jovencito halándole del brazo contesto:

—Mi nombre es Morfeo, tú lo deseaste, este es tu sueño, vamos a viajar... ¿vienes o qué?

Eria dudo un poco, pero ya más decidida le dijo:

—Bien, adonde vamos y como lo haareeem...!!!!

No hubo tiempo de terminar la frase, Eria se encontraba en una especie de alfombra blanca, algo abultada como de algodón pero suave y ligera... a su lado el chico le indico:

—Esto (señalando la pompa de algodón) se llama nube, lo utilizamos para viajar cómodamente de un lugar a otro en el mundo de los sueños. Puedes mirar hacia abajo, no sientas temor. Y le sonrió.

Eria miró por debajo de la nube, no veía mas que un fondo negro que por momentos se hacía gris, le dijo al chico:

—Oye pero no veo nada, ¿qué he de ver?...

El joven le dijo casi a modo de protesta:

—¡Pero!... ¡si sólo tienes que pensarlo y pronto aparecerá, por eso estamos aquí!...

La chica entonces recordó su último pensamiento antes de dormir y recreó en su mente las bellas imágenes de esa mágica naturaleza que había admirado en su libro de clases... De pronto, logró divisar un globo azul, con algunas manchas verdes y marrones, preguntó:

—Morfeo, ¿eso qué es?

Su compañero respondió:

—Eso es el planeta Tierra, y hacia allí nos dirigimos a cumplir tu deseo.

Sus pies se posaron sobre un extenso manto color verde, el viento soplaba alegremente, todo era iluminado por una estrella muy grande color naranja, Eria no podía verla directamente porque sentía que se quemaban sus grandes ojos plateados, pero sintió el calor traspasar su pálida piel azulosa; observo a su alrededor...—¡que hermoso! —dijo —¡es más grande de lo que imagine!...

Las montañas majestuosas se dejaban admirar, escucho algo y giro su vista hacia los imponentes árboles... Sonriendo exclamó:

—¡Nidos de aves! Echó a correr por la alfombra de grama, descubrió ramilletes de vistosos colores, revoltosas volaban abejas y mariposas, Eria extendió sus brazos y se dejó caer en el suave cobijo de flores, el sonido del silencio acompañado sólo por la natura le llenaban de mucha felicidad.

Estuvo un rato allí, hasta que un ligero carraspeo le hizo volver la vista, Morfeo con aspecto formal dijo:

—Debemos irnos ya.

La niña replicó de inmediato:

—¿Pero qué? ¡Si apenas hemos llegado!

El chico de rostro afable indicó:

—Sí, lo sé, pero es que el tiempo de tu planeta pasa con mayor velocidad que el de acá, todo aquí gira en torno a la relatividad, por eso tenemos espacio justo para llevarte a conocer al Padre y regresar a tiempo para tu despertar...
Eria pregunto:

—¿Padre? ¿Cuál padre... de quién?

El joven guía respondió:

—El padre de este mundo: el agua; ya has conocido la madre: la tierra... este mundo se llama igual que su madre ¿no es curioso? Que de cosas tienen los humanos ¿verdad?... Morfeo intuyo una nueva pregunta en el rostro azulado de la jovencita...

—Sí, ya sé, que son humanos te preguntarás, pues son los habitantes de este planeta, pero ahora súbete a la nube que vamos tarde, anda.

Esta vez Eria estuvo atenta a todo lo que podía, mirando a través y por debajo de la nube: valles, colinas, cañones, sus colores le extasiaban, eso y el tamaño de la “tierra” le hacían pensar en su pequeño planeta cubierto por una cúpula de cristal. De pronto, el chico dijo:

—¡Allí!, mira cuán azul es: ¡ese es el padre!...

La joven niña contempló asombrada el vasto océano... Morfeo añadió:

—Y esto no es todo, hay sitios donde agua y tierra se unen y entre sí y crean hermosas cascadas, ríos y lagunas, observa.

Eria sonrío, aunque no pudo evitar que saliese una lágrima de plata de sus bellos ojos, la niña pregunto:

—¿Por qué?, ¿por qué mi planeta no es así?, ¿por qué nos vemos condenados a vivir confinados dentro de una burbuja de cristal para poder respirar?, ¿por qué las únicas flores que podemos mirar son las creadas de manera artificial?... ¿es cierto Morfeo? Nosotros tuvimos alguna vez un ecosistema como este, ¡lo perdimos! ¿Cómo sucedió? ¿Cómo llegamos a eso?

El joven le contó que hacía millones de años su especie se asemejaba a la de ese planeta, pero, que al igual que los humanos, ellos habían logrado progresar en muchas ciencias, se olvidaron que el agua y la tierra eran padre y madre que les daban vida y tras el olvido llegó el uso y abuso que de a poco fue consumiendo el aire para sobrevivir... le dijo:

—¿Observas esa capa gris que cubre gran parte de este planeta? ¡Si!, mas allá de las nubes donde estamos... ¿la ves?, eso es lo que está matando la fuerte pero no invencible barrera que los separa de este hermoso hábitat, los humanos le dicen capa de ozono, pero no le prestan mayor atención y sólo consiguen con eso restarle días de existencia a este incomparable paraíso...

Eria afligida inquirió:

—¿Podemos hacer algo para que no les suceda lo mismo que a mi planeta?

Morfeo respondió:

—Nosotros no, pero los que lean esta historia sí...

—Eria... Eria despierta ¡se te hace tarde para ir a clases!... ¡Eria no seas perezosa!...

La niña abrió los ojos, se miró las manos, no notó ningún rastro de verdiazul en ellos, levantándose de un brinco de la cama, se observó en el espejo. Su carita es la misma que ella conoce de siempre: cabellos cortos, ojos negros y mejillas sonrosadas... su madre un poco atónita le pregunta:

—Hija, ¿te sucede algo?, anda que se hace tarde para el cole.

Eria le sonrió ampliamente y dijo:

—Mami ya sé que he de ser cuando sea grande...

—¿Si? ¿Dime, que serás?...

—Seré escritora.

Noche Hermosa

domingo, 26 de octubre de 2008

VIAJE A LA MORADA DE LOS DIOSES


Llegué encendida a las cuadras, como sus crines de fuego, después de una noche infernal. Su mirada suave aplaca mi furia; cómo echaba de menos esos ojos enormes, negros y dulces, la ternura de su mirada, su pelo terciopelo rojizo brillando al sol. Cómo anhelaba su calor, esperándome siempre, añorándome siempre. Como yo a él.

—¡Alazán!, te estoy llamando… ¡Llévame a las praderas de tu infancia, a las laderas y los verdes prados de Tesalia y Macedonia!

—¡Vámonos juntos en esta tibia mañana de otoño, vámonos lejos, mi Pegaso!

Me agarraré a tus crines y me elevarás sacudiendo tus alas, galopando juntos: perfecta la armonía, idéntica la cadencia, el movimiento de mis caderas sobre ti. Cada vez más veloz me dejaré llevar, cerraré los ojos hasta que volemos entre nubes de algodón, por techo el cielo, ese cielo azul que sólo los dos juntos alcanzamos cuando nos deslizamos al galope hasta el infinito…

Me subo, ya no nos miramos a los ojos, sólo nos sentimos: tú mis piernas que te indican con suavidad y firmeza por dónde tenemos que ir, yo tu cuerpo, enorme, pegado a mi: pura física, pura química. No somos dos sino un solo ser, mujer caballo, centauro de fuego.


Salimos al galope, sin paseo previo, acostumbrados el uno al otro, anhelándonos, levantando el polvo del camino a nuestro paso, corriendo como el viento por la tierra, agitando las hojas rojizas y amarillas que tiñen el campo de marrón y ocre.


Siento que ya eleva sus pies del suelo, emprendiendo su vertiginoso vuelo. Su melena y mi pelo suelto al viento se confunden como una llamarada, fundidos por la cercanía de mi cara y su cuello, sin nada en mi mente salvo correr cada vez más.


—¡Vuela, indomable!, no voy a tirar de tu brida de oro. Vamos Pegaso mágico, vamos corcel noble, vámonos juntos a disfrutar de esta mañana colmada de árboles color rosa, de lluvia de hojas secas. Las praderas verdes de tu monte Helicón nos esperan y el horizonte azul nos está llamando.

—Levanta tus alas y llévame a la morada de los dioses. Te esperan tu rayo y trueno, tus estrellas y mi luna, lejos de aquí, cerca del sueño.

Reina

viernes, 24 de octubre de 2008

¡UNA IMAGEN LLENA DE MUCHA VIDA!

Abrió la maleta para meter la ropa que se llevaría en este viaje iría a trabajar a otra nueva ciudad aunque solo sería por un corto tiempo cuestión de cuatro semanas o tal vez menos y cuando iba a guardar algunas cosas allí en el bolsillo interno estaba la fotografía, casi de manera insólita como colocada a propósito.

¿Cuánto tiempo había pasado? Cuantos silencios que se habían extendido como manto virginal para cubrir tanto tiempo de besos y caricias entregadas en una sola noche que perduraría en el tiempo…

Dio un paso atrás paralizada, solo mirándola desde el pie de la cama. Sintió que su corazón comenzaba a latir de manera acelerada y casi sin respirar comenzó a temblar.

Ese sudor frío de vértigo en el borde de un abismo le comenzó a recorrer por todo el cuerpo. ¿Tanto tiempo, cuánto tiempo?

Tantos recuerdos y a la vez tanto olvido.

¿Cómo podía haber dejado de lado semejante historia y qué tanto podía recordar ahora luego de tanta vida?

Besos, caricias, calor, pasión, lujuria, deseo… Cuantas emociones encerradas en una sola fotografía. Había pasado tiempo tal vez un corto tiempo o mucho pero en fin cuanto podía ser el tiempo en el que se dijo: ¿te amo?

Palabras encerradas en mil caricias llenas de entrega, besos que se guardaban en el silencio de una maleta. Orgasmos atrapados entre paredes de cuero que estaban mas que sellados entre las costuras de aquella maleta. Y esa sensación de dolor que se avecinaba dentro de ella y ese vacío imperdonable de tanta tristeza que le bañaba las emociones encontradas.

Un viaje que se avecinaba y el inminente vértigo del sudor que bajaba por la sien por las piernas que temblaban.

¿Como es posible que de tantos lugares en el mundo pudiera haber olvidado que iría al mismo lugar? ¡Dios cuánta emoción contenida en una sola imagen cuanta ira cuanta lejanía cuanta emoción adolorida!

La promesa que de pronto volvió a su memoria, el llanto que solo regresaba al estar parada de frente a esa maleta abierta a tantas posibilidades y a la vez a una sola alternativa y la zozobra de saber que podía caer nuevamente en el siniestro plan del destino que fiel le esperaba como amante deseoso.

Estuvo tan ocupada entre notas y escritorios entre papeles y oficinas entre un amor y otro entre su casa y su familia entre tanta vida y tanto espacio entre la distancia y el olvido. Olvidó esa irremediable cita con el mañana esperanzado.

¿Qué hacer, si ni siquiera se atrevía a acercarse a esa fotografía cómo le miraba a los ojos y le decía que le había olvidado? ¿Cómo regresaba al mismo lugar sin haber pensado ni un solo día en esa propuesta de vida?

¿Estaba aún en espera de sus caricias y sus besos? Una fotografía, una sola fotografía había desencadenado la mas larga cadena de deseos y sensaciones y una sola imagen donde estaba una vida completa con detalles conversados bajo las sabanas con una casa y una familia con amor jurado con pacto de placeres. Un viaje hacia el destino esperanzado y una sola vida.

Con valor y casi sin poder respirar se acercó a la cama y tomo la fotografía. Era ella claro que era ella, allí entre sus brazos sonriendo feliz, entre sus caricias su mirada y sus gestos. Era ella la misma que estuvo segura de que volvería y que de pronto ni siquiera lo había recordado. Pero no era olvido no era esa la verdad que encerraba aquella mentira. Era la muerte que le acompañaba en cada cosa que miraba en esa fotografía.

Una muerte que le vestía de lágrimas toda su cara, una muerte de un amor atormentado, una muerte que le pesaría toda su vida.

¿De repente unos pasos, una puerta que se abría y la imagen de la verdad que entraba a su cuarto, qué hacer?

Guardó apresuradamente la foto y cerró la maleta casi de manera alocada tanto que se hizo daño en la mano. Al abrirse la puerta estaba él ese amor de su vida y con el cual tenía una maravilla de un hogar y una hermosa familia. Un beso selló el encuentro y un abrazo le hizo sentir que tenía un enorme sentido toda su vida. Entonces recordó todo, recordó la verdad, recordó la verdadera imagen, recordó el tiempo por el cual había olvidado tanto amor entre sábanas.

Así que salió de la habitación y en brazos de su vida actual, en brazos del tiempo presente, tomo la decisión de salir de viaje y de ir hacia ese destino que le esperaba pero olvidó una cosa en ese apresurado momento…

¡Olvidó la maleta sobre la cama guardando la fotografía, guardando ese pasado, guardando ese dolor de una mentira que brillaba como momento esperanzado!

Esta vez no iría sola, esta vez era ella en una nueva fotografía, en una nueva imagen de lo que había logrado tras tanto tiempo de olvido y de agonía, ¡esta vez estaba sencillamente Feliz y sobre todo Viva!


Inés Bohórquez

miércoles, 22 de octubre de 2008

AHMOSIS EN LA TIERRA DEL HORIZONTE

El Capitán de los Arqueros Reales Ahmosis, hijo de Ibana, Justo de Voz, dice: Ibana, mi padre, era arquero del rey y Ahmosis, cuando era todavía joven, fue enrolado en los arqueros reales. A las órdenes de mi Señor participé en las expediciones que se realizaron para liberar el Bajo Egipto de la amenaza de los asiáticos. Ahmosis supo actuar con valentía y sus hazañas corrieron de boca en boca en el Doble País. En esas campañas Ahmosis consiguió las manos de siete enemigos y cuando los asiáticos fueron aniquilados, nuestro Señor, alegre por la valentía de Ahmosis, le concedió el “Oro del Valor” y ordenó que fuese nombrado capitán de su cuerpo de arqueros.

Fue entonces cuando nuestro rey, que alababa la valentía de Ahmosis, le hizo llamar a la Gran Mansión. Me dijo: “Te ordeno que siguiendo la ruta de Elefantina viajes a la tierra de Yam, para abrir la ruta a ese país. Es mi deseo que saludes al rey de Yam y que viajes luego a la tierra de los Habitantes del Horizonte, de donde debes traer una Mujer Belluda y un Hombre-Niño que quiero entregar a mi hijo para que sea feliz contemplándolos. Cumple mis deseos, Ahmosis, y viaja a esas tierras lejanas que están situada al sur, más allá del Alto Egipto.”

Cumpliendo esa orden Ahmosis, al mando de cien arqueros y cien soldados de la caballería real, se alejó de Tebas camino de la tierra de Yam, siguiendo la ruta de los Oasis. Cuando llegamos a Yam supimos que su rey había sido asesinado en una excursión de los Hombres de las Arenas. Viendo que los hombres de Yam estaban llorando por su desgracia Ahmosis, tras saludar al príncipe, salió a la búsqueda de esos criminales que habían ofendido a los dioses de Egipto atacando a un pueblo que nuestro rey consideraba amigo.

Hacía once días que buscábamos a los criminales cuando aquellos hombres sin ley, nos atacaron. Ahmosis ordenó entonces que los arqueros formaran un círculo y la caballería fue colocada en su interior. Pronto, la nube de flechas hizo que desapareciera la luz del sol y los Hombres de las Arenas fueron aniquilados. Cuando los últimos de ellos, inundados por el terror, se ponían en fuga, ordené que se abrieran las líneas de los arqueros y que la caballería saliera en su persecución. Aquel día murieron todos los Hombres de las Arenas. Cortamos todas sus manos, que sumaron un total de trescientas sesenta manos.

Capturamos luego a sus ancianos, mujeres y niños. Cuando iniciamos el retorno a Yam llevábamos cincuenta esclavas. Todos los ancianos, los niños y las restantes mujeres de aquel pueblo malvado habían sido abandonados a los chacales.

Fue así como Ahmosis alcanzó su gran victoria sobre los Hombres de las Arenas, que causaban temor en la tierra de Yam y que fueron exterminados por los soldados del rey de Egipto. Entonces, Ahmosis deseó tomar a una de las esclavas que habíamos apresado. Su nombre bárbaro era Gilukhipa pero todos la conocían como la Mujer de los Ojos Ardientes. Ella era la más bella de todas aquellas mujeres. Desde entonces, Gilukhipa, con sus pechos, calentó el cuerpo y el corazón de Ahmosis, que se sintió feliz.

Todo el oro y la plata que habíamos arrebatado a los Hombres de las Arenas y las manos de los vencidos ordené que fueran entregadas al príncipe de Yam, como un gesto amistoso de nuestro rey. Él nos mostró su agradecimiento y ordenó que sus hombres nos ayudaran a capturar aquellos seres especiales con los que el faraón nos había ordenado regresar a Egipto.

Guiados por los hombres de Yam iniciamos el viaje a la tierra de los Habitantes del Horizonte, atravesando lugares en los que ningún hombre egipcio había puesto antes sus pies… Y llegados a la tierra de los Habitantes del Horizonte, los hombres de Yam nos ayudaron a capturar una de las mujeres belludas. Pronto avistamos, entre los árboles, a un grupo de ellas, pero cuando nos acercamos pudimos comprobar que eran unas mujeres feroces, de terrible apariencia y que estaban dotadas de poderosos colmillos. Gracias a los venenos de las flechas de los hombres de Yam pudimos adormecer a una de ellas que pronto envolvimos en una red de cuerdas. El jefe de los hombres de Yam me dijo que aquella terrible mujer se llamaba, en su lengua, “Gorila”. No encontramos allí ningún Hombre-Niño pero en el palacio de Yam tenían varios esclavos y el príncipe nos entregó uno de ellos, que se llamaba, según nos dijo “Pigmeo”.

Y fue así como Ahmosis se despidió del principe de Yam e inició el regreso a la Tierra Negra. Volvimos de la tierra de Yam con “Gorila”, “Pigmeo”, las cincuenta esclavas y más de trescientos burros cargados de incienso, ébano, aceites, pieles de pantera, colmillos de elefante y palos arrojadizos, así como todo tipo de bienes y presentes con los que el príncipe, agradecido por haber exterminado a los Hombres de las Arenas, quería mostrar su agradecimiento a nuestro rey. Para entonces, Gilukhipa había conquistado el amor de Ahmosis, que se sentía feliz.

Antiqva

lunes, 20 de octubre de 2008

MIS MEMORIAS DE ÁFRICA

De esto hace ya muchísimos años, aún así intentaré rememorar esta historia tal y como la viví.

Siempre me ha fascinado Kenya por sus paisajes, sus costumbres, los indígenas, pero sobre todo quería hacer un Safari, perderme por el Masai Mara y conocer a su tribu, los Masai. Vivir una aventura increíble como soñaba desde pequeña cuando veía películas rodadas en África. Siempre me decía “algún día iré”… y aquí comienza mi historia.

Después de 8 horas de vuelo llegamos al aeropuerto de Mombasa y nos dirigimos al autobús que nos llevaría al complejo hotelero. Los niños que esperaban a los turistas se golpeaban en los cristales de los autobuses pidiendo mecheros y bolígrafos, era curiosísimo pensar que algo tan insignificante para nosotros sería un mundo para ellos, así que busqué en mi bolso y les regalé mi mechero y un bolígrafo de esos publicitarios. La emoción fue indescriptible, todos me tiraban besos al aire dando las gracias como si de algo excepcional se tratara. Aquellos pequeñajos consiguieron arrancarme lágrimas de emoción.

Seguimos nuestra ruta hacia el hotel, pero no era un hotel cualquiera, queríamos sentirnos más cerca aún de la naturaleza, así que elegimos un bungalow con tejado de paja dentro del recinto, rodeado de árboles milenarios, enormes que incluso alguno tenía una abertura en su tronco por donde pasaban los Jeeps del hotel. Por la mañana temprano sentimos pasitos ligeros saltando sobre el tejado del bungalow, ante la curiosidad, salimos a ver quién era ese visitante: ¡monitos con muy poca vergüenza haciendo de las suyas! No fallaban ni una mañana, eran puntuales como un despertador, jajaja.

Hicimos amistad con el director del hotel y su mujer, así que un día nos invitaron a comer a un poblado indígena cercano. Aunque había que trasladarse en una barca pesquera bastante destartalada, me daba igual, yo quería disfrutar de aquella experiencia. En el barco se encontraba un chico nativo de unos 15 años y no paraba de mirarme, se dirigió sin el más mínimo pudor hacia mi pareja y sin más, le dijo que quería comprarme, que su padre tenía cabras y tierra y que se las daba a cambio de mi persona. ¡Qué, pero qué dices mocoso, a que te tiro al agua! exclamé entre risas. Nos reímos a carcajadas todo los que íbamos en el barco, fue graciosísima su intención, la verdad que me sentí halagada, pero claro, yo ya estaba comprometida, jajaja.

Llegamos al poblado y los indígenas treparon rápidamente por las palmeras en busca de cocos para refrescarnos. Para comer nos querían deleitar con su mejor manjar, gallina con arroz. Estuvieron un buen rato corriendo detrás de aquellas gallinas hasta alcanzarlas, limpiarlas y meterlas en la olla. Nos sentamos todos en el suelo alrededor de la cazuela y comíamos aquel suculento plato, sin el menor escrúpulo, con las manos. Algunos pensaréis “qué asco, qué horror, todos con las manos”, pero os voy a decir una cosa, si alguien está dispuesto a viajar a esos países, la mejor forma de disfrutar es meternos de lleno en el papel sin importarnos las condiciones.

Llegó la hora de nuestro Safari al parque natural Masai Mara, situado al sudoeste de Kenia en la región del Serengueti. Desde este territorio podemos observar el gigantesco Kilimanjaro, situado al norte de Tanzania junto a la frontera con Kenia. Increíble y precioso con su pico nevado y sus 5895 metros de altura. Un reto para cualquier escalador y una delicia para nuestra vista.

Llegamos al hotel donde nos alojaríamos durante 3 días de safari cuando nos comunican la mala noticia, habían reservado las habitaciones por duplicado por lo que, al ser los últimos en llegar, nos vimos obligados a trasladarnos a otro “habitáculo”, un camping con tiendas de campaña en un recinto que aunque estaba vallado, no había portón que nos protegiera de las fieras ahí fuera. ¡Os podéis imaginar nuestra preocupación!, pero como siempre, la única respuesta a nuestra inquietud era “Hakuna Matata” (no hay problemas). Pues nada, ningún problema, jajaja y sabéis qué, ataron una cabra delante de la entrada al camping para cuando viniera cualquier fiera en la oscuridad, se zanjara primeramente con la cabra y luego… No pegué ojo en toda la noche y encima se coló una araña tremenda en la tienda y no había forma de sacarla!!

Al día siguiente fuimos en Jeep a ver fauna y flora, sí, y menuda fauna, resulta que nos acercamos a una manada de elefantes que se bañaban en el río y por lo visto no les gustó nuestra presencia. Eso desató una estampida hacia nuestro Jeep que presos del pánico y gritando todos, el conductor, nervioso, salió a todo gas pero marcha atrás!! Aquello cada vez se ponía más feo, estuvimos a punto de ser alcanzados por la trompa de un elefante cuando el conductor pudo hacerse con el control del Jeep y salimos a todo gas pero ya marcha hacia delante, jajaja.

Fue una experiencia increíble y que me gustaría repetir este viaje. Jamás olvidaré África, sobre todo porque recordaré siempre una canción que seguramente más de uno conoceréis, en su idioma el swahili: “Jambo, jambo Bwana! Habari gani. Mzuri Sana. Wageni, mwakaribishwa, Kenya yetu Hakuna Matata” (hola señor, qué tal está. Muy bien. Sea bienvenido, en nuestro Kenya no hay problemas). En efecto, ¡ningún problema señores!, jajaja.

PD: Denunciamos a la agencia de viajes por la jugada que nos hicieron al reservar el hotel en el Safari. Conseguimos los costes del Safari y daños por perjuicio.


Fair Lady

sábado, 18 de octubre de 2008

"BIENVENUE” VIAJE SOÑADO

Viajaba con mucha frecuencia. Era algo innato en ella. Se embarcaba para surcar mares lejanos visitando lugares remotos. Tampoco le hacía ascos a visitar cualquier ciudad cercana e incluso hacer un recorrido espacial, ¿por qué no? Todo lo relacionado con viajar la atraía enormemente, estando siempre dispuesta a hacerlo.

Hoy, por fin lo haría de verdad. Sin que fuese a través de las páginas de un libro.

Era un viaje ansiado desde tiempo atrás, tenía ciertos tintes melodramáticos, pues había decidido realizarlo tras un enfado monumental intentando convencer a su madre de que ya era suficientemente mayor. Y sin embargo ahora, las dudas planeaban cual buitres sobre su cabeza; o mejor dentro de ella. Le pesaba esa reacción brusca fuera de lugar. Pero, ¡qué demonios! había que disfrutar y luego ya veríamos.

Se hicieron largas las horas de autobús. El dinero no le llegaba para otro medio de transporte y no dudó en amoldarse a la situación. Tampoco le quedaba otro remedio, pero era mejor pensar que tampoco era tan malo, si el final era un merecido aislamiento de la rutina que parecía pegada a ella como una lapa.

Llegó exhausta, enmarañada en soporíferos pensamientos lúgubres, enmarañados los cabellos, ajada la ropa de tantos tumbos dados en el incómodo asiento con todo el cuidado del mundo para no molestar a la señora que volvía a casa tras sus vacaciones en España.

Allí estaban esperándola sus familiares con la sonrisa de oreja a oreja. Su tía la abrazó tan fuerte, que pareció diluirse entre sus brazos, pero no pudo sino reír alegremente.

El día amaneció tentador, con el sol algo débil, pero mostrándose, que ya era mucho teniendo en cuenta la época en la que estaban. Tenía aún el sueño pegado en los párpados, pero se fue huyendo raudo al olor del café y los croissants. ¡Esto sí era vivir!

Lo primero que harían tras desayunar, sería un corto viaje a Foix. El pueblo merecía una visita sin falta. El famoso castillo, el Pont du Diable, su valle con el río L’Ariege. Eran sin duda lugares hermosos que visitar en un día de Domingo.

Por supuesto, la ruta continuaría a lo largo y ancho del sur francés durante los siete días que pensaba quedarse. Todo eran deseos y planes: El Capitolio, las compras en la Rue St. Rome, la hermosa iglesia de Notre Dame la Blanche, cruzar a pie “Le Pont- Neuf”, y tantas otras cosas magníficas que había por ver.

Le encantó la idea de adentrarse en el mundo de los castillos, en la historia de sus gentes; en esos parajes recónditos y hasta ahora solo imaginados.

Se asomó al gran ventanal que daba a una calleja del casco antiguo de la ciudad; la famosa “Cité Rose”, donde las casas eran grandes y de tonos pasteles. En ellas, en contra de lo que le había parecido en un principio, habitaban muchas familias que bordeando un patio, tenían pisos minúsculos repartidos y utilizados como vivienda habitual. Justo como en el que estaba en esos momentos. Este, tenía la característica feliz de ser el primero y poseer ventanales tan grandes como el mismo apartamento.

Allí celebraría este año las navidades y el año nuevo. Por consiguiente, también su cumpleaños. Un regalo maravilloso donde se cargaría de momentos irrepetibles, de visiones novedosas, de rostros nuevos que descubrir y ensoñar.

Una pequeña esponjosidad blanca se posó en el alféizar de la ventana, luego otra y otra…

¡Estaba nevando!

Otra maravilla más que sumar a lo anterior, pues nunca había visto nevar. Sí la nieve espléndida en su inmaculada belleza, pero no sacudírsela a las nubes.

No lo pensó ni un segundo y cogiendo su abrigo salió al patio que daba a la calle.

Las gentes aceleraban el paso enfundadas en sus gruesas ropas de invierno, pero ella ni se abotonó. Era como una niña saboreando su helado favorito.

Corrió hasta la esquina…

La nieve le caía helada en el rostro contrariado. Sus primos la izaban del suelo con sumo cuidado, pero el dolor se clavaba en su pierna endiabladamente. Un helor profundo resbaló por sus mejillas, que no eran otra cosa que lágrimas furtivas.

Fueron unas navidades calentitas y sobre todo culinarias, puesto que pudo probar las delicias de la pastelería francesa, las sabrosas comidas realizadas por las manos expertas de su tía. Miles de fotos de los lugares que tenían previsto visitar, vídeos y juegos de mesa. Así transcurrían los días del viaje soñado.

Una tarta fantástica rodeada de amigos conocidos cómodamente, sin salir de casa.

Un cumpleaños feliz.

La semana se convirtió en un mes, en el que volvió a casa con el anhelo ferviente de volver, fabricando en su mente los pormenores de esa próxima vez. Tenía la certeza de que lo haría, aunque esta vez llevaría dos grandes maletas y en esa estación en la que el sol sonríe jubiloso inundando de luz el paisaje y sus gentes.

Mientras llegaba el momento, seguiría visitando lugares descritos con minuciosidad en las hermosas páginas de sus adorados libros.

Au revoir La France.

Marinel

miércoles, 15 de octubre de 2008

SQUARE'S PARK

Era verano. Yo estaba tumbada sobre la hierba, verde y fresca, en un jardín del parque de Bournemouth. No todos los días lucía el sol en Inglaterra, así que no quise desperdiciar esa mañana de mi viaje y salí a dar un paseo por el pueblo. Y, al pasar frente al parque y observar lo hermoso que estaba todo, repleto de flores, arroyuelos y destellos multicolores, no pude contenerme y me eché a descansar sobre el césped.

El sol entibiaba mi rostro, y una pequeña ardilla correteaba cerca del arroyo vecino. Quizá si le ofrecía una miga de pan se atreviese a acercarse a mi mano...
Iba a lanzarle el trocito de bocadillo a la ardilla, cuando una voz en inglés me hizo sobresaltarme:

—Perdone, ¿podría hacerle una foto?

El que me hablaba con acento italiano era un chaval de unos veinticinco años, moreno y bastante alto. Vestía de negro completamente, y su modo de moverse le daba un aire alegre y misterioso. Estaba demasiado delgado, tenía gafas, y se echaba el flequillo hacia atrás cada dos por tres en un gesto muy gracioso.

Sorprendida y extrañada, yo no entendía por qué aquel muchacho pretendía fotografiarme. Pero antes de poder replicarle, continuó hablando mientras se escondía detrás de su amplia sonrisa:

—Verá... es que éste es mi último día aquí en Inglaterra... Mañana regreso a Italia, y me encantaría llevarme un recuerdo de este parque. Usted es muy guapa, y querría hacerle una foto ahí, bajo los abetos. ¿Le importa?

Estaba estupefacta, pero no pude negarme ante tan extraña y, a la vez, halagadora petición. Así que me situé bajo el abeto más bonito, con el tronco surcado por las enredaderas trepadoras y las agujas de un color verde intenso, y sonreí. Esperé un momento a que el chico sacase su cámara de fotos, pero no lo hizo. Por el contrario, se situó frente a mí muy serio y pensativo y se sentó en el suelo. Comenzó a observarme durante un par de minutos, sin importarle la expresión de asombro y extrañeza de mi rostro. Cuándo le pregunté (en inglés) qué ocurría, el chico se limitó a pedirme que guardase silencio poniéndose un dedo sobre la boca.

Y estuve ahí sentada mirando hacia el horizonte, como una tonta, durante diez minutos. No me atrevía a moverme, puesto que quizá ese chico fuese un demente o un vulgar ladrón de extranjeras desvalidas. Y lo mejor en estos casos es no oponer resistencia.

Cuando por fin el chico se levantó, se me acercó sonriente y con los ojos verdes muy brillantes. Me pidió una dirección postal para enviarme la foto, y yo se la escribí en una servilleta de papel arrugada que encontré en el bolso. Total, pensé, no creo que vaya a España a buscarme…

Me tomó la mano, la besó y se alejó sin decir nada más, dejándome con la boca abierta y un lío en la cabeza enorme. Todavía hoy no estoy segura de lo que ocurrió... ¿Me haría la foto sin yo darme cuenta? ¿Me había topado con un chalado mental?

El caso es que pasaron los días, regresé a Málaga y casi olvidé lo sucedido en aquel parque de Bournemouth. No fue mi mejor viaje, y desde luego no será el último.

Si me pongo a pensar ahora mismo en los demás viajes a Inglaterra que he hecho, no podría recordar ningún detalle en concreto, sino que recuerdo aquellos meses de mi vida como una unidad.

Pero aquel viaje, el viaje en el que me tumbé en el parque, se me ha quedado grabado para siempre en la memoria. A veces basta un solo detalle para que el momento que estás viviendo dure para siempre en tu mente.

Y digo todo esto porque, dos meses después de regresar a España, recibí un paquete por correo. No tenía ni idea de quién podría ser, y al ver que el remite procedía de Italia estuve a punto de no abrirlo. No conozco a nadie que viva allí...

Pero una voz dentro de mí dio un grito. Algo me decía que conocía al dueño de aquella caja de cartón. Que era un simple regalo para mí.

Y al abrirlo, me topé con un cuadro sin firmar.

Después de repasar el cuadro varias veces con la mirada, seguía sin dar crédito a mis ojos. Ahí, en el centro de la imagen, entre flores, arroyos y gotas de rocío. Con una pequeña ardilla mordisqueando un trozo de pan a mi lado. Bajo un precioso abeto con las agujas de un intenso color verde, muy sonriente y con una expresión serena y misteriosa, yo descansaba sentada sobre la hierba de un parque de Inglaterra.

La Rizos

lunes, 13 de octubre de 2008

VIAJE HACIA UNO MISMO


La historia de mi viaje hacia una nueva vida comenzó con un sueño recurrente: Yo viajaba en un pequeño avión. Todo parecía estar en orden, hasta que notaba que estaba solo. Caminaba hasta la cabina y descubría que no había pilotos. Yo tenía que sentarme y pilotear la aeronave aunque no supiera cómo hacerlo. Esa aeronave que simbolizaba mi vida.

En este otro caso, había pilotos, pero ni ellos ni yo podíamos hacer nada. Estábamos cayendo. Mi vida pasaba frente a mis ojos mientras el mar se aproximaba sin piedad. Las alarmas chillaban, el avión rugía, el piloto hablaba como alentando a la aeronave, el copiloto comunicaba la emergencia por radio. Mi viaje de vacaciones iba a terminar en su primer día, y también mi futuro como presidente de la empresa, y los contratos con los grandes clientes. Todo porque un loquero de cien dólares la hora le había recomendado a la junta que me envíen de vacaciones para aliviar mi stress. Pues bien, mi stress estaba a punto de terminarse para siempre.

Me ajusté el cinturón. Me incliné hacia adelante y el mundo entero comenzó a dar vueltas y agitarse mientras el avión enfilaba como podía hacia las playas de una isla.

Lo siguiente que recuerdo es el mundo al revés: la arena, las palmeras, el mar. Me quité el cinturón y me incorporé. Allí estaba el asiento, con algunos restos de fuselaje. Del resto del avión o de los pilotos, ni rastro.

Un par de nativos se acercaron. Nunca habían visto a un argentino cayendo del cielo, cosa que no es habitual en esa zona. Procure comunicarme con ellos y pedirles ayuda con palabras y señas.

—Yo…Fernando. Avión…íiiiii….pum. Ayuda.

Me miraron como si hubiera venido de otro planeta. Uno de ellos miró al otro y le dijo: “I think he's crazy” (creo que está loco), en un perfecto inglés. Entonces comprendí dos cosas. En primer lugar, después de más de trescientos años en contacto con los ingleses, los nativos habían aprendido ese idioma como su segunda lengua, tal vez incluso como lengua oficial. En segundo lugar, algo debía andar muy mal si un analista y un nativo que no se conocían entre sí pensaban que yo estaba loco.

Mi inglés era muy fluido, e infinitamente mejor que mi improvisado lenguaje de señas. Me explicaron que me encontraba en la isla Kakatua, que no estaba habitada, pero que ellos viajaban allí de vez en cuando por motivos relacionados con sus creencias y la espiritualidad. Ellos pensaban que nada ocurría por casualidad, especialmente en ese lugar sagrado. Me ayudarían a continuar mi viaje luego de unos días allí, llevándome hacia el pueblo más cercano que tuviera medios de comunicación con los míos. No estaba en condiciones de discutir con las únicas personas que podían ayudarme.

El primer día pasó muy despacio. No tenía conexión a internet, ni teléfono. Incluso mi reloj se había quebrado y no sabía qué hora era. Hubiera gritado “¡Un celular! ¡Mi reino por un celular!”. Me sentía desconectado del mundo, hasta que ocurrió algo increíble: al caer la noche vi en el firmamento muchas más estrellas de las que haya contemplado nunca. En la gran ciudad las luces solo me habían dejado ver las estrellas más brillantes.

Nos sentamos cerca del fuego. Me contaron sus historias y sus creencias. Empecé a sentirme conectado con ellos y con la naturaleza. En los siguientes días nadamos, pescamos, cantamos. Vi amaneceres y atardeceres. Improvisé una pelota con algunas prendas y jugamos al fútbol.

Me enseñaron la correcta técnica para remar, y entre los tres mantuvimos un buen ritmo de marcha cuando subimos a la canoa y dejamos atrás la isla. La sensación de deslizarme sobre el agua, sentir la brisa marina en el pecho, remar hacia el horizonte, era algo que el dinero no hubiera podido comprar. Me sentía libre, sano, y muy capaz de comenzar un nuevo día con optimismo.

Cuando llegué a una población con teléfono, informé que me encontraba bien y esperé a que vinieran por mí. Mis socios me dijeron que era el único sobreviviente y que solo por milagro no había muerto. Tenía suerte de poder regresar a la “civilización” con sus celulares, computadoras, bolsas de comercio, bancos, cámaras de vigilancia y todo eso.

En algo estaban equivocados, porque el milagro era otro: había muerto en la isla y había renacido como alguien completamente nuevo. Había recibido una segunda oportunidad para valorar las cosas realmente importantes de la vida, y no pensaba desperdiciarla.

Jorge Fénix

jueves, 9 de octubre de 2008

ANTES DE PASAR PÁGINA...

Queridos Autores Reunidos aquí, en el Reino de Comansi,

Terminada la publicación de todos los relatos de “Amor platónico”, Emig y Natacha, han aprendido de todos vosotros lo hermoso, diverso e intenso que puede ser un amor que tan solo se sustenta sobre la ilusión, la caricia inexistente y el deseo de hacerlo real.

Vuestros relatos han sido, además de un regalo valioso, una lección de vida, un muestrario de colores, un despliegue de ternura, una gama de corazones…

Por todo ello, queremos daros las gracias y para hacer más emocionante este final, hemos decidido destacar y hacer mención especial a tres relatos en concreto y hacerles entrega de una imagen hecha con todo nuestro cariño y amistad.

La decisión ha sido difícil, puesto que cada relato cuenta con nuestra admiración y todos ellos han sido merecedores de nuestra lectura atenta…

Pero ahí vamos con nuestra decisión final:

  • Bea, La rizos, con su relato “3x2”, por su frescura en el planteamiento, cercanía y sencillez.
  • Carlos, con su relato “Julián”, por su originalidad en la historia, y su final inesperado.
  • Bowman, con su relato “La casa sin barrer”. Por su ternura y su extrema sensibilidad.




Esta es la imagen que acredita que habéis recibido este premio del blog que se nutre de vosotros mismos.
Recibir nuestro beso (platónico) en los labios, de ese amor del que tanto hemos hablado este último mes…

Enhorabuena a todos y especialmente a estos tres amigos. Espero que la decisión sea del agrado de todos.

En los siguientes temas queremos involucraros un poco más y os pedimos que votéis por cada relato que se publique.
Las puntuaciones serán del 1 al 5

1- Normal
2- Me gustó
3- Bueno
4- Muy bueno
5- Excelente.

Os rogamos que enviéis vuestros puntos de cada relato a autoresreunidos@gmail.com Vuestras opiniones nos servirán para ser más justos a la hora de conceder estos cariños especiales a tres de los relatos de cada tema.
Los votos quedarán en el anonimato y nadie, excepto Emig y yo sabremos vuestras puntuaciones.

Enseguida comenzamos el nuevo Género “Aventuras” y nuevo tema “Viajes”. El orden de publicación está en el lateral del blog y, salvo catástrofe, será respetado.
Os pedimos disculpas por los fallos que hayamos podido cometer de manera involuntaria. Emig y yo ponemos toda nuestra ilusión y cuidado para hacerlo cada vez mejor, para que todos podamos disfrutar del placer de leer a amigos tan interesantes como vosotros.
Besos y cariños

Autores Reunidos.

miércoles, 8 de octubre de 2008

(DES)(RE) ENCUENTROS

Si parece que fue ayer cuándo se conocieron, pasaban tiempo juntos, platicando, oyendo música, fueron pocos los momentos que compartieron pero parece que quedaron buenos recuerdos de su "relación" si eso se pudo haber llamado de alguna manera en la que en realidad no fueron nada, quizás ni amigos, solo dos desconocidos en ese momento, almas solitarias en busca de buena compañía, reían y conversaban de todo un poco y nada. El nunca dijo nada, ella dijo menos. Y luego se esfumaron, y no se volvieron a ver jamás. A veces la imaginación pesa más que la realidad. Dejando solo un borroso recuerdo y un ¿qué hubiera pasado si...? Inventa lo que un día pudimos ser...

Cuando la luna se asoma

lunes, 6 de octubre de 2008

EN UN LUGAR DE LAS RAMBLAS...

Pablo era una persona bohemia, vivía en un pequeño piso de alquiler en la calle Sant Ferrant, un alquiler muy económico que abonaba cada mes a una anciana que lo tenía por algo más que un inquilino, veía en aquel joven las ganas de vivir que ella siempre había tenido, el espíritu de aventura que a ella le robaron para convertirla a sus 18 años en una prometedora ama de casa. Pablo se ganaba la vida como caricaturista, cada día al levantarse bajaba a la calle y plantaba su puestecito en las Ramblas.

Era una triste mañana de otoño, uno de esos días en los que el cielo se tiñe de un extraño color ceniza. Pablo estaba haciendo la caricatura de un niño inglés cuando casi por casualidad, por un extraño capricho del destino rompió su concentración para mirar a su espalda, y allí la vio, ella ni tan siquiera se fijó en él, ni tan siquiera lo vio, pero a él le sobró aquel minuto para dibujarla en su mente, para memorizarla, para plasmar en su memoria aquella extraña belleza, aquella extrema dulzura, aquella fantástica inocencia... supo, sin lugar a dudas que se había enamorado, se había enamorado de una joven a la que ni tan siquiera conocía y a la que probablemente jamás volvería a ver...

Esa noche Pablo no durmió, al llegar al anochecer a casa, después de pasear por el Maremagno recordando una y otra vez la imagen de aquella joven se preparó un sándwich, algo rápido, tenía mucho trabajo por realizar. Cogió su caballete y un nuevo lienzo inmaculado y se puso a dibujarla, esta vez no hizo una caricatura, esta vez quería realizar un buen retrato, pero se dio cuenta que no tenía en su paleta colores suficientes como para plasmar la belleza que manaba del rostro de la joven...

A las 6 de la mañana Pablo había terminado su obra, su magistral obra y después de asearse volvió a su puestecito de las Ramblas y mostró aquel bello retrato. A nadie de los que pasaron por allí se le escapó el magnetismo, el misterio, la belleza de aquella obra.

Marta había salido del hotel temprano, antes que sus amigas, quería dar un paseo sin prisas, sin agobios por las Ramblas, quería sentir el aroma de las flores a su paso, el trinar de los pájaros enjaulados, el ajetreo de gente, quería contemplar las obras de aquellos artistas anónimos, quería sonreír viendo a las estatuas humanas, quería disfrutar de su último día en Barcelona. Al llegar al puestecito de Pablo, Marta se quedó anonadada, aquel retrato... aquella chica dibujada con tanto detalle, aquella chica, era ella!!!

Cuando Pablo se giró a ver quien había gritado se quedó felizmente sorprendido al descubrir que la persona que había dado tal alarido no era otra que la chica de la que se había enamorado y de la que pensaba no volvería a ver jamás. Cuando Marta le preguntó cuando valía aquel retrato, Pablo con una dulce sonrisa en los labios le comentó que era un presente para ella, que lo había pintado para ella, que a él y sin que ella lo supiera ya le había pagado con algo mucho más valioso que el dinero, con su compañía...

Pablo se ofreció para hacerle de guía aquel día a Marta, y ella aceptó encantada. Pasearon por el barrio Gótico, por la playa, dieron un paseo en góndola... Pablo estaba fascinado, observaba cada gesto de Marta, escuchaba cada palabra, cada suspiro... Marta estaba como en otra dimensión, no había nada más en su vida aquel día que aquel misterioso, romántico y divertido chico...

Al atardecer, después de horas y horas de hablarse, de conocerse, Marta tenía la sensación de que ya conocía de antes a Pablo, y éste tenía la más absoluta certeza que jamás amaría a nadie como estaba amando a aquella chica... y es que el amor es así de caprichoso, desde hace miles de años existe nos acompaña, pero nadie consigue entenderlo, ni saber cuando, donde o porque nace y sin entender tampoco porque en ocasiones muere tal y como vino, sin saber en que cuna se meció o en que tumba descansa... Lo cierto es que cuando al caer el sol, ambos ascendieron a las tres cruces sabían lo que iba a suceder, sabían que sus labios se unirían, que entre sus corazones nacería una vínculo que ya jamás se rompería... y en el silencio de aquel momento, con el marco de Barcelona de fondo como testigo en el fondo de sus almas el uno al otro se dijeron... Te quiero... De un punto cercano llegaban a lomos de la suave brisa las notas perdidas de una guitarra que tocaba, Still loving you...

Hoy Pablo y Marta venden cuadros en las Ramblas, hay uno que no está en venta, sólo está expuesto, en el se ve a dos enamorados besándose una triste tarde de otoño en las tres cruces del Parc Güell de Barcelona...

Hawkeye

sábado, 4 de octubre de 2008

EL BUCLE

Te levantaste, era tarde. Habías dormido mal, te dolía la cabeza. Fuiste a la cocina despacio, pensando en todo y en nada, pensando en ella... Voy a prepararme un té —te dijiste. Estabas solo. Medio dormido todavía, seguías dándole vueltas. Llevas tanto tiempo pensando en ella que ya ni siquiera sabes cuándo fue la última vez que la viste, que hablasteis.

Aún no había hervido el agua cuando sonó el teléfono. ¡Qué sonido tan desagradable! Seguro que no es ella... Nunca es ella... Pero, ¿y si esta vez sí…? No lo crees. Nunca te pidió nada, nunca te prometió nada, tiene su vida, su mundo, ama su libertad, siempre te lo dijo. Sin embargo sigue ahí, en el tuyo, en tu cabeza; se cruzó en tu camino de repente, sin buscarla, sin quererlo…

Quizá ella también está pensando lo mismo ahora, o dentro de un rato, o lo pensó ayer y ya no. No lo sabes... Vuelve a sonar, ¡qué insistencia!, ¿quién será?... Te da igual. Sólo quieres verla. Que vuelva mirarte como ella lo hace, sonriendo a medias, con esos ojos oscuros, profundos, que lo dicen todo, aún cuando calla, o tal vez porque calla, porque ella solo mira así “cuando se atreve”; eso dice… Que te roce la mano, como si no se diera cuenta, que te de dos besos cuando te saluda, a veces, tan cerca de tus labios..., suave, como si no quisiera.

Piensas, piensas que piensas y te imaginas pensando en algo diferente, es como un bucle; al final acabas volviendo al principio.

Alguien habla bajito, casi susurrando; ¡ah! la radio, ¿cuánto tiempo llevaba encendida?, no recuerdas haberla conectado. No recuerdas nada, en realidad no te importa, actúas como un autómata, sin darte cuenta; tu cabeza está “llena” de ella, mas no va a volver porque nunca estuvo..., o sí y nunca se fue...

—¡Ahora el móvil, no puede ser! —pero ¿por qué no me dejarán en paz? Ni puedo desayunar tranquilo, sin oír nada, sin pensar en nada. Bueno, solo es un mensaje. Luego lo leeré...

Lo miras, no puedes creerlo, ¡es ella!: “kiero vrte. T echo d mnos”.

—¡Joder!, ¿qué hago ahora? Además es domingo y llueve… Odias los domingos y la lluvia. —¿Le pasará algo?, ¡qué peligro tiene! Es inconsciente, divertida, y a la vez responsable y ¿formal?, inteligente.

¡Y tú muy tonto! Precisamente, te encanta por eso, porque te desconcierta, es imprevisible, se mueve como un péndulo y nunca sabes en qué momento va a cambiar de dirección. A veces parece tan “frívola”, como si todo le diera igual, como si lo único importante en su vida fuera salir por ahí, “a su aire”; sin embargo, no es así. Le importan muchas cosas, casi demasiadas.

¿No estabas deseando que te llamara?

Dudas. —¿Le contesto ahora?, ¿o mejor la llamo? —No, no, mejor contesto, no me apetece hablar, todavía me duele la cabeza. “Hla!, stas bien? Si kieres nos vemos. Bss”.

“Sbs q no pdo, trbjo, xro ncsitaba dcirtelo”.

Vuelves al principio, al bucle, imposible… Sin embargo, te sientes mejor porque sabes que te echa de menos, eso dice…

Piensas, piensas que piensas y te imaginas pensando en algo diferente, y al final acabas volviendo al principio, otra vez. Mentalmente puedes verte pensar, pensando que piensas, en todo, en nada, en cualquier otra cosa que no sea ella.

Ana

jueves, 2 de octubre de 2008

UN AMOR PLATÓNICO


No fue nada fácil mirarlo a los ojos. Cuando lo vi de espaldas me pregunté ¿Quien será ese hombre que emana tanta energía? Me lo presentaron y tímidamente le dí mi nombre y le tendí la mano. Se volteó como si nada a seguir conversando a saber con quien. Por lo menos, era con un hombre y me pregunté si yo le habría gustado. Hubiera querido quedarme a su lado, porque sentía que su presencia ejercía sobre mí un poderoso deseo de conquistarlo. Era como un imán que me trastornó la noche.

En la cena se sentó frente a mí. En ese momento no supe si fue casualidad o si lo hizo con premeditación. El caso es que no pude comer tranquila. Sentía sus ojos puestos en mí e inició la conversación preguntándome a qué me dedicaba. Cuando le conté que era escritora aficionada, me dijo que a él también le gustaba escribir y lo noté muy interesado. Logré con palabras entrecortadas, con sudor en las manos y con mucha timidez, contarle que tenía un blog, pero que no se imaginara que lo hacía de forma profesional (por aquéllo de que no le gustara). En una servilleta, me pidió le escribiera la dirección del sitio y con mi nerviosismo, me salieron las letras como garabatos. Aún así, supe que me había leído porque a los pocos días me dejó un comentario que me dejó con el alma temblando.

A los quince días, me escribió a mi dirección de correo. Sus palabras llenaron mi espíritu desde la primera letra. Supe que era un poeta y que no me había equivocado. Una vez comenzamos a escribirnos, no pudimos parar. Durante esos días, se me quitó el sueño. Me levantaba de madrugada con los ojos rojos por los desvelos a responder sus cartas. Era tanta mi excitación, la fuerza de mis sentimientos, que me quitaba el sueño. Cada día las cartas se fueron poniendo más atrevidas, pero el alma imperaba, como si nos hubiéramos descubierto: de corazón a corazón, de alma a alma, de cuerpo a cuerpo.

Me confesó que tenía mucho miedo de enamorarse. Le respondí que yo era capaz de todo y de llegar hasta las últimas consecuencias. ¿Qué podía perder? Me sentía sola y estaba un poco cansada de relaciones sin sentido. Había tenido muchos romances y un divorcio que me dejó dos hijos.

Todo parecía fluir como si fuéramos dos almas dispuestas a dar un salto de fe y a lanzarnos al vacío. Confiaba tanto en sus palabras que me hubiera sido difícil creer que no fueran verdad. Sabía que le salían del corazón. Sólo un corazón enamorado podía darse tanto. Sabía que había sido amor a primera vista. Sabía que era el hombre perfecto, aquél que siempre había esperado. Antes de él, ya había tirado la toalla y estaba convencida de que era mejor “vivir sola que mal acompañada”. ¡Se había hecho el milagro! Estaba loca de atar por un hombre que sólo había visto una vez en mi vida y que ni siquiera me había dado un beso. ¿Me había vuelto loca? En todo caso, era una locura de dos. ¡Amor a primera vista!

Pasaron tres meses de un continuo ir y venir de cartas. Aún las tengo almacenadas. Constituyen mi tesoro, mi secreto, pero no las he vuelto a leer.

Tenía que pasar lo inevitable: era de niños seguir con este juego y no poder vernos, tocarnos y hacer el amor como dos adultos que se aman y se desean.

Hasta el momento había sido un amor totalmente platónico. Decíamos que había sido amor a primera vista y que por medio de la pantalla que nos ocultaba la cara, se había disuelto el bochorno de las primeras líneas, la timidez inherente a decirnos cosas que viéndonos a los ojos hubiera sido muy difícil. Nos habíamos contado nuestras vidas, nuestros anhelos, ilusiones y todo aquéllo que no se le cuenta a un desconocido.

Pusimos la fecha para tomar el primer café. También nos contamos que los nervios no nos dejaban dormir, ¿Y si nos desilusionábamos? ¿Y si todo había sido una fantasía de nuestras mentes? ¿Y si no había verdadera química al acercarnos y darnos el primer beso? ¿Quien lo garantizaba? Pero hasta eso nos lo confesamos. La apertura era total y completa. Incluso en broma llegamos a decirnos que íbamos a necesitar de un Valium para no hacer el ridículo frente al otro. ¿Dos adultos jugando a niños? Eso fue lo hermoso: así nos sentíamos. Aquélla inocencia del primer amor nos había ganado la partida. Sí, me volví a sentir como niña, y ya sabemos que los niños no se cuestionan: sólo viven y dejan que la vida les dé lo que tiene para darles. Lo que generalmente, son ilusiones, alegrías, optimismo y pocos cuestionamientos. La juventud y los niños son atrevidos por su ignorancia e inexperiencia. No conocen aún de dolores y decepciones fuertes.

Seguí obsesionada con este amor. Seguía sin poder dormir. Era tanta mi adrenalina que le decía en broma que cuando me volviera a ver, se iba a desilusionar porque tenía los ojos como mapache, con ojeras cafesosas y los ojos chiquitos y achinados.

Un día antes de vernos y tocarnos por vez primera llegó lo inesperado: Era tanta su angustia, su culpa, que le ahogaba el decírmelo y que este maravilloso encuentro se disolviera: ¡Era casado! No me lo había querido decir por miedo a perderme. Sentí que me iba en un pozo de dolor y todo aquél amor que experimenté el primer día lo enterré muy adentro, tan adentro, que mi corazón se volvió de hielo y ya ni siquiera recuerdo cómo se vive un sentimiento.



María Renée Batlle
(Shanty)