Es un barrio que Mario no frecuenta habitualmente, pero, debido a un trabajo temporal de apenas tres semanas, tendría la oportunidad de pasear por sus calles mientras hacía tiempo tras la comida.
Era un agradable día de otoño, los árboles acariciados suavemente por un leve viento, dejaban caer constantemente sus hojas adornando las aceras y la calzada con esos tonos que van desde el marrón al rojo intenso, los colores propios de esta estación.
Todo el mundo anda deprisa. A él le gusta observar a todos. Decide sentarse en una rancia y adorable cafetería de la Plaza de Sevilla, muy cerca del Teatro Español, en pleno centro de la capital...
Disfrutará de un café bien cargado, sin azúcar, como le gusta. Sobre la mesa un periódico abandonado, quizá, por el cliente que acaba de marcharse. La silla aún está caliente... El camarero sale y entra incesantemente con su mandil blanco y su bandeja sobre la mano.
Con actitud ciertamente servil atiende las escasas cinco mesitas que ocupan parte de la acera, invadiéndola y haciendo, a veces, tropezar a los transeúntes...
Un hombre con una terrible deformidad en la espalda se planta frente a él y extiende su mano mientras murmura algo ininteligible para Mario. Parte de sus babas se derraman sobre los zapatos y Mario le niega con la cabeza... El hombre insiste y Mario rebusca en el fondo de su bolsillo unos céntimos... Duda si dárselos, tal vez sea aún peor, el hombre parece deseoso de atención más que de dinero... qué penosa vida, piensa. Pone el dinero sobre la mesa, cerca del mendigo. No puede evitar pensar en cómo tendrá las manos ese pobre hombre...
Madrid tiene estas cosas... somos demasiados...
¡Por favor! dice levantando la mano cuando el camarero pasa a su lado.
Un muchacho con aspecto indio, grandes ojos negros enmarcados en profundas ojeras oscuras, piel morena y mirada penetrante.
El acento le delata ¿Qui le ponongo senior?
Mario pide su café cargado y suplica con la mirada que le libre del mendigo.
El camarero le espanta casi como a un perro... Parece que no tener que haberlo hecho él mismo quita dureza a la escena y despeja su conciencia... El deforme se marcha como un perrillo asustado con su eterno murmullo. Cruza la calle Príncipe casi sin mirar y casi sin ser consciente del frenazo que un taxista ha tenido que pegar para no llevárselo por delante... Mario se pregunta si no es eso lo que buscaba, marchar rápido y ligero de ese asfalto hostil, de esa vida de dolor y sufrimiento.
Mario es bueno y le mira piadoso mientras desaparece ya por la esquina, lo cual le permite olvidarlo para siempre.
"Siu cáfe" dijo el joven indio, poniendo suavemente el plato con la taza, la cucharilla y el azúcar sobre la mesita blanca. "Gracias".
Ojea el periódico y decide cogerlo y leer un rato, Mira el móvil y aún tiene tres cuartos de hora hasta su cita laboral... hoy comió muy deprisa. Mañana lo hará más lento, así no le sobrará tanto rato... Hoy hace sol, pero si amanece el día frío y lluvioso será muy incómodo esperar.
El transito humano distrae constantemente su atención sobre las noticias de todos los días.
De pronto, cruzando la plaza, le parece ver a Sandra, la esposa de un buen amigo. ¿Qué hará por aquí...? Pero...
Mario se dispone a levantarse para llamar su atención, cuando observa a un hombre, que no es César, que le coge cariñosamente por la cintura... La atrae hacia sí y le besa... ¡en los labios! oh, oh...
Mario se sienta al instante y ahora lo que desea es desaparecer tras el periódico. Lo sube cubriendo su cara, puesto que la mujer de su amigo, colmada de carantoñas se acerca a la cafetería.
Ambos se besan de nuevo en los labios, con ternura, no, ¡con pasión! Sus lenguas se entrelazan sin el menor decoro, mientras esperan el semáforo para poder cruzar.
Al pasar por delante de la mesa donde un hombre se esconde tras un periódico, ella ríe divertida y él, le roza levemente el culo con la mano.
Mario ha encogido en la silla, quiere desaparecer y reza para que no le vean... El camarero indio mira divertido la escena, que desde fuera, es tan evidente que solo falta un cartel de Estreno en la barriada...
Esa noche, mientras cena en casa con su mujer, ésta le dice que ha llamado Sandra... César vuelve mañana de su viaje a Londres y les invitan a cenar. Parece que el negocio le ha salido bien. Sandra estaba feliz con la vuel

Ahora Mario es consciente de que los viajes, a veces, los hacen los que se quedan... Los que llenan las maletas y suben a un avión... sólo dejan el camino libre.
Natacha.