ESTAMOS PUBLICANDO AHORA LOS RELATOS DE: GÉNERO: "LIBRE"; TEMA: "EMPECEMOS JUNTOS".

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sábado, 15 de noviembre de 2008

VIAJE A CAPRI


Compramos los boletos sin pensarlo ni dos veces. Entramos a la pequeña barcaza tomados de la mano, alimentados de nuestros sueños. El barco era como una galera amplia de un solo piso, donde el tumulto y las voces extranjeras se escuchaban por los largos pasillos. Arriba tenía una escotilla para quienes preferían ver y sentir el oleaje del mar y la brisa casi encima de la cara.

Nos sentamos en una banca a la orilla de un ventanal. Junto a nosotros, una mujer rubia, joven, de buen aspecto, nos sonreía con ojos de complicidad. Invitada por su sonrisa, le pregunté de dónde era y ella, en un idioma ininteligible, contestó algo que no entendí.

El día lucía radiante; los tibios rayos del sol se filtraban a través del enorme ventanal y Capri, a pesar de su cercanía, aún no se distinguía en lontananza. Antes de hacer el viaje, mi madre nos había puesto en antecedentes sobre la belleza de sus paisajes y nos habló de la gruta azul, donde las barquitas de remos entran y salen en justa sincronía con las altas y bajas del mar. “Es como de ensueño, habían sido sus palabras, por nada del mundo se lo pierdan”.

Esto había sido un mes atrás y ahí estábamos: escuchando el estrépito de las amarras cuando el pequeño barco fue liberado del muelle. Rápidamente estábamos alejándonos de las costas de Nápoles. Cada paisaje, cada curva y cada línea iba disminuyendo de tamaño y el mar iba quedando como único horizonte visible.

En cuestión de minutos y como por arte de magia, la luz del sol se ocultó y en su lugar, unas nubes negras acompañadas de un fuerte ventarrón asomaron a la superficie. Las olas del mar que hacía un instante lucían quietas, aumentaron intempestivamente de tamaño. El ruido del barco chocando contra las olas se hizo estrepitoso y ya no era posible sostener una plática sin tener que gritar o acercar el oído a la boca del que hablaba.

La pequeña barcaza comenzó a mecerse al compás del viento. Sandro y yo hacíamos esfuerzos por entendernos con la rubia de al lado, pero pronto me di cuenta de que una de sus frases quedó suspendida en el aire. Volteé la vista hacia el lado derecho y vi que mi marido estaba tan blanco como la espuma que vomitaba el mar.

El corazón comenzó a latirme descompasadamente. Sandro padecía de mareos y yo siempre le tuve miedo a los lugares encerrados: era una fobia de la infancia, de esas que no se saben en qué momento se forman. Y ahora este viaje se presentaba como una dulce promesa, con un billete de pago por adelantado, pero con el terror como única condición.

Sandro se levantó y se agarró como pudo a una columna gruesa frente a nuestros asientos. Tomó la pilastra como si de eso dependiera su vida; su respiración era rápida, agitada, y su cara reflejaba no solo malestar, sino los signos evidentes de quien muy pronto, iba como el mar, a vomitar el desayuno ante las miradas perplejas y curiosas de todos los pasajeros: decenas de ojos curiosos estaban clavados en él, sobre todo, porque era el único que se había levantado. Mas aún, porque se soltó de la pilastra y empezó -en un intento de calmar su mareo- a resoplar fuertemente, haciendo respiraciones de yoga e iniciando un ritual de movimientos de jalar y meter el aire utilizando manos y brazos. En cada movimiento del barco, parecía que Sandro se caería de bruces al suelo. Al verlo –es cierto-, su aspecto lucía risible: unos ojos desorbitados, una tez pálida, una boca que echaba y aspiraba el aire con desesperación y unas piernas que apenas podían sostener su propio peso, pero en esas condiciones, solo podía ocuparme del fardo de mi propio temor.

Yo estaba muy asustada y para aligerar mi desazón, traté de distraerme mirando hacia la ventana. El corazón aún me latía y sabía que si no hacía algo, podía llegar a sentir terror. No se veía nada: todo estaba gris, oscuro, vacío. Debajo de esa pequeña barca, había un mar furioso que nos atacaba por todos los flancos.

No sé ni de dónde saqué la fuerza necesaria para charlar con mi vecina de al lado, en un idioma que nunca había practicado. Entre gritos -que me daban cierta calma porque ahí sacaba todo mi miedo- y en un chapuceado italiano le pregunté de dónde era, a qué se dedicaba y por qué viajaba tan sola. La incomprensión la completamos a señas, con una sonrisa medio forzada por ambas partes. Ahí descubrí que mi italiano no era tan malo y que en la necesidad somos capaces de mover hasta montañas.

De los cuarenta minutos de ruta Nápoles-Capri, hicimos una hora. Bajé con Sandro otra vez de la mano, con un mareo que nos tambaleó de lado. El sol apareció no más tocamos la isla, la cara de Sandro volvió a su color natural y después de superados los inconvenientes, fue uno de los días más gloriosos de nuestro viaje a Italia.


Shanty


11 comentarios:

Maria Rosa dijo...

Un viaje para no olvidar!!!!
HERMOSO RELATO, CON TODOS LOS DEJOS DE VERACIDAD.
UN ABRAZO
MARÍA ROSA

Anónimo dijo...

Bien!, genial; perfectamente descrito el mareo, el miedo; el mareo hasta podía sentirlo; el miedo también.

El mar es maravilloso, pero su furia terrible; ¿fueron a la gruta azul? Espero que sí.

Un besito.

MRB dijo...

Gracias a los autores de este blog, por darme la oportunidad de expresarme a través de esta página. Me parece que el proyecto va "viento en popa" y que hay muchos suscritos a seguir participando.
Un abrazo a todos,
Shanty

Autores Reunidos dijo...

Shanty... jajaj vaya viajecito... pareciese que el mar os puso a prueba a todos. A tu pareja con sus mareos, a ti con tu italiano... y al llegar pensó, tal vez, que habíais superado la prueba y os regaló de nuevo el sol y la calma...
Viví con angustia esa tempestad.
Enhorabuena por el relato.
Gracias, cielo.
Natacha.

Esther dijo...

Has descrito muy bien el viaje y lo mal que se pasa en un barco..Yo no he hecho viajes largos en barco pero seguro que me sentiría igual..no me gusta sentirme perdida en medio de la inmensidad del mar.. Menos mal que llegaron a buen puerto :)

besos

Patricia López dijo...

Shanty, me alegra que vos y Sandro hayan podido disfrutar al arribar... imagino los mareos que sintió él! Creo que yo también hubiera pasado por algo similar.
Realmente, un viaje para no olvidar, que has descrito de un modo que me hizo partícipe de él.
Un beso!

Autores Reunidos dijo...

Hola Shanty!

Pues si... lo que parecía iba a ser una travesía liviana, se convierte en algo muy lejano a serlo... Buena descripción de los momentos que te sitúan cercanos a lo que escribes y casi sientes esos mareos!!

Aparte de ellos, me encanta la forma que tienes de describir el sol, las nubes... todo el conjunto.

Un abrazo, amiga. Me ha gustado porque son palabras, que son imágenes.

Emig

Ana Garcia dijo...

Uff, menos mal que hubo final feliz, ya estaba con el corazón en la garganta, si se hundía el barco o Sandro salía por la borda o qué... Madre mía que susto!! Vaya aventura, me ha encantado tu forma de contarla:-)

Sandro me recuerda a mi marido cuando visitamos las bateas de mejillón en Galicia... estuvo todo el tiempo blanco como la pared andando de proa a popa y viceversa y yo mientras comiéndome bandejas de mejillones y un buen ribeiro, jajaja... pobrecillo.

Un beso Shanty

AHEO dijo...

Me uno a los comentarios: has descrito muy bien todo, al leer tu texto transmites bien cada sensación desde la emoción por estar ahí, la expectativa, hasta todas las peripecias durante el viaje en barco.
Un saludo
Haydeé :)

Layla - Noche Hermosa dijo...

jajaja..caramba que experiencia!

Me gusta como lo narras, fue genial :)

Leznari dijo...

Jajajajajaja menudo viajecito, pensaré antes de subirme a un barco lo mal que se pasa con los mareos.
Seguro que Capri al menos te encanto.
Un saludo.
LEZ