Hubo una vez una mujer que enloquecida por el ansia de saber quiso conocer el nombre de Dios. En aquellos tiempos todos sabían que Dios posee múltiples nombres que los hombres conocen pero eran conscientes de que al verdadero nombre de Dios, misteriosamente oculto al conocimiento humano, nunca había podido acceder ningún mortal.
La mujer, a pesar de que tenía profundos conocimientos sobre el Reino Celeste, ansiaba conocer más: “¿No podría (se decía), mediante el conocimiento del sagrado nombre de Dios, hacerme dueña de la sabiduría y verme convertida en un ser inmortal, como Dios lo es en el cielo y en la tierra?”
Tras muchos años de iniciación en los secretos del cosmos, la mujer había llegado a la conclusión de que Dios gobierna el mundo creado gracias al conocimiento que tiene de si mismo. Solamente él conoce su nombre sagrado, pensaba, y si ella lograba acceder a ese conocimiento era posible, incluso, que Dios quedara dependiente de ella. Conocedora de los Grandes Misterios, la mujer sabía que Dios, cada día, navega por el cielo en su barca solar, en su trono de los dos horizontes: el horizonte del este (el sol naciente) y el del oeste (el sol poniente). Por entonces, habían ya pasado muchos años desde que se había producido la creación y Dios estaba notablemente envejecido; sus fuerzas habían ido decreciendo de tal manera que un día, incluso, su propia saliva goteo de su boca y cayó a la tierra. La mujer, que se percató de ello, no dudó en amasar barro con esa saliva, de modo que dio forma a una serpiente a la que insufló la vida y dejó tendida en el suelo, en un lugar por el que sabía que Él habría de pasar.
Pronto, gracias a ese ardid, la serpiente, impregnada de la sustancia divina, terminó mordiendo a Dios y le transmitió su poderoso veneno. El Señor de los Cielos, que no sabía lo que le había ocurrido, se sintió gravemente enfermo. Había sido atacado por algo que él no había creado y que por tanto desconocía. Sentía, incrédulo, que el potente veneno se iba extendiendo por su cuerpo y se sentía impotente para encontrar la causa de su desgracia. Sintiendo la proximidad de la muerte tuvo que acceder, a su pesar, a solicitar la ayuda de los dioses de su cortejo.
Así habló, entre intensos sufrimientos, el Dios a las divinidades: “Soy el grande, el hijo del grande, y mi padre proyectó mi nombre; tengo multitud de nombres y multitud de formas, y mi ser está en todo dios… Mi padre ocultó mi nombre dentro de mí. No quería que las palabras de poder de cualquier vidente tuvieran dominio sobre mí…”
Sin embargo, a pesar de todo su poder, lo cierto es que ahora, con el desconocido veneno invadiendo su cuerpo, el corazón de Dios estaba ardiendo y sus miembros iban siendo poseídos por intensos temblores. Fue entonces, cuando ninguna divinidad era capaz de poner fin a los sufrimientos de Dios, cuando la mujer le habló: “Dime tu nombre, Padre santo, pues todo aquel que sea liberado por tu nombre vivirá”. Y Dios, entre exclamaciones de dolor, le fue diciendo algunos de sus nombres y virtudes, pero reservándose siempre su verdadero nombre, tan oculto como sagrado:
—“Yo soy aquel —le dijo— que, si abre los ojos, hace la luz, y, si los cierra, hace que nazca la oscuridad”; “Yo soy el que hizo las horas y creó los días”; “Yo soy el dueño del ayer y el que conoce el mañana”…
Pero la mujer, consciente de que el nombre secreto seguía oculto, insistía: “Lo que has dicho no es tu nombre. Oh, dímelo, y el veneno se marchará; pues aquel cuyo nombre sea revelado, vivirá.”
Se cuenta, así, que Dios, al fin, vencido por el dolor, tuvo que acceder a la pretensión de la mujer. Ese fue el modo en que esta pudo conocer el sagrado nombre de Él, el secreto que más ansiaba poseer. Ningún otro dios u hombre, solamente ella, habría de tener acceso, jamás, a ese conocimiento. E inmediatamente, tras esa estratagema, la mujer ordenó al veneno que saliera del cuerpo de Dios, de modo que este, al momento, se encontró recuperado. Desde entonces, todos los hombres sabemos que la mujer, a través de ese reprobable acto, pasó a poseer conocimientos sagrados que permitían que pudiera dominar el “Aliento de la Vida”, vencer los dolores y sufrimientos y conseguir, incluso, que los hombres pudieran despertar de nuevo tras la muerte.
Y fue así como aquella mujer logró verse glorificada en “Señora de la Vida y la Muerte”. Los humanos la llamamos Isis, pero creo —sinceramente— que nadie conocerá nunca su verdadero nombre.
ANTIQVA
La mujer, a pesar de que tenía profundos conocimientos sobre el Reino Celeste, ansiaba conocer más: “¿No podría (se decía), mediante el conocimiento del sagrado nombre de Dios, hacerme dueña de la sabiduría y verme convertida en un ser inmortal, como Dios lo es en el cielo y en la tierra?”
Tras muchos años de iniciación en los secretos del cosmos, la mujer había llegado a la conclusión de que Dios gobierna el mundo creado gracias al conocimiento que tiene de si mismo. Solamente él conoce su nombre sagrado, pensaba, y si ella lograba acceder a ese conocimiento era posible, incluso, que Dios quedara dependiente de ella. Conocedora de los Grandes Misterios, la mujer sabía que Dios, cada día, navega por el cielo en su barca solar, en su trono de los dos horizontes: el horizonte del este (el sol naciente) y el del oeste (el sol poniente). Por entonces, habían ya pasado muchos años desde que se había producido la creación y Dios estaba notablemente envejecido; sus fuerzas habían ido decreciendo de tal manera que un día, incluso, su propia saliva goteo de su boca y cayó a la tierra. La mujer, que se percató de ello, no dudó en amasar barro con esa saliva, de modo que dio forma a una serpiente a la que insufló la vida y dejó tendida en el suelo, en un lugar por el que sabía que Él habría de pasar.
Pronto, gracias a ese ardid, la serpiente, impregnada de la sustancia divina, terminó mordiendo a Dios y le transmitió su poderoso veneno. El Señor de los Cielos, que no sabía lo que le había ocurrido, se sintió gravemente enfermo. Había sido atacado por algo que él no había creado y que por tanto desconocía. Sentía, incrédulo, que el potente veneno se iba extendiendo por su cuerpo y se sentía impotente para encontrar la causa de su desgracia. Sintiendo la proximidad de la muerte tuvo que acceder, a su pesar, a solicitar la ayuda de los dioses de su cortejo.
Así habló, entre intensos sufrimientos, el Dios a las divinidades: “Soy el grande, el hijo del grande, y mi padre proyectó mi nombre; tengo multitud de nombres y multitud de formas, y mi ser está en todo dios… Mi padre ocultó mi nombre dentro de mí. No quería que las palabras de poder de cualquier vidente tuvieran dominio sobre mí…”
Sin embargo, a pesar de todo su poder, lo cierto es que ahora, con el desconocido veneno invadiendo su cuerpo, el corazón de Dios estaba ardiendo y sus miembros iban siendo poseídos por intensos temblores. Fue entonces, cuando ninguna divinidad era capaz de poner fin a los sufrimientos de Dios, cuando la mujer le habló: “Dime tu nombre, Padre santo, pues todo aquel que sea liberado por tu nombre vivirá”. Y Dios, entre exclamaciones de dolor, le fue diciendo algunos de sus nombres y virtudes, pero reservándose siempre su verdadero nombre, tan oculto como sagrado:
—“Yo soy aquel —le dijo— que, si abre los ojos, hace la luz, y, si los cierra, hace que nazca la oscuridad”; “Yo soy el que hizo las horas y creó los días”; “Yo soy el dueño del ayer y el que conoce el mañana”…
Pero la mujer, consciente de que el nombre secreto seguía oculto, insistía: “Lo que has dicho no es tu nombre. Oh, dímelo, y el veneno se marchará; pues aquel cuyo nombre sea revelado, vivirá.”
Se cuenta, así, que Dios, al fin, vencido por el dolor, tuvo que acceder a la pretensión de la mujer. Ese fue el modo en que esta pudo conocer el sagrado nombre de Él, el secreto que más ansiaba poseer. Ningún otro dios u hombre, solamente ella, habría de tener acceso, jamás, a ese conocimiento. E inmediatamente, tras esa estratagema, la mujer ordenó al veneno que saliera del cuerpo de Dios, de modo que este, al momento, se encontró recuperado. Desde entonces, todos los hombres sabemos que la mujer, a través de ese reprobable acto, pasó a poseer conocimientos sagrados que permitían que pudiera dominar el “Aliento de la Vida”, vencer los dolores y sufrimientos y conseguir, incluso, que los hombres pudieran despertar de nuevo tras la muerte.
Y fue así como aquella mujer logró verse glorificada en “Señora de la Vida y la Muerte”. Los humanos la llamamos Isis, pero creo —sinceramente— que nadie conocerá nunca su verdadero nombre.
ANTIQVA
15 comentarios:
¡Uahuuu, vaya imaginación!
Aunque por un momento pensé que dejaría morir a Dios para convertirse ella en la nueva y más poderosa divinidad.
Me ha encantado.
Un abrazo.
Cierto, cierto... no hay nada que una mujer no pueda conseguir, y menos de los hombres... jajajaj... Bromas aparte, hermoso texto-leyenda. Es uno de esos cuentos que me gusta escuchar antes de dormir...
Qué hermoso relato,Antiqva.Isis, la que fue muchas reinas en una, la del bastón papiriforme o árbol o tantas otras cosas.Incluso mujer alada, como aquí nos muestras.
Isis la hermana y esposa de Osiris, la mágica, la poderosa Isis...plasmada por Antiqva en un hermoso texto que además nos otorga poderes al resto de féminas,jejeje.
Me encantó,Antiqva.Que por cierto...¡qué bien ocultas tu nombre, escriba!
Un beso grande y mi más sincera enhorabuena.
Precioso tu relato, querido amigo.
Muy bien expresado, con una redacción impecable.
Te felicito!
Un abrazo.
qué maravilla, qué gozada de cuento
ay, las mujeres, cuánta fuerza y cuántas ganas yo de hacerla mía
s
Un escrito cargado de simbolismos con la mismísima relación de las mujeres mortales con algunos hombres...
Bello relato amigo Antiqva, como no podía ser de otra manera.
Enhorabuena por el texto. Precioso y para pensar...
Gracias amigo.
Natacha.
...
...
NO...
... no puedo aún salir de mi estupor...
Mítico, mágico, evocador...
mistérico.. turbador..
Amigo.. me has dejado perpleja. Una vez más...
¿Será por este acto irreverente que en el alma de la mujeres resuena el eco del poder de la diosa? Y todo su esplendor, su insondable vuelo.
El nombre... nada más poderoso que el verdadero nombre..
Este es un bello secreto de la Magna Ciencia, hermosamente narrado por un hacedor de cosmos con palabras...
mi felicitación de todo corazón, ANTIQVA...
Tu amiga, Isis.
¡Precioso texto Antiqva!, como siempre un gusto leerte, posees el maravilloso don de transportar a quien te lee al momento en el que ocurre todo. Cierto es que moría de ganas por leer tu texto desde que lo ví "el primero en la fila" jeje. Ha sido un texto lleno de magia, plasmada en las proyecciones de la vida real y las hermosas leyendas egipcias. Me gustó mucho.
Un fuerte abrazo, amigo.
Haydeé :)
He aquí la prueba de que la mujer siempre se sale con la suya, jajaja
Ahora en serio, un relato fantástico y como siempre, nos transportas con tu toque personal a ese mundo mágico y misterioso como es Egipto. Me encanta, además porque tuve el placer de conocerlo hace algunos años y me fascinó.
Un abrazo Antiqva
cómo hago para enviar un relato??? tengo uno llamado Survival Horror en mi blog, y es mi primer relato, pero no sé qué publicarlo aquí
por cierto, me ha encantado el relato ;)
Una historia estupenda, tal y como la cuentas parece cierta y todo como si hubiera sido parte de la historia..me ha encantado.
Un beso
Amigos, unas palabras para agradecer vuestros comentarios, que hacen que uno se sienta feliz.
Por otro lado, indicar que el cuento no es sino una forma novelada de una antiquisima leyenda egipcia, es decir es algo en lo que en tiempos pasados hubo gente que creyo que habia sido algo cierto.
Los egipcios daban una importante esencial al nombre, tanto de dioses como de personas, de modo que el nombre verdadero (incluso de las personas) no lo conocian mas que los mas allegados. Todos los egipcios tenian oculto su verdadero nombre.
Isis, gran "pillastra" se las ingenio para averiguar el nombre oculto de Ra, y asi fue como consiguio su inmenso poder.
Eso es lo que creian los egipcios, y eso es lo que uno transformo en un cuento breve.
Un abrazo, amigos
Los recovecos de la vida me alejaron de Egipto, Papiros,magias. Poco a poco trato de regresar con ayuda de las bellazs que leo. Gracias....Hilda Breer
Estupendo! Contundente y muy imaginativo!
Digo lo de contundente porque es un relato que "rompe" con lo habitual que he leído, no solo aquí sino en otros lugares y tiempos. Pues en él, relatas magníficamente la importancia de esa palabra, ese mayor secreto que conllevan las palabras sagradas, llevando magistralmente el sentido de la misma hasta su utilización final...
Muy bien! Genial!
Un abrazo,
Emig
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