Soñaba que era alto, que sus hombros anchos protegían su hermosa cabeza de rasgos masculinos y atractivas proporciones. Veía en su sueño cómo su pelo brillante ondeaba al compás del viento al caminar. Su torso varonil aparecía compacto, con los músculos pectorales bien definidos y la caja de las costillas recubierta por una fina capa de grasa. Sus delgadas manos recorrían los pliegues de su cuerpo para apoderarse de aquella imagen onírica fruto de su imaginación.
No sólo su físico era objeto de sus sueños. Su vida también adquiría en ellos una dimensión nueva e inalcanzable. Se veía como un triunfador rodeado de amigos llamándole por su nombre, Alejandro, que había pasado a ser una especie de mantra unificador. Todos sentían el poder que les daba girar a su alrededor y, si una sonrisa o una mirada de él los tocaba, sus vidas empezaban a tener una razón de ser. A su lado, una bella mujer de largos cabellos rubios con ojos que guardaban el más profundo secreto del mar, mecía sus días con esa entrega capaz de elevar a un hombre hasta lo más alto. En su sueño también corrían un par de hijos hermosos como su madre pero con el atractivo y la agresividad vital de él. El sueño era tan real que se sentía a veces empalagado con tanta perfección.
Al despertar tenía que dejar pasar unos minutos para soltar aquella existencia y volverse a situar en la propia. Entonces, con los ojos cerrados bajo los pesados párpados, lamentaba el fin de lo imposible y el fatal descenso hacia el mundo posible. Con un tremendo esfuerzo conseguía resbalar de las sábanas de raso y dirigirse al cuarto de baño para la ducha matinal. El agua salía caliente, no demasiado, tal como a él le gustaba. Aquella ducha le ayudaba a despertar para luego enfundarse el blanco albornoz recién lavado que Miriam había dejado doblado en la butaca.
Bajaba a la cocina para desayunar y allí ella, sonriendo como siempre, le daba un beso de buenos días y se sentaba con él a la mesa ante un café y unos bollitos recién horneados. Era el primero en salir de casa pues tenía que estar en el estudio a las 8 y en la autopista había demasiado tráfico a esas horas. El autobús del colegio recogería a los niños media hora más tarde y Miriam trabajaba desde casa haciendo traducciones para una editorial. Oía las noticias en la radio. Siempre la misma emisora, la que tenía una conexión directa con la bolsa de Madrid y daba un resumen del comportamiento de las bolsas en Asia la noche anterior. Estaba preocupado con los Hedge Funds que había comprado recientemente.
Aparcaba el coche en el parking del edificio y en cuanto abría la puerta de la oficina se podía oír el saludo de las secretarias al unísono: ‘Buenos días Don Alejandro’. Ya había llegado y todos, delineantes y aparejadores, se abalanzaban sobre él para hacerle partícipe de lo que habían estado haciendo en su ausencia la tarde anterior.
Al mediodía bajaba a la cafetería de la esquina donde, Emilio, el dueño, le tenía preparado su plato favorito. Mientras comía repasaba mentalmente el sueño recurrente con la nostalgia del que sabe que nunca lo conseguirá, que por más que lo sueñe éste se alejará más y más de él.
Y así vivió siempre. Soñando con ser lo que ya era. Fingiendo ser un arquitecto de éxito apreciado por todos con una familia perfecta. Nadie lo pudo convencer nunca de que su sueño era la realidad. Porque él vivió otra cosa. Él siempre vivió simplemente un sueño.
Sinkuenta
No sólo su físico era objeto de sus sueños. Su vida también adquiría en ellos una dimensión nueva e inalcanzable. Se veía como un triunfador rodeado de amigos llamándole por su nombre, Alejandro, que había pasado a ser una especie de mantra unificador. Todos sentían el poder que les daba girar a su alrededor y, si una sonrisa o una mirada de él los tocaba, sus vidas empezaban a tener una razón de ser. A su lado, una bella mujer de largos cabellos rubios con ojos que guardaban el más profundo secreto del mar, mecía sus días con esa entrega capaz de elevar a un hombre hasta lo más alto. En su sueño también corrían un par de hijos hermosos como su madre pero con el atractivo y la agresividad vital de él. El sueño era tan real que se sentía a veces empalagado con tanta perfección.
Al despertar tenía que dejar pasar unos minutos para soltar aquella existencia y volverse a situar en la propia. Entonces, con los ojos cerrados bajo los pesados párpados, lamentaba el fin de lo imposible y el fatal descenso hacia el mundo posible. Con un tremendo esfuerzo conseguía resbalar de las sábanas de raso y dirigirse al cuarto de baño para la ducha matinal. El agua salía caliente, no demasiado, tal como a él le gustaba. Aquella ducha le ayudaba a despertar para luego enfundarse el blanco albornoz recién lavado que Miriam había dejado doblado en la butaca.
Bajaba a la cocina para desayunar y allí ella, sonriendo como siempre, le daba un beso de buenos días y se sentaba con él a la mesa ante un café y unos bollitos recién horneados. Era el primero en salir de casa pues tenía que estar en el estudio a las 8 y en la autopista había demasiado tráfico a esas horas. El autobús del colegio recogería a los niños media hora más tarde y Miriam trabajaba desde casa haciendo traducciones para una editorial. Oía las noticias en la radio. Siempre la misma emisora, la que tenía una conexión directa con la bolsa de Madrid y daba un resumen del comportamiento de las bolsas en Asia la noche anterior. Estaba preocupado con los Hedge Funds que había comprado recientemente.
Aparcaba el coche en el parking del edificio y en cuanto abría la puerta de la oficina se podía oír el saludo de las secretarias al unísono: ‘Buenos días Don Alejandro’. Ya había llegado y todos, delineantes y aparejadores, se abalanzaban sobre él para hacerle partícipe de lo que habían estado haciendo en su ausencia la tarde anterior.
Al mediodía bajaba a la cafetería de la esquina donde, Emilio, el dueño, le tenía preparado su plato favorito. Mientras comía repasaba mentalmente el sueño recurrente con la nostalgia del que sabe que nunca lo conseguirá, que por más que lo sueñe éste se alejará más y más de él.
Y así vivió siempre. Soñando con ser lo que ya era. Fingiendo ser un arquitecto de éxito apreciado por todos con una familia perfecta. Nadie lo pudo convencer nunca de que su sueño era la realidad. Porque él vivió otra cosa. Él siempre vivió simplemente un sueño.
Sinkuenta
10 comentarios:
Me temo que este sueño se repite con demasiada frecuencia. Anhelamos ser, tener, estar... sin prestar apenas atención a lo que ya somos, tenemos, estamos... perdiéndonos gran parte de nuestra hermosa vida.
Lo has descrito magistralmente, felicidades.
Un beso.
Que suerte! Vivir su propio sueño.
Buen relato. Enhorabuena
Besote
Magistral Sinkuenta.
Es tan sencillo que a veces no vemos lo que ya existe o es...
Estamos tan obcecados en desear, que se nos va de las manos lo que se ha materializado sin apenas darnos cuenta.
Me ha gustado mucho.
Un beso.
Me gustó mucho el relato, ade`´as que describe el que puede ser muchas veces nuestro mayor pecado, el de anhelar tanto lo que debería ser y perder el disfrute de aquello que es... bien por tu historia
Vivir anhelando lo que ya se tiene... me ha dado un escalofrío... ¿Cuánta gente vivirá así toda su vida, Alicia?
Magnífico. Como siempre.
Un beso,
Natacha.
...Si tan solo hubiera sabido que es tan fácil cambiar la realidad...
cuando se abre los ojos...
me gustó mucho el relato!
besos..
Muy bueno tu relato.-
Felicitaciones!
Es cierto que buscamos un sueño con tanto ahindo que nos pasamos por alto que la fantasía jamás podrá competir con la realidad.
Muchas veces suponemos que lo que vivimos siempre puede ser mejor y buscamos esa perfección sin disfrutar precisamente las experiencias que tenemos.
Humanos, ese es el adjetivo, solo somos humanos !
exclente relato!
un abrazo
Me gustó mucho, Alicia.
El trasfondo es triste, pero quizá, algún día, el hombre logre abrir los ojos de verdad...
Un abrazo muy fuerte!
Aunque vengo con retraso te digo que me ha encantado..Estar viviendo ese sueño sin ser consciente..
besitos
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