Ideas que son a veces como sombras y latidos, que se mueven sinuosas y aparecen claras, cuando el espesor de la creatividad se alumbra de cualquier circunstancia plausible.
Cuando no se piensa al escribir. Cuando simplemente se escribe y lo que va apareciendo en forma y fondo va llenando ese blanco del monitor o del papel, con la satisfacción de que algo está saliendo de uno mismo; cuando el ingenio está en funcionamiento, y los dedos como taquígrafos profesionales, cumplen su cometido exteriorizando con palabras escritas la imaginación, la chispa desde la lucidez del momento, quizás la vivencia escondida, sumida en el recuerdo hasta ese instante.
Un género, un tema, no es un condicionante para la escritura, sino una primera piedra que mueve aquello que sabemos decir casi enseguida, como un fluido que nace desde ese manantial que somos, o bien, ese género, ese tema, nos mueve la creatividad de la palabra escrita y miramos con ella a nuestro interior, porque hemos decidido en vez de que alguien nos cuente una pequeña historia, que hoy es el momento de contarla nosotros; practicando desde el silencio de nuestros pensamientos cotidianos, y viviendo la quietud del camino silente de la fantasía, sintiendo como el sonido de las teclas abre esa puerta y, tan solo rozar su umbral, encontramos en ella algo nuestro por conocer, aunque no sea verdad para nadie, quizás ni para nosotros, pero es nuestra historia, la que imaginamos, la que deseábamos contar hace tiempo y no sabíamos dónde ni como ni cuándo…
La sonrisa aparece soberana tras las primeras palabras escritas. Las frases son puentes invisibles, inviables desde la realidad, o quizás, limpiamente, lo que hacen es reinventar un momento que se avecina lentamente, como cualquier sinfonía clásica, que en conjunto es la maravilla de alguien, entre silencios y acordes invita a un mundo diferente, pero al escucharlo, en ese momento es real. También la escritura lo es, para quien la escribe, como para quien la lee…
Así pues, nadie es autor hasta que un buen día abre su puerta y simplemente escribe. Se deja llevar, aunque al principio no entienda hacia dónde, porque cualquier paso, cualquier instante, sensación, motivo, argucia, trama, argumento… está esperando nacer, desde ese autor que somos todos, con lo cual, el dónde aparece, el cómo y el porqué, a la vez que escribimos, lo descubrimos.
Cuando no se piensa al escribir. Cuando simplemente se escribe y lo que va apareciendo en forma y fondo va llenando ese blanco del monitor o del papel, con la satisfacción de que algo está saliendo de uno mismo; cuando el ingenio está en funcionamiento, y los dedos como taquígrafos profesionales, cumplen su cometido exteriorizando con palabras escritas la imaginación, la chispa desde la lucidez del momento, quizás la vivencia escondida, sumida en el recuerdo hasta ese instante.
Un género, un tema, no es un condicionante para la escritura, sino una primera piedra que mueve aquello que sabemos decir casi enseguida, como un fluido que nace desde ese manantial que somos, o bien, ese género, ese tema, nos mueve la creatividad de la palabra escrita y miramos con ella a nuestro interior, porque hemos decidido en vez de que alguien nos cuente una pequeña historia, que hoy es el momento de contarla nosotros; practicando desde el silencio de nuestros pensamientos cotidianos, y viviendo la quietud del camino silente de la fantasía, sintiendo como el sonido de las teclas abre esa puerta y, tan solo rozar su umbral, encontramos en ella algo nuestro por conocer, aunque no sea verdad para nadie, quizás ni para nosotros, pero es nuestra historia, la que imaginamos, la que deseábamos contar hace tiempo y no sabíamos dónde ni como ni cuándo…
La sonrisa aparece soberana tras las primeras palabras escritas. Las frases son puentes invisibles, inviables desde la realidad, o quizás, limpiamente, lo que hacen es reinventar un momento que se avecina lentamente, como cualquier sinfonía clásica, que en conjunto es la maravilla de alguien, entre silencios y acordes invita a un mundo diferente, pero al escucharlo, en ese momento es real. También la escritura lo es, para quien la escribe, como para quien la lee…
Así pues, nadie es autor hasta que un buen día abre su puerta y simplemente escribe. Se deja llevar, aunque al principio no entienda hacia dónde, porque cualquier paso, cualquier instante, sensación, motivo, argucia, trama, argumento… está esperando nacer, desde ese autor que somos todos, con lo cual, el dónde aparece, el cómo y el porqué, a la vez que escribimos, lo descubrimos.
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2 comentarios:
¡ÇQué bonito Natacha! Te he estado leyendo atentamente y me estoy empezando a poner nerviosa. ¡no sé si seré capaz de escribir un relato sobre el amor platónico!... ¿se puede hacer un ensayo? o tiene que ser un relato corto? Uff, ¡qué nervios! Suena todo tan oficial! Un beso, guapísima: Alicia
De oficial nada, jajaja. Es solo que queremos disfrutar a tope.
Ha de ser un relato. Máximo dos páginas, minimo una. Te mando hoy mismo la plantilla.
Besitos
Natacha.
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