“Al abrir los ojos, podía ver perfectamente las algodonosas nubes que se movían perezosas…
Podía notar como el sol calentaba mi rostro.
¿Dónde estaba?
Un silencio atronador me rodeaba… y entonces, me dí cuenta de que no podía recordar…
En mi mano apretaba con fuerza, casi con desesperación, un botón amarillo, que desde luego, no pertenecía a nada que llevase puesto”.
¿Un nuevo estado de consciencia? ¿Una nueva sensación? Una mirada de pequeñas nuevas sensaciones se agolpaban en mi interior y era imposible medirlas, traducirlas. No sé si me sentía feliz en ese taciturno instante… Quizás la mejor palabra que me describía era nuevo. Eso es, me sentía nuevo; pero algo había pasado, algo había vivido que mi mente no llegaba a vislumbrar desde el recuerdo.
Sentí que respiraba más tranquilo; decidí levantarme y cambiar mi rostro de extrañeza por uno más inquisitivo; decidí caminar hasta encontrar algo que me sonara conocido, o bien encontrar una cara amiga; un buen café en algún lugar abierto y lleno de gente. Pero sabía que mi mano derecha llevaba la respuesta firmemente apretada…
Por una ignota razón, mientras tomaba el camino, la premura inicial de saber, se iba postergando. Algo me decía, que dejándome llevar averiguaría todo.
Comencé con pasos lentos, sin prisas, como queriendo favorecer a los hados para que tuviesen tiempo de mostrarme lo que tuviesen a bien, en ese paraje soleado.
Intuía, no sin sentir brotar algo de romanticismo de mi alma, que aquello era magia, una especie de sortilegio creado para mí procedente de esa nada desconocida; soñada quizá por mentes alojadas en los misterios cognitivos de ese cerebro, capaz de albergar ilusiones sin fin, esperanzas en ocasiones ingratas, sueños que ver cumplidos.
Una fina llovizna emergió de la nada. Era fina y suave, parecía que el sol traspiraba delicadamente. No fue óbice para continuar mi camino. Tampoco tenía alternativa, pensé.
¿Qué hacer ante un suceso así de inesperado? ¿Cómo resolver este enigma, cuya pista principal era un pequeño botón amarillo atrapado entre mis dedos?
Me dije a mí mismo, que siempre hay algo que hace saltar la chispa de la consciencia; y es en ese momento, cuando el recuerdo encuentra nuevamente su lugar y nos hace volver de ese limbo en el que nos encontramos.
Creí recordar fugazmente haber leído algo sobre ello…
La mirada, me mostró un valle verde entre montañas que arropaban maternalmente un pequeño pueblo alojado en sus faldas. La hora era la del crepúsculo, y por tanto, las luces de los hogares titilaban ya en algunos ventanales.
Suspiré e hice acopio de valor para comenzar mi descenso, una bajada leve, que en mi interior asemejaba ser el más difícil trayecto de mi vida.
Llegué algo cansado; un tanto taciturno, pero sobre todo ello, la esperanza gravitaba en derredor mío.
Un personaje apareció junto a la primera casa con la que topé. Era un hombre mayor, de esos cuya edad es un misterio.
-Disculpe buen hombre, ¿podría decirme en qué pueblo estoy?
El anciano o no tanto; de forma inesperada, clavó su mirada no exenta de asombro, en mi persona. Me observó de abajo arriba inspeccionándome con descaro. Pero esperé pacientemente.
A todo esto, la lluvia mansa de minutos antes, se había embravecido
calando mis ya mojadas ropas.
-Anda joven, dijo por fin, date prisa que la noche cae y esta agua se convertirá en aguacero en muy poco.
Diciendo esto se alejó con una rapidez impropia de la edad que aparentaba.
Decidí sin más remedio, deambular por aquellas callejuelas, ahora sí, con el ansia apremiante de encontrar un lugar donde guarecerme. Doble sin pensar una esquina, y fue al hacerlo cuando un no sé qué, recorrió mis adentros.
Fue como una pincelada de color abriéndose paso en el desteñido lienzo de mi confusa existencia.
No anduve mucho cuando tropecé con algo o alguien.
El torrente de agua caída del cielo era ya feroz y caminaba con la cabeza gacha.
Levanté como pude la mirada y entonces como surgido de una cascada, apareció su rostro…
Vi de inmediato lágrimas en sus ojos. Poco después, aprecié la lluvia deslizándose sobre el paraguas que nos resguardaba.
Elevé mis ojos hasta ese cubículo, inesperado cobijo traído por un ángel…
…-¡Es muy infantil!
-Sí, es cierto, pero al verlo supe que era para ti.
-Ya…¿por qué?
-Es como tú, ¿no lo ves?
Es blanco como tu piel y amarillo como ese sol que tanto adoras. Además es una flor y te gustan tanto que…
-¿Dónde lo compraste?
-En la ciudad, en una tienda de flores.
-¿En una tienda de flores? ¡Qué curioso!
-La encargada, me comentó que tuvo esa idea y estaba teniendo un éxito arrollador. Ya ves, entré para comprarte un ramo y dártelas al volver, y me vine con esta…
-Me encanta, sobre todo lo original que son los estambres, su corazón, por decirlo de otro modo. Así en relieve, ¿te has fijado?
-Sí, me gustó porque eran pequeños botones amarillos. Algo muy original…
Esta conversación paseó por mi mente cual pájaro en débil rama.
Me trotó el corazón.
El viento acercó a mis oídos una voz dulce, un aroma floral…
-Vamos a casa, la cena está a punto…
Me dijo.
Abrí mi mano enrojecida por la presión, miré el botón fijamente, logrando balbucear:
-Lo encontré junto a la entrada, al salir…
Ella miró con tristeza…
-Lo eché en falta cuando cayó el paragüero al marcharte…
Comenzamos a caminar bajo aquella margarita de nylon, cuyo corazón condujo al mío de regreso al hogar.
Tiempo habría de hacer venir a esos recuerdos que aún permanecían sumergidos en las turbulentas aguas de la inconsciencia, en las
incógnitas escondidas de los porqués… MARINEL.
Marinel.