ESTAMOS PUBLICANDO AHORA LOS RELATOS DE: GÉNERO: "LIBRE"; TEMA: "EMPECEMOS JUNTOS".

ÓRDEN DE PUBLICACIÓN EN EL LATERAL DEL BLOG. DISFRUTAD DE LA LECTURA, AMIGOS.


martes, 30 de septiembre de 2008

JULIÁN

Julián era un joven singular de la especie de los soñadores taciturnos. Ya desde pequeño, su espíritu alado remontaba hacia mundos extraños que sólo en su cabeza tenían existencia y se le escuchaba decir que era monarca o guerrero o hechicero en tierras lejanas. Luego, al pasar de los años, su imaginación caprichosa se volcó hacia la realidad para transfigurarla y el juego connatural lo llevó a elegir una profesión de la cual pensó sacar provecho: la escritura.

La carrera de Julián despegó como un cohete y su vuelo alcanzó la cima de la fama mundial, y durante dos años un éxito siguió a otro. No cabía de dicha y de gozo, hasta que inexplicablemente cayó enfermo: padecía fiebre alta, casi no hablaba y apenas comía. Era como si se hubiese marchado porque no obstante estar su cuerpo presente, su alma o lo que fuera había apagado su luz.


¿Cuál era su enfermedad? Los doctores visitaron su habitación acompañados de teorías fútiles y los filósofos que lo admiraban se reunieron para emitir su diagnóstico: “tedium vitae”.


Sin embargo, lo que Julián necesitaba era inconcebible para ellos: algo de cordura y algo de fortuna. El meollo de su desgracia, la causa de su aflicción y de lo que siguió después fue un amor platónico, pero era éste uno de esos que son tan imposibles como perjudiciales. Julián se recluyó en su recámara varios meses y el asunto terminó felizmente cuando decidió viajar a París.


¿Por qué si todos hemos tenido amores platónicos Julián había sido afectado profundamente? Por el ardor de su temperamento y la viveza de su fantasía. Aparte, los hábitos que regían sus jornadas tampoco le favorecieron.


Julián residía solo en un departamento y de alguna forma tenía que maquillar el vacío para hacerlo soportable. Por eso, al filo de las cinco se acomodaba para tomar sus alimentos frente a una mesa que había en su balcón y desde allí se ponía a mirar detenidamente a los transeúntes. Los observaba con paciencia y aguardaba el instante en que se dibujara una trama en su fantasía, entonces al ocurrírsele una buena historia la trasladaba de su imaginación palpitante y fresca a una hoja en blanco. Esta rutina agotadora, aunada al insomnio que propiciaba, debilitó sus nervios y mermó su salud.


Por si fuera poco, un día su editor lo llamó por teléfono y le dijo a través de la bocina:


-Julián, nuestras ventas han decrecido. No es grave la cosa pero tú entiendes que hemos de resurgir –hizo una pausa-. Escribe una novela de amor, es lo que le gusta a la gente.

-Sí señor, trabajaré en ello.

Julián se sintió apremiado. No bien colgó el editor, bebió de prisa un vaso de agua e intentó esbozar un esquema. “¿Qué pasa?”, se preguntó con descontento al repasar la cuartilla tachonada, era claro que no obtuvo los resultados que esperaba. Se dirigió a su mesa de trabajo y al aire libre tomó asiento y recuperó la serenidad. “¿De dónde sacaré una historia de amor?”, se repetía pensativo mientras sostenía el lápiz entre sus dedos inquietos.


Pasó un día, y otro, y otro más. Vio mujeres hermosas ir y venir por la calle, mas no le inspiraron un romance como el que tenía deseos de reflejar en su novela. Pensaba de este modo: “Una vez que tenga a mi protagonista, la novela se escribirá sola”. De pronto, a la semana, divisó en el balcón de un edificio contiguo a una mujer de cabello castaño y grandes ojos negros regando unas flores. “¡Es ella!”, exclamó Julián emocionado, y agregó: “¿En dónde te habías metido? Te llamarás Abril”.

Al amanecer, “Abril” corría su ventana de cristal para contemplar al sol desperezarse y expandir sus redes de fuego sobre la ciudad. Después se metía a la cocina, preparaba café y volvía a salir. Julián la dotó de todo cuanto había soñado de una mujer. Le concedió sensibilidad privilegiada, inteligencia sobresaliente, un alma fina y preciosa cual una perla.


Los capítulos eran ligeros, entretenidos, saturados de poesía. La novela avanzó sin mayor dificultad, y en un abrir y cerrar de ojos estuvo lista. La remitió al editor, quien le auguró un éxito rotundo.

Una noche, “Abril”, que se hallaba fumando un cigarrillo en su balcón, se percató de la presencia de Julián y le sonrió. Y Julián, que sin saberlo se había enamorado de ella, le agradeció el gesto y quiso llevarle un ejemplar. Tomó uno de los libros y anotó estas palabras: “para la mujer más hermosa, la que dio vida a esta novela y también a este humilde escritor”.


Cerró su puerta, cruzó la acera y preguntó a una señora por la joven. Ésta le miró con desdén y lo ignoró. Julián insistió y por fin le señaló de mala gana a un muchacho que estaba sentado en las escaleras. Julián se acercó, preguntó nuevamente y consiguió el número del departamento. Subió y presionó el botón del timbre. Un hombre moreno y voluminoso que entreabrió la puerta inquirió: “¿Hizo cita con alguna de las chicas?”. Julián, desconcertado, replicó que no. “Para pasar la noche con una de ellas tiene que hacer una cita”. “Disculpe, se trata de un error, me equivoqué de número”, fue la excusa de Julián.


Un balde de agua fría cayó sobre sus hombros. Camino de regreso, iba refunfuñando incrédulo: “¡Mi musa! ¡Una vil prostituta!” Naturalmente, la sorpresa lo conmovió y lo sumió en la tristeza. Se prometió no escribir nunca más, y en secreto denostó a la fantasía y acusó a la raza de los soñadores. Empero, la novela Abril fue acogida entusiásticamente por el público y lo invitaron a Francia para impartir una conferencia. Julián reflexionó largamente y aceptó la invitación. “Después de todo –se dijo en voz baja-, tú, Abril, mi Abril, estás aquí, conmigo, respirando dentro de estas páginas inmarcesibles que jamás podrán ser arrancadas de mi corazón”.


Carlos Iberri

domingo, 28 de septiembre de 2008

AMOR PLATÓNICO

Me hizo gracia, el otro día mientras estaba conduciendo escuché en la radio una canción que me transporto a mis años juveniles.

La canción que escuchaba se titulaba “En el Andén” de un grupo musical llamado Melón Diesel.

Como el artículo está relacionado con el Amor platónico os contaré mi historia… quizá una de mis tantas historias que no he olvidado.


Todas las mañanas cogía el metro para ir hasta mi colegio, y allí en el Andén… todas las mañanas... estaba... él.

Un chico algo mayor que yo, a mí me resultaba guapísimo, alto con una melena cortita y negra como el azabache, unos ojos grandes negros y una piel… uff... una piel… preciosa, quizá eso fue lo que primero me llamó la atención.

Día tras día allí los dos, a veces coincidíamos en el mismo vagón, otras veces… había tanta gente… que nos metían a trompicones en diferentes vagones.

Me acostumbré a su presencia, si algún día no lo veía me preocupaba, pensando qué le podía ocurrir.

Después de un tie
mpo de coincidir diariamente, una mañana se puso al lado mío y me dijo HOLA, uff ese saludo para mi fue...

Así que todos los días deseando coger el metro para simplemente decirle HOLA, me atraía de una m
anera tremenda, procuraba arreglarme un poco más que antes, aunque llevando uniforme poco podía hacer, ya que estudiaba en un colegio de monjas y allí la disciplina era enorme.

Pero me encantaba, nunca dijimos ni una palabra más larga de “hola”, pensaba en él, incluso le comenté a mi gran amiga, lo que sentía por el chico del andén.


Cruzábamos nuestras miradas en repetidas ocasiones, mientras pasábamos estación y estación, hasta que yo me bajaba. Nunca supe cual era su destino, en cambio él, el mío si.

Una mañana después de coincidir a diario con él, durante 6 meses, no lo vi, ni la siguiente, ni la siguiente, empecé a preocuparme, a pensar lo que le habría podido ocurrir, siempre nerviosa cuando bajaba las escaleras para acceder al andén y siempre con la esperanza de poder encontrármelo de nuevo.


Me gustaba, me atraía un montón y no sabía el porqué, si ni siquiera habíamos intentado conocernos, pero la realidad es que pensé que me había enamorado.


Una mañana cuando ya mis esperanzas estaban perdidas le vi, allí estaba de nuevo, con sus ojos negros y grandes a su lado estaba una chica con un bebé en brazos, él me miró, yo le miré esperando el saludo, quizá esperando una explicación de su desaparición que duró un mes, mantuvimos las miradas durante unos segundos, él hizo un gesto como para quizá dejar salir por su boca ese “hola” esperado, pero algo le interrumpió.

El llanto del bebé que había a su lado le hizo girar la cabeza, llegó el metro, y nos montamos, ellos estaban en la otra punta de ese vagón, y yo no paraba de moverme para poder divisar su cabeza, que me fue imposible, llegó mi estación y me bajé, con una pena enorme, el tren siguió su marcha y yo mientras subía las escaleras para salir, notaba en mi nuca como una mirada diciendo…”adiós, hasta siempre”.


Ese fue el último día que coincidí con mi amor platónico, nunca volví a verle, pero ese hombre se me quedó grabado muy hondo en mis recuerdos.


Quizá siempre me ha quedado la duda de lo que podía haber ocurrido, si yo en una de tantas miradas aparte del “hola” hubiera tenido menos vergüenza y me hubiese acercado hacía él para entablar alguna conversación, pero no pudo ser y siempre se me quedará la duda de… lo que hubiera podido ocurrir y no ocurrió.


Leznari

viernes, 26 de septiembre de 2008

ENCUENTROS AGRIDULCES

Leonora estaba agotada del trabajo y la rutina diaria, solamente deseaba llegar pronto a su destino, comenzar unas vacaciones relajadas… y algo más. Su secreto estaba a salvo en una cajita esperando ser abierta algún día.

Como cada año, Leonora frecuentaba a diario la cafetería que sabía se reencontraría con Tomás. Cada vez que le veía entrar, se estremecía, un temblor agradable recorría su cuerpo y los latidos de su corazón se podían casi oír en el exterior, sensaciones a su vez reprimidas, no sabía si era correspondida. Su deseo más próximo era besarle dulcemente, como en sus sueños más inquietantes, pero como cada año, le mostraba únicamente su afecto a través de un abrazo amistoso y unos besos fraternales.

Como siempre, a Leonora no le quedaba otro remedio que conformarse con charlar un ratito con Tomás, tomando un café o una cerveza, el tiempo y las circunstancias no le daban margen para más, pero tenía que aprovechar cada segundo para calmar su sed, charlar y estar a su lado la hacían dichosa y feliz, se sentía libre por unos instantes.

Una noche fueron a bailar, era el momento ideal para acercarse más a él. Aunque sus cuerpos se arrimaron, casi enlazaron, no podían mostrar sus emociones, sí, él también las tenía, se las pudo susurrar al oído mientras los demás estaban charlando animadamente sin prestarles atención. La angustia se apoderó aún más de Leonor. Los sentimientos eran mutuos, no cabía duda, pero aunque en ese mismo instante les pasaron mil cosas por la cabeza, se limitaron a una mirada dulce y triste. —“Si no fueras quien eres…” —“Ya lo se, lo siento tanto…” —le contestó ella.

Al final de las vacaciones se despidieron con dos besos en la mejilla, pero al acercarse a la mejilla de Leonora, Tomás deslizó sus labios y la besó ligeramente. Fue un atrevimiento peligroso pero la sensación era maravillosa, sintió toda la pasión a través de ese beso-caricia que él dejó como recuerdo hasta su próximo encuentro agridulce.

De repente una voz exclamó —“¡Leonora, cariño despierta, por fin hemos llegado!”, abrió sus ojos y miró tiernamente a Miguel, sólo ella sabía que esa cajita nunca se abriría.

Fair Lady

miércoles, 24 de septiembre de 2008

A AÑOS LUZ

Sentimientos contradictorios la invadían. Había pasado el verano con los recuerdos planeando a su alrededor. La imagen de la clase, de los libros, de los profesores-as entrando por la puerta dispuestos a abrir sus mentes juveniles, despertarlas. Él, con sus libros bajo el brazo, sus gestos, su música, sus historias.

Lo supo de repente. Sus manos aposentadas en sus hombros, una despedida limitada, un deseo ferviente de un feliz verano. Su sonrisa grabada en las retinas y el corazón. ¿Cuántos años era mayor que ella? ¿Serían veinte, quizá más? ¿Cuánto amaría a su pareja como él la llamaba ante ellos, sus alumnos? ¿Sería verdaderamente feliz?

Mil preguntas se arremolinaban en su desconcertado cerebro, mil preguntas sin respuestas. Sólo podía responder a una: ¿Estaba enamorada?, sí, lo estaba.

De inmediato supo de lo inalcanzable que resultaba ese amor juvenil. Era joven, cierto, pero no estúpida. Decidió limitarse a llenarse de momentos en su presencia, recogerlos como migajas deliciosas, cual pajarillo hambriento.

Su risa ante sus cosas, sus alabanzas en los trabajos que tanto se esmeraba en perfeccionar para él. Sus enseñanzas de ese mundo que tanta pasión le causaba y no cesaba en demostrar. Ella lo recogía todo, lo ensamblaba en un collar invisible para no olvidarlo, para colgárselo en el corazón cuando todo hubiese acabado.

Porque la historia que se había empeñado en escribir ella misma; sin permiso, sin pensar, sin recato, tenía el final escrito de ante mano. Lo sabía y a pesar de todo... soñaba con un final feliz.

Lo imaginaba lejano, en un planeta imaginario, donde estaba solo y perdido. Lo deseaba ausente de caricias y ternura, enajenado de deseo por encontrar a alguien que lo amase, lo admirase, lo escuchase con el alma apretada, los ojos abiertos y el corazón alado.

Lo sabía a años luz.

En esas ocasiones en las que su mirada se perdía en divagaciones placenteras en la clase, él venía a rescatarla de ensueños. Una sonrisa, una palmada de cariño en su espalda, un comentario mordaz, y la realidad hacía acto de presencia, provocándole la tristeza que da la sabiduría.

Este era el último año que pasaría en el instituto. Ya no tendría que correr como cada día para coger el autobús en el que en más de una ocasión había cabeceado por la falta de sueño y el cansancio.

Salía despedida del trabajo en dirección a la parada que la llevaría al “insti”. Con el bolso, la mochila y el deseo inaudito de llegar. Inaudito, hasta que lo entendió. Siempre había sido corta de reflejos, siempre caía tarde en todo y eso provocaba las bromas entre su pandilla.

Se arregló con esmero. Peinó sus largos cabellos, se vistió como nunca y perfumó su piel vaporosamente.

Risas, chistes, anécdotas del año escolar. La cena estaba resultando perfecta y sin embargo, ella sentía el corazón encogido. Todo, era un estupendo preludio del final de su sueño infantil, pues se sentía como una niña con su juguete roto en las manos.

Un paseo espontáneo a la orilla del mar con la luna brillando en el manto nocturno. Ella y su amor inalcanzable... y veinte personas más. Juegos y chapoteos, frases divertidas.

Él, se acercó y cogió sus manos. Estampó dos besos dulces en sus mejillas. Le regaló unas palabras hermosas y una mirada intensa. ¿Era tristeza lo que le pareció ver? ¿Era el brillo de la luna reflejado en sus ojos, o lágrimas nacientes e interrumpidas?

Un momento más que atesorar. Unas migajas más con las que alimentarse y unas alas para volar por esos mundos en los que él, ya no estaría presente.

Una despedida definitiva.

Marinel

lunes, 22 de septiembre de 2008

NO PUEDO OLVIDARME DE TI

Tú me olvidas con tu silencio,
me relegas al pasado con tu indiferencia.

Mientras la desesperación se apodera de mí...


Se apodera de mi corazón y de mi vida

no puedo arrancarte de mi alma

¿cómo voy a hacerlo, si no sé?


No te importa, ¿o sí?...

Disfrazo la realidad con velos de seda,

pensando que no te atreves.


Si no te atreves eres un cobarde

si eres un cobarde no mereces mi amor, ni un segundo de mi vida, ni una lágrima de mis ojos...
... pero te vas a arrepentir, querido, te vas a arrepentir.


Sólo temo el día en que vuelva a verte,

ese día en que nos volvamos a cruzar,

ese día que llegará, lo sé, y no quiero, no quiero...


¡Ojalá no te volviera a ver jamás!

Si pudiera hacerlo, te juro que hoy sería el principio de mi olvido...


¡Desaparece, por Dios, desaparece de una vez!

¡Sal de mi vida para siempre!

¡Que me estás rompiendo el alma!


¿Cómo te olvido?

¿Cómo te saco de mi cabeza, si no puedo arrancarte de mi corazón?

Reina

viernes, 19 de septiembre de 2008

UN RAYITO DE LUZ

Estaba dormida y justo cuando empezaba a soñar, me despertaron tres Abejorros: el primero revoloteó por mucho tiempo pero sin hacer alarde de su presencia. El segundo, permanecía inquieto y ansioso moviéndose de un lado para otro, pero sin rayar en la molestia puesto que no quería ser inoportuno y lograr que despertase de mi letargo.

El tercero se poso sobre mí, y comenzó a explorar la vasta extensión de sábanas que me cubrían; aun cuando sus movimientos eran algo lentos y torpes parecía conocer muy bien a donde dirigía sus pequeños pasos; se podría juzgar que sabía lo que estaba haciendo y se encontraba decidido a alcanzar su objetivo.


Conforme caminaba se acercaba a mi rostro; el Abejorro temía por su vida obviamente, yo podía despertar en cualquier momento y muy asustada lanzarlo por los aires de un sopetón, pero él decidido, no soportaba la enigmática curiosidad que le causaba la luz que veía brotar de mi pecho respirante y sereno.


La luz era de tamaño proporcional al de él, pero refulgía tan hermosa que se parecía al primer lucero brillante del amanecer, ese que tanto le gustaba. Cuando estuvo cerquita se quedó abismado con su belleza, y decidió quedarse allí calladito y sólo contemplar, se preguntaba como esa humana podía tener una luz propia, si lo único que se asemejaba a ello eran sus amigas las Luciérnagas… nunca jamás había visto algo así…


De pronto, la luz lo envolvió y experimento una sensación nueva para él: sabía a miel, olía a flores con rocío, y sonaba similar al toc toc de la madera cuando algún pájaro carpintero se encontraba cerca de su colmena, pero mucho más pausado, calmo y profundo; el Cigarrón sintió felicidad y pudo decirse así mismo que era amor… pero —¿cómo es posible?... ¡ella es diferente…nunca podrá ser para mi!— …y abruptamente salió del hechizo causado por su luz…


Retrocedió y esta vez contempló el perfil pálido y quieto de la mujer que admiraba, era hermosa, tanto como la luz que brillaba en ella. Le dijo quedito más para sus adentros que para ella —Te Quiero mi bella princesa de esplendor… entre tanta oscuridad y eres capaz de emanar un rayito de luz—.


Habían pasado varios minutos y ya comenzaba a despertarme el continuo zumbido de las alitas de los otros dos, me moví desperezándome y abrí los ojos: no podía creer lo que miraba en la penumbra, tres abejorros: uno volando ansiosamente de un lado a otro de la habitación, otro más, suspendido en un solo lugar cerca de mí; pero, la impresión fue enorme cuando bajé la mirada hacia mi pecho y vi un bultito negro y rayado algo peludo y con alas viéndome directamente a los ojos, ¡si… a mis ojos!, no sabía qué hacer ante tan sorprendente escena así que opte por quedarme quietecita, ya pronto se iría… volteé a ver a los otros dos y su fiesta… seguían, uno desesperado dando vueltas cerca de mí, y el otro en el extremo de la cama, con ondulante aleteo.


En ese momento el Abejorro que estaba en mi pecho alzó vuelo tan silenciosamente que parecía flotar en el aire y se acercó a mi mejilla, rozándome el cabello con delicadeza, dio media vuelta y se fue… de inmediato los otros dos partieron con él, y me quede allí entre el desconcierto y el asombro y con una irracional certeza de que había recibido el beso de un abejorro.


Vuelve alguna vez, no somos tan diferentes… ¡yo también lo sentí!


Noche Hermosa

miércoles, 17 de septiembre de 2008

EL AMOR SIN TOCARSE

El Amor y el arte son dos corrientes difíciles de definir, por todo lo que encierra, emociones, sentimientos, creatividad, pasión, deseo y lujuria, pero ¿es posible amar y desear a una persona, sin tocarla?

Suena contradictorio, pero si se puede, amamos a Dios, que es un ser invisible y a la vez tan tangible que le pedimos cosas, artistas que vemos y nos convertimos en sus fans, donde la única manera de que estén cerca de nosotros es por medio de sus discos, afiches que pegamos en nuestros cuartos y todo lo que podamos tener de ellos.

Otro caso de amor platónico es el enamorarse del maestro o de la maestra de nuestra escuela, se convierten en nuestros héroes y heroínas (según sea el caso) o del vecinito apuesto que vive al lado nuestro o de la niña antipática, que a pesar de sus desplantes, piensas ¡¡Ella me ama!! O ¡¡Está loco por mí y esa es su manera de demostrarme su amor!!

Pero amar sin tocarnos, puede ser mucho mas intenso que el que se materializa, quizás porque se ama con la mente y el alma, amas su belleza y su intelecto, pues que yo sepa no he sabido que alguien haga el amor con el intelecto, por su intelecto si, pero con “el” no. Amas espiritualmente, la esencia de ese ser, sus ideas, en fin, el amor platónico puede ser más placentero que el físico porque definitivamente amas con la mente, con nada más.

En mi caso particular, a pesar de que estoy enamoradísima de mi pareja y le amo más que a nadie, yo siempre he tenido atracción hacia un amigo de mi hermano, su manera de ser me encanta, y a pesar de que nosotros nos jugamos y hay afecto, ni se me ha ocurrido acercármelo de otra manera sino como amigo, yo le catalogo como: “Mi negro amor platónico” jajajajaja, porque el es bastante moreno, y el mas común de los amores platónicos es el de “enamorarse solo”, y eso también pasa a menudo.

Yo pienso que nadie debe avergonzarse por reconocer que en algún momento hemos querido a alguien “platónicamente”, lo reconozco a mi me ha pasado y es interesante saber y reconocer, eso es parte de nuestras vidas.

Jessica P.

martes, 16 de septiembre de 2008

Género: AVENTURAS. Tema: VIAJES

Hay aventuras de todos los colores, como también las hay de todos los precios. Aventuras que buscamos, aventuras que nos encuentran y otras momentáneas que suceden sin previo aviso. Si podemos contarlas es que han tenido un final feliz...
La aventura de la vida es un continuo viaje.
Pueden ser un instante de placer, un sueño en la almohada, una conversación que te traslada fuera del tiempo, quince días en barco o diez días en tren, nueve días en tu coche lleno de maletas y con un destino espontáneo...
Un viaje desde el pensamiento cuando al ver una película, nuestra mente nos sitúa en ese personaje y nos movemos cuando él se mueve, lloramos cuando ella lo hace...
Un viaje es la imaginación de Bastián cuando encontró y leyó “La historia interminable”. Un viaje es una secuencia de fotogramas llamados sensaciones, sitos en un estante de nuestra particular alacena.


Hay quien tiene mucho que contar, también quien escribiendo vive lo que dice explayando su propio vergel...
En esta ocasión, en cada Autor hay un aventurero presto a viajar desde el teclado... ¿Te apuntas?

AUTORES REUNIDOS

domingo, 14 de septiembre de 2008

CARTA AL POETA AZUL

Mientras miro el reloj pienso que pueden ocurrir mil cosas… y siempre agregaré una más, no sólo para aumentar las posibilidades sino para no cerrar la cuenta…

Doy vuelta a la hoja y coloco el separador, ése de la flor azul sobre blanco… la historia se ha tornado realmente interesante, lo suficiente como para hacer analogías… ¡ja! ¡que si las hago!, recuerdo el poema de ayer… la verdad es que es corto pero me parece profundo al leerlo nuevamente, creo le gustará.

Continuaré otro día la lectura, quiero emprender la marcha y llegar a tiempo… he de decir que la sombra de este árbol resulta tan acogedora que me ha hecho pensar en la posibilidad de quedarme un poco más, pero puede más el deseo de estar puntual. Me levanto e inicio mi andar mientras lo llevo en el pensamiento.

Hemos cambiado sin duda… el tiempo se ha encargado de que a pinceladas pueda regalarme escenas de la cotidianidad, algunas veces explícitas y otras no tanto pero al fin suyas; en otro tiempo solo le descifraba a través de su sonrisa, esa que da en cada mirada y que he de confesar se le ve linda y sigue contagiando con ella cada espacio que toca…

El camino se aviva al percibir el aroma de las rosas… quien cuida estos jardines debe amarlos demasiado que así le acarician estas preciosas flores… la sonrisa se me escapa, pienso en mi espíritu prodigándole ternuras al suyo. Mas allá un conjunto de girasoles que, desde esta especie de vereda, se alcanzan a ver iluminados aún
por la calidez del sol… se les nota esa manera de atrapar la luz y alimentarse de ella; no puedo evitar recordarlo entre los girasoles y acariciarlos tan cuidadosamente… por supuesto que hubiera cortado después uno de ellos para llevarlo conmigo, de no ser porque reflexioné acerca de lo egoísta que sería de mi parte cortar su vida solo por complacerme… de nuevo una sonrisa, que por cierto me ha devuelto un transeúnte que se cruzó justo en el momento…”¡estoy de suerte!”, me digo y continúo mi marcha.

Han quedado atrás los girasoles, estoy cerca del río, puedo sentir ya las gotitas que atrapadas en el aire tocan mi piel…sigo andando y la verdad es que a cada paso el corazón intenta llamar mi atención latiendo me parece que no más rápido sino más fuerte. Tomo una frutilla de los arbustos para saborear aún más la llegada, una fresa agridulce como las que le gustan.


Estoy en el lugar unos minutos antes ya que es emocionante verle llegar, justo aquí fre
nte al puente… caminaré un poco lento… este es el puentecito que une dos lados de una misma tierra atravesada por un pequeño río, que no por serlo, tiene menos fuerza para llegar al mar, sus aguas al correr son las que nos han colocado en una especie de no lugar, no porque no exista, sino porque no es físico…

Alcanzo a mirar su silueta, su paso al ritmo de las ideas que le asaltan el pensamiento… su andar silencioso admirando las escenas… se acerca, veo sus ojos y su cálida sonrisa… disfruto la escena… justo al momento en el que cruzamos los pasos mi mirada me delata y, a pesar de aquellas palabras preparadas, se me escapan muchas más. Es sólo un instante… seguramente me escucha y a pesar de que lo sepa ya, en silencio nuevamente se lo digo:


“Mi corazón que intenta ser transparente día a día se torna azul al tiempo en el que poéticamente vuelas en palabras hasta mí, mientras este lugar sea río y puente, llevará aún sin verla una sonrisa
para ti y las ternuras devueltas a un azulado mar que en corrientes profundas ha tocado siempre mi corazón y, aún a sabiendas de que tu azul explícito para mí es muy pequeño, intento ganarme tu silencio: ese que en el pensamiento alguna vez creará el amanecer del que te he dicho están llenos tus ojos, ése que rememora los destellos y brisas enamoradas que soy cuando en miradas instantáneas llego a ti, ese que atesora la flor azul, de amistad obsequiada y convertida en la acompañante de mis conversaciones… tu silencio que refleja las infinitas posibilidades de un ser humano al ser artífice de su vida…”

Después, la imagen se desvanece… cuando sus ojos leían una carta por cierto…


En un lapso de tiempo pueden ocurrir mil cosas y, una vez más, hoy aumento las posibilidades… la empleada me da las estampillas postales que, después de pasar por la esponja, han quedado como el decorado perfecto para este paquete… lo entrego con una mirada de espera
nza de que cruce con bien el gran azul del Atlántico… y ahí va…

Pero me asalta el pensamiento de que he olvidado algo… ¡mi libro!... salgo de la oficina postal e inicio el recorrido a la inversa: le sonrío al chico que vende fresas en el parque, sigo el camino de los adoquines que se extiende aún después de llegar al muro de los girasoles, ¡vaya artista el que lo ha pintado!... llevo prisa, incluso no hay tiempo para descripciones… el aroma de los chocolates en forma de rosas me ha vuelto a capturar, más tarde volveré por uno.


Entro a la biblioteca hasta la mesita donde leía… mi libro sigue ahí, luciendo el listón de la flor azul… ¡vaya fortuna la mía! me digo… y observándolo, me siento y suspiro en
un gesto de alivio. Ya que ha querido hacerme regresar, iniciaré aquel relato para el que las ternuras al poeta azul serán las que vertebren sus líneas… aún no sé como escribirlo, cómo explicar el panorama que disfruto construyendo cuando me dirijo a enviar cada carta, ¿cómo decir que es mi primer referente al pensar en ese amor que se da desde el espíritu, germinando infinitas sensaciones que alimentan de ilusión mi ser?, ¿cómo contagiar en líneas la alegría sentida al prodigarle de ese amor que intenta corresponder al hecho de regalarse en palabras?... de ese amor que ha existido aún en un gran lapso de tiempo…

… un silencio me invade… y no porque esté vacío el pensamiento sino porque esto último me ha dado para buscar las palabras iniciales… que tal… “Mientras miro el reloj…”

Aheo

viernes, 12 de septiembre de 2008

EL AMOR QUE NUNCA FUE

Mi abuela decía que el amor eran millones de cajas repletas de magia, unas grandes, otras medianas y otras pequeñas, todas diferentes... y que cuando te enamoras buscas una que te atraiga de un modo especial bien sea por la decoración de la cajita o por lo que presientes que llevará dentro.... con el paso del tiempo, descubres que a veces, aunque nos guste una cajita, ni tan siquiera somos capaces de acercarnos a ella... Tal vez por miedo o timidez o porque crees que esa persona jamás se fijará en ti.

María siempre estaba bordando en el patio, a través de la rejas veía un mundo aparte, que apenas tocaba y que solamente miraba...

En su pequeño oasis, debajo del limonero y con el arrullo del surtidor de la fuente se sentía feliz y totalmente en paz. Sabía que allí nadie podría hacerle daño, sabía que entre las gitanillas y geranios se sentía protegida de todo.

Sus hijos se habían marchado y le sobraba suficiente tiempo para dedicárselo a ella, a su patio encalado y repleto de flores, a sus pensamientos.

A veces, levantaba la cabeza de su labor y veía como correteaban los chiquillos del barrio hacia la escuela... recordaba aquellos tiempos que ella también lo hacía. Recordaba a don Gabriel, su profesor y a las niñas de su clase. Recordaba los paseos a misa de los domingos y también recordó a Ismael.

Ismael, un muchacho alto y moreno con diez años más que ella, que tenia el dominio de poder dejarla sin respiración cuando se cruzaba con él.

¡¡Era tan guapo!! -pensó en voz alta.

Ismael, era vecino del barrio, hermano de una compañera de clase que trabajaba en el taller de carpintería al lado del colegio. María, cada vez que pasaba por allí y lo veía su corazón palpitaba tan fuerte que creía que el propio Ismael lo podía oír.
Y su estomago le daba pequeños botes si ¡por casualidad! se encontraban las miradas.

Tenía los ojos más lindos que había visto... tan grandes, tan grises que podría perderse en ellos para toda la vida.

Jamás cruzó una palabra con él, solamente lo miraba embelesada... hasta sus compañeras se reían de ella con la típica cancioncilla de: ¡¡A María le gusta Ismael, a María le gusta Ismael!!

Y ella se enfadaba y salía corriendo hacia su casa para que nadie la viera llorar.

¿Cómo podría fijarse un chico tan mayor en una niña como ella?

Era pecosa y... pequeña. Él tenia veintidós años y ella apenas doce. ¡Jamás se fijaría en mí! -Se repetía una y otra vez.

Pasaron los años y María terminó los estudios, ya Ismael no se encontraba en el taller de carpintería... hacía algunos que se había marchado de Andalucía para buscarse mejor porvenir. ¡Cosas de nuestra tierra, que aunque la amas con toda tu alma, a veces, tenías que huir de ella para labrarte un futuro!

Apareció un hombre en su vida, que aunque no le hacía mariposas en su estómago era honrado y decente ¡como le decía su madre! Y se casó con él.

Tuvo hijos y aprendió a quererlo... pero jamás olvidó a Ismael.

Siempre se preguntó qué habría sucedido si alguna vez hubieran hablado, qué habría sucedido si se hubieran gustado...

Y es que, a veces, las cajitas se quedan en el recuerdo hasta el final de nuestros días decoradas con preguntas sin respuesta, al menos, eso era lo que mi abuela me decía...

Jerusalem

miércoles, 10 de septiembre de 2008

¿TE GUSTA ALGUIEN?

El amor platónico es una de las expresiones imprecisas en las cuales se concede una importancia más espiritual que sensual al amor. Propiamente hablando, es una elevación filosófica de la manifestación de una idea hasta la contemplación de la misma, que varía desde la apariencia de la belleza hasta el conocimiento puro y desinteresado de su esencia. Es una forma de amor y amistad en que no hay un elemento sexual o este se da de forma mental, imaginativa o idealista y no de forma física. (Wikipedia)




Aún se estaba deslizando en el mundo de los adultos. Ya no era una niña, ni tampoco una mujer. ¿Quién era? Según sus profesores: una joven que tenía que prepararse para el futuro; sus padres por primera vez le habían fijado una hora de vuelta a casa en sus salidas los sábados por la tarde. Estaba hecha un lío, los empleados del Club Náutico insistían en que era una ‘señorita’, así que cada vez que trataba de introducirse en el vestidor de ‘señoras’, un dedo amenazante con la uña pintada de rojo, la enviaba nuevamente al de ‘señoritas’. O sea que era una señorita, fuera lo que fuera eso, aunque sin las connotaciones vejatorias que esa palabra comportaba para las que habían pasado una cierta edad y seguían recibiendo ese apelativo.


En aquella época, se celebraban verbenas a las que acudían los estudiantes de bachillerato de la ciudad. En ellas se encontraba con los chicos de su edad a los que por primera vez no miraba como compañeros de juegos. Las niñas por un lado, los chicos por otro, contemplándose, riéndose y fingiendo seguridades inexistentes. Vestida con minifalda, blusa con corbata y medias por la rodilla conoció a aquel chico un poco mayor que ella. Un día la sacó a bailar y ella, temblando, le contó alguna tontería al oído. La amiga que la había acompañado bailó a su vez con un amigo de éste y el aire cambió de textura de repente. El personaje era justo el adecuado para cubrir ese hueco que había en el sitio correspondiente a la respuesta de la pregunta: ‘¿te gusta alguien?’ que todos repetían a su alrededor. Empezó a contestar que sí, que le gustaba un chico. Cuando le preguntaban el nombre, el corazón se le aceleraba y un calor insoportable le subía desde la boca del estómago. El caso es que hasta pronunciar su nombre le quemaba la voz y la mayor parte de las veces lo calló.

Tal era el grado de idealización por haber encontrado una respuesta a la pregunta que otras contestaban con tanta naturalidad que empezó a convertir a aquel ser en un individuo que poco tenía que ver con lo que era en realidad. Lo sacó de contexto y lo fue convirtiendo en un ser mítico con cualidades humanas superiores que aparecía en sus fabulaciones vestido de guerrero, de santo o de lo que hiciera falta para adaptarlo al contexto en el que lo pensara. Una compañera de clase al enterarse de su interés le trajo del álbum familiar una foto en la que se veía al muchacho de pequeño sonriendo a la cámara con una pelota en sus manos. Aquella foto era un tesoro que ocultar. Ya tenía un secreto y una foto que testificaba su secreta pasión. La guardaba en el libro de Ciencias Naturales y cuando nadie la veía la miraba, la tocaba, e incluso, la besaba furtivamente. La foto y ella vivían un amor imposible y se acompañaban mutuamente, la locura de lo infundado y la imposibilidad de lo pasado. Aquel niño ya no existía, justo como su pasión, ambas carecían de entidad.


Hay que añadir que el objeto de tanta inquietud no tuvo más que leves sospechas al respecto, observaría un nerviosismo inusual a su paso, alguna risita desafinada, pero nunca nada ocurrió que confirmara sus improbables sospechas.

Pasó el tiempo y aquella emoción intransitiva fue remitiendo. Él marchó lejos a estudiar y ella encontró otros destinatarios para sus sueños. Vendrían tiempos de temblores y nerviosismo que harían que pasara gradualmente de la mera contemplación a la acción. Pero aquel ser inadecuado, que en nada se parecía al retrato que su corazón había hecho de él, despertó en ella el acceso a su madurez. Le enseñó, sin saberlo, a sentir que su corazón era capaz de experimentar sensaciones hasta entonces desconocidas. Y, sobre todo, fue el que puso en su boca y en su alma la necesaria respuesta a la pregunta: ‘¿te gusta alguien?’.

Sinkuenta

lunes, 8 de septiembre de 2008

UNA CARICIA QUE MATA

El viento mostraba su fuerza allá por donde pasaba, mecía las ramas de los árboles, transportaba las nubes por el cielo, a las mujeres las despeinaba el pelo.

Allá a lo lejos vio algo que llamó su atención, que le hizo pararse de repente para observarlo. Era una flor, una amapola, la primera flor que había visto hasta el momento, y era tan bonita. Tenía miedo de acercarse, parecía tan delicada que veía que una caricia suya la destrozaría.

La amapola notó el rastro de la brisa que el viento le mandaba al acercarse a ella. Se mecía grácilmente a su merced. La amapola era feliz de bailar con la brisa, aunque por momentos era tan fuerte que parecía que fuera a arrancarle los pétalos.

El viento se la quedó mirando y le dijo:


—Bella amapola eres lo más bonito que me he encontrado en mi camino, deseo acariciarte, sentirte pero sé que te destrozaría y por eso prefiero sólo contemplarte.

La amapola le respondió:


—Viento tu me das vida, alegría, siempre estoy aquí estática y cara al sol abrasador, tu brisa me refresca y me hace sentir viva. Prefiero exponerme a tu mortal caricia y sentirte por unos segundos que vivir eternamente estática.


Entonces el viento le dijo:


—Mi flor yo no puedo hacerte daño, si mi abrazo te mata me retiro.


La amapola replicó:


—Mátame de amor con tu caricia aunque no pueda haber nada más, quédate con mis semillas, espárcelas por los campos y mi esencia nunca morirá, renaceré en otros tallos, otros pétalos esperando otra caricia tuya que me vuelva a matar para volver a renacer y sentirte.


Esta es la historia de un imposible pero eterno amor. Nunca el viento y la flor han dejado de quererse pues la hacía renacer en otros prados para simplemente disfrutar de su belleza y acariciarla una vez más...

Esther

sábado, 6 de septiembre de 2008

LA DISTANCIA MÁS CORTA


Quizás la distancia más corta ante la ausencia de alguien sea su propia sensación. Aunque también es el amor quien crea y recrea esa huella casi imborrable y, desde ahí, se percibe lo que tamaño sentimiento ve, y para que esto se cumpla, la sabiduría de la vida tiene que hacer que las dos almas sonrían a la vez. A veces, seguramente muchas, esto no ocurre y finalmente uno mismo debe decidir en finalizar lo que nunca ha comenzado. Menuda paradoja. Aún así la corazonada existe. Yo la he vivido y la describo a modo de sensación.

Escribo a una sensación que me dejaste, y lo hacías algunas veces cuando desde los inicios de conversación desde lo virtual nos escribíamos. La sensación de una mujer, también de una niña, de alguien con grandes ojos para la vida, capaz de entender más allá de lo visible, cercana a lo sutil, inmediata en lo profundo y fecunda en sus actos... Alguien que me hacía sentir de cerca la certeza de que lo eterno existe, que la inteligencia no está reñida con la bondad ni la coherencia; en realidad, nunca me has parecido una desconocida, aunque sólo fuera esa sensación, una más de esas que encuentro en mi vida, que siento que me alumbra y me acompaña, que no necesito una voz que me recuerde su existencia, aunque la voz es melodía...; que no necesito nada más, salvo verme a mí mismo y abrir los ojos con acierto, porque esa brisa la sentía amiga, cercana, pura, querida y de cristal que mejor ver que tocar, por si se rompe en mil pedazos y no siempre coinciden tantos juntos a la vez...

Escribía a alguien a quien me impulsaba desde dentro, me acercaba a la fuente desconocida, quizás el pequeño grial que cada cual lleva consigo, desde la ilusión de vivir el momento del contacto conmigo mismo, pero hacia ti, con mis palabras, salidas desde lo profundo, desde lo desconocido de mí, desde lo que ni yo mismo he sentido que sentía, salvo tú, ese detonante, esa amiga, ahí entonces sentía, que el amor existía. Ningún amor como se conoce, ningún amor que pretenda posesión, aunque en mi silencio, cuando te veía... coincidían mis palabras dentro de mí. Ningún amor que se deba aprobar por nada ni nadie, aunque lleva melancolía, pero es fruto que surgía, por encima de mi apatía y, sabes bien que no pedía, dar era cuanto sentía, bien brisa, bien lluvia o tempestad.

No es lo vivido, apenas hay arena que pueda coger con las dos manos y salga lentamente entre mis dedos, tampoco añoranzas ni recuerdos, tan solo una presencia, que ha sabido producir alegría, pero también dolor, incluso agonía, por la disparidad de los días, llenos de ausencias alimentadas con promesas convertidas en palabras que se las lleva el viento. No sé lo que he leído, ya lo no recuerdo. Cierto o no, me gustaba leerte, tus concisas líneas eran mi alegría, a veces mi sustento, también mi infortunio. Pero estabas, aparecías, tuve que cerrarme preciso y entender todo este diálogo, hablar en silencio con mi sensación, de saberte real o mentira. También elegir, saber ser yo con mis palabras escritas y sentirte, a la vez que olvidarte, para no morir una parte mía, perecer quizás desde el intento de aceptar que eres algo más que alguien que conozco.

Hermosa osadía, esto de conocerte un día...
Sigue siendo hermosa ahora mismo, dentro de mí, en donde siento lo que sentía, esa luz esa niña, ese ser con alegría...

No he observado de cerca tu vida, nunca he querido sentirme cerca de ella porque para mí, no hay más verdad que mi sensación sobre ti, como persona, como mujer... y me da igual lo que pienses, lo que digan los demás de mí.
Esto no es amor de enamoramiento y si lo es, será junto con lo demás, pero no es importante. Lo importante es que te estoy saludando, diciendo desde este hálito de momento el significado de la poesía que vi en ti, la cercanía de mi sensación, de lo que eras para mí, aunque no hablemos sobre qué lazo tan fuerte me unía a ti, cuya respuesta, finalmente la dejé en esa eternidad que creo, somos todos...

Amistad. Bonita palabra. Evoca ella un grato sendero, presente y ausente, pero vivo...


Lógicamente, lamento que no hemos viajado... aunque tampoco sé si te conozco... en todo este tiempo me he preguntado si eres algo como yo pienso, o son palabras leídas en una lluvia de estrellas y yo, el que lo coge todo del cielo, reuní las suficientes para reconocerte... menudo descubrimiento.


Ya termino, pues finalizar esto, es dejar que mi existencia sea fluida, tenga valor y crea en los nuevos detalles que esconde la vida, siempre creativa aunque escondida, casi siempre silente aunque presente.
A veces uno se equivoca, pero no, no es equivocación, es un momento brillante, solo que, ha sido un pequeño instante y la belleza no es nunca recordada, porque la verdadera está dentro, y dentro sólo hay vida. La penumbra la hacemos cuando nos quedamos quietos, así la sombra es más evidente… no te estoy dejando, tan solo me muevo para no perderme… Me entiendes, ¿verdad?

Emig

jueves, 4 de septiembre de 2008

3x2

Mis rodillas empezaron a temblar de nuevo cuando apareciste hoy tras los cartelones de ofertas en charcutería. Traías el carro lleno, los ojos brillantes y el flequillo revuelto.

Cada viernes por la tarde sucedía lo mismo: llegabas tarareando alguna canción alegre, te adentrabas en el supermercado carro en mano y durante algo más de una hora yo te observaba ir de acá para allá toqueteándolo todo; me recuerdas a veces a un niño travieso que está empezando a conocer el mundo y que disfruta oliendo cada perfume, acariciando cada flor, devorando cada libro que cae en sus manos. Tú te lo pasas en grande perdiéndote en la sección de literatura, te pones cada uno de los auriculares de la sección de música y cada semana te llevas un tipo de café diferente, como si tuvieses la extraña misión de probarlos todos. Adoro cuando alzas una ceja para concentrarte mejor al leer los ingredientes del tomate frito o el precio del agua mineral, y quizá lo que me hizo fijarme en ti la primera vez que viniste fue esa forma de caminar, de moverte, tan elegante. Eres joven (treinta y cinco, quizá… siempre fui mala adivinando edades) pero en ocasiones me recuerdas a esos galanes del cine en blanco y negro… solo que el azul de tus ojos es incapaz de pasar desapercibido ni en el cine de los años de principios de siglo.

Pues bien, me presento. Me llamo Lucía y te adoro. Tengo veintisiete años y creo que no me conoces. Hace dos años yo era una chica inteligente que no creía en amores platónicos ni en cuentos de princesas y dragones, hasta que aquella tarde de otoño se te ocurrió entrar en este supermercado y estropearlo todo. Desde entonces los viernes mi vida gris y monótona se transforma en una especie de cuento mágico en el que tú eres el absoluto y total protagonista, el príncipe a caballo que derrota los dragones de mis miedos e inseguridades y me rescata de la soledad eterna alzándome en sus brazos y sacándome del súper como en la escena final de Oficial y Caballero. Yo, que siempre fui una chica práctica y realista, noto que el corazón se me sale del pecho cuando pasas a mi lado y te huelo, cuando te siento respirar muy cerca.

Recuerdo aquella tarde en que me hablaste directamente y casi dejo caer al suelo un kilo y medio de tomates, torpe y nerviosa. ¿Tú también te acuerdas? Pues esa tonta de cabello oscuro y sonrisa histérica era (soy) yo. La tonta que se ha enamorado de alguien a quien ni siquiera conoce. Vale, ahora puedes reírte o mandarme a paseo, pero yo no he elegido esto. En cierto modo fuiste tú, que no eres consciente de que en alguna parte del planeta podría existir tu media naranja y que quizá esa mujer sería consciente de ello mucho antes que tú…

Pero bueno, sé que en estos tiempos prácticos de internet y sms las locas y las que se enamoran platónicamente (y por supuesto también las que reúnen ambas cualidades) están pasadas de moda… así que no me queda otra que conformarme con tu sonrisa, desde lejos.

Eso sí… si por alguna razón te gustase conocerme y/o estuvieses interesado en conseguir algún ticket de ofertas de 3x2 en la sección de literatura, por favor vuelve el viernes que viene. No cambies de súper… y esta estúpida no huirá presa de la vergüenza más absoluta, aunque le cueste. ¿Hay trato?

Ya está, Ángel (lo sé porque vienes a mi caja a pagar siempre con tarjeta) respira tranquilo y mete las bolsas de la compra en el maletero del coche antes de que se te descongelen los helados.

Por cierto, espero que no te moleste que le diera el cambiazo a una de tus bolsas cuando firmabas el ticket del comprobante de la tarjeta de crédito; necesitaba meter esta carta en algún sitio y acercarte la mano al bolsillo trasero del pantalón creo que ya hubiese sido demasiado, ¿no crees?

Que tengas buena semana, allí donde sea que pases tu tiempo. Lucía.



La Rizos

martes, 2 de septiembre de 2008

EL ÁNGEL QUE SUEÑO



Sonia estaba terminando de guardar sus pertenencias en una caja de cartón que llevaría consigo al asilo de ancianos, su nuevo hogar a partir de mañana. Tenía pocos elementos personales, afortunadamente… sin embargo, quería tomarse el tiempo necesario para seleccionar los que conservaría, acariciando con su mirada los recuerdos que cada uno le traía.

Un paquete de viejas cartas amarillentas asomó en un destartalado baúl, atadas con una cinta de raso deslucida, que otrora fuera suave y sedosa. Sonia la desató con suma lentitud y dejó caer ese abanico de momentos grabados en su retentiva desde hacía casi medio siglo… minutos encantados que le habían devuelto el brillo a su mirada, que le habían transmitido un dulce calor, que mantenían viva su esperanza en el amor.

Eran cartas que habían atravesado océanos y mundos distantes, compartidas con un antiguo amigo de su familia, de nombre Javier, a quien ella no había llegado a conocer en persona. Pero su alma -¡oh, sí!-… el alma de Javier había quedado atrapada entre bellas y amables frases que habían hecho suspirar a Sonia en su juventud y la habían enamorado.

Con una lágrima escapando del rabillo de su ojo, releyó fragmentos de esas amadas palabras, con un palpitar añorado que volvía a agitar su pecho cansado y doliente. Recordó entonces un poema que ella le había dedicado antes de enterarse de su muerte… poema que jamás pudo llegar a destino, y lo recitó en voz alta rescatándolo de los confines de su memoria…



Mi dulce amigo, mi ángel tierno,
amor que habitas en mi mente,
conquistarte por siempre quisiera
aunque a mi lado hoy no pueda tenerte…
¿Cómo te diré que de pena muero
cada día por pensarte así…
… pensamiento que transmuta
mi amor en dulce sufrimiento?
Eres el ángel que vela mis sueños,
el que endulza mis momentos
fusionado a mi pensamiento.
Quiero ser tu hada misteriosa,
quiero que me imagines, así…
así como yo te pienso.
Dulce y tierno,
amoroso lucero
que ilumina mi andar
cada día nuevo.
No me conoces… pero te siento…
No te conozco… pero te quiero…
Por ti desovillaré distancias,
atravesaré océanos,
imaginándote mío…
Por ti desafiaré el poder del viento
sólo para decir “Te quiero”.




UN REGALITO...

@Patrulich